Capítulo 12
—¡Más a la derecha!
—¡Que no! ¡Si lo muevo más lo rayaré! —rugió Kye—. Déjame a mi.
Me alejé bufando y la dejé acomodar la púa del tocadiscos para que de una buena vez podamos escuchar el vinilo que habíamos comprado en una feria cercana al instituto.
—¡Carajo Ragnar! ¡Esto no se pone!
Largué una carcajada y llegué hasta ella para luego alejarla con un golpe de cadera. Ella me miró feo, mas no reprochó nada. Acomodé nuevamente la púa bajo su atenta mirada, y esperé hasta que la melodía comenzó a sonar.
Tras darnos cuenta de que durante casi la mayoría del castigo nos lo habíamos pasado hablando, tuvimos que ponernos a limpiar enérgicamente lo que quedaba de la cafetería en tan solo veinte minutos, que por cierto, era demasiado... Tras acabar, o al menos intentarlo, salimos corriendo para evitar ser vistos por alguna autoridad y que se den cuenta de que no habíamos dejado todo tan impecable como anteriormente tuvimos que prometer. Camino a la cafetería a la cual habíamos ido la otra vez, nos topamos con una feria de artesanías y antigüedades. Kye prácticamente me rogó para ir a echarle un vistazo a los puestos, y no me negué. Descubrí que ambos compartíamos un gusto innegable por los objetos antiguos. Recorrimos por un par de horas los stands y cada uno se llevó varias cosas que nos habían atraído. Casi al final del recorrido, nos topamos con un sujeto cubano que vendía a un precio bastante accesible ciento de discos de vinilo simple de cualquier artista musical que nos pudiésemos imaginar.
Mencionar que nos volvimos completamente locos se queda corto. El hombre literalmente nos dejó una hora solos cuidando su puesto mientras ambos mirábamos con detenimiento las portadas sentados en el suelo. Llevamos muchos discos, veinte como mínimo. Mitad quedaron para ella y mitad para mí. Luego de casi cuatro horas, y viendo que la noche iba cayendo de a poco y cada vez hacía más y más frío, nos fuimos en mi auto rumbo a mi casa. Habíamos decidido hacer de una buena vez el trabajo de química que teníamos pendiente.
—Te advierto que tendrás que explicarme absolutamente todo, porque no he estado en esa clase.
—Ya me di cuenta. No entiendo esa costumbre rara que tienes de borrarte de cada clase que te apetece. ¿Acaso nadie se da cuenta? —murmuré abriendo mi libro e indicándole la página a ella.
—La escuela me aburre —explicó con simpleza—. Y no se si se dan cuenta o no, no es que me quite el sueño a decir verdad...
—¿Por que no te gusta?
—No he dicho que no me guste, Ragnar, digo que me aburre. Uno también se aburre de las cosas que le gustan. No lo sé, me molesta la rutina, hacer siempre lo mismo... Es como no tener la libertad de vivir tu vida, a pesar de que es solo tuya y en teoría eres un ser humano que tiene el completo derecho de ejercer tu propia independencia. Siento que vivo encerrada en una cajita de cristal donde todos deciden menos yo.
—Creo que te entiendo. ¿También es así con la gente que te rodea? —pregunté buscando que me responda con una frase que indique que pese a todos sus ideales me quería allí, y que no sería cambiado en un futuro como pañal de recién nacido.
—Sí, en la mayoría de los casos. Nunca he sido buena apegándome a las personas o a las cosas materiales. Yo soy de donde el destino me guíe, un día puedo ser de aquí y al otro ya no. Y ese es un pensamiento que muchos no entienden... No guardo en un viejo ático objetos, fotos, cartas y esas cosas que con el tiempo se pierden, se olvidan, o se tiran a la basura. Guardo en mi memoria voces, rostros, letras de canciones, melodías, caricias, recuerdos. Y allí se quedan, siempre que las necesito vuelven a mi mente refrescándome aquellos momentos de mi pasado que nunca terminarán de borrarse. —Suspiró y bajó la vista a los problemas de química que estábamos resolviendo.
Ella se mantuvo en silencio y yo me le quedé viendo, en un estado de mutismo en el que las palabras no llegaban a mis pensamientos, y solo podía admirarla y pensar que esa mente era un diamante en bruto. Kye se dio cuenta de que la veía, y entendió que estaba procesando en silencio todo lo que me había dicho.
—¿Y tú? —preguntó rato después—. ¿Qué piensas?
—No lo sé en realidad, se que sonará tonto pero no es algo que me ponga a reflexionar con frecuencia... —Me sinceré.
—Es que paso demasiado tiempo sin hacer nada, ¿sabes? Eso me lleva frecuentemente a pensar cosas que normalmente no pasarían por mi mente —rió—. Pero si tuvieras que responderme algo, ahora, ¿qué me dirías?
—Que jamás me he apropiado de nada por que jamás he tenido algo que me pertenezca realmente. Es decir, tengo muchas cosas... Pero ninguna carga con alguna especie de afecto o cariño que le haga valer la pena atesorar. Así que no tengo nada. Tampoco siento que pertenezca a algún lugar en específico, porque cada posición en la que estoy ha sido elegida por otros que no eran yo. También me falta descubrir mucho mundo, me falta escuchar más pensamientos diferentes al mío, más ideas... Más idiosincrasias. He vivido dieciocho años rodeado de personas que piensan lo mismo porque algo o alguien les ha indicado que así debía ser. Supongo entonces que si soy igual al resto, entonces no debo ser nadie. —Miré el techo.
—Nuestros mejores pensamientos nacen cuando no pensamos tanto. Y Ragnar —me llamó y bajé mi vista a la suya—, te aseguro que no eres igual al resto, al menos yo no creo que sea así. Por lo que quizás es muy probable que seas una de esas personas de la cual nunca llegue a aburrirme...
Eso es lo único que necesitaba escuchar, Kye...
—Yo tampoco creo que tú lo seas para mí.
Continuamos con nuestra tarea de química, que no era extensa, pero si complicada. No hablamos mucho más, simplemente escuchábamos la música de los tocadiscos y de vez en cuando nos preguntábamos cosas respecto a la asignatura. Cuando ya se hizo algo tarde, ella recogió sus cosas y ambos bajamos en un silencio cómodo pero cargado de un aire de complicidad.
Apenas llegamos al último escalón, nos encontramos con Molly.
Yo realmente no entendía por qué casi siempre que me dignaba a bajar estas escaleras me encontraba con personas ajenas al entorno de mi casa. La rubia asomó una sonrisa al verme, y una mueca extraña cuando vio a mi acompañante.
—Hola, amor. —saludó con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Molly, ¿cómo estas? —Sonreí y me acerqué para dejar un beso en su mejilla, que ella desvió hasta un sutil toque de labios.
Me alejé de ella sonrojado, viendo a Kye pasar la lengua por sus dientes para luego asomar una tenue sonrisa.
—Bien, vine a dejar un par de cosas que mamá me dijo que debía darle a la tuya. ¡Hola! ¿Kye, cierto? —Molly posó sus ojos en la pelinegra con alegría, sin dejarme responder.
—Y tú eres Molly supongo, la novia de Ragnar.
Ambas se saludaron con un beso en la mejilla, luego, el ambiente se mantuvo en un silencio que a mi al menos me puso incómodo. Molly no parecía molesta por el hecho de haberme visto bajar de mi cuarto con otra que no fuese ella, y Kye mostraba señales de querer marcharse de aquí.
—Y... ¿Qué hacían? —preguntó mi pareja finalmente.
—Un trabajo de química —Kye no dio tantas explicaciones—. Bien, creo que ya me voy, es algo tarde y tengo un buen rato a pie. Adiós.
Iba a sugerir que yo la llevaría, cuando me interrumpieron.
—¡Ni hablar! Es demasiado tarde para que vuelvas caminando. Ragnar y yo te acercaremos, ¿cierto bebé? —Molly hizo un puchero.
—Sí, nosotros te llevamos. Es peligroso que andes sola —agregué. Por las noticias habían anunciado que mañana o quizás pasado nevaría, cosa poco común en California. Pero este invierno estaba siendo realmente raro, algunos días hacia un calor terrible y otros un frío de diez grados o menos. Hoy, el invierno había azotado duramente a Los Ángeles.
Kye asintió lentamente, aceptando. Antes de salir le di las llaves a la pelinegra para que vaya entrando a mi auto, ya que Molly me había pedido ayuda para dejar en la cocina las tres cajas que había traído.
En lo que llevábamos las cosas, vi como la rubia trastabillaba y se caía al suelo desperdigando todo en el piso.
—¡Molly! —Dejé las cajas a un lado y corrí a socorrerla.
La ayudé a ponerse de pie, y ella me sonrió débilmente. Caminamos hasta los taburetes y la senté, luego le serví un vaso de agua. Ella lo tomó y suspiró.
—Estos medicamentos para las jaquecas son demasiado fuertes... Ya estoy mejor, Raggy. Dime, ¿de dónde conoces a Kye Griffin?
Suspiré sintiéndome mal por ver todo lo que tenía que atravesar la rubia, y a pesar de ello, no brindarle la atención que necesitaba y se merecía. Era un maldito infeliz.
—Nos han asignado un trabajo juntos, y también compartimos horas de detención. Hemos pegado amistad —me encogí de hombros. No estaba en los planes decirle todas las razones—. ¿Te molesta?
No sabía por qué preguntaba, nunca hemos sido una pareja celosa. Yo respetaba a sus amigos y bueno, ella no tenía de qué preocuparse porque Kye era la primera amiga mujer que yo tenía, luego de Molly antes de ponernos de novios. Pensaba que quizás si ella decía que no lo estaba, el sentimiento de culpa podría menguar un poco por el hecho de sentirme atraído hacia la chica de ojos bicolor.
—Para nada. No me preocupa que pueda a llegar a pasar algo así por su cabeza. Y espero que no lo pase por la tuya. —Me sonrió.
—Descuida —tragué en seco y bese su frente—. No hay de que preocuparse.
Ambos salimos rumbo al auto una vez que Molly se sintió mejor, de todas formas me pidió que la deje en su casa porque el día había sido agotador y debía descansar. Acepté y entramos al coche.
—Kye, quieres decirnos la... —Mi novia posó sus ojo sobre los míos. La miré encendiendo el motor y arrancando—. Está dormida.
Giré mi rostro y contemplé en el asiento trasero la pequeña figura de la pelinegra hecha una bolilla, pegada a la puerta derecha. Sonreí y pensé cuán hermosa se veía así de pacífica, tenía los labios relajados y las pestañas le acariciaban sus mejillas. Un sonido parecido a un ronroneo salía cada tanto de sus labios delatando el estado profundo de sueño en el que se encontraba.
—Vamos. Las dejaré a ambas, es tarde ya.
Hice un par de cuadras hasta que finalmente llegué a la casona de Molly. Ella se lanzó a mi asiento desesperadamente y me besó de una manera que me dejó sin aire, literalmente. Una vez que se separó, se despidió susurrando un te quiero y salió del coche.
Bufé y me pasé las manos por el rostro para luego arrancar rumbo a la casa de Kye. Durante el camino, me detuve en una gasolinera y mientras el tanque se llenaba, me dirigí a una pequeña tienda.
Al pagar, volví al auto y emprendí viaje para finalizar el último tramo que separaba la casa de Kye de la mía.
Una vez en la puerta, la única tarea que quedaba era despertarla. Yo no sabía si ella tenía el sueño ligero, si podía haber un terremoto y ni siquiera se inmutaría, si podía golpearme o levantarse a los gritos. Y para ser sinceros... Me daba miedo despertarla.
Estúpido dirían algunos. No tanto, ya estaba al corriente de lo que ella era capaz de hacer cuando estaba enojada. Mi nariz era testigo de ello, y mi entrepierna también.
Suspiré y abrí la puerta de atrás, deslizándome por el asiento hasta llegar a Kye. La miré, y lo único que se me ocurrió hacer fue picarle la mejilla.
—Mmm... —La escuché quejarse, se me salió una risa baja.
—Levántate, sino tendré que dejarte aquí toda la noche. Y no me quedará otra más que dormir contigo. —Susurré.
Ella asomó sin poder evitarlo una sonrisa que la delato. No estaba tan dormida después de todo.
—No suena mal... —Se giró y me dio la espalda—. ¿Qué tal el polvo rápido con Molly hace un rato antes de irnos?
—¿Qué polvo? —Casi me atragantó por su falta de tacto a la hora de decir las cosas—. Nadie ha tenido ningún polvo hoy, ella casi se desmaya y solamente he esperado a que se recupere para volver a salir. Por eso la dejé en su casa.
—Ah, bueno... Es que como demoraron mucho supuse que estarían en una sesión intensa de sexo salvaje —su voz se oía amortiguada y somnolienta—. ¿Puedo subirme a tu espalda? Me duelen los pies y estos zapatos no ayudan.
Suspiré por el tono meloso de su voz, y asentí. La esperé arrodillado fuera del auto, y cuando sentí su peso encima mío me puse de pie y caminé hasta el porche de su casa. Me tendió la llave, y sentí como suavemente su cabeza se recostaba en mi omóplato y sus manos se aferraban a mi pecho, enviándome choques eléctricos por las suaves caricias que había comenzado a darme.
Cerré bien la puerta y encendí la linterna viendo cómo el dedo de Kye me indicaba por donde tenía que ir. Estaba todo a oscuras, así que no podía ver muy bien como era su hogar. Tuve que subir unas escaleras, luego pasamos por un pasillo y al final, entramos a su habitación.
Sin encender ninguna luz la deposite en su cama y me giré, ella estaba recostada mirándome.
—Te compré algo, supuse que tendrías hambre... —Metí mi mano en los bolsillos de mi sudadera sacando tres paquetes medianos de chocolate.
Ella sonrió y se levantó para tomarlos. Por alguna razón, elevé mi mano impidiendo que ella lo alcance. No era muy baja, pero si lo suficiente como para comenzar a dar saltitos para tomarlo.
—Si vas a hacer eso con los chocolates puedes metértelos en donde no te llega la luz del sol. —Bufó estirando la mano.
Su cara estaba muy cerca de la mía, tan solo bastaba girar un poco mi cabeza y nuestros labios podrías rozarse. En un acto impulsivo, mi mano atrapó su cintura y terminé de pegar su pecho al mío: era demasiado para lo que podía aguantar.
—¿Qué haces, Novak? —Me retó.
—Anda, ahora puedes tomar los chocolates.
Su rostro se giró, y juro que me sentí en el paraíso cuando me di cuenta de que tenía a pocos milímetros sus labios de los míos.
Solo un poco más cerca...
Algo nos interrumpió.
—¿Qué carajos pasa aquí, y quién mierda eres tú?
Intenso... Tengo un sticker de WhatsApp, pero no lo puedo poner aquí :( ... Dejen aquí abajo sus opiniones respecto a este capítulo. Los leo con un cafecito en mano.
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Les dejo mi Instagram (@ethereallgirl) por si les pica el bichito de la curiosidad.
¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!
Sunset
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