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Una despedida inevitable

—Porque es una buena compañera, porque es una buena compañera, porque es una buena compañera... y nadie lo puede negar. Y nadie lo puede negar, ¡y nadie lo puede negar! —cantaron todos los invitados al unísono, cargados de entusiasmo, cariño y sonrisas.

El festejo para Maia en el estudio del fotógrafo estaba siendo un acontecimiento muy agradable. Si bien eran pocos los asistentes, se trataba de las personas más cercanas a la homenajeada. A ella le resultaba más que suficiente con esos seis entrañables invitados: Darren, Matilde, Jaime, Raquel, Rebeca y Loida, la señora que cuidaba de Kari cuando la chica no podía hacerlo.

La única persona de importancia para la joven que no había podido estar ahí presente, por razones lógicas y obvias, era Rocío Peñaranda. Sin embargo, la artista se reuniría con ella al día siguiente, en horas de la mañana, para desayunar juntas y charlar durante un buen rato. Por ello, no había motivo alguno para echarla de menos en la fiesta. La chica estaba resuelta a disfrutar al máximo de aquellos amenos instantes.

—¡Voy a estar eternamente agradecida con vos! Aquella noche, me ayudaste a escapar del tipo abusador. Mi vida pudo haberse arruinado por completo pero, en vez de eso, encontré a una gran amiga —declaró la menor de los Silva, al tiempo que tomaba las manos de la violinista entre las suyas.

—Lo habría hecho por cualquier persona que lo necesitara, pero me alegra mucho el haberlo hecho por alguien tan buena como vos —dijo la violinista, dedicándole un guiño a su interlocutora.

—Además de eso, me ayudaste también a vencer muchos de mis temores y a hablar bien claro acerca de lo que siento.

—¿Yo? ¿De qué estás hablando? La verdad es que no te entiendo.

—Me ayudaste un montón con Álvaro.

—¿¡Qué decís!? ¡Ay, no me lo recuerdes! Ese pobre chico trabajó muy duro en todos los ensayos y yo solo lo eché sin siquiera haberle explicado por qué lo echaba. Todavía me siento muy mal por lo que le hice, ¡fui una tarada!

—¡No te atormentés más con ese tema, por favor! Después de lo que sucedió esa noche, podés estar segurísima de que toda la bronca que él tenía con vos desapareció para siempre. ¡Bendita sea tu taradez!

—¿En serio me lo decís? ¡Se me hace absurdo! ¿No será que estás inventándote eso solo para hacer que yo me sienta menos idiota?

—¡No me estoy inventando nada, te lo juro! Esperá un segundo, por favor —Raquel haló a Maia de la muñeca para que la acompañara a un rincón más privado. Una vez allí, la chica reanudó la plática—. Después de que le expliqué bien lo que pasaba con vos, se puso aún más molesto de lo que ya estaba.

—¡Ay, Dios mío! ¡Lo sabía! ¡Ese chico de seguro me detesta!

—¡No, Maia, no es así! ¿¡Podés esperar a que termine de contarte!?

—Dale, ya me callo...

—Álvaro pensaba que yo usaba el tema de mejorar su carrera solo para disimular. Creía que en realidad le había sugerido que trabajara con vos para que así él pudiera superar una ruptura horrible que tuvo con una piba del teatro. En otras palabras, pensaba que vos estabas interesada en él más allá de lo profesional. Imaginaba que yo les estaba haciendo de cupido.

—¡Pero si yo ni lo registraba al tipo! ¿¡De dónde sacó semejante pavada de que me gustaba!?

—Creo que tal vez malinterpretó algo de lo que le dije cuando le hablé acerca de vos. Pensaba que nada más te estabas haciendo la difícil. El tema de no poder presentarse en la gala fue lo que menos le importó, aunque pareciera lo contrario. Estuvo más triste que molesto. La ruptura lo había dejado muy mal y se estaba ilusionando con haber encontrado en vos a una chica que lo quisiera.

—A ver, si yo lo único que hice fue desilusionarlo en todo, hasta sin darme cuenta, ¿cómo es que decís que te ayudé? ¿De qué me estoy perdiendo acá? 

—Desde hace un montón de tiempo que Álvaro me gusta. Lo que pasa es que me daba mucho miedo que me rechazara. No sé por qué, pero con él me pongo hiper tonta. Pensaba que estaba fuera de mi alcance y que nunca se iba a fijar en mí. Pero cuando lo encaré para aclarar los asuntos sobre vos, de una manera muy rara, comencé a hablarle de temas que no tenían nada que ver. Luego, una cosa llevó a la otra y acabé confesándole mis sentimientos. Y bueno... él...

—¿Sentía lo mismo por vos?

—¡Por Dios, Maia, no tenés una idea! Nos recontra partimos la boca a besos, no podíamos sacarnos las manos de encima... ¡Fue súper intenso todo!

—Pero entonces, ¿ustedes dos...?

Raquel se mordió el labio inferior y la miró a los ojos, mientras una enorme sonrisa llena de picardía realzaba el rojo furioso que teñía sus mejillas.

—¡Nos pusimos de novios!

Los extraños gestos en su rostro y la dificultad para tragar saliva hacían notar que se sentía avergonzada. Maia no necesitaba que la muchacha añadiera nada más para entender el trasfondo de su declaración. Por lo tanto, la violinista se limitó a corresponder la adorable sonrisa de su amiga, al tiempo que la abrazaba.

—¡Me alegro un montón por vos! ¡Ojalá que les vaya muy bien!

La joven López jamás habría imaginado que tendría la oportunidad de cambiar tanto la vida de otras personas. Aun sin estar consciente en el momento del bien que ciertas acciones suyas lograban, de formas insospechadas terminaba por cruzarse con quienes habían recibido los beneficios. Por desgracia para sus seres queridos, la gran alegría que su presencia les provocaba ahora se marcharía junto con ella. Ya faltaba un poco menos de dos días para que la muchacha tomara el vuelo hacia tierras germanas. La inevitable hora de las despedidas había llegado...

♪ ♫ ♩ ♬

Había abundantes nubes surcando el cielo esa tarde. Darren manejaba el auto en silencio, con el sonido de la radio como único interruptor. Aunque no lo expresara en voz alta, el chico sentía que cada gramo contenido en las valijas de su novia pesaba sobre su corazón. El dolor lo estaba aplastando de la misma forma en que el mazo tritura las frágiles semillas en el interior de un mortero.

Sin importar cuántas veces se hubiera repetido a sí mismo que estaría bien, en cuanto ella se marchara, de su alma solo quedarían añicos. El varón aún no tenía idea de cómo lograría soportar la prolongada ausencia de la jovencita. Esperaba que su nuevo trabajo lo ayudase al menos un poco a mantener la mente ocupada en algo que no fuera extrañar a su amada Maia.

Darren había pasado la noche anterior en vela, entre lastimeros sollozos y sentidas plegarias musitadas hacia las estrellas. Un fuerte dolor de cabeza le sobrevino cuando a su debilitado organismo se le agotó la reserva de lágrimas para verter. El joven Pellegrini tenía las entrañas revueltas, ambos párpados hinchados y la mirada marchita. Sentía que el frío puñal de la distancia pronto cercenaría todo vestigio de la escasa cordura a la que él todavía se aferraba.

En el caso de Maia, la inexpresividad en su semblante daba la impresión de que su espíritu hibernaba. Lucía como una muñeca de porcelana aprisionada bajo la superficie de un lago congelado. La vitalidad en sus ojos de cielo parecía estar apagándose despacio a causa de la falta de oxígeno y el exceso de frío. Era como si se hubiese drogado para bloquear los sentimientos.

Ninguno de los dos quería hablar acerca de la tortura interna que cada quien estaba enfrentando a su manera. A pesar de que se habían visto todos los días desde la noche de la gala en adelante, a ninguno de los dos le parecía suficiente el tiempo que compartían. Las indolentes manecillas de reloj giraban al mismo ritmo de siempre, pero a ellos les parecía que habían duplicado la velocidad de sus movimientos solo para lastimarlos.

Los dos habían hablado muchas veces con respecto a lo que harían para mantenerse en comunicación constante. Juntos diseñaron un horario en el cual establecían dos momentos del día para conectarse durante, al menos, quince minutos. Sin embargo, nada de eso les daba las fuerzas necesarias para enfrentarse al amargo momento de la separación y a la posterior privación del contacto físico que tanto anhelaban.

La chica había empacado bastante ropa, algunas alhajas, varios libros y unos cuantos enseres propios de los violinistas. El apartamento que habitaba conservaría los muebles, los adornos y algunos otros objetos pequeños de valor sentimental. Rocío había decidido continuar haciéndose cargo de los pagos para alquilar aquel piso. De esa manera, cuando llegara el tiempo de las vacaciones, la joven López podría hospedarse ahí mientras estuviera de visita en Argentina.

Kari se encontraba dentro del vehículo, resguardada en el asiento trasero. La chica no quería dejar a su amiga canina atrás, pero sabía que no podía llevársela consigo a las residencias estudiantiles en donde ahora viviría. Y aun si obtuviese el permiso para hacerlo, probablemente no tendría tiempo suficiente para cuidarla como ella se lo merecía. En vista de todo eso, la perra permanecería en Argentina, haciéndole compañía a Darren.

El muchacho abrió la amplia cajuela del automóvil de Matilde con la intención de comenzar a sacar, una por una, las grandes maletas de su novia. Fingía estar muy concentrado en la tarea para así escaparse de los azulados ojos de Maia. Tenía la sensación de que, si la miraba fijamente, nuevas lágrimas nacerían de sus cuencas para derribar la fachada de estoicismo que a duras penas sostenía.

Cuando intentó mover la primera valija, las manos le temblaban tanto que no pudo sujetarla de forma correcta y se le resbaló el asa de transporte. Soltó una maldición en voz baja, al tiempo que deslizaba la mano derecha por su frente y la enredaba entre los cabellos. Destilaba gran frustración por cada poro. Para su desgracia, no bastaba con aceptar lo definitivo del triste adiós. Todo el mundo esperaba que él brindase gustoso su cooperación para que la partida de Maia se efectuara con éxito. ¡Oh, la ironía de la vida! El joven simplemente odiaba cada segundo de ese martirizante ritual para despedir a las personas amadas.

La chica lo había estado observando con suma atención desde el comienzo del viaje. Ella percibió lo afectado que estaba en cuanto vio su propio agotamiento físico y emocional reflejado en el rostro del varón. Sin embargo, no había querido mencionarle nada al respecto porque no se sentía capaz de hacer o decir algo para animarlo. ¿Cómo se puede confortar a alguien cuando se padece del mismo descalabro? A pesar de todo eso, la muchacha no se quedó de brazos cruzados. Decidió acudir al mudo llamado de auxilio que cada gesto de él expresaba.

—Olvidate del equipaje por ahora, ¿puede ser? ¿Qué te parece si nos vamos a tomar una taza de chocolate caliente en aquel restaurante? —La muchacha señaló el local con el índice derecho—. No tengo ganas de entrar al aeropuerto todavía. Faltan cuatro horas para que el vuelo salga, me parece que tenemos tiempo de sobra. ¿Me acompañarías, por favor?

Darren cerró los ojos durante unos pocos segundos, para luego exhalar un largo suspiro. Apretó la mandíbula y los puños con gran fuerza, al tiempo que una lluvia de recuerdos se adueñaba de sus pensamientos. La mágica noche que había compartido con Maia en el parque, bajo la luz de las bombillitas doradas, llegó a su mente como un soplo de aire fresco. Había escuchado el maravilloso sonido de la risa femenina por primera vez ese día. Rememorar aquello provocó que en su pecho se instalara una poderosa sensación de calidez. Abrió los ojos de manera lenta, mientras su cuerpo se giraba para quedar de frente a la chica. Una tenue sonrisa hecha de ternura y melancolía conquistó sus labios.

—Claro que sí. Adonde sea que tú quieras ir, siempre voy a querer ir también yo —respondió él, con la mirada rebosante de amor.

La violinista se llevó ambas manos a la boca, al tiempo que sus ojos se ponían vidriosos. Caminó hacia el varón y extendió los brazos en dirección a su cuello para luego rodearlo con ellos. Sus fosas nasales comenzaron a absorber cada partícula del aroma varonil que el chico despedía. La jovencita necesitaba retener ese olor consigo en la memoria para evocarlo con claridad cuando la distancia se interpusiera entre ambos. Aquella exquisita fragancia viajaría con ella a todas partes. Pensaría en él cada vez que sus pies atravesaran una arboleda, pues Darren siempre llevaba la esencia de un bosque boreal impregnada en la piel.

—Creo que el chocolate nos representa a la perfección, ¿sabés por qué? —preguntó ella, cerca del oído masculino.

—¿Será porque somos un suculento par de manjares? —dijo él, entre suaves risas.

—Pues, también, pero no me refería a eso —La chica soltó una carcajada ante la ocurrencia del varón antes de seguir hablando—. Yo lo decía porque lo nuestro la mayoría del tiempo es dulce, en ciertas ocasiones ha sido amargo y otras veces ha sido como una mezcla de ambos, pero es algo que nunca deja de saber bien. No te cansás de su sabor, siempre querés más y más porque es una delicia que le hace bien al corazón. ¿Ahora sí me entendés cuál es el parecido?

—Hoy andás en un modo poético medio filosófico, ¿eh? Pero tenés toda la razón. Mi corazón siempre desea tener más de vos.

El muchacho acarició las mejillas femeninas justo antes de plantarle un beso casto en los labios. Mientras sus manos aún sujetaban el rostro de la muchacha, el varón la miró a los ojos para después hacer una importante declaración.

—Hay tres palabras hermosas que me dedicaste cuando más necesitaba escucharlas. Me hiciste un gran bien al decirlas, pero todavía no estoy seguro de que en verdad las merezca. Considero que vos sí te las merecés y muchísimo, por eso quiero dedicártelas hoy —Su boca se curvó hacia arriba, dejando ver la bonita dentadura que poseía—. ¡Gracias por existir!

—Jamás volvás a decirme que no te merecés esas palabras. Conocerte está entre las mejores cosas que me han pasado en la vida.

La violinista envolvió el torso masculino en un efusivo abrazo. Lo estrechó con todas las fuerzas que sus delgadas extremidades podían entregar. El chico correspondió aquella muestra de afecto de inmediato. Levantó a la jovencita en el aire y giró junto con ella, como era su costumbre cuando quería hacerla reír. Y tuvo éxito en la misión, pues una sonora cascada de risas femeninas inundó el ambiente enseguida.

Kari los había estado observando con cierto disgusto. Emitía leves quejidos en busca de una atención que nunca llegó. Pero en cuanto los jóvenes empezaron a dar vueltas, la perra se puso a ladrarles a todo volumen. Movía la cola de un lado a otro, mientras golpeaba la ventana trasera del automóvil con las uñas de sus largas patas delanteras.

—¿Qué te pasa, nena? ¡Bajá un cambio! —exclamó la artista, con voz fuerte pero sin perder el buen humor en su tono.

La chica hizo unos cuantos ademanes manuales para darle a entender al animal que debía guardar silencio y sentarse. Al principio, la perra irguió la cabeza e insistió en gruñir. No obstante, cuando su dueña decidió acompañar las señas con órdenes verbales claras y firmes, la hembra canina terminó por obedecerle.

—Yo creo que la pobre se puso celosa de vos. Antes, yo solo la abrazaba y la mimaba a ella. Y mirame ahora —dijo la muchacha, al tiempo que sus brazos entrelazados reposaban sobre la cintura del varón.

—Kari te adora, ¿quién no lo haría? Cualquiera se pelearía por tus abrazos —El muchacho sonrió y comenzó a voltear el tronco poco a poco, tras lo cual colocó su brazo derecho en la espalda baja de la jovencita—. Vámonos ya por ese rico chocolate calientito, ¿de acuerdo?

Ella asintió con la cabeza para aceptar la oferta. Acto seguido, la pareja se encaminó hacia la cafetería escogida por Maia. Una vez que ingresaron al local, eligieron una mesa con una gran ventana a un lado. La artista se sentó cerca del vidrio, pues le encantaba tener la sensación visual de amplitud. Los espacios reducidos, mal ventilados y sin cristales limpios para mirar hacia el exterior le generaban ansiedad.

Allí, entre monerías, bromas absurdas, banalidades y risas, los minutos que les quedaban para estar juntos se extinguieron como la exhalación de un moribundo. Cuando la alarma en el teléfono de la chica anunció la hora de ingresar al aeropuerto, una punzada atravesó el corazón de Darren. A pesar de sus titánicos esfuerzos por conservar la calma, el color sonrosado huyó de su rostro y sus manos se helaron. El doloroso momento de la despedida por fin había llegado.

La violinista ahora percibía sus propios pies como dos trozos de plomo: grandes, pesados y torpes. "Si estoy haciendo lo correcto, entonces, ¿por qué es todo tan difícil? ¿Por qué no estoy sonriendo? ¿Por qué me duele tanto?" Conforme Maia avanzaba hacia los mostradores de facturación del equipaje, la sensación de pesadez en sus piernas iba en aumento. En cuanto el personal correspondiente recogió las maletas de la chica y la tarjeta de embarque le fue entregada, la realidad cayó sobre ella con abrumadora potencia.

El número del asiento, de la puerta de embarque y del vuelo mismo, así como el destino y la hora del abordaje, aparecían frente a sus ojos tras un velo de completa incredulidad. "Esto de verdad está pasando, todavía no me lo creo", pensaba ella. Su mirada se mantenía fija en la tarjeta, pero sus pensamientos se encontraban lejos de ahí, entre la bruma de las dudas.

—¡Tu gran sueño está esperándote, mi amor! —aseveró Darren, tratando de imprimirle genuino entusiasmo a cada sílaba.

La voz del joven Pellegrini sacó a la violinista de sus cavilaciones al instante. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, la muralla de entumecimiento que la protegía explotó en mil pedazos. Con la respiración entrecortada, Maia se llevó la mano derecha a la boca y sollozó. De sus ojos comenzó a brotar el llanto que había logrado reprimir hasta ese momento. Sin previo aviso, se abalanzó sobre el varón y lo estrechó entre sus brazos de manera desesperada.

—No quiero irme de aquí, ya no quiero alejarme... ¡Quiero estar contigo! —clamó ella, entre lamentos y suspiros irregulares.

El muchacho acariciaba la cabeza femenina con una mano, mientras con la otra se aferraba al cuerpo de su novia. Haciendo de tripas corazón, Darren empezó a entonar una canción de Coldplay en voz muy baja, apenas audible para la joven.

When she was just a girl, she expected the world. But it flew away from her reach, so she ran away in her sleep and dreamed of paradise... 1

El mensaje contenido en aquella letra era como una descripción exacta de la vida de Maia. Siempre había sido una chica valerosa quien, a pesar de verse forzada a caminar sola en medio de dificultades y penas, nunca dejó de soñar con el paraíso hasta que logró alcanzarlo. Cuando el varón llegó a la última estrofa de la canción, su propio rostro estaba cubierto de lágrimas.

—Ve, mi amor, camina con la frente en alto. Todo va a salir bien, ya vas a ver que sí. Yo estaré aquí esperándote. Pronto llegará el maravilloso día en que volveremos a vernos.

Tras un instante de silencio, los labios de ambos se unieron en un beso profundo, cargado de sentimientos. Sus bocas se encontraron con la urgencia propia de quien necesita grabar a fuego las sensaciones sobre la piel y el corazón.

—Te escribiré mensajes todos los días, haré vídeos y tomaré fotografías de todo. Hablaremos tanto como sea posible. Estaré en contacto siempre, lo prometo.

—Yo también voy a hacer todo eso, preciosa. Pensaré muchísimo en ti.

Un abrazo prolongado fue la última acción que la pareja llevo a cabo antes de que la violinista se encaminara hacia el arco de seguridad. Una vez que hubo pasado dicho control, la chica se dirigió hacia la puerta correspondiente. Ya solo le restaba esperar a que llegara la hora de subirse al avión.

Mientras la violinista aguardaba en la sala de embarques, Darren ya había abandonado el lugar. Se encontraba dentro del automóvil, recostado junto a Kari en el asiento trasero, al tiempo que sus brazos la envolvían. Entre suspiros dolorosos, los colores se le iban escapando del alma. Decir adiós había sido un tormento, pero la ausencia de Maia sería la parte más difícil de sobrellevar...



1. Paradise de Coldplay

Traducción de la estrofa citada al español

"Cuando solo era una niña, ella esperaba el mundo. Pero este se escapó de su alcance, por lo que ella se escapó en sueños y soñó con el paraíso".


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