Un mar de dudas
Una vez que las reuniones familiares llegaron a su fin, Matilde transitó directo hacia las profundidades del plano onírico. Su cuerpo apenas comenzaba a recuperarse cuando le había sobrevenido una oleada de emociones fuertes: el conmovedor reencuentro con su hijo, conocer a Maia, escuchar la triste noticia de que Matías se marchaba... Por dichas razones, no resultaba extraño que sus escasas energías se agotaran con rapidez. Ni siquiera se esforzó por conciliar el sueño, pues este vino a ella en cuanto la habitación quedó vacía.
Varias horas más tarde, la señora volvió a despertar. Para su buena suerte, el sobresalto de las pesadillas no estuvo presente esa vez. En cuanto la dama abrió los ojos, una enfermera acudió a su encuentro para hacerle un chequeo. Después de concluir con su tarea, la asistente médica le trajo agua y alimentos. Le concedió tiempo suficiente para que pudiera ingerirlos con tranquilidad. Posterior a eso, mandó a llamar al médico de urgencias hospitalarias que estaba a cargo del caso. Luego de examinarla a fondo y de conversar con ella, el hombre refirió a Matilde a una de las psiquiatras del centro médico. Dicha experta determinaría si era más adecuado internar o dar de alta a la paciente en cuestión.
Tras la minuciosa valoración por parte de la especialista en salud mental, esta concluyó que el tratamiento ambulatorio podía ser mucho más beneficioso para la señora Espeleta que la hospitalización. El intento suicida se había producido como una reacción desesperada ante un evento traumático. La madre de Darren no contaba con antecedentes de ese tipo de conducta ni tampoco era algo que ella hubiese planeado con antelación. Había tomado la decisión en el lugar de los hechos, en los minutos posteriores a la circunstancia desencadenante.
Al haberse tratado de una sobredosis de antihistamínicos, el intento podía ser considerado como uno de baja letalidad, puesto que eran pocas las personas que llegaban a fallecer a causa de ello. Aunado a esos factores atenuantes, Matilde contaba con una buena red de apoyo familiar y había llevado un estilo de vida bastante estable. Disfrutaba de su trabajo y permanecía en contacto frecuente con varios de sus amigos. Por lo tanto, no estaría sola durante ninguna etapa del proceso de recuperación.
Para coronar el panorama favorable, la señora había expresado en repetidas ocasiones el gran alivio que sentía de seguir viva. Estaba muy agradecida con Jaime por haber intervenido a tiempo para que el intento no fuera efectivo. Además, la dama estaba totalmente dispuesta a cooperar en todo lo que fuera necesario desde ahí en adelante. Así fuera terapia psicológica, ingesta de medicamentos, rutinas de ejercicio o cualquier otro método pensado para ayudarla a salir de la depresión, lo llevaría a cabo con gusto. No estaba dispuesta a dejar que sus pensamientos negativos la gobernaran de nuevo.
Luego de recibir el dictamen médico, la mujer pudo regresar a casa dos días más tarde, en compañía de Rebeca y de su hijo. Durante todo el trayecto en automóvil hacia la vivienda, la señora lucía serena. Miraba por la ventana con la misma calma de un koala reposando entre las ramas de un eucalipto. Sin embargo, tras las paredes de hueso que lo protegían, se encontraba un cerebro hiperactivo. No podía dejar de pensar en el señor Escalante y su enigmática partida.
A pesar de la insistencia de Darren, la mujer no había permitido que él guardara el diario de Matías, así que lo llevaba consigo sobre su regazo. Por momentos, sentía un intenso deseo de comenzar a leerlo pero, cada vez que iba a intentarlo, los dedos le temblaban. ¿Qué la hacía sentir miedo? Quizá su autor había estado en lo correcto al pedirle que esperara un tiempo antes de abrirlo. ¿Acaso algún día estaría lista para enfrentarse a ese pasado del que tanto desconocía? Quizás no, pero necesitaba hacerlo en aras de lograr verdadero equilibrio mental.
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Los primeros días desde el regreso de Matilde fueron los más difíciles para todos. En cuanto se quedaba sin compañía por lapsos superiores a diez minutos, sus neuronas se alteraban. Por alguna razón que desconocía, empezaba a revivir el desventurado episodio del teatro. En medio de su angustia, cedía a las lágrimas e incluso sentía ardor en la piel de la mejilla, como si la hubiesen abofeteado de nuevo. Quienes cuidaban de ella pronto comprendieron que no debían apartarse de su lado si no era estrictamente necesario. Hasta que la etapa más dura pasara, la señora requeriría del apoyo colectivo constante.
Al comienzo de la segunda semana, las nubes tempestuosas en el horizonte comenzaron a disiparse. Entre las bromas de los jóvenes Silva, las ocurrencias de Rebeca, la agradable música de Maia y el inmenso cariño de Darren, los días de Matilde iban dejando atrás el aura descolorida que había estado tan presente en las últimas semanas. Con un adecuado manejo de los horarios laborales y académicos de cada uno, los muchachos ajenos a la familia se turnaban para visitarla. Gracias a las conversaciones amenas y a las diversas actividades de toda índole que los chicos ideaban especialmente para ella, la señora lograba concentrarse más en temas alegres.
Los pequeños placeres que solía posponer por darles prioridad a asuntos de trabajo ahora la mantenían gratamente ocupada. La dama salía a caminar entre arboledas mientras degustaba sus helados favoritos. Sentada sobre el pasto del parque, se sumergía en la lectura de novelas policíacas. Le encantaba mirar las presentaciones de algunos artistas callejeros con los que después se tomaba fotografías. Con cada nuevo paso que daba hacia delante, la mujer estaba más convencida de que ganaría la batalla, por lo cual debía seguir avanzando.
Una maravillosa sensación de calidez se acurrucaba en el pecho de Darren toda vez que contemplaba el semblante sonriente de su mamá. La buena actitud de ella ante las sesiones de terapia y la manera amable en que respondía a la ayuda recibida colmaban al muchacho de felicidad y de orgullo. Si bien continuaban apareciendo terribles momentos oscuros en donde el llanto se apoderaba de ella, la señora no permitía que estos la doblegaran. Poco a poco, las múltiples heridas abiertas en el alma de Matilde empezaban a cerrarse...
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Debido al impresionante ajetreo de los días posteriores a la gala, Maia aún no había encontrado el momento idóneo para hablar con Darren un buen rato a solas. No era sencillo crear espacios para compartir suficiente tiempo de calidad como pareja cuando los dos estaban pendientes de la madre del chico. Tampoco les resultaba fácil traer a colación un tema que resultaba incómodo para ambos. ¿Cómo podía ella hablar de alejarse cuando apenas comenzaba a florecer su relación? El inesperado giro en sus vidas hacía que la idea de emigrar fuese casi desagradable para la chica.
Aunado a ello, el varón no había mencionado nada acerca del asunto ni una sola vez. ¿Acaso estaría intentando ignorarlo? Como si la posible separación en sí misma no fuera suficiente causa de angustia, el tiempo disponible para tomar una decisión comenzaba a agotársele. Si la chica aceptaba la beca que con tanto esfuerzo se había ganado, estaba obligada a mudarse a tierras alemanas en un plazo máximo de un mes y medio. De no hacerlo así, el premio sería cedido a quien había obtenido el segundo lugar.
Antes de conocer al muchacho, para Maia no existía ninguna razón de peso que la atara a su país natal. Sin embargo, ahora tenía más de un motivo para anhelar un futuro en Argentina. Cuando por fin estaba consiguiendo sentirse parte de una familia que la amaba, ¿tendría el valor de alejarse? ¿Por qué la vida la forzaba a tomar una decisión tan difícil? La firme resolución inicial de marcharse sin mirar hacia atrás se tambaleaba cada vez más. Su corazón se encontraba severamente dividido...
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Darren sabía cuál iba a ser la recompensa para el ganador del certamen musical desde el principio. Sin embargo, el hecho de conocer esa información no hacía que él quisiera aceptarla como una realidad en el caso de la joven López. Antes de escuchar el discurso que la anunciaba a ella como la triunfadora, la partida de la muchacha no había pasado de ser una probabilidad remota. Él lo percibía de esa manera no porque quisiera verla fracasar, sino porque aquel triunfo implicaba una prolongada y dolorosa ausencia.
"¿Y si le pido que se quede? ¡No! ¡No puedo hacerle eso! ¿¡Qué clase de imbécil soy!? ¿Con qué derecho podría pedirle a Maia que deje ir el más grande sueño de su vida solo por mí?" No era algo justo ni tampoco sano, pero entonces, ¿por qué le estaba costando tanto trabajo aceptar su deber? Ni siquiera se atrevía a hablar sobre ello en voz alta. Se comportaba como si el simple hecho de no pronunciarlo fuese a hacerlo un poco menos real.
Cada nuevo encuentro con la violinista le robaba las escasas fuerzas que había reunido para hablarle sobre Alemania. El veraniego mar en la mirada femenina traía consigo infinitas olas de amor para él. El agradable roce de sus manos cuando se acariciaban, la pasión de sus bocas cuando se besaban, las recurrentes sonrisas siempre que charlaban... ¿cómo podría renunciar a todas las maravillas que estaba viviendo junto a la mujer que amaba?
Darren no tenía miedo ni reticencia alguna en cuanto a marcharse del país para irse a vivir cerca de Maia. El problema estribaba en que no podía ni quería descuidar a su madre. Muchísimo menos se le ocurriría hacer semejante cosa en un momento tan crítico para la salud de la señora. El muchacho amaba a Matilde con todo el corazón. Estaba dispuesto a ofrecer su vida a cambio de la de ella si fuese necesario. Jamás se le ocurriría hacerle daño a propósito, así que salir de Argentina no era una alternativa para él.
Además de toda esa complicada cuestión, al joven Pellegrini le aterraba la idea de ser abandonado por tercera vez. Las únicas dos relaciones serias que había mantenido antes de estar con la violinista terminaron con el mismo resultado: una chica a miles de kilómetros en el extranjero y él rejuntando los fragmentos de su alma en suelo sudamericano. Lo que estaba sucediéndole era un castigo terrible, una despiadada burla del destino que se empeñaba en hacerlo sufrir de la misma manera vez tras vez.
"¿Por qué mierda tuvo que irse mi viejo justo ahora? Sin importar cuánto insista en que todo esto tan extraño que está haciendo es lo mejor, yo sigo sin entender por qué lo dice. ¿Lo mejor para quién? ¿En dónde está cuando más lo necesito?" La niebla que se colaba entre los pensamientos del muchacho por momentos lo sofocaba. Si bien era un hombre adulto, en ocasiones se sentía tan perdido y desvalido como un niñito de brazos vagando solitario en una gran metrópoli.
Darren ya se había dado cuenta de que la sabiduría y el buen juicio no llegaban por arte de magia al cumplir cierta cantidad de años. Él aún necesitaba tanta guía y consuelo como el más inexperto de los adolescentes. ¿En dónde se ocultaba esa madurez que tanto precisaba? ¿Por qué su cerebro se negaba a pensar con claridad? El conflicto interno entre lo que deseaba hacer y lo que debía hacer estaba por acabar con su cordura. A pesar de las numerosas dificultades que afrontaba, el varón siempre ponía su mejor cara.
El muchacho se esforzaba día a día por esconder el dolor y la frustración tras sonrisas y frases positivas. Estaba muy consciente de que su entereza sería una pieza clave para la superación de los problemas de su familia. No podía darse el lujo de flaquear. Por su propio bien y por el bien de quienes más amaba, debía comportarse como todo un valiente y plantarse firme ante sus miedos.
Aunque se derrumbara en cien mil pedazos justo después, no podía seguir postergando esa importante conversación que tenía pendiente con la joven López. "Quiero que Maia de verdad sea muy feliz. Si eso implica que la deje ir, exactamente eso es lo que pienso hacer". Con dicha determinación en mente, el chico comenzó a escribir un mensaje para acordar un encuentro en privado con ella para esa misma noche...
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