Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Fugitiva

*Diez minutos antes de que Maia llegara a la caja registradora...

El teléfono de Jaime comenzó a sonar cuando él iba caminando hacia el estudio de fotografía en donde trabajaba. Eran cerca de las nueve de la mañana, por lo cual no creyó que se tratase de una llamada importante, ya que sus clientes no solían contactarlo fuera del horario laboral. Estuvo a punto de ignorar la llamada, pero en cuanto vio en pantalla el nombre de quien estaba tratando de hablarle, de inmediato tomó la llamada.

—¡Che, boludo! ¿A que no te imaginás a quién acabo de ver acá en el supermercado? ¡Vino la mina esa que andás buscando! ¿Cómo me dijiste que se llamaba? —dijo Luciano, a voz en cuello.

—¿¡Maia está ahí!? ¡No me jodas! ¿Estás seguro de que es ella? —contestó él, mientras una sonrisa amplia nacía en sus labios.

—¡Totalmente seguro! La he visto muchas veces por acá. Con esa pinta rara que trae, es fácil acordarse de ella. Pero si de verdad querés hablarle, apurate, porque la piba camina como si hubiera visto al diablo en el pasillo de las verduras.

—¡Estaré ahí al toque! ¡Sos regroso, sabelo!

El muchacho colgó, se guardó el móvil en el bolsillo derecho del pantalón y salió disparado hacia el local comercial. Tenía que atravesar cinco cuadras para llegar al sitio, así que se vio obligado a correr para estar ahí en el menor tiempo posible. No quería perder la oportunidad de encontrarse con la violinista en un lugar como aquel. Procurar una reunión frente al cementerio en mitad de la noche había sido una mala idea. Quizás si la contactaba en un espacio público, concurrido, a la luz del día, ella se sentiría más cómoda. Estaba feliz de haber coordinado el plan de búsqueda con algunos de sus amigos que vivían en el centro de la ciudad. Si más personas estaban pendientes de Maia, sería un poco menos difícil hallarla. Y justamente así había sido, para su buena suerte. "Darren seguro se va a caer de espaldas cuando por fin pueda verla. Yo me voy a encargar de todo", pensaba el joven Silva, al tiempo que aspiraba profundo para recuperar el aliento después de la vertiginosa carrera que acaba de hacer.

Las puertas automáticas del establecimiento se abrieron y Jaime atravesó el umbral con una mueca de intranquilidad estampada en la cara. Cruzaba los dedos para que la chica todavía se encontrase allí. Miró hacia la derecha, luego hacia la izquierda y justo ahí, en la caja número doce, se encontraba la muchacha, esperando su turno para pagar. "¡Sí! ¡Lo logré!" El chico levantó un puño discretamente, en señal de triunfo. Acto seguido, se adentró en el almacén y dio la vuelta para colocarse justo detrás de Maia en la fila. Pretendía iniciar una conversación de manera que pareciese casual, quizás con algo tan trivial como "a mí también me gustan mucho las manzanas" o lo que fuera que ella hubiese comprado. La estrategia iba bien definida en su cabeza, pero cuando estuvo al lado de la joven, se sintió como el más grande de los acosadores y no pudo dirigirle la palabra. "¿Y si luego no quiere charlar? No está obligada a sostener una conversación con un perfecto extraño. Tal vez hasta le moleste que le hable. ¿Qué debería decirle?" Mientras él le daba vueltas al asunto, notó el creciente fastidio en el rostro de la chica a medida que revolvía, casi con desesperación, los objetos que llevaba dentro de su mochila.

—Creo que olvidé el dinero en mi casa. Voy a tener que dejar las cosas acá. Disculpe las molestias —dijo ella, dirigiéndose a la cajera.

Jaime la oyó suspirar, claramente fastidiada, tras lo cual le dio la espalda y empezó a alejarse. Al comprender que estaba dejando escapar el momento propicio para abordarla, una loca idea le llegó de golpe. Miró el monto en la pantalla de la máquina, sacó su billetera, tomó dos billetes de quinientos pesos y se los ofreció a la empleada.

—Yo voy a pagar por las cosas de ella. Conserve el cambio, por favor.

La cajera no cuestionó la acción sorpresiva del chaval y solo se limitó a aceptar el dinero que este le entregaba. No obstante, como vio que el joven no hacía intento alguno por llamar la atención de la chica que se retiraba, ella misma se encargó de hacerlo.

—¡Señorita, espere, por favor! ¡Acá hay un joven que acaba de pagar por toda su compra!

Maia se dio la vuelta de inmediato, con cara de pocos amigos, lo cual intimidó un poco al muchacho, pero eso no impidió que él siguiera adelante con su extraño plan. Armándose de valor, avanzó unos cuantos pasos hacia ella, con el paquete en la mano izquierda y, finalmente, le habló.

—¡Hola! Me llamo Jaime. Seguro estarás preguntándote por qué hice esto si no nos conocemos de nada y, créeme, quiero contártelo. Pero, para eso, me gustaría invitarte a tomar un café. Es una larga historia.

Transcurrieron unos cuantos segundos de silencio, los cuales se le hicieron larguísimos al chico. La expresión facial de ella seguía tan fría como antes y se acentuaba aún más al verla de cerca, con ese maquillaje oscuro que resaltaba lo glacial de su mirada azulina.

—Agradezco la buena intención, pero no necesito que nadie pague por mis cosas, eso lo puedo hacer yo misma. No puedo aceptar el paquete ni tampoco puedo ir a tomar café con usted. Tengo muchas cosas que hacer.

Maia hizo un amago de marcharse, pero lo que Jaime le dijo a continuación logró que se detuviera otra vez.

—Solo permitime cinco minutos al menos. Quiero hablarte acerca de Darren. Él es un gran admirador tuyo.

—¿Admirador? ¿De qué está hablando?

—Un admirador de tus sonatas nocturnas, de eso te estoy hablando.

Un nuevo silencio afloró entre ellos. Sin embargo, el rostro de ella ya no se mostraba inexpresivo, sino todo lo contrario. Tenía el ceño fruncido y los ojos muy abiertos, como si acabase de recibir una noticia extraordinaria. Cuando se dio cuenta de que por fin había captado su atención, Jaime coronó su exitosa afirmación anterior con una aún más contundente.

—Debo decir que me alegra haber podido ayudar a que conservaras tu violín.

La siguiente reacción de la joven lo inquietó bastante. Maia apretó los puños y suspiró, como si estuviese controlando un incipiente ataque de ira. El chico casi esperaba que comenzara a gritarle groserías o algo semejante, pero ella, más bien, le dio la respuesta que él tanto deseaba escuchar.

—Está bien, le daré los cinco minutos que pide, pero no más que eso... Por cierto, mi nombre es Maia.

—¡Encantado de conocerte, Maia!

Jaime sonrió como lo hacen los niños pequeños después de llevar a cabo una gran travesura que queda impune. Su plan no podía haber resultado más exitoso. Ahora podría orquestar el encuentro perfecto para su amigo. Sería la mejor sorpresa para darle, un impresionante regalo atrasado de cumpleaños del que Darren jamás se olvidaría. Tuvo un impulso fugaz de volver levantar el puño para celebrar, pero se detuvo a tiempo.

—Conozco un restaurante acá cerca que tiene mesitas al aire libre. ¿Te gustaría acompañarme ahí?

Ella lo miró de reojo y suspiró de nuevo, como lo hacía toda vez que estaba tratando de ocultar su incomodidad perenne ante el contacto social, pero sin conseguirlo.

—Supongo que cualquier lado estará bien.

—¡Perfecto! No tardaremos nada en llegar, entonces.

Jaime iba caminando a paso muy rápido, lo cual era completamente normal para él, pero no lo era en absoluto para otras personas. Casi todo el mundo se quejaba de que el muchacho los dejaba abandonados, pues solía adelantarse varios metros sin siquiera percatarse de ello. Solo lo notaba hasta que se encontraba hablando solo en mitad de la acera. Sin embargo, aquel mal hábito no representó ningún problema para Maia. Estaba habituada a caminar a un ritmo igual de acelerado, dado que transitaba así a diario. Aunque era bajita, sus pasos eran lo suficientemente veloces como para estar al nivel de las zancadas del joven Silva sin mayores problemas. Aquel detalle sorprendió al chico, pues no esperaba verla avanzando lado a lado con él durante todo el trayecto. Apenas llegaron a la entrada de la cafetería en cuestión, le mencionó el asunto.

—¡Oye, de verdad eres rápida! A menudo me pasa que mis amigos se molestan conmigo porque los dejo atrás. No es a propósito, es que no puedo evitar caminar como lo hago. Pero, ¡tú caminas igual que yo! —afirmó él, dedicándole una mirada de aprobación y una sonrisa.

—No tiene nada de sorprendente, es cuestión de costumbre nada más —contestó ella, sin mostrar atisbos de cordialidad.

El muchacho estaba comenzando a sentirse incómodo en presencia de Maia. Nada de lo que él hacía o decía causaba un buen efecto en su estado de ánimo. No había sonreído ni una sola vez y su tono de voz sonaba agresivo, como si le tirara pedradas con cada sílaba. "Si solo se tratara de mí, ya habría dejado de quemarme la cabeza con esta mina. ¡Alta amargada!" Estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener el espíritu jovial que lo caracterizaba, pero no era nada sencillo. "Debería cobrarle a Darren por esto", pensaba para sus adentros, al tiempo que corría una silla metálica para que la muchacha se sentara.

—¡Adelante, señorita! —declaró él, haciendo la pantomima de un distinguido caballero victoriano que se quitaba el sombrero ante las damas.

Maia le sostuvo la mirada por varios segundos, pero no dijo nada. Se sentó en el puesto que le ofrecía y esperó a que su interlocutor se acomodase en el asiento que estaba en frente del suyo. Así lo hizo él y, acto seguido, levantó la mano para llamar al mesero. El hombre acudió de inmediato, ya que no había muchos clientes a esa hora en el local.

—¡Bienvenidos! ¿En qué les puedo servir?

—Yo quiero un café negro, sin azúcar, por favor —dijo Jaime, haciendo un esfuerzo por sonreír, como si la estuviera pasando de maravilla.

—¿Y qué desea la joven?

—Quiero un chocolate caliente, gracias —contestó ella, casi sin mover los labios.

—¿Desean algo para comer?

—No, así está bien. Tenemos algo de prisa.

—Como gusten. En un momento les llegarán sus bebidas.

El mesero dio media vuelta y se marchó, dejando tras de sí una densa atmósfera de silencio. Al joven Silva ya se le estaban agotando las ideas para mejorar el semblante impasible de la chica. Necesitaba escoger bien las palabras que le diría a continuación si pretendía que ella aceptara ver a Darren después. Decidió ir al grano, para no impacientarla o indisponerla más de lo que ya estaba.

—Mi amigo Darren quiere verte para darte las gracias en persona por haberlo ayudado a recuperarse de sus males.

—¿Ayudarlo yo? ¿Cómo es eso? Ni siquiera lo conozco.

—Te explico. Lo que pasa es que...

El timbre del celular de Jaime interrumpió de golpe la conversación. El muchacho cerró los ojos por un instante. "¡No puede ser! ¿¡Quién rayos será ahora!?" Se puso de pie para sacar el aparato en su bolsillo con más comodidad. Al levantarlo para ver de quién se trataba, no le quedó más remedio que disculparse con Maia, alejarse bastante de la mesa y tomar la llamada.

—¡No tenés idea de lo que acabás de interrumpir, loco! Te voy a matar cuando te vea, ¡lo juro! ¿Qué querés?

—Solo quería saber si estabas libre para que me acompañaras a desayunar al Pani Recoleta.

—¿¡Me estás cargando!? ¡Estoy en el Pani Recoleta!

—¡Sos un flash, che! ¡Me leíste la mente! Aguantame ahí, que ya estoy a punto de llegar.

—¡No, espera! ¿Darren? ¡Hola! ¿Me oís? ¡Darren!

El joven Pellegrini ya había colgado. Jaime no pudo explicarle nada de lo que estaba sucediendo. "¡Maldición! ¿Ahora qué hago yo? Si llega acá y ve a Maia, se va a infartar. Capaz se queda mudo otra vez. ¡Piensa, Jaime, piensa!" Mientras intentaba idear un nuevo plan para que todo saliera bien, se dirigió hacia la mesa en donde estaba Maia. No podía dejarla en ascuas por más tiempo, ya que ella solo había aceptado venir con la condición de que su encuentro fuese breve. Tendría que contarle la historia resumida, antes de que llegara su amigo. Lo último que esperaba encontrar cuando regresó era una mesa vacía, con dos tazas humeantes abandonadas. "¿Qué pasó acá? ¿Adónde se fue? ¿Estará en el baño?" Estuvo a punto de irse a preguntarle al mesero si la había visto, pero una efusiva voz femenina lo sacó de sus cavilaciones de manera repentina.

—¡Jaime, querido, qué bueno verte otra vez! ¿Cómo has estado? —preguntó doña Matilde, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Estoy muy bien, gracias. ¡Qué sorpresa verla por acá! —respondió él, visiblemente incómodo.

—Darren iba a venir solo, pero quise acompañarlo hasta acá, para que llegara más rápido. No puedo quedarme a comer con ustedes hoy, por desgracia. Pero al menos estaré tranquila porque sé que mi hijo va a estar en buenas manos.

—Claro, señora, despreocúpese. Yo me encargo. Por cierto, ¿dónde está él?

—Acomodé su silla por allá, en las mesas de adentro. —La mujer señaló el lugar mencionado con el dedo índice derecho. Luego miró las bebidas en la mesa—. ¿Ya habías pedido bebidas para los dos? ¡Qué amable! Hasta tomaste en cuenta que Darren prefiere el chocolate antes que el café... ¿Quieres que lo traiga a él acá?

—No, no se preocupe. Yo me llevo las bebidas para allá.

—Insisto, eres muy amable... Bueno, me despido, entonces. ¡Que disfruten de su desayuno!

—¡Hasta luego! ¡Que le vaya bien!

En cuanto la mujer le dio la espalda, Jaime se mordió el labio inferior con rabia. "¡Mierda! Maia se fue y no pude averiguar nada nuevo sobre ella. ¡Y el propio Darren tuvo la culpa! ¡Es increíble!" Jaime no podía creer que hubiera estado tan cerca de conseguir el objetivo deseado para luego tener que verlo escurrírsele de los dedos cual neblina invernal. Con resignación absoluta, levantó las tazas e ingresó al local. Tendría que guardarse para sí lo que había ocurrido, pues no deseaba arruinar la sorpresa, si es que acaso podía hallar una oportunidad tan buena como esa más adelante.

Mientras tanto, a unas pocas cuadras de ahí, Maia caminaba a paso vivo. Convertirse en una fugitiva parecía un ejercicio constante en su vida. Cuando se trataba de evadir momentos incómodos o situaciones amenazantes, huir siempre era la mejor opción para ella. ¿Y qué podía ser más incómodo y amenazante que encontrarse cara a cara con aquella mujer que tanto la despreciaba sin siquiera conocerla? La muchacha simplemente no pudo evitar obedecerle a su instinto, así que huyó...


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro