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Capítulo 10


MARATÓN 2/3

Yo se que sonará bastante común decir esto, pero odiaba los lunes. De verdad lo hacía, me ponía enfermo iniciar una semana que a la misma hora, cada siete días, parecía eterna y pesada. Además, hoy tenía entrenamiento y eso ya casi lograba llenar la barra imaginaria que guardaba en mi cerebro que me indicaba cuando los lunes estaban a punto de volverse insoportables.

El día no había comenzado bien. Mejor dicho, el día de ayer ni siquiera había terminado bien. Nada bien.

Desperté con un malhumor desbordante al rememorar los sucesos de la noche anterior, un enojo que solo me lo adjudicaba a mí mismo... Al idiota de Ragnar Novak, que se creía lo suficientemente graciosillo como para actuar de prepotente justo frente a la chica que le atraía.

Me merecía todas y cada una de las palabras que Kye me había soltado ayer. Me las merecía por imbécil, por no controlar las cosas que salían de mi bocota. Aunque debo admitir que sus palabras sí me dolieron, mucho. Está bien, me había comportado como un tonto y lo sabía, pero ¿era necesario haberme hecho sentir tan miserable?

—¡Amor!

Joder.

—Hola, Molly. —Sonreí cortésmente.

—Amor —me tomó del brazo y empezamos a caminar por el pasillo. O mejor dicho, ella caminaba y yo me dejaba arrastrar—. Estaba pensando, en pocos meses será el baile de graduación, ¿cierto? Me parece que deberíamos comenzar a buscar lo que nos pondremos para así asistir combinados a nuestra gran noche.

Molly hizo una burbuja con su chicle y giró su cabeza para verme.

La graduación... No quería que llegase, pero a la vez quería que pase de una vez. Una mezcla de sentimientos raros.

—Eh... Sí, supongo.

—¡Genial! Nos vemos más tarde, ¡te amo! —Se colgó de mis brazos y plantó un beso en mis labios.

Al apartar la vista del rostro de Molly para evitar quedar bizco, mis ojos se encontraron con una pequeña figura apoyada en los casilleros, desprendiendo por cada poro una actitud desinteresada y sensual, pero iracunda al mismo tiempo.

Kye.

—Sí —murmuré al separarnos—. Igual yo.

Dejé ir a Molly y me decidí por caminar hasta la chica de ojos bicolor, pero al ver mis intenciones, esbozó una sonrisa ladeada, me mostró su dedo del medio y literalmente me cerró la puerta del salón de biología en la nariz.

—¡Puta madre! —gemí y me llevé las manos al rostro. Dolía demasiado.

La puerta volvió a abrirse y me encontré con Chris, que luego de reírse de mi, me llevó hasta la enfermería. En el camino me mareé un par de veces; sentía la sangre escurrir por mis manos y rostro. La tibia temperatura del líquido y su olor metálico solo me daban náuseas.

Cuando Nixie, la enfermera, me vio, puso el grito en el cielo.

—¿¡Que pasó!?

—Na... Nada —me quejé cuando me palpó el tabique en busca de alguna fractura—. No vi la puerta cerrándose, iba apurado.

Chris me miró con una sonrisa ladeada, y yo puse mi mano tras mi espalda, enseñándole mi dedo del medio.

—Bueno querido, no tienes fracturas. Solo un feo y doloroso golpe que tardará varios días en sanar —Nixie se quitó los guantes de látex y me dio un par de analgésicos—. Yo que tu evitaría jugar al menos por un par de semanas. Se que eres el capitán, pero no conviene que te arriesgues a recibir un pelotazo o un golpe, y tu nariz quede peor.

Asentí, por dentro estaba rebozando de alegría al saber que estaría desentendido del lacrosse por dos increíbles semanas. 

Al salir de la enfermería, Chris detuvo mis pasos tomándome de la camiseta por la espalda.

—¿En serio, Ragnar? ¿No harás nada luego de lo que Kye hizo?

—¿Quién dijo que no? Puede que Kye me guste, pero también puedo jugar su juego.

Mi amigo me dio una sonrisa, y me dejó en la puerta del despacho de la directora.

Jaque mate, Kye Griffin.



La asignatura del señor Colson estaba volviéndose insoportable, además, habían pasado ya dos clases y yo aún no veía fruto alguno de mi dulce venganza.

Mi pie daba golpeteos en el piso culpa de la ansiedad, y no paraba de hacer ruidos con el bolígrafo en mi mano.

—¿Quieres parar ya? —Mi compañera de banco me miraba molesta. Le di una sonrisa de disculpas, pero cuando estuve por decir "lo siento", la voz de la directora sonó en los altavoces.

Kye Griffin, haga el favor de presentarse en el despacho principal. —Nadie parecía sorprendido por ello. Kye solía hacer visitas frecuentes al área de administración de Reachmond—. Y el joven Ragnar Novak también, se solicita la presencia de ambos en carácter de urgente.

Ahí los susurros comenzaron a hacerse presentes y las miradas a quemar. Sabía la razón por la cual la chica de ojos diferentes era llamada, puesto que yo mismo le había informado a la directora lo sucedido en la mañana. La verdad es que yo no quería que la castigasen, solo había utilizado ese acontecimiento como medio para un fin: estar más cerca de Kye esta semana ya que ella estaba enojada conmigo, y ni siquiera estaba dispuesta a dirigirme la palabra. Y como yo no tendría entrenamiento, me quedaría más tarde en la escuela solo para acompañarla. Quería arreglar lo que había hecho, no estaba dispuesto a perder mi oportunidad por una actitud poco común en mí.

Lo único que no entendía de todo esto era por que también me llamaban. 

Tomé mis cosas con un poco de vergüenza y salí de la clase del profesor Colson, dejando una hilera de ojos curiosos siguiendo mis pasos. Al llegar a la oficina de la directora, ingresé y ambos esperamos unos minutos a Kye, que aún no había llegado.

Cuando hizo su digna entrada, se me quedó mirando. No precisamente a mí, sino a mi nariz. Su sonrisa fue gloriosa, pero no evitó que una descarga de enojo recorriera mi sistema.

—Toma asiento, Kye. —pidió la directora Herworth.

—¿Cómo estas, Raven? Hace un tiempo no venía —sonrió la muy descarada.

La directora la miró mal, y ella alzó las manos en modo de disculpas.

—Lo siento, directora Herworth. —Pasó la lengua por su labio inferior. Yo me removí incómodo, sintiendo una electricidad  recorrerme por todo el jodido cuerpo—. Pensé que éramos amigas.

—Kye Griffin. Imagino que sabes por que estás aquí, imagino que ambos lo saben.

Yo miré a la pelinegra en busca de respuestas, pero ella ni siquiera giró el rostro.

—Ilumínenos.

La directora Herworth bufó con exasperación, era notable que Kye no le agradaba ni un pelo.

—El día de ayer tras la culminación del partido; felicitaciones, por cierto —la mujer me sonrió—, ambos atacaron de forma violenta a un integrante del equipo rival. No intenten negarlo porque fueron captados por las cámaras dándole una paliza al muchacho. Exijo explicaciones, ya que siendo sincera me sorprende mucho tal actitud proveniente de ti, Ragnar.

—Fue aquel sujeto que me golpeó durante el partido. Quiso irse contra Kye también, y solo la he defendido.

—Yo no necesito que me defiendan. —habló ella, cruzada de brazos.

—Bien que no te has quejado.

—También le he dado su merecido.

—No si no te hubiese ayudado. —contraataqué.

—¡Otra vez todo es por ti! ¡Salve, oh Ragnar, rey payaso del universo! —Me miró de reojo, disparándome una buena dosis de su sarcasmo.

—¡Suficiente! —pidió la directora, ambos nos callamos—. No se que es lo que pase entre ustedes dos, pero el punto es que han hecho algo malo y serán castigados por ello.

—¡Pero si ese sujeto también se ha pasado! —Kye alzó sus manos en señal de protesta.

—Y ha sido castigado como corresponde. Pero no puedo dejar pasar lo que han hecho —la directora tomó dos papeles y garabateó algo que no llegué a leer—. Ambos tendrá detención por una semana, juntos se encargarán de limpiar el comedor a la salida de la escuela todas las tardes, empezando hoy.

Kye bufó, y yo sonreí. El castigo pasó a segundo plano cuando oí el "juntos". No había forma alguna de que me arrepintiese por lo que le habíamos hecho a ese sujeto.

—No puedo... Tengo cosas que hacer. —se rehusó la pelinegra.

—Pues tendrás que dejarlas de lado, jovencita. No estás en posición de decidir, estoy al tanto de tu condición y sabes que no puedes dar más pasos en falso. —La voz de Herworth sonó a amenaza, y la rompe-narices a mi lado pareció quererla enterrar diez metros bajo tierra.

—Como sea, si eso es todo ya puedo irme. —Ella se dispuso a levantarse.

—Alto ahí.

Oh si, ahora venía lo bueno.

—¿A ti te parece correcto cerrarle la puerta en la cara a los estudiantes? —le reprochó la directora.

Ahora Kye parecía querer cavarme una tumba a mi. Evité soltar una carcajada, pero ella descubrió que la situación me estaba pareciendo realmente graciosa. 

—Tenía mis razones. Y lo volvería a hacer si tuviese la oportunidad. —declaró sin un ápice de remordimiento.

—Eso no aminora para nada tu situación —suspiró Herworth.

—No pretendo que lo haga, directora. Yo se por qué hice lo que hice, y no necesito ni la aprobación ni la desaprobación de nadie. —Kye clavó sus ojos en mi y me sonrió.

Sentí un poco de pánico, ya no estaba tan seguro de lo que había hecho.

—Bien, tienes una semana extra de castigo —avisó la directora y le tendió otro parte—. Pueden irse ya.

Ambos nos pusimos de pie, Kye salió primero y yo me mantuve algo alejado por si se le ocurría volver a cerrarme alguna puerta en la cara. Al ver que eso no sucedió, salí al pasillo. Pude divisarla caminando con tranquilidad hacia la salida, corrí hasta llegar a su lado y ajusté las correas de mi mochila.

—¿No vas a decir nada? —pregunté.

Ella me miró por un segundo, y volvió su vista al frente.

—No. ¿Hay algo que tú me quieras decir?

Me mordí el interior de la mejilla. Había tantas cosas que quería decirle, pero no era el momento.

—No.

—Bien, entonces creo que ya me voy.

—¿No irás a clases? —indagué curioso.

—Por supuesto que no. Ya sería demasiado tiempo aquí dentro —alzó los dos pases a detención.

Tuve un sentimiento de culpabilidad bastante alto al saber que por mi actitud vengativa ella estaría dos semanas castigada. Comencé a alejarme, discutiendo con mi mente. Una parte me decía que estaba bien lo que había hecho, que no siempre podía hacer lo que se le antoje e irse de rositas; la otra, me gritaba que así nunca solucionaría nada... Que la tumba me la estaba cavando yo solo.

—Ay, Ragnar. —Me volteé y vi en su rostro una sonrisa que me hizo tirar de las comisuras a mí. Sus pasos se acercaron hasta que su nariz rozó la mía en una suave caricia que por extraño que pareciera no hizo daño alguno al golpe que tenía. Tragué seco cuando sentí como pasaba sus brazos hasta enredarlos en mi cuello, sus ojos pasaron por mi rostro y suspiró—. ¿Te duele?

—Eh... Un poco, sí.

Ella chasqueó la lengua y me abrazó, dejando sus labios muy, muy cerca de mi cuello, cosa que logró erizarme la piel. Me atreví a llevar tan solo una mano a su cintura, y disfrutar de un abrazo que me sabía a qué por fin había sido perdonado por la estupidez que había hecho.

Se sentía realmente bien. Podía palpitar cada parte de mi cuerpo reaccionando al suyo y me sentí un idiota por ser así de baboso.

—Me sorprende realmente tu valentía, Ragnar. Aunque me ha dolido un poco que me hayas acusado con la directora —habló con pena y el corazón se me apretujó—. Pero no importa, de verdad no importa. Sabes, ahora que tendré mucho tiempo... ¡Puedo comenzar a pensar que otras partes romperte del cuerpo, además de la nariz!

Me separé de ella casi al instante, justo cuando sentí como un fuerte dolor se acrecentaba por toda mi zona inferior. Había dado en el blanco.

Los blancos. Me auto-burlé de mi patética situación.

—A ver si esto te las pone en su lugar, cabrón. —soltó con enojo, y salió caminando por el pasillo, dejándome sentado y soportando dos dolores a la vez.

Nota mental: no, Ragnar, no podemos jugar al mismo juego de Kye.



El almuerzo fue una jodida tortura. Por un lado tuve que soportar a Molly preguntándome cada dos por tres se si me dolía el golpe tocándome la nariz con su dedo. Y sí... Si antes me dolía un poco, gracias a Molly ahora dolía el doble. Por otro, Chris le había contado a Brett lo que había sucedido en la mañana y ambos se reían de mí, ya que también les había compartido lo que había pasado tras el sermón de la directora Herworth.

Cuando el timbre de fin de clases sonó, fui hacia el comedor a cumplir con el castigo que me habían impuesto. Allí estaba la pelinegra, que ni siquiera me dirigió la palabra en toda la hora y media que duramos limpiando la cafetería. Aunque sí sentí a veces su mirada quemarme la espalda; era obvio que estaba cabreada, cabreada hasta la médula. Me la pasé limpiando mesas con comida pegoteada, mirando de reojo a Kye, quién astutamente había llevado unos auriculares y trapeaba el suelo al ritmo de una melodía que no lograba a escuchar, pero que parecía divertida ya que tarareaba y movía el cuerpo de una forma que me hizo asomar una leve carcajada que ella no llegó a oír.

Al finalizar nuestra jornada, ambos salimos en silencio hacia la entrada. Ninguno decía nada, ninguno miraba al otro, pero caminábamos juntos. Ni un paso mas adelante, ni uno más por detrás. Al llegar a la salida nos detuvimos. Me di cuenta que no deseaba irme de allí sin pedirle disculpas, o por lo menos, despedirme.

—Yo... —Una bocina de motocicleta me interrumpió cuando quise hablar, ambos movimos la vista hacia el lugar.

Apoyado en el vehículo y haciendo rugir el motor, un sujeto de tez morena enfundado en una cazadora azul miraba hacia nuestro lado con una sonrisa socarrona.

Kye volvió su vista hacia a mí, pareció querer decir algo, pero solo rodó los ojos y corrió hasta el chico, recibiendo el casco que este le daba.

Antes de arrancar, él pareció decirle algo que no pude oír. Ella negó y posó su mirada en mi. No sabía si estaba alucinando o que ocurrió en ese momento, pero los ojazos de Kye se tornaron en una emoción confusa que no pude interpretar si se trataba de tristeza, impotencia o enojo.

Me quedé en medio del estacionamiento, completamente solo, pensando en que quizás yo no tenía remedio, y ella tampoco. Éramos tercos, necios e idiotas.

Lo único que no sabia, era quién iba a alzar la bandera de paz primero.






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