Una noche de gala (Parte IV)
"¿Qué pensará mamá cuando me vea sobre el escenario? ¿Y el tal Álvaro? Seguro se muere por cagarme a piñas... A mi viejo todavía no le dije nada sobre esta locura, ¿qué irá a pensar? Toda su familia va a estar ahí, ¡ay, Dios mío! ¡Los Escalante me van a quemar vivo! ¿Y si, además, lo arruino todo por los nervios? ¿Debería aceptar?" Decenas de preguntas habían pasado por la cabeza de Darren antes de contestar la petición de Maia.
A pesar de lo mucho que deseaba estar junto a ella, temía echar a perder el gran sueño por el que la muchacha tanto había luchado desde niña. Sin embargo, el arrepentimiento y la sentida súplica que le transmitieron los ojos femeninos terminaron por deshacer el glaciar de temores que le enfriaba el alma.
—¡Gracias, gracias, gracias, muchísimas gracias! ¡No tenés idea de cuánto vale esto para mí! —exclamó la chica al escuchar su respuesta afirmativa, mientras saltaba para colgársele del cuello.
La humedad del beso que la jovencita le estampó en la mejilla izquierda fue tan refrescante como la lluvia después de un pesado día bajo el ardiente sol de verano. Darren la rodeó con los brazos y la levantó del suelo, para luego girarla en el aire cual si fuese una chiquilla. Maia dejó escapar unas sonoras risas cargadas de vitalidad. La musicalidad en las carcajadas de la violinista terminó por convencerlo de que, sin importar lo que pudiera suceder más tarde, había tomado la decisión correcta.
—Vos tampoco tenés idea de cuánto vale para mí verte sonreír otra vez y saber que no me odiás. Aparte de eso, ¡voy a poder cantarte! ¡Soy feliz! —afirmó él, mientras colocaba a la muchacha sobre el suelo.
La mirada de Maia parecía llevar fragmentos de la nebulosa Helix consigo. Sus azulados iris destellaban como luciérnagas cósmicas ante el arrollador torbellino de emociones que se agitaba su interior. Había mil cosas que deseaba decir en ese instante, pero debía hacer un colosal esfuerzo por guardárselas para más tarde. Ambos necesitaban enfocarse en la presentación que tenían por delante.
—¡Chicos, en serio, abran la puerta! Ustedes saben que esto no lo hago por hinchapelotas. Por favor, ¡es urgente! —exclamó Raquel, en tono apremiante.
La violinista le dedicó una breve sonrisa cómplice al varón y, acto seguido, se giró para permitir el ingreso de la joven Silva a la habitación. En cuanto esta entró, no tardó en sujetar la muñeca de su amiga para encaminarla hacia la zona del vestidor. La hermana de Jaime exhibía un extraño rubor en las mejillas y parecía agitada, como si acabara de recorrer una larga distancia a toda prisa. Estaba intentando lucir calmada, pero la respiración irregular la delataba. Aunque tenía las manos un poco temblorosas, levantó el índice derecho para señalar a Darren.
—Mientras le ayudo a Maia a ponerse el vestido, andá detrás de la mampara y ponete el traje que está sobre la mesa. Apenas termine de maquillarla a ella, me apuro con vos, para que así puedan ponerse a practicar la coreografía cuanto antes —declaró la chica, con escasas pausas entre frases.
—¡Dale, ya mismo me cambio! —dijo él, al tiempo que tomaba la indumentaria para luego ocultarse tras el bastidor de madera.
Maia estaba preocupada por lo que había sucedido mientras ella hablaba con Darren, así que se acercó a la chica para hablar en privado acerca del asunto.
—¿Vos te sentís bien, Raquel? Te noto muy rara desde que entraste. ¿Pasó algo malo con Álvaro? ¿Te gritó o algo así? —preguntó Maia, en voz baja.
—Dejá de preocuparte por esas pavadas, ese temita ya está resuelto. Pensá en tu presentación nada más, ¿puede ser? ¡Necesitás toda la concentración del universo hoy!
De manera casi inconsciente, la jovencita se llevó la mano izquierda al cuello. Sus dedos masajearon la delicada zona ubicada entre este y el hombro. Fue entonces cuando la joven López se percató de que Raquel tenía una leve marca rojiza allí. Tuvo que suprimir las ganas de curiosear, pero en realidad no hacía falta seguir preguntando. Aquel rastro visible de lo que había pasado hacía apenas unos minutos explicaba muchas cosas. El extraño comportamiento de la muchacha parecía apuntar hacia una dirección insospechada hasta ese día.
—De acuerdo, tenés razón. No haré más preguntas por ahora. Pero al menos quiero saber cómo se tomó Álvaro las cosas después de que se lo explicaste todo. Pobre chico... Prometeme que me lo vas a contar luego, ¿sí?
Raquel asintió con un rápido movimiento de cabeza. Evitó mirar a su interlocutora a los ojos para no tentarse a hablarle de más. Su amiga no debía estar pensando en asuntos ajenos que solo la distraerían de forma innecesaria. Sin embargo, una insistente sonrisilla se le dibujaba en los labios sin que pudiera hacer nada para disimularla. Mientras ordenaba los lazos de la parte trasera del vestido blanco de Maia, cascadas de recuerdos teñían las mejillas de la chica otra vez.
La decisión que la violinista había tomado tenía toda la pinta de ser una estupidez. Al principio, parecía no tener sentido ni beneficio alguno para nadie. No obstante, para sorpresa de la joven Silva, aquel amargo altercado entre los artistas le había traído un regalo inesperado a ella. Ahora tenía un nuevo motivo para sentirse agradecida con aquella talentosa muchacha a quien tanto apreciaba.
♪ ♫ ♩ ♬
Un rato después, Raquel se encontraba concentrada en el delineado de los ojos de la violinista. Le estaba poniendo el mismo tipo de maquillaje que se le había estropeado antes por las lágrimas. La chica tenía una habilidad asombrosa para aplicar cosméticos de forma rápida y prolija, así que tardó muy poco tiempo en conseguir el resultado que esperaba.
Luego de eso, sujetó una parte del cabello de la artista en una media coleta baja. Para finalizar, le colocó varias florecillas silvestres del mismo tono de la prenda entrelazadas con varios mechones. Un gesto de satisfacción apareció en su semblante cuando dio el último retoque e invitó a Maia a ponerse de pie.
—¡Ay, te ves divina! Creo que vas a dejar a más de uno sin aliento —afirmó ella, mientras daba pequeños aplausos con gran emoción.
La joven López se había transformado en una elegante dama del siglo XIX. La amplitud de la falda llena de encajes contrastaba con su delgada cintura, la cual iba entallada por cintas entrelazadas de lo que parecía un corsé. Sus hombros descubiertos realzaban lo estilizado del cuello y la blancura de su piel. Un pequeño dije azul en forma de rosa colgaba del collar de plata que traía puesto.
El escote frontal redondeado tenía varios cortes a lo largo en forma de pétalos, al igual que la parte inferior de las mangas cortas abullonadas. La negrura de su larga melena lacia caía como una suave cortina sobre la espalda hasta acariciarle el talle. El intenso azul de sus iris resaltaba como nunca ante la palidez de la tela. Las pestañas postizas combinaban a la perfección con lo oscuro del delineado que rodeaba a sus grandes ojos.
—Yo diría que ya encontraste a tu primer admirador, ¿no te parece? —declaró la maquillista, mientras se apartaba para que el varón tuviese mejor visibilidad.
Raquel sonrió complacida al percatarse de la transparencia y la efusividad con la que el chico expresaba su alegría. Desde el día en que Lía se marchó, a él no se lo había vuelto a ver tan radiante como lo estaba al lado de Maia. Si demostraba tal entusiasmo con el simple hecho de mirarla, la presentación conjunta sería un acontecimiento mágico.
La mirada embelesada de Darren comenzó a recorrer a la violinista de pies a cabeza, una y otra vez. Una expresión de absoluto regocijo se estampó en su rostro mientras la observaba con fijeza. Parecía estar en presencia de una criatura angelical que acababa de adoptar forma humana frente a sus ojos. El muchacho ni siquiera se había percatado de que tenía la boca abierta, pero tampoco le hubiera interesado ocultar aquel gesto de haberlo sabido. Se había propuesto dejar muy en claro todo cuanto sentía por la artista.
Por su parte, el varón llevaba puesta una camisa blanca con un chaleco de color vino tinto encima de esta. Dichas prendas iban por debajo de una chaqueta negra, la cual hacía juego con los pantalones. Sobre ese atuendo, el chico se había colocado una larga capa del mismo tono del traje. La esbeltez en la figura del joven Pellegrini hacía que la vestimenta luciera aún más refinada de lo que en realidad era. Al estilo de caballero francés de antaño que le confería el elegante ropaje lo coronaban unas botas oscuras de caña alta.
El asombro que él sintió al ver a Maia parecía ser correspondido por ella. La leve curvatura ascendente en la boca femenina expresaba solo una parte de la gratitud que la embargaba en ese momento. Pequeñas estrellas danzarinas habían aparecido en sus orbes azulados mientras contemplaba a Darren. Si ellos no lograban obtener el primer puesto en la gala de esa noche, la pérdida no podría atribuírsele a la falta de química entre los participantes. La fascinación mutua brotaba por cada uno de sus poros y no existía una manera de apagarla.
Un silbido breve pero potente, acompañado por un rápido chasquido de dedos, sacó a la pareja de la hipnosis.
—Perdón por ser una aguafiestas, pero... ¿recuerdan que falta solo una hora y media para que comience la gala? —manifestó Raquel, con gesto inquieto.
—¿¡En serio!? ¡Tenemos que apurarnos! —La joven López dio media vuelta para ir en busca del estuche de su instrumento musical—. Voy a afinar el violín mientras vos movés un poco los muebles para hacernos espacio, ¿está bien?
—¡Obvio, nena! —La hermana del fotógrafo empezó a halar el mobiliario y a colocarlo contra la pared—. Darren, me parece que deberías ir calentando la voz de una vez, ¿cierto?
El chico asintió con la cabeza y de inmediato se acomodó para dar inicio a los ejercicios correspondientes. Con los nervios que sentía, no le iba resultar sencillo poner a punto sus cuerdas vocales, pero se esforzaría al máximo. Si de algo estaba convencido era de que daría todo de sí en el escenario. Maia lo merecía.
♪ ♫ ♩ ♬
Jaime había llevado a doña Matilde a tomar un café antes de entrar al teatro. Aunque el chico desconocía lo que había sucedido antes de su llegada al hogar de la señora, el semblante decaído de ella no le pasaba desapercibido. Para la buena suerte de ambos, él tenía bastante habilidad para iniciar y sostener conversaciones animadas. Sin importar el tema que tratase, el fotógrafo se las ingeniaba para ahuyentar los silencios incómodos y sacar sonrisas.
Cuando restaban unos cuarenta y cinco minutos para que el espectáculo diera comienzo, Jaime sugirió que ingresaran al auditorio. Con una persona en silla de ruedas, el desplazamiento sería un poco más lento, así que era mejor tomar precauciones. Ambos estaban conscientes de que no se permitía la entrada tardía a esa clase de espectáculos. Era preferible llegar con mucha antelación que llegar al filo de hora y luego verse en la pena de quedarse afuera.
—Nos asignaron sillas numeradas en la segunda fila frente al escenario. Vamos a tener una vista excelente desde allí —afirmó él, muy sonriente.
—¿Sabes en dónde está Darren? Antes de salir, solo me dijo que su chica lo estaba esperando por acá y que lo de hoy es muy importante para ella. ¿Se van a sentar junto a nosotros o no? —preguntó la dama, con sincero interés.
Durante unos segundos, el gesto de alegría se le borró y el muchacho se quedó en blanco. "¡Ni siquiera le dijo que va a cantar hoy! ¡Yo lo mato a este pelotudo!" Le dieron escalofríos de solo pensar en todo lo que podría pasar esa noche. Sin embargo, la sonrisa traviesa regresó a sus labios tan rápido que la señora no se dio cuenta de que sus consultas lo habían alterado.
—Darren y Maia prepararon una linda sorpresa para esta noche. No puedo darle pistas de nada porque les prometí a ellos que no lo diría. Va a tener que esperar para saber lo que es —repuso el joven, mientras le dedicaba un simpático guiño a su interlocutora.
Matilde abrió los ojos de par en par, pero no dijo nada más al respecto. Todavía recordaba con claridad el día en que había visto aquella hoja en manos de su hijo que traía estampado el nombre de la chica mencionada, Maia López. ¿Sería posible que la persona a quien posiblemente conocería esa noche fuera la misma muchacha que vivía con los Escalante? La señora aún no había logrado corroborar ese asunto. Se le heló la sangre al pensar en las implicaciones de ello si resultaba estar en lo cierto. "Si Darren está con ella, ¿ya se habrá enterado Rocío? Y si todavía no lo sabe, ¿qué hará cuando lo descubra?"
—Ya veo. Bueno, espero que de verdad sea algo lindo, entonces —declaró ella, al tiempo que se obligaba a corresponder la sonrisa de Jaime.
Los minutos avanzaban y la hora señalada para el inicio del espectáculo estaba cada vez más cerca. Casi todos los asientos estaban ocupados, excepto por los cuatro que se ubicaban en la primera fila. Los espacios vacantes se hallaban justo en frente de los dos lugares asignados para los invitados de Maia.
—Es raro que los dueños de los asientos de honor no hayan llegado todavía, ¿no lo crees? —señaló la madre del joven Pellegrini.
—Sí, es muy raro. Pero, si no llegan, las posibilidades de que nos estorbe alguien se eliminan. La vista al escenario sería toda nuestra —aseveró el fotógrafo.
Cuando apenas restaban cinco minutos para comenzar, dos muchachos se acomodaron en las butacas. Todos los músculos de la mujer se tensaron de manera instantánea al reconocerlos. Las caras de los hijos de Matías se le habían quedado bien grabadas en la memoria. De manera involuntaria, se aferró del brazo derecho de Jaime con gran fuerza.
—¿Qué pasa? ¿Necesita algo?
—No, descuida. Estoy bien. Son tonterías mías nada más.
Apenas unos segundos después, Rocío llegó a toda prisa y tomó asiento en medio de los jóvenes. La congoja ante la llegada tardía había bloqueado los sentidos de la señora Escalante, por lo que no les prestó atención a las personas que estaban sentadas detrás de ella. El corazón de Matilde dio un vuelco al mirar a la madre de los varones. "¡Esto no puede estar pasando, no puede ser cierto!"
Cuando el ocupante del último asiento vacío por fin se presentó, el semblante de la dama se convirtió en una rígida máscara cenicienta. Sentía que le faltaba el aire. De no haber sido por el yeso que llevaba en su pierna, no habría dudado en salir huyendo de ahí a toda velocidad, sin mirar atrás. Para desgracia de ambos, el varón desvió su vista directamente hacia ella.
Matías abrió los ojos al máximo de su capacidad. En un santiamén, el ritmo cardíaco se le disparó hasta hacerlo sentir un potente martilleo casi doloroso en el pecho. Estuvo a punto de atragantarse con su propia saliva. "¿Qué hacés acá? ¿Te volviste loca?" Matilde comprendió el idioma en aquella mirada de inmediato, lo cual la hizo sentirse aún más angustiada de lo que ya estaba.
¿Qué debía hacer ahora? ¿Debía pedirle a Jaime que la sacara de allí, o sería mejor quedarse? Se odiaba por no haber sido capaz de aguantar una noche más de soledad en casa. Sin embargo, quizá había llegado el tiempo de encarar los problemas que tanto la habían estado mortificando por años de una vez por todas. "Ya no quiero seguir escondiéndome". Eso fue lo que ella respondió mentalmente cuando miró a Matías. Una noche muy larga acababa de empezar...
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