Una razón
El señor Escalante terminó la videoconferencia con una amplia sonrisa dibujada en los labios, pues hablar con Adriana siempre le hacía bien. La chica tenía una especie de aura alegre que la acompañaba en todo momento. Incluso cuando se encontraba frente a situaciones adversas, aquella muchacha no dejaba de verle el lado bueno a las cosas. Gracias a ella y a Natalia, la madre de la joven, Matías había logrado aprender importantes lecciones que le harían desarrollar una perspectiva distinta de la vida y de sí mismo.
El varón todavía recordaba con claridad el triste día en que su rebelde hermana menor se había fugado de la casa para irse a vivir con su novio fuera de Argentina. Los padres de ambos habían entrado en una crisis nerviosa cuando Natalia, de apenas diecisiete años de edad en ese entonces, decidió estar con un tipo de reputación dudosa. La buena educación que ellos le habían dado parecía no tener importancia para la chica.
Los dos señores consideraban a Jorge, el pretendiente de la joven, como una mala elección, ya que su familia, aunque era medianamente prestigiosa, tenía antecedentes de corrupción. Se habían opuesto a la relación desde el principio. No hacían otra cosa más que sermonear a su hija, sin tomar en cuenta los sentimientos de esta. Incluso la habían amenazado en numerosas ocasiones para que cortara aquel nocivo vínculo. Pensaron que quizás ella recapacitaría pero, en vez de renunciar al muchacho, los dejó a ellos atrás.
La hija más joven de los Escalante vivió en Uruguay por muchos años y no tuvo contacto alguno con ningún miembro de su familia hasta un largo tiempo después. Matías volvió a saber de ella cuando recibió un correo electrónico en donde le pedía perdón por haberlo abandonado sin siquiera despedirse. En dicho mensaje, Natalia suplicaba por su ayuda, ya que Jorge la había dejado, no sin antes asegurarse de vaciar cada una de las cuentas bancarias que ella utilizaba. El problema era que ninguna de estas se encontraba solo a nombre de la mujer, sino que las compartía todas con él. Cualquiera de los dos tenía el derecho legal a tomar dinero de allí sin problemas.
Sin embargo, la dama había perdido mucho más que solo un puñado de billetes durante el tiempo compartido al lado de su pareja. Aunque no se atrevió a contarle a su hermano toda la verdad en ese correo, fue Adriana quien habló en nombre de ella de manera confidencial unos días después. Gracias a la valentía de la muchacha, Matías se enteró de que Natalia había vivido en medio de una atmósfera tóxica desde el principio de la relación con Jorge.
La violencia física y psicológica habían sido el pan de cada día para ambas mujeres, pero la peor parte se la había llevado la madre. La joven sabía que su mamá necesitaba cosas que no podían comprarse ni con todo el oro del mundo. Para ser capaz de reconstruir su vida, le urgía contar con una mano amiga que estuviera dispuesta a soportar un vendaval de dolor durante meses mientras regresaba la calma.
Al descubrir aquello, el corazón del señor Escalante se estrujó de pena. A pesar del prolongado lapso de ausencia y de silencio de su hermana, él siempre le había tenido un gran cariño. Los errores de Natalia no hacían que la despreciara, como sí había sucedido en el caso de sus padres. Ellos la habían desheredado y no querían saber ni una palabra sobre ella. Matías quería hacer algo para volver a verla tan radiante como solía ser en los días de su adolescencia. Por lo tanto, pensó en un elaborado plan para ayudar a las dos mujeres a salir adelante.
Al tener claros sus objetivos, el hombre le solicitó a Adriana que se encontraran en persona. Para ese entonces, el empresario estaba viviendo en una amplia casa de campo ubicada en Francia. Tras la espantosa pelea que había tenido con Rocío cuando esta por fin se enteró de su infidelidad, a él no le había quedado más remedio que abandonar la residencia familiar.
Debido a ello, cuando su sobrina accedió al encuentro propuesto, él le pagó un boleto de ida y vuelta para que lo visitara en tierras galas por unos días. Además de lo delicado de los temas que deseaba conversar con ella, se trataba de la hija de su hermana, a quien no había visto nunca. Sentía grandes deseos de conocer a la muchacha y de reunirse con Natalia posteriormente.
Adriana estaba agotada en todos los sentidos posibles cuando llegó a Francia. Le dolía ver a su mamá sumida en la depresión y los traumas por los diversos tipos de agresión que enfrentó durante tantos años. Aunado a ello, la chica sufría porque su prometido se encontraba en coma debido a un accidente automovilístico, sin saber si algún día despertaría. Aquellos serios problemas estaban a punto de hacer que su mente colapsara.
Sin embargo, la expresión en el semblante de Adriana cuando vio a su tío por primera vez no fue de agotamiento, sino de absoluto desconcierto. Aunque tenía mil asuntos más en la cabeza, no podía ignorar el hecho de que Matías lucía idéntico a Darren hasta en la manera de sonreír. ¿Acaso era posible que ellos estuvieran emparentados? De ser así, era muy probable que ella compartiese algún tipo de consanguinidad con su novio. Aquella idea la espantó al instante.
Unos pocos días después de la reunión con el señor Escalante, la chica regresó a Argentina. Necesitaba hablar con Natalia y convencerla para que se fuera a vivir junto a su tío en Francia. Él estaba dispuesto a conseguirle atención psicológica profesional y a encargarse de todos sus gastos mientras ella se recuperaba. Cuando se sintiera lista para retomar el cauce de su vida, él la ayudaría a encontrar un buen trabajo.
Mientras esperaba por la respuesta de su madre, Adriana había seguido pensando en el tema del impresionante parecido físico de Matías y Darren. Para salir de dudas, decidió visitar a Matilde. Así podría preguntarle si ella conocía al hombre. "¿¡Por qué quieres saber eso!? ¡No es asunto tuyo!" La cara de la señora se había puesto blanca como un papel cuando le respondió. Aquellas palabras y la reacción a la defensiva dejaban claro que la dama sí sabía muy bien quién era el señor Escalante.
"Por favor, dígame desde cuándo lo conoce", le había dicho la chica, con expresión de súplica. La señora, sabiéndose descubierta, contraatacó. "¿Qué buscas? ¿Dinero? ¿Fama? ¿Quién está detrás de todo esto?" Matilde la había acusado de cosas que Adriana ni siquiera entendía en ese momento. "No sé de qué me está hablando, doña Matilde. Voy a ser más directa, entonces. Matías es hermano de mi madre. Por cosas de la vida que no vienen al caso ahora, conocí a mi tío hasta hace poco. Me quedé asustada por el parecido que tiene con Darren. Necesito saber si ellos dos tienen algo que ver". La madre de su novio se había puesto aún más pálida tras escucharla decir eso.
Un altercado terrible se había desatado entre ambas mujeres hasta que Adriana finalmente logró averiguar la verdad: Darren y ella eran primos. Matías ignoraba por completo que el hijo de Matilde era suyo también. La jovencita no supo qué debía hacer al respecto, pues aún tenía sentimientos fuertes por su novio. Sin embargo, ¿cómo podía permanecer comprometida con él tras enterarse de que llevaba la misma sangre? No tenía idea de cómo afrontar una situación tan delicada como esa. Además, su madre de seguro la necesitaría mucho más de lo que podría necesitarla el muchacho.
Entonces, Adriana tomó una decisión drástica. Sabía que si el joven llegaba a despertar, no podría mirarlo a los ojos y actuar como si nada pasara. Por esa razón, le pidió a la señora que, si el chico algún día se recuperaba, le contara una mentira sobre ella. Si él pensaba que lo había dejado para irse con otro hombre, no intentaría buscarla y se evitarían mayores dolores en el futuro. A su vez, la chica prometió no revelarle a Matías que tenía un hijo ilegítimo. Después de llegar a ese acuerdo con Matilde, la muchacha partió hacia Francia junto a Natalia, sin intención alguna de regresar...
♪ ♫ ♩ ♬
Las manos de Darren temblaban después de haber mirado aquel rostro femenino tan risueño. Nunca creyó que volvería a ver a su ex prometida, mucho menos esperaba que sucediera a través de Matías. Era inútil tratar de ocultarle lo que estaba sintiendo. La extraña mueca de pánico que le congelaba el semblante delataba la confusión en su interior. No obstante, fue el sonido de su respiración agitada lo que llamó la atención del señor Escalante.
—¿Te pasa algo malo? Parece como si acabaras de correr un maratón. ¿Te sentís bien? —preguntó Matías, al tiempo que lo miraba con atención.
—No se preocupe por mí, estoy bien. Esto debe ser por el estrés —respondió el muchacho, mientras se abanicaba la cara con las manos.
—¡Uy, es verdad, perdoname! Me entretuve tanto hablando con Adriana que casi se me olvidaba llamar a Rocío. ¡Lo voy a hacer ya mismo!
—¿Es muy amiga suya esa chica? —interpeló el joven, haciendo un esfuerzo por no sonar demasiado interesado en el asunto.
—Es la hija de Natalia, mi hermana menor —El varón sonrió de manera dulce—. Quizás algún día te den ganas de conocer a tu prima. Es una mujer maravillosa, inteligente, súper aplicada en los estudios. Le cae bien a cualquiera.
La expresión facial perturbada del muchacho se acentuó hasta hacerlo parecer una versión humana del famoso cuadro titulado El grito. La noticia le cayó como una patada en la boca del estómago. "¡Adriana es mi prima!" Aquellas cuatro palabras comenzaron a hacerle eco en medio de las cavernas craneales. Le daba la sensación de que se le había evaporado el cerebro entero en un dos por tres. De entre todas las razones que él había imaginado, jamás se le ocurrió algo como eso. La incógnita acerca de la desaparición de la chica finalmente se desvelaba y le resultaba casi irreal.
A pesar de las distintas manifestaciones físicas del creciente malestar de Darren, Matías parecía no darse por enterado. Su completa atención se encontraba acaparada por la llamada que le estaba haciendo a Rocío. Se había puesto de pie para alejarse del joven y así concentrarse mejor. Quería cuidar cada sílaba pronunciada para no cometer errores que provocaran una discusión. Charlar con ella era como atravesar un vasto campo lleno de minas terrestres. Y si la señora se enojaba con él, le cerraría el canal de comunicación sin titubear. Después de varios timbrazos, la voz de la dama apareció al otro lado de la línea.
—¿Qué querés a estas horas? Estoy ocupada en algo muy importante.
—Perdoname, siempre he sido un desubicado. No es mi intención molestarte, solo quiero saber qué pasó con Maia.
—¿Cómo te enteraste de eso, si solo te prestás atención a vos mismo?
—Por favor, Rocío, no discutamos esta noche, ¿puede ser? Mejor contame cómo está ella, me interesa su salud.
—Está en observación porque tuvo un preinfarto hace apenas unas horas. Por el momento está fuera de peligro. Lo que pasa es que ha estado bajo mucho estrés en las últimas semanas. Eso puede elevar la presión arterial hasta el punto en que pasan cosas así o incluso peores —La mujer suspiró con pesar—. El médico teme que ella sea hipertensa. Si fuera cierto, su condición cardiaca podría empeorar. Le han estado haciendo exámenes de todo tipo para descartar que no padezca de otros males relacionados.
—¡Ay, Dios, pobre chica! Ojalá que no sea nada grave.
—Eso espero. Yo, más que nadie en este mundo, quiero verla bien —dijo ella, mientras se le escapaba una nueva exhalación de cansancio.
—¿Querés que vaya al hospital para acompañar a Maia mientras vos dormís un rato? No vas a poder ayudarla mañana si estás agotada.
La mujer permaneció en silencio durante unos segundos. Aunque la idea de ver a su esposo esa noche no le hacía nada de gracia, debía reconocer que la recomendación que él había hecho era muy acertada.
—Está bien, vení. Estamos en la habitación número quince. Voy a hablar con el doctor para que te dejen pasar cuando llegués.
—Perfecto, estaré ahí en menos de diez minutos. Nos vemos.
En cuanto el señor Escalante colgó la llamada, se volteó hacia la banca. Su mirada buscó la de Darren de inmediato. Si bien las novedades que tenía para compartir con él no eran del todo positivas, al menos podría decirle que la muchacha se encontraba estable. Para sorpresa de Matías, su hijo ya no estaba sentado, sino que se encontraba acostado sobre la banca. Su cara lucía más descolorida y sudorosa que nunca. Parecía estar al borde de un desmayo.
—¿¡Qué te duele!? ¿¡Qué pasa!? ¿¡Qué necesitás!? —exclamó el hombre, con los nervios a flor de piel.
El chico no tenía ánimos para contestarle. Tenía el estómago revuelto, sentía náuseas, le dolía la cabeza y quería gritar de la desesperación. Solo pudo susurrar una frase corta para expresar lo que más le urgía.
—Me gustaría dormir —dijo él, al tiempo que cerraba los ojos.
Ni su cuerpo ni su mente contaban con energías para soportar más presión. Para recuperarse, necesitaba las horas de feliz inconsciencia que solo podía brindarle el mundo de los sueños. El problema estribaba en hallar una manera eficaz para dormirse. Hacer a un lado los complejos problemas que lo agobiaban parecía una misión imposible.
—Puedo ir a buscar cualquier cosa que vos pidás, sin importar lo que cueste conseguirla... ¿Estás seguro de que es solo dormir lo que necesitás?
El joven asintió con la cabeza de manera casi imperceptible. Entonces, Matías dio medio vuelta y caminó hasta su automóvil. Se subió en el vehículo y arrancó el motor para moverlo hasta una posición que estuviese lo más cerca posible de la banca. Una vez que lo consiguió, salió del coche con rapidez y abrió la puerta trasera. Luego regresó junto a Darren y se agachó justo al lado de este.
—Quiero llevarte hasta mi auto que está por acá muy cerca, pero necesito que me des una mano. ¿Podés caminar un poquito?
—Creo que sí...
Acto seguido, el señor Escalante rodeó el torso del muchacho con un brazo y lo haló hacia arriba. Con la ayuda de su padre, el chico se puso de pie y juntos avanzaron despacio hasta el auto. Tan pronto como el fatigado organismo de Darren percibió la suavidad del asiento sobre el cual reposaba, su cerebro le envió la señal para desconectarse de la realidad.
—Dormí tranquilo, no te preocupés por nada. Maia está bien —declaró Matías, mientras el chico aún podía oírlo.
El hombre se quitó la chaqueta que traía puesta para luego ponerla encima del joven, a manera de cobertor improvisado. Una sonrisa melancólica le curvó los labios en ese instante. Aunque tenía cuatro hijos, jamás estuvo presente para arroparlos, abrazarlos o contarles cuentos. Había dejado escapar la infancia y la adolescencia de las personas que más deberían haberle importado.
Sabía que nada de eso podía recuperarse, pero esperaba que al menos existiese todavía algo bueno por hacer en las vidas de aquellos muchachos. Quizás ya era demasiado tarde para ser padre, pero estaba muy deseoso de intentarlo. Tanto Darren como Alejandro, Javier y Mauricio se merecían todo cuanto él pudiera darles de ahí en adelante.
En cuanto cerró la puerta trasera del coche, Matías se preparó a toda prisa para emprender el viaje hacia el hospital. Rocío se enfadaría si incumplía con lo pactado, así que no podía demorarse en llegar. A pesar de que él también se sentía cansado, ya había dado su palabra, no había excusas. Tenía ante sí una larga jornada al cuidado de Maia, pero también debía estar pendiente de lo que sucediera con el joven que descansaba en su automóvil. ¿Qué le depararía la presente noche? Esperaba que fuese una velada relativamente tranquila pero, para su mala suerte, iba a tener de todo menos sosiego.
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