Una noche de gala (Parte VI)
—Tenés todo el derecho de reventarme a patadas si vos querés, pero por favor vamos afuera y hablemos primero, ¿puede ser? —susurró Matías al oído de su esposa, después de contener el impulso violento de ella durante varios segundos.
La dama comenzó a caminar bajo el abrazo masculino a regañadientes, pero no trató de oponer resistencia. A medida que avanzaban juntos hacia la salida, los señores Escalante debían esforzarse por ignorar las miradas indiscretas de las personas que los rodeaban. Algunos de ellos habían presenciado la escena de primera mano, mientras que otros se pusieron al corriente a través del testimonio de los testigos oculares. Sin importar cómo se hubiesen enterado, la noticia del arrebato de Rocío se había esparcido como pólvora ardiendo entre los presentes.
A pesar de que la pareja ya no estaba en frente de ella, Matilde no lograba hacer que los sollozos disminuyeran. Sin importar cuántas veces lo enjugara, el flujo de lágrimas continuaba siendo abundante. Su cuerpo temblaba y la respiración se había convertido en una tarea dificultosa a causa de la congestión nasal. Sentía que la mejilla golpeada estaba en llamas, pero le ardía mucho más el corazón. La culpa y la vergüenza se habían adueñado de su ser. Aunque Jaime le dedicaba toda clase de palabras reconfortantes, al tiempo que la acurrucaba entre sus brazos, el llanto de ella no cesaba.
—Usted no está en condiciones de quedarse acá, necesita un lugar tranquilo para serenarse y descansar. ¿Quiere que la lleve a su casa?
La dama se negó con un movimiento de la cabeza. La idea de quedarse sola seguía poniéndola aún más nerviosa que la posibilidad de encarar a Rocío otra vez. Ni siquiera el hecho de saberse señalada por los dedos de los entrometidos le provocaba tanto pavor como la soledad de su habitación. Desde hacía mucho tiempo, su cerebro insistía en mostrarle pensamientos oscuros que despertaban demonios peligrosos, de esos que destruyen los buenos recuerdos e intensifican el sufrimiento hasta verlo convertido en muerte.
—Entonces, ¿qué le parece si vamos a mi casa? Ahí podemos esperar a Darren mientras vemos alguna película, comemos o simplemente charlamos.
—Llévame a los baños primero, por favor...
—Claro, es bueno que tome un poco de agua y se enjuague la cara.
Acto seguido, el muchacho tomó la silla de ruedas que había colocado al lado de uno de los asientos laterales de la fila para luego desplegarla. Con sumo cuidado, ayudó a Matilde a ponerse de pie y reacomodarse allí. Tras asegurarse de que no habían dejado nada olvidado, empezó a impulsar la silla. A medida que caminaba, el muchacho iba pensando en nuevas estrategias para levantar el ánimo de la señora.
Aunque era un tanto incómodo recibir tantas miradas no solicitadas, al chico no le preocupaban demasiado los cuchicheos de la gente. Si la señora Espeleta evitaba hablar de ese asunto, él también lo haría. Siempre había entendido cuán importante era respetar la vida privada de los demás. Deseaba que la señora se sincerara con él para poder ayudarla de verdad, pero no la obligaría a hacerlo.
Mientras Jaime y la madre de Darren se retiraban del auditorio, Alejandro y Javier estaban intercambiando varios mensajes de voz con Mauricio en un chat grupal. Querían ponerlo al corriente de la escandalosa situación protagonizada por Rocío y la mujer que estaba sentada detrás de ellos. Los dos varones buscaban averiguar si su hermano mayor sabía algo más acerca de ese intrigante asunto.
—¡No te imaginás el papelón que acaba de hacer mamá! ¡Le estampó una cachetada épica a una tipa! ¡Todo el mundo se la quedó mirando! —declaró el menor de los tres chicos.
—El viejo se ha estado comportando muy raro hoy. Parecía un zombi hasta que reaccionó para llevarse a mamá. La tipa esa se puso a llorar. Aunque se nota que ya no es una piba, la rubia esa está refuerte todavía. ¿Vos tenés idea de quién pueda ser? —inquirió el hermano de en medio.
Con una descripción tan vaga, sería muy difícil sacar conclusiones certeras con respecto a la identidad de una persona. Sin embargo, un vívido recuerdo acudió a la mente de Mauricio en cuanto escuchó aquella referencia al color del cabello de la dama. La imagen de su padre besando con pasión a una atractiva mujer que no era su madre reapareció en unos cuantos segundos.
Pocas caras se le habían quedado mejor grabadas en la memoria que la de esa rubia en particular. Durante aquel distante día de su infancia, una gran parte de su alma se había marchitado. Nunca más volvió a ser el niño alegre e inocente que ponía a su padre en un pedestal. La cruda realidad lo golpeó de lleno en la cara poco después. Las numerosas amenazas de Matías para que guardara silencio todavía hacían eco en mitad de sus pesadillas.
De acuerdo con lo que le comentaban sus hermanos, el comportamiento del hombre había sido totalmente anormal. "El viejo nunca se altera cuando está en público. ¿Será posible que se haya puesto así por ver a la rubia?" Como si todo eso no fuese suficiente motivo de angustia, el rostro del cantante que se había presentado junto a Maia acudió también a la cita de las memorias amargas. El joven Escalante no podía negar que aquel desconocido era la viva imagen de su padre. La posible conexión entre ese chico, su papá y la mujer a quien Rocío abofeteó le heló la sangre y le revolvió las entrañas.
—Ya no recuerdo si alguna vez les conté esto... El día que caché al viejo transándose a una tipa frente al hotel, esa tipa era rubia.
—Pero ya pasó un montón de tiempo desde eso, no creo que sea la misma. Además, hay un montón de rubias por todas partes. Y ya sabés que el viejo tiene su fama de canchero con las minas. Estoy seguro de que no tuvo problemas para encontrar a otra después de que lo cacharas. ¿Vos en serio pensás que pueda ser la misma tipa? —preguntó Alejandro, con tono irónico.
—Mamá nunca ha armado bardo de la nada. Mucho menos se le iba a ocurrir hacer un papelón en público solo porque sí. Y el viejo siempre sonríe, jamás pone mala cara cuando sabe que lo están mirando. Pero da la casualidad de que justo hoy andaba con cara de zombi. ¿A ustedes les parece que todo eso sea pura coincidencia? Además, está el imbécil ese que trajo la turra para que cantara junto a ella. ¿Lo vieron bien? ¡El muy maldito se ve igualito al viejo! Acá hay algo muy raro, ¿no lo creen?
—A ver si te estoy entendiendo... ¿Estás insinuando que la rubia esa no solo es la misma tipa que vos viste antes, sino que además tuvo un hijo con el viejo y que ese hijo es el tarado que cantó junto a Maia?
—¡Bingo, hermanito! ¡Es justo lo que yo pienso!
—¡Pero eso no tiene sentido! Si la tipa esa hubiera parido un bastardo del viejo, habría venido corriendo a armar un escándalo para sacarle plata hace años. Seguro hasta habría intentado que le diera el apellido. No me cabe en la cabeza que esos dos se hayan aparecido de la nada, precisamente hoy —afirmó Javier, entre molesto y sorprendido.
—¿¡Cómo no va a tener sentido!? ¿¡No se dan cuenta!? ¡Es cosa de Maia! ¡La estúpida siempre ha buscado cómo hundirnos! No le basta con todo lo que nos ha quitado, ¡la chirusita todavía quiere más! Seguro que se puso de acuerdo con la rubia para sacarle más plata al viejo a través del bastardo y, de paso, arruinarme la gala. ¡Cada día la odio más! Me voy a encargar de ponerla en su lugar, ya van a ver...
♪ ♫ ♩ ♬
En cuanto lograron quedar fuera del escrutinio de los atentos espectadores, Maia permitió que la euforia del momento la embargara. Al haber roto las cadenas del resentimiento, el espíritu de la chica ahora volvía a tener espacio para la alegría. Sus sentimientos empezaron a fluir con total libertad. Esa noche no sentía miedo al dejarse llevar por su corazón. Era la primera vez en varias semanas que se daba permiso para hacer unas cuantas locuras.
Sin previo aviso, la joven López tomó la mano masculina y tiró de esta para instar al chico a ir tras sus pasos apresurados. El muchacho no titubeó ni un segundo, sino que la siguió al instante, de muy buena gana. Poco tiempo después, la pareja llegó a un rincón solitario y poco iluminado del teatro. La violinista dejó el instrumento musical recostado contra la pared en una esquina visible.
Justo después, Maia se acercó a Darren para soltar el broche que sostenía su capa y la dejó caer al suelo. Una vez que la amplia tela dejó de ser un estorbo, la muchacha rodeó el torso del joven Pellegrini con ambos brazos y lo atrajo hacia sí para prodigarle un cálido abrazo. A pesar de la sorpresa inicial, el varón correspondió aquel gesto cariñoso enseguida.
—Jamás voy a olvidarme de esta noche, ¿querés saber por qué? —dijo ella, en voz baja, mientras levantaba su rostro para mirar el del muchacho.
—Por supuesto que quiero saberlo —contestó él, con una sonrisa tierna.
—El chico que tanto me gusta escribió una canción preciosa para mí y me la cantó enfrente de todo el mundo, ¿cómo podría olvidar algo tan especial?
La sonrisa que adornaba el semblante masculino creció, al tiempo que se le escapaba una especie de risa suspirada. En ese momento, la chica comenzó a acariciarle la espalda de arriba abajo con firmeza. Sin proponérselo, las mejillas del varón adquirieron al menos dos puntos extra de color. Sus pupilas se dilataron, al tiempo que su respiración comenzaba a sufrir alteraciones audibles.
—¿Ya te estás poniendo nervioso? ¿Por qué? —preguntó ella, tras lo cual se mordió el labio inferior en una mueca pícara.
La jovencita se quedó mirándolo fijamente a los ojos mientras trazaba caminos a lo largo de su columna. Sus inquietos dedos no se detuvieron hasta provocar que los latidos de ambos aceleraran el ritmo. Entonces, las manos femeninas comenzaron a viajar con lentitud hacia la parte alta de la espalda del muchacho, para luego trasladarse a los hombros.
Una vez que sus manos alcanzaron la nuca del varón, la chica las entrelazó sobre esta. Con un movimiento enérgico pero nada brusco, Maia tiró de él para invitarlo a inclinarse un poco, al tiempo que ella se ponía de puntillas. Darren colocó las manos sobre el talle de la violinista y se encargó de acabar con la distancia que separaba sus rostros.
Los labios de ambos no tuvieron dificultad alguna para hallarse, pues desde hacía mucho tiempo que se buscaban. Al principio, la boca del muchacho hacía movimientos pausados, cuidadosos, pues no quería forzar ni apresurar las cosas con Maia. Sin embargo, fue la jovencita quien tomó la iniciativa una vez más y se encargó de hacerle saber al chico cuánto deseaba aquel beso.
La lengua de ella comenzó a buscar la del varón con desesperación, ante lo que él respondió de inmediato. Los movimientos entre ellos dejaron de ser tiernos y se convirtieron en una apasionada danza casi salvaje. Se vieron obligados a separarse por un instante para respirar, pero aquel alejamiento fue efímero. La boca masculina enseguida se posó sobre el cuello de la muchacha para darle un festín de ardientes besos. A medida que los labios de él se paseaban por la sensible piel de la chica, sus jadeos se fueron haciendo más seguidos y sonoros. La intensidad de las caricias que ambos se prodigaban también iba en aumento.
Darren liberó a la chica por unos cuantos segundos para girarla y colocarse detrás de ella. Una vez allí, el recorrido de sus labios por todos los rincones del cuello de Maia continuó. Los ansiosos dedos del varón prosiguieron con la exploración de la anatomía femenina. Las diversas reacciones positivas que producían los roces y los besos en la muchacha estaban enloqueciéndolo.
Con algo de nerviosismo y un arrebato de pasión, las manos del joven Pellegrini ascendieron por el talle de la chica hasta llegar a su escote. Al ver que aquel movimiento suyo no la disgustó, sus dedos comenzaron a ejercer presión sobre esa sensible zona. La respiración de ella se entrecortó, tras lo cual arqueó la espalda y dejó escapar un agudo gemido que terminó por destrozar la escasa cordura del chico. Él estaba a punto de apartar la tela de la parte superior del vestido cuando ella lo detuvo.
—Por favor, espera —dijo la chica, con la voz algo ronca y el corazón latiendo a ritmo frenético—. Recuerda que debemos regresar...
Tras hacer un esfuerzo sobrehumano para controlar sus impulsos naturales y detenerse, Darren respiró profundo y abrazó el talle de Maia por un instante, para luego liberarla de su agarre. Si no hubiese sido por esa breve intervención verbal, el muchacho no habría podido retomar el control de sí mismo. La jovencita sentía que le temblaban las piernas, pero logró mantenerse en pie.
Después de inhalar una larga bocanada de aire, la chica se volteó con lentitud. Mientras miraba al varón a los ojos, tomó sus manos entre las suyas. Ambos permanecieron en silencio durante unos segundos para terminar de recuperar el aliento y la sensatez. Luego de ello, la violinista decidió ser la primera en hablar.
—Cuando empezamos a hablarnos, tenía mucho miedo de permitir que te me acercaras. No paraba de pensar en que todo podía salir muy mal y que yo terminaría más rota de lo que ya estoy —La jovencita esbozó una sonrisa triste—. A pesar de que intenté alejarte de mil formas, no te diste por vencido. Sufriste un montón por mi culpa, pero seguís acá. Todavía me cuesta creer que no me mandaras a volar.
—Desconozco tu pasado, pero tus razones habrás tenido para desconfiar. Eso lo entiendo, lo respeto y nunca voy a pedir explicaciones que no quieras dar. También entiendo que no me quisieras cerca después de saber que te oculté cosas tan importantes —El varón desvió la mirada y tragó saliva con dificultad—. Debí contártelo todo en cuanto lo supe. Me porté como un gran egoísta.
Maia dio un par de pasos al frente y colocó las manos sobre las mejillas del chico para que él la mirase de nuevo. Cuando recuperó la atención de Darren, volvió a entrecruzar sus dedos con los de él.
—Dejá de castigarte por lo que ya fue, sé que lo hiciste sin malas intenciones.
—¡Tenías derecho a saber la verdad! ¡Nunca debí mentirte! Es casi como un sueño pensar que pudiste perdonarme algo tan grave...
—Tenías mucho miedo, ¿no es verdad? A pesar de todo, ahora entiendo por qué no quisiste hablar antes. Sea como sea, siempre procuraste hacerme un bien. Pensaste que así me estabas protegiendo de pasar por más sufrimiento.
—No quería que me odiaras, no quería alejarte...
—No sé cuál habría sido mi reacción si me lo hubieras contado todo desde el principio. Pero, sabiendo cómo soy, creo que no habría querido verte nunca más. Me habría perdido de conocer a una persona maravillosa. Mi mamá te adoraría... —Parpadeó varias veces para ahuyentar el llanto que comenzaba a aparecer, pero fue en vano—. La extraño tanto que duele... Nunca voy a dejar de echarla de menos...
El rostro de la violinista se cubrió de lágrimas en un instante. Maia cerró los ojos e intentó ahogar los lamentos sin éxito alguno. Mientras sollozaba, los brazos del muchacho la rodearon como si de una niña pequeña e indefensa se tratase.
—Daría mi vida a cambio de la de ella si pudiera hacerlo... Quisiera retroceder en el tiempo y deshacer ese maldito día... ¡Lo siento muchísimo!
Las palabras se ahogaron por completo en el llanto compartido de aquellas almas lastimadas. Sin embargo, ya no había rencor ni recriminaciones dentro del corazón de Maia. El poder sanador del perdón ya estaba haciendo efecto en ella. Tras unos momentos de mutismo para liberar tensión, la joven López reunió fuerzas para continuar con sus importantes declaraciones.
—Mamá perdonaba muy rápido, ¿sabés? Yo creo que era demasiado buena para este mundo. Estoy segura de que, desde donde sea que se encuentre ahora, ya te perdonó. Y yo también lo hice, en serio te lo digo.
—Siento que no merezco nada de esto.
—Dejá el pasado en el lugar que le corresponde, atrás. No dejés que la culpa nos arruine el presente. Por favor, caminá conmigo hacia delante, hacia el futuro. ¿Querés hacer el intento? Podemos lograr que funcione.
—Por supuesto que sí quiero intentarlo... ¡Quiero todo contigo!
Maia abrazó, por enésima vez, al joven Pellegrini. Su sincera sonrisa destilaba felicidad, de esa que solo puede nacer de las ganas de luchar para salir adelante, entregando el alma por quienes más importan.
—Hay algo que quisiera recordarte justo ahora. Te lo dije hace un tiempo, pero hoy estoy más convencida que nunca de que es cierto —Lo miró con fijeza, sin parpadear—. ¡Gracias por existir!
Tomados de la mano, los jóvenes comenzaron a caminar hacia el camerino. Quedaban pocos minutos para recibir los ansiados resultados del certamen.
♪ ♫ ♩ ♬
Jaime llevaba un buen rato a la espera de que Matilde saliera de los baños. Caminaba de un lado a otro, impaciente. Aunque no tuviera prisa alguna por marcharse del teatro, le preocupaba mucho el delicado estado emocional de la dama. "¿Le habrá pasado algo?" El chico no iba a estar tranquilo hasta que no se cerciorase de los asuntos. Al ver que una mujer mayor iba saliendo de la estancia, aprovechó para pedirle ayuda.
—Disculpe, ¿sería tan amable de decirme si mi amiga está bien? Hace mucho que entró al baño. Estaba algo mareada —dijo el chico, con el ceño fruncido.
—No me pareció que hubiera gente dentro, todo está muy callado. Pero voy a fijarme y te aviso —contestó ella, al tiempo que ingresaba de nuevo al recinto.
El joven Silva escuchó la voz de la señora y los golpes fuertes que daba en la puerta de uno de los baños. El volumen de sus llamados iba en aumento, pero nadie respondía a ellos. "¿Qué estará pasando ahí dentro?" Apenas un minuto después, la anciana regresó a la entrada del lugar, con una expresión de angustia deformándole el rostro.
—¡Tu amiga no contesta! ¡Creo que ni siquiera se mueve!
—¡Dios mío! ¡No puede ser!
El muchacho corrió hacia dentro de inmediato. Trepó por la pared del cubículo vecino para luego dejarse caer dentro del que estaba cerrado. Quedó de pie a un lado de Matilde. La mujer yacía sentada sobre la silla de ruedas, pero tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Un frasco vacío de pastillas para dormir estaba tirado en el suelo.
—¡Ay, Matilde! ¿¡Por qué, por qué, por qué!? —exclamó él, al tiempo que marcaba, con dedos temblorosos, el número de emergencias.
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