Más allá del arcoíris
Después de escuchar el tono de apremio en la voz de Darren, Jaime no tardó ni diez minutos en llegar a la casa de su amigo. A pesar de que era algo tarde y al siguiente día tenía que levantarse muy temprano, el muchacho comprendía la importancia del asunto. Una vez que llegó, estacionó el coche al frente de la vivienda y envió un mensaje de texto para pedirle al otro chico que saliera. La puerta de entrada se abrió un par de minutos después del aviso.
El varón caminaba con ayuda de las muletas, mientras doña Matilde cargaba con una pesada mochila para él. La madre lucía un tanto intranquila, pues el semblante sudoroso de su hijo parecía estar hecho de papel. Él le insistía en que todo estaba de maravilla, pero su expresión facial comunicaba todo lo contrario. Sin embargo, la mujer no quería actuar como una loca sobreprotectora, así que le dio un beso en la mejilla al muchacho y lo despidió con una sonrisa.
Darren se sentó en el asiento del copiloto, como de costumbre. Una vez que cerró la puerta y se puso el cinturón de seguridad, dejó salir un fuerte suspiro. Luego estiró el brazo derecho para comenzar a tamborilear de manera frenética sobre el tablero del vehículo, mientras se mordía la uña del meñique izquierdo. Sus piernas se sacudían como un par de masas gelatinosas al compás de los inquietos saltitos de ambos pies. No había forma de que se mantuviera quieto.
—¡Che, calmate un poco! A este paso te vas a desmayar... Por cierto, ¿qué carajos le dijiste a tu vieja? ¡Andás una valija como para una excursión! —exclamó el joven Silva, con los ojos muy abiertos.
—Ella piensa que nos vamos a acampar esta noche... Sí, ya lo sé, ¡es una excusa de mierda! Fue lo primero que se me ocurrió... ¡No puedo ni pensar! ¡Me quiero matar! —declaró el chico, hablando a gritos.
—¡Loco, bajá un cambio! ¿¡Querés ponerme de los nervios a mí también!? Además, no podés llegar así al restaurante. ¡Maia necesita que estés calmado! Si no, lo único que vas a lograr es ir a estorbarle.
—¿¡Cómo querés que me calme!? ¿¡Y si está herida o algo aún peor!?
—Si ella estuviera grave, ya se la habrían llevado para un hospital, ¿no te parece? ¡Dejá la paranoia a un lado! ¡Te calmás o te reviento!
Jaime acompañó sus palabras con una expresión facial de furia fingida, propia de las comedias absurdas, y cerró uno de sus puños. La ridícula mueca provocó que Darren se riera a carcajadas, lo cual logró que se distendiera un poco.
—¿Lo ves? ¡Así es como me gusta verte! ¡Reíte!
Después de compartir unas buenas risas, el trayecto hacia la calle en donde se encontraba el restaurante se les hizo bastante corto. Casi no había tráfico a esa hora y aquella vía en especial era poco transitada. En unos cuantos minutos, Darren ya estaba bajándose del auto con ayuda de su compañero, ante la mirada inquisitiva de los empleados del lugar. El hombre que lo había llamado por teléfono salió a su encuentro y fue el primero en hablar.
—¡Es un gran alivio que haya podido venir tan rápido! Su novia está dormida en el sofá de la recepción. Venga conmigo, por favor —declaró el hombre, al tiempo que halaba a Jaime del brazo.
—¡No, no, no! ¡Espere, por favor! Yo solo soy un buen amigo de la pareja. Él es Darren, el novio de Maia —aclaró el joven Silva, mientras señalaba a su camarada con el dedo índice izquierdo.
El susodicho se quedó boquiabierto y le dedicó una mirada reprobatoria al fotógrafo. Este último se mordió el borde del labio inferior y sonrió con picardía. El muchacho estuvo a punto de contradecirlo y aclarar el malentendido, pero Jaime negó con la cabeza y habló antes.
—Por favor, señor, cuéntenos, ¿qué fue lo que pasó con Maia? Hemos estado muy preocupados por ella.
—La pobre entró corriendo y terminó metida en la cocina. Nos dijo que había un delincuente persiguiéndola. Lloró mucho y luego se desmayó.
—¡Uy, qué mal! ¿Tenía algún moretón o cortadura que usted pudiera ver?
—No parece tener ninguna lesión física. Cuando la pusimos a inhalar alcohol para que reaccionara, por suerte sí se despertó, pero estaba actuando muy raro, como desorientada.
—Podría ser que se haya golpeado la cabeza. ¿No han llamado todavía para que envíen una ambulancia?
—No quiso que la lleváramos con ningún médico. Luego nos pidió que no le dijéramos a nadie sobre esto, pero no nos parecía correcto quedarnos sin hacer nada. Por eso tomé su teléfono sin que ella lo supiera y llamé a este joven.
—¡Muchas gracias por todo! Hizo lo correcto, créame. Maia ahora va a quedar en las mejores manos —manifestó Jaime, al tiempo que le guiñaba un ojo a su compañero, lo cual fue visible solo para él.
—Es un placer ayudarlos... Pase usted, por favor. El sofá está por acá —dijo el cocinero, al tiempo que orientaba a Darren con un ademán manual.
El joven Pellegrini quedó boquiabierto ante la actuación tan creíble por parte de su amigo. Aunque lo de su relación con la violinista era una gran mentira, en el fondo le agradecía a su camarada por haber intervenido en el asunto de aquella manera. Probablemente el personal no le hubiese permitido acercarse a la chica si no creyera que se trataba de alguien conocido y confiable para ella. Sin mediar palabra, el joven siguió las indicaciones del hombre e ingresó al local.
Cuando por fin alcanzó a ver la figura durmiente de Maia sobre el sillón, le dieron unas inmensas ganas de correr hacia ella para envolverla con sus brazos y cubrirla de besos. Lucía como una pequeña hada del bosque, pues era tanto frágil como hermosa. Sin embargo, él sabía muy bien que debía contenerse, ya que no tenía derecho alguno de hacer ninguna de esas dos cosas que su alma anhelaba. Además de eso, tampoco deseaba ocasionarle molestias innecesarias e interrumpir su pacífico sueño. Por lo tanto, se aproximó despacio, esforzándose al máximo por hacer el menor ruido posible.
Kari estaba echada frente a su ama, observándola con atención. Solo se atrevió a desviar la mirada cuando su agudo sentido del olfato percibió la presencia de Darren. Comenzó a menear la cola al instante, se incorporó de un salto y se puso a lamer las manos del joven. Él sonrió de oreja a oreja al ver que contaba con la aprobación total de la celosa cachorra. Ese era un punto extra a su favor, ya que la hembra canina no se había mostrado amistosa con ninguno de los demás presentes. Ese detalle en particular le añadía una mayor credibilidad al argumento de que mantenía una relación con Maia. Aunque sonara un poco tonto, el chico se sentía muy orgulloso de haber obtenido la bendición de Kari.
Una vez que estuvo de pie junto al sillón, colocó las muletas encima de una alfombra blanca, al lado derecho del mueble. Luego de ello, se agachó para acomodarse y tomar asiento sobre el suelo. Se recostó al sofá de medio lado, con las piernas encogidas a la altura del pecho, de manera tal que su cuerpo quedase posicionado de frente a la muchacha, con unos cincuenta centímetros de distancia separando sus rostros. Él estaba preparado para permanecer en vela esa noche, pues debía cuidar de la joven.
Mientras se ponía cómodo, sus atentos ojos no pudieron apartarse ni siquiera un segundo de aquel fino semblante femenino cuya plácida expresión destilaba calma e infundía ternura. Un ligero suspiro conmovido abandonó sus labios entreabiertos, al tiempo que su mano derecha viajaba despacio hasta la mejilla de ella. Los dedos índice, corazón y anular trazaron juntos un sendero entre el pómulo y la comisura en la boca de la chica con impresionante delicadeza.
El tibio roce de pieles le provocó una fuerte sensación de hormigueo en las yemas e hizo que brotara un sonoro suspiro desde las profundidades de su ser. El muchacho enseguida apartó la mano y se la llevó a su propia boca para así taparla, como si con ese gesto se estuviera censurando por haber liberado aquel sonido espontáneo. Parecía que todo contacto físico con ella, por superficial que fuese, lograba desatar un tsunami incontrolable en su organismo. Decidió que era mejor mantener sus manos apartadas de la chica, pues deseaba evitar que se produjeran más reacciones de esa clase.
Los minutos transcurrieron con pasmosa lentitud hasta convertirse en horas. Maia continuaba sumergida en el océano de la inconsciencia y no daba señales de que fuera a marcharse pronto de allí. Tanta quietud y silencio ya estaban haciendo su efecto en Darren. El muchacho había extendido su brazo derecho sobre el sillón y tenía la cabeza recostada encima de este. El plomo en sus párpados había comenzado a ganarle la batalla por mantenerse alerta. Las membranas sobre sus ojos iban moviéndose cada vez menos, hasta que se juntaron por completo.
Unos pocos minutos después de que el chico se quedara dormido, un potente sobresalto en Maia lo trajo de vuelta a la vigilia. Se vio obligado a prodigarse unas cuantas bofetadas en ambas mejillas para despabilarse y ser capaz de entender bien lo que estaba sucediendo. Cuando por fin pudo observar a la muchacha, esta tenía el ceño fruncido y había comenzado a murmurar. Aunque seguía estando dormida, hablaba con claridad.
—¡Corre, Kari, ya nos alcanza! ¡Ahí viene, apúrate! —declaró ella en voz baja, mientras giraba la cabeza de un lado al otro.
El pecho de Maia subía y bajaba a un ritmo acelerado, como si le resultase difícil respirar. Sus piernas se estremecían y tenía los brazos tensos. Ambas manos se le habían crispado en una posición extraña. Arqueó la espalda varias veces, lo cual hizo que se descobijara. Era evidente que una terrible pesadilla se había adueñado de su apacible rato de sosiego. La evocación de los malos recuerdos de la persecución amenazaba con sacarla del mundo onírico en medio de sudores fríos y gritos de pavor.
El corazón de Darren estaba latiendo a toda marcha a raíz de la preocupación. No estaba seguro de si sería una buena idea despertarla en ese estado, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados ante el sufrimiento tan manifiesto en ella. Necesitaba hacer algo para aniquilar las visiones desagradables que atormentaban a la chica. Por lo tanto, decidió utilizar un método que consideraba muy eficaz para calmar los nervios. Doña Matilde solía emplearlo con él cuando era apenas un niño y no podía conciliar el sueño o se despertaba asustado a mitad de la noche. Se aclaró la garganta e inició con su entonación de una dulce canción que adoraba: "Over the Rainbow" de Judy Garland. La famosa historia del Mago de Oz había estado entre sus favoritas desde siempre y ese tema en especial le traía bonitas reminiscencias de su infancia.
—Somewhere over the rainbow, way up high, there's a land that I heard of once in a lullaby. Somewhere over the rainbow, skies are blue and the dreams that you dare to dream really do come true... 1
El sonido de su voz melodiosa y aterciopelada fue apaciguando la respiración de la muchacha poco a poco. La intensidad de los espasmos fue debilitándose hasta desaparecer por completo. Cuando los músculos en el rostro de Maia por fin se relajaron, el chico se atrevió a tomarla de la mano derecha mientras continuaba cantándole. Los delgados dedos femeninos se entrelazaron con los del joven Pellegrini en un acto reflejo. El varón esbozó una amplia sonrisa y casi estalla en carcajadas de celebración. Sentía que un enjambre de mariposas iba a brotar de su vientre para luego inundar la estancia con su loco aleteo. Poseído por un impulso de euforia, el chico levantó con torpeza el brazo de ella y se inclinó para depositarle un suave beso sobre la muñeca. Un instante después de eso, la violinista comenzó a abrir los ojos.
Una imagen borrosa, casi irreconocible, de lo que parecía ser un rostro humano fue lo primero en ser captado por las pupilas de la jovencita. Eso la desconcertó en sumo grado, ya que no tenía noción alguna del lugar en donde se hallaba y las imágenes de los acontecimientos previos le resultaban confusas. Un océano caótico de pensamientos de todas clases le estaba produciendo una sensación de pesadez en la cabeza. Inhaló y exhaló despacio, para luego parpadear varias veces con rapidez y así aclarar su enturbiada visión. "Gracias al cielo todavía puedo ver", pensaba para sus adentros.
El contorno de los alrededores seguía siendo difuso, pero ya podía distinguir mejor los objetos más cercanos. Al caer en cuenta de que estaba sujetando algo cálido, desvió la mirada hacia ese punto. Una mano grande, estilizada y varonil se encontraba reposando sobre la suya. Los dedos de ambos se abrazaban entre sí cual si fuesen los verdes ramajes de una enredadera. Los azulinos orbes de Maia recorrieron con paciencia el camino desde aquella mano hasta que por fin se encontraron con el rostro de su dueño.
La sonrisa infantil de Darren, ese adorable gesto que le transmitía una infinidad de emociones multicolores, recibió el escrutinio de sus ojos claros con total regocijo. Los latidos de su corazón se dispararon en un santiamén, pero no por ello se desligó del agarre de la mano masculina, sino que la sujetó con mayor fuerza. El chico abrió los ojos al máximo y tuvo que tragar grueso para aplacar el gran ardor que aquel apretón repentino le produjo.
—¡Hola, Maia! ¿Cómo te sentís? —declaró el varón, con la voz trémula.
—¿Darren? ¿¡En serio sos vos!? ¿Quién te dio mi dirección? ¿¡Cómo entraste!? —preguntó la joven, al tiempo que su frente se arrugaba en señal de confusión.
—Te lo voy a explicar todo luego, ¡lo prometo! Pero primero decime si estás bien. ¿Podés hacerlo, por favor?
—Bueno, me siento un poco mareada y tengo un leve dolor de cabeza, pero me parece que no es nada grave.
—¿Estás segura? ¿No tenés alguna herida o algo así?
—¿Una herida? ¿Por qué habría de estar herida yo?
—¿No te acordás de lo que te sucedió?
—¿De qué me hablás? Creo que tuve una pesadilla, la verdad no la recuerdo bien, pero eso fue todo. ¿A qué te estás refiriendo vos?
Darren comprendió que la violinista probablemente estaba experimentando un bloqueo temporal de la memoria, por lo cual no era prudente de su parte soltarle todo de golpe.
—Tranquila, no te obligués a pensar en nada por el momento. Lo que necesitás es seguir descansando, pero quizás sería mejor si lo hacés en tu propia cama...
El chico se dio un golpecito con la mano izquierda en la frente y arrugó la boca. Se arrepintió casi al instante de haberle mencionado aquello. Su cerebro y su lengua parecían tener una idea muy distinta de lo que significaba no alterar a una persona de manera innecesaria.
—¿¡Me estás cargando!? ¿Cómo es posible que esta no sea mi cama, si estamos en mi casa? —preguntó ella, mientras soltaba la mano de él, para así palpar con libertad la superficie sobre la que yacía.
Sus manos descubrieron enseguida que la textura mullida del sillón era muy distinta de la que tenía el firme colchón en su habitación. Además, tenía las piernas cubiertas por un largo mantel blanco. Eso definitivamente estaba fuera de lugar, pues ni siquiera tenía mantelería en su apartamento. Entonces, Maia se puso a mirar con detenimiento lo que había detrás de Darren. Primero distinguió la figura de algunas mesas y sillas que estaban iluminadas por una tenue luz blanquecina. Desde fondo del recinto contiguo, a unos cuantos metros de distancia de allí, varias personas desconocidas los estaban observando en silencio a través de la puerta. Cuando Jaime se percató de que la chica los veía, de inmediato le sonrió, mientras agitaba la mano para saludarla. El rostro de la muchacha se llenó de arrugas en una dramática mueca de absoluto desconcierto.
—¿¡En dónde diablos estamos!? ¿¡Qué está pasando!? —interpeló ella, a voz en cuello.
Al notar que los diversos espectadores de la escena comenzaban a inquietarse y a cuchichear entre sí acerca de la reacción adversa de Maia, el joven no pudo retener la verdad por más tiempo.
—Estamos en la recepción del restaurante Aramburu. Llegaste corriendo hasta acá hace varias horas. Venía alguien detrás de ti, persiguiéndote. Te desmayaste y uno de los empleados estuvo ayudándote. Gracias a Dios, parece ser que el desgraciado que te asustó tanto no te hizo daño —declaró él, usando un tono suave y pausado, para hacer el intento de tranquilizarla.
La noticia le cayó como cien enormes cubos de hielo sobre la espalda. Aquel breve recuento demolió las paredes de la negación en la cual se había sumido su mente. Las traumáticas imágenes de la persecución regresaron a ella una detrás de la otra para despedazarle los nervios sin piedad. La muchacha empezó a hiperventilar, al tiempo que una nueva cascada de llanto emanaba de sus ojos. Su cuerpo entero se estremecía cual si fuese un diminuto conejo a merced de un zorro acechante. Kari no tardó en ponerse a ladrar como posesa al presenciar la creciente desesperación de su ama.
El corazón de Darren saltaba como atleta en plena maratón mientras apretaba los puños. "¿Se molestará si la abrazo? ¿¡Ay, en qué estoy pensando!? ¡Tengo que hacer algo sí o sí! ¿Qué clase de imbécil sería si no la ayudo?" El chico hizo a un lado el nerviosismo y se dispuso a tomar cartas en el asunto. Usando las extremidades superiores como apoyo, se levantó del suelo y tomó asiento en el sofá, justo al lado de Maia. Sin pensárselo mucho, la rodeó con ambos brazos y la atrajo hacia su pecho. Con la mano izquierda, comenzó a trazar círculos sobre la espalda alta de la joven. En perfecta sincronía, la mano derecha masajeaba la parte trasera de la cabeza femenina y también su nuca. Además de aquello, su voz entonaba nuevamente la canción con la cual había conseguido ahuyentar la pesadilla de la violinista.
—Somewhere over the rainbow, bluebirds fly. Birds fly over the rainbow. Why then, oh, why can't I? If happy little bluebirds fly beyond the rainbow, why, oh, why can't I? 2
La respiración de Maia iba regresando de manera paulatina hacia el ritmo normal. Los intensos escalofríos que le habían erizado los vellos se esfumaron y fueron reemplazados por una inigualable calidez de olor a frutas cítricas y masculinidad. El flujo acuoso que perlaba sus mejillas se evaporó entre la tibieza del torso varonil y las armónicas notas que conseguía alcanzar la agradable voz de Darren. Poco a poco, los brazos de la chica iban dejando atrás la tensión del desasosiego para darle cabida a movimientos cariñosos. Con total naturalidad, sus manos se aferraron al cuello del joven Pellegrini, al tiempo que levantaba el rostro para ser capaz de verlo a los ojos. Una tempestad de emociones se arremolinaba en medio del azul cristalino de la mirada femenina, pero había una en especial que destacaba entre todas las demás: la gratitud.
La muchacha anhelaba decirle cuánto le agradecía por aquel adorable gesto que tanto bien le había hecho, pero las tímidas palabras se negaban a abandonar los dominios de la garganta. No obstante, le comunicaba sus sentimientos al chico a través de las caricias que con sus dedos le prodigaba en el cuello. Por su parte, el varón contemplaba embelesado el rostro de ella. Le retemblaba el labio inferior y su respiración comenzaba a acelerarse una vez más. Su frente se unió a la de Maia, al tiempo que sus dilatadas pupilas la seguían mirando con fijeza. Las manos del joven continuaban obsequiándole suaves masajes entre los cabellos y sobre la espalda. Se hallaban sumidos en un trance silencioso cargado de sensaciones y no parecían tener intenciones de romper aquel vínculo. Sin embargo, el ruido de un palmoteo repentino fue lo que terminó por destrozar la magia entre ellos.
—¡Qué hermoso! —exclamó una de las mujeres entre el grupo de empleados.
Aquel aplauso inesperado les recordó que había varias personas más cerca de ahí que los estaban fisgando. Ambos jóvenes se apartaron con rapidez y el rubor en las mejillas de Darren no se hizo esperar.
—Hacía mucho tiempo que no veía a una pareja tan linda y tierna como la de ustedes —afirmó la señora, con una gran sonrisa.
Maia abrió los ojos al máximo mientras una risilla nerviosa brotaba de sus labios. Luego de ello, enfocó su atención en el chico, quien tenía la mirada bien clavada en el suelo y el semblante hecho de furiosas llamas. Aquella reacción de él le pareció completamente adorable, por lo cual no se atrevió a refutar nada de lo que había dicho la mujer. Ninguno de los dos se animaba a hablar. La atmósfera se había puesto densa desde que el instante idílico había terminado, así que Jaime decidió alivianar la situación con una de sus oportunas intervenciones.
—Les damos las gracias por todo lo que hicieron esta noche, en serio. Pero no queremos causarles más molestias de las que ya les hemos ocasionado. Es hora de marcharnos, para que todos podamos ir a descansar. ¿Cierto, Darren?
El aludido se limitó a asentir con la cabeza, pues aún sentía que se ahogaba de la vergüenza. Mientras tanto, la muchacha ya se había levantado del sofá y estaba poniéndose las botas. En cuanto terminó de hacerlo, tomó el álbum consigo, se irguió e inició un breve discurso de agradecimiento.
—Nadie podría sentir más gratitud que yo. Les pido perdón por todo el desorden que hice y por las horas de sueño que les robé. Espero que no hayan tenido muchos problemas con los clientes por mi culpa. ¡Que pasen una buena noche y que Dios los bendiga!
La violinista se inclinó hacia delante y les sonrió. Acto seguido, llamó a la cachorra e hizo amago de retirarse del local.
—¡Espera! No estarás pensando en salir sola a la calle a estas horas, ¿o sí? —dijo la misma señora parlanchina de antes.
—¡No, qué va! Maia viene con nosotros en el auto, ¿verdad que sí? —declaró Jaime, mientras se le dibujaba una sonrisa traviesa.
"¡Mierda! ¡No quería que supieran en dónde vivo! Pero, ¿con qué cara voy a decirles que no ahora? ¡Qué desgracia!" Las miradas expectantes de todos los presentes y el sentido común se confabularon para obligar a la chica a responder de manera afirmativa.
—Sí, es verdad. ¡Justo me estaba yendo para allá en este momento!
Lo quisiera o no, su vida entera parecía estar empecinada en empujarla por todos los medios posibles para que le concediera una oportunidad a Darren...
1. Over the Rainbow de Judy Garland
Traducción de la estrofa citada al español
"En algún lugar sobre el arcoíris, muy arriba, hay una tierra de la que escuché una vez en una canción de cuna. En algún lugar sobre el arcoíris, los cielos son azules y los sueños que te atreves a soñar realmente se hacen realidad".
2. Over the Rainbow de Judy Garland
Traducción de la estrofa citada al español
"En algún lugar sobre el arcoíris, vuelan los azulejos. Los pájaros vuelan sobre el arcoíris. ¿Por qué entonces, oh, por qué no puedo hacerlo yo? Si los pequeños azulejos felices vuelan más allá del arcoíris, ¿por qué, oh, por qué no puedo hacerlo yo?"
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