Una evocación no deseada
Treinta minutos después de que cantó en el karaoke, Maia sintió una vibración insistente del celular sobre su regazo. La muchacha frunció el ceño y lo sacó del bolso con rapidez. "¿A quién carajos se le ocurriría llamarme a estas horas?" Sin embargo, las sacudidas del aparato no eran producto de una llamada entrante o de un mensaje de texto. Se trataba de una simple alarma programada por ella misma para recordar que debía irse a la cama temprano. Las obligaciones programadas a lo largo del día siguiente serían pesadas, así que necesitaba dormir suficiente para poder hacerles frente de la manera adecuada.
Tendría el último espacio de práctica supervisada con su profesor de confianza durante la mañana y diversas clases teóricas por la tarde. No podía darse el lujo de perder la oportunidad para darle los retoques finales al trabajo musical que presentaría en apenas dos días. Anhelaba brindar una interpretación digna de recibir los aplausos de sus padres que la cuidaban desde el cielo. Solo se había tomado un breve respiro de los ensayos para evitar el agotamiento, pero eso no significaba que se descuidaría cuando más se necesitaba que estuviese concentrada. Aunque le doliera hacerlo, había llegado el momento de retirarse.
—Chicos, ¡muchas gracias por haberme invitado! Hoy me la he pasado de maravilla con ustedes dos, pero ya me tengo que ir despidiendo. Mañana va a ser un día muy largo para mí y quiero descansar bien —anunció ella, al tiempo que se ponía de pie y se acomodaba el bolso para marcharse.
—¿Tan temprano te vas? ¡Dale, quedate un ratito más! Puedo llevarte a tu casa después, así te ahorrás la plata del taxi. Además, Darren me dijo que él también iba a cantarnos hoy, ¿no es cierto? —declaró Jaime, entre risitas.
El fotógrafo desvió la mirada hacia el rostro de su compañero y le dio un ligero codazo en el costado, invitándolo así a que le siguiera la corriente.
—¿¡Cantar yo!? ¿Y en público? ¡Dejate de joder! —contestó el joven Pellegrini, mientras negaba con la cabeza.
—¡Me encantaría escucharte otra vez! ¿En serio no te animás? —preguntó la chica, con mil destellos de entusiasmo estampados en su semblante.
—¿Escuchaste eso? ¡Hasta tenés una fan acá! ¿Cómo la vas a decepcionar así, loco? ¡Andá!
—¡Sí, por favor! Ya está a punto de terminar esta canción y vos podrías ser el siguiente en subir al escenario.
El chico le dedicó una sonrisa triste a la violinista y luego inclinó la cabeza. Se quedó en silencio, observando de reojo el par de muletas que yacían bajo su asiento. Jaime comprendió la situación casi de inmediato, así que no tardó en levantarse para remediar el problema que había causado con sus ocurrencias. En cuanto la señora que estaba sobre la tarima se retiró, el varón le hizo un ademán manual al vocalista de la banda para que este se aproximara.
—Mi amigo quiere cantar, pero no puede estar de pie por mucho tiempo sin usar sus muletas. Tuvo un accidente y aún se está recuperando. ¿Tenés por ahí una silla para él?
—¡Claro, ya mismo se la traemos! Que vaya subiendo mientras tanto.
Acto seguido, el joven Silva caminó de vuelta a la mesa y se acercó a Darren para contarle, en voz baja, lo que acababa de hacer. El muchacho no pudo disimular la mueca de disgusto combinada con vergüenza que se le formó en el rostro. Sus ojos lanzaban dardos venenosos hacia Jaime. "¿Cómo se te ocurre hacerme esto, tarado? ¡Voy a hacer un tremendo papelón!", pensaba él.
No obstante, el mar de ilusión que titilaba en la azulina mirada de Maia le desbarató por completo el enojo. Ella era un pedacito de sol en forma de mujer y se merecía escuchar las canciones más hermosas del mundo. "¡A la mierda con todo! ¡Esto lo tengo que hacer sí o sí!" Se levantó con cuidado y le pidió a Jaime que lo ayudara a subir los escalones de la pequeña tarima. Una vez que logró acomodarse en la silla de madera sobre el escenario, el cantante le entregó un micrófono.
—¿Cuál canción querés vos, flaco?
—Tengo ganas de cantar You're My Best Friend.
—¡Excelente elección! ¡Vamos, gente, quiero escuchar esas palmas!
Unos pocos segundos después de que los primeros acordes se escucharan, las sonoras palmadas del público ya estaban siguiendo el ritmo. Y cuando la voz de Darren comenzó a esparcirse por el local, los gritos emocionados de la multitud no se hicieron esperar. Al recibir tan calurosa bienvenida, el muchacho consiguió el empujón que le hacía falta para despojarse de los complejos. Su interpretación iba adquiriendo una mayor carga emocional a medida que avanzaba.
—Ooh, you make me live whenever this world is cruel to me. I got you to help me forgive. Ooh, you make me live now, honey. Ooh, you make me live... 1
De manera involuntaria, los ojos del varón se enfocaron directamente en el rostro de Maia cuando de sus labios brotaban las últimas cuatro palabras de aquel verso. Un leve rubor cubrió las mejillas de la joven en ese instante, pero no por ello apartó la mirada. El tamaño de la sonrisa sincera que ella exhibía resultaba insuficiente para abarcar las dimensiones del regocijo en su interior. Aquella noche, su alma se había cubierto de girasoles y danzaba entre embriagantes perfumes frutales. Era la primera vez en mucho tiempo que se daba permiso para liberar una parte de sí misma que había creído marchita.
La combinación de la trasparencia en los gestos de la chica y el significado de la frase que Darren estaba entonando terminaron por quebrarle levemente la voz. A pesar del ritmo tan alegre de la canción, el espíritu del muchacho se estremeció y las lágrimas pugnaban por abandonar la cárcel de sus ojos. ¿Cómo se había atrevido a mirarla mientras le decía "tú me haces vivir"? Era precisamente él quien le había arrancado a Maia un gigantesco trozo de vida cuando su imprudencia extinguió los latidos en el corazón de doña Julia. ¿Cuánto tiempo más le ocultaría aquella espantosa verdad a la violinista?
El chico tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no quebrarse delante de tanta gente y continuar cantando. Luchó para sostener una gran sonrisa aunque por dentro estuviese hecho añicos. En cuanto terminó su turno, el público estalló en aplausos y cumplidos para el joven Pellegrini. Él se limitó inclinar un poco la cabeza a manera de agradecimiento, pues ya casi no le quedaban fuerzas para lidiar con el enorme nudo en su garganta. En cuanto Jaime se acercó para asistirlo en el regreso a la mesa, Darren le susurró un breve mensaje al oído.
—Por favor, encargate de distraer a Maia mientras yo regreso. Y pasame las muletas, voy al baño —declaró él, con el semblante desencajado.
—¿Qué tenés? A vos algo malo te pasa, a mí no me lo podés ocultar, te conozco bien —respondió el fotógrafo, en voz baja, al tiempo que le facilitaba los bastones a su amigo.
Una vez que Darren se encaminó hacia el lugar mencionado, Jaime se giró para regresar a la mesa junto a la muchacha. La bonita sonrisa que mostraba antes había sido reemplazada por un entrecejo fruncido a causa de la creciente preocupación. En sus ojos se reflejaba el cúmulo de angustia que la embargaba.
—¿Qué le pasó a Darren? ¿Se siente mal? ¿Le sentó mal la comida o algo así?
—Creo que sí, pero no es nada muy serio. En un rato regresará como nuevo.
—¿Estás seguro? Me pareció que se había puesto pálido... ¡Podría ser una intoxicación!
—¡Quedate tranquila! Deben ser simples náuseas. La sensación suele pasársele rápido. Iría a hacerle compañía, pero prefiere tener privacidad en ocasiones como estas. Él es medio raro.
—¡Ay! No me quiero ir sin haberme despedido de él. Ya lo viste, el otro día tuve que hacerlo y me supo mal. No deseo repetirlo. ¿Irá a tardarse mucho?
—No tengo idea, pero puedo pasar a husmear dentro de unos minutos. ¿No querés tomarte algo mientras esperamos?
—Prefiero quedarme así. Nada entra en mi estómago cuando estoy bajo estrés.
Jaime dio lo mejor de sí para reencauzar la conversación hacia un tema menos incómodo. Rezaba mentalmente para que su camarada ya hubiera encontrado una manera de calmarse. Intuía lo que le había sucedido, pero no pretendía presionarlo para que se lo contara, mucho menos si eso le provocaba más dolor. Lo entristecía presenciar escenas grises en una ocasión que debía haberse convertido en un rotundo éxito para su amigo.
Mientras tanto, Darren se había refugiado en uno de los cuartos de baño para luego deshacerse en un río de lamentos de baja frecuencia, los cuales eran amortiguados por la chaqueta que traía puesta. Se encontraba sufriendo en soledad justo después de haber tenido varias horas de inmensa dicha. Aquella chica dulce y agradable solamente le había obsequiado sonrisas, entonces, ¿por qué estaba llorando? ¿Por qué tenía que venir la culpa para atormentarlo, precisamente cuando su estado anímico llegaba a la cúspide? ¿Acaso su mente no lograba aprender cuándo debía darle una tregua al alma? No se sentía capaz de volver a mirar los ojos de la violinista sin derrumbarse.
Varios minutos transcurrieron sin señal alguna del joven Pellegrini. A la chica ya había dejado de importarle el hecho de que dormiría menos esa noche. Ahora solo podía pensar en el muchacho y en lo que le estaba pasando. Resultaba obvio que lo suyo no se trataba de un malestar pasajero. Después de soltar un largo suspiro de ansiedad, la joven se puso de pie y comenzó a caminar hacia la zona de los baños para hombres.
—¡Pará un poco, por favor! No estarás pensando en ir a meterte ahí, ¿o sí?
—¿Qué esperás que haga? ¿Querés que me quede sentadota y nada más? Ya lleva mucho rato en el baño. ¿Y si necesita de nuestra ayuda o quizás alguna medicina? ¡No sabés lo que tiene! Incluso podría estar desmayado en el piso y nosotros acá como si nada.
—Bueno, en eso te doy la razón. Pero al menos dejame a mí la parte de entrar a los baños, ¿te parece bien?
—Dale, pero te voy a estar esperando justo en la entrada.
Los dos jóvenes recorrieron los pocos metros que los separaban de los sanitarios en unos cuantos segundos. Una vez que estuvieron frente a la puerta, Jaime ingresó y la cerró tras de sí. No le resultó nada difícil averiguar en cuál cubículo se encontraba Darren, pues era el único que estaba ocupado en ese momento.
—¿Cómo andás, loco? Abrime por lo menos.
El muchacho quitó el seguro de la puerta para que el fotógrafo entrara. Este último arrugó la frente al contemplar la deplorable apariencia del chico lloroso.
—No estoy en condiciones de salir. Seguro tengo cara de drogado, con los ojos muy rojos. ¡Maia no me puede ver así! ¡Seguí distrayéndola, por favor!
—¿Y qué me sugerís que le diga? Está hecha una pelotita de angustia y espera una respuesta justo detrás de esa puerta, ¿lo sabías?
—¡No puede ser! ¡Me quiero matar!
Ambos se enfrascaron en una extraña discusión a base de cuchicheos y ademanes que se extendió por un lapso considerable. Sin embargo, el silencio reinó en la estancia apenas escucharon una seguidilla de golpecitos en el metal de la estructura que los separaba de la chica.
—¡Chicos! Voy a entrar ahora... Me disculpo de antemano si hay alguien más aparte de ustedes dos ahí dentro.
Ninguno de los varones tuvo tiempo suficiente para reaccionar e inventarse algún tipo de excusa que detuviera a Maia. Ni siquiera pudieron cerrar la puerta que aislaba el retrete sobre el cual se había sentado el muchacho. Ella se encontró de golpe frente a la imagen del rostro enrojecido con los párpados hinchados de Darren.
—¡Santo Dios! ¿¡Qué te pasó!? Decime si hay algo que pueda hacer para ayudarte, ¡por favor!
La lengua del joven olvidó cuáles eran los movimientos necesarios para articular unas cuantas palabras coherentes. Tuvo que cerrar los ojos para así disimular el centelleo rojizo del sufrimiento que estos irradiaban.
—El pobre tuvo un terrible dolor de estómago, pero ya se le está pasando. Esto ya le ha sucedido antes. Lo que más necesita justo ahora es descanso. Yo me encargo de llevarlo a casa, vos andá tranquila a la tuya —declaró Jaime, con la voz apagada.
—¿Cómo me voy a ir tranquila así? —dijo la chica, con la boca curvada hacia abajo.
—Yo sé lo que te digo. Hacés mejor si lo dejás así... Darren mismo te va a escribir luego para confirmarte que está bien, ¿cierto? —aseveró el fotógrafo, mientras miraba a su amigo.
Darren no emitió palabra alguna, sino que se limitó a dar una respuesta afirmativa con la cabeza. Debido a esto, Maia no tuvo más opción que aceptar lo que le proponía Jaime. Sin embargo, se produjo una acción inesperada de su parte antes de que se retirase del lugar.
La muchacha tomó una servilleta que traía en su bolso y la extendió sobre el espejo del baño. Después sacó un bolígrafo azul y escribió un breve mensaje en el papel. Acto seguido, lo dobló de nuevo y luego se aproximó al chico para colocárselo en el bolsillo delantero de la chaqueta.
—Por favor, leelo hasta que estés del todo bien... Y espero que de verdad te sintás mejor pronto —declaró ella, para luego apretar los labios con pesar.
Justo antes de darse la vuelta para marcharse, Maia sintió un extraño impulso en su interior. No quiso detenerse para analizar mucho el asunto, dado que terminaría por acobardarse si así lo hacía. Entonces, se inclinó hacia delante y abrazó con fuerza a Darren durante unos pocos segundos.
—¡Hasta pronto! —dijo ella, murmurándole al oído.
Después de ello, se despidió de Jaime con un ademán manual y abandonó la estancia. Aquella noche había cerrado con un trago amargo para el joven Pellegrini, pero el tibio abrazo de Maia le devolvió un poco de la alegría perdida. Además, una gran sorpresa contenida en la servilleta aún lo aguardaba...
1. You're My Best Friend de Queen
Traducción de la estrofa citada al español
"Oh, me haces vivir cada vez que este mundo es cruel conmigo. Te tengo para que me ayudes a perdonar. Oh, me haces vivir ahora, cariño. Oh, me haces vivir".
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