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Extra V: A las penas se las lleva el mar

Darren caminaba con lentitud hacia una de las viviendas cercanas a la playa de La Salis. Iba haciendo pausas cada pocos metros con el objetivo de calmar su respiración acelerada. Necesitaba reunir el valor necesario para hablar cara a cara con su ex prometida. Unos días antes de partir hacia Francia, el chico le había explicado con detalle a su padre la compleja situación en la que él y Adriana se hallaban. Tras escucharlo con atención, Matías estuvo de acuerdo con la decisión de su hijo: el par de primos debía hacer las paces cuanto antes.

El señor Escalante amaba a su sobrina y quería que estuviera tan bien como fuese posible. No tenía ni la más remota idea de lo difícil que había sido para la chica mudarse a Francia y abandonar así a quien amaba tanto. Un llanto silencioso se apoderaba de ella cada vez que su tío le preguntaba cómo estaba. Su actitud taciturna, la falta de apetito y las ganas de encerrarse en su habitación todo el día eran señales de que algo andaba muy mal.

"La pobrecita debe estar muy angustiada por la salud de Natalia, es normal", pensaba Matías. No obstante, ahora el hombre comprendía que el mayor detonante del dolor de su sobrina había sido la ruptura forzosa de su compromiso. El hecho de tener que dejar a Darren atrás había sido desgarrador en sí mismo, pero ahí no se acababa el sufrimiento. Aun después de tantos meses, ni siquiera su nueva vida lograba aplacar por completo el tormento en su consciencia.

Durante las primeras semanas, Adriana no podía ni dormir en paz pensando en que el chico quizás no despertaría del coma. La sola idea de no volver a verlo sonreír nunca más le calcinaba el alma. Y, para colmo de males, no había tenido una oportunidad para despedirse de él como era debido. Se sentía como una terrible cobarde al haber desaparecido de Argentina sin dejar rastro. La jovencita incluso había llegado a considerar que no tenía derecho a ser feliz otra vez por el abandono de su prometido y, peor aún, en un momento tan delicado.

En vista de tal situación, Matías consideró prudente intervenir. Sin reparo alguno, le facilitó la dirección de la casa de la chica al joven Pellegrini. No era partidario de las visitas sorpresa, mucho menos en un caso tan complicado como el de ellos. Sin embargo, estaba seguro de que la muchacha se negaría a ver al varón si le advertían que él la visitaría. En tal caso, era preferible llegar hasta ella sin avisar que hacerla huir sin escuchar todo cuanto el chico tenía para decirle.

Con cada pequeño paso que daba, la garganta de Darren parecía absorber los finos granos de la arena que pisaba. Hacía mucho tiempo que no experimentaba tantos nervios como en ese preciso instante. A pesar de que tenía la venia de sus padres, de su tía y de Maia, la determinación inicial flaqueaba conforme se iba acercando al sitio. Ya no estaba tan seguro de que fuera correcto remover viejas heridas a riesgo de abrirlas de nuevo sin la posibilidad de cerrarlas.

"Adriana es una profesional exitosa que vive en un lugar precioso. Tiene una pareja que la adora y una hijita saludable que le alegra los días. ¿No sería mejor si me mantengo alejado de ella? ¿Por qué carajos se me ocurrió que venir a verla era una buena idea?" En medio de tales cavilaciones, el muchacho había estado a punto de echar marcha atrás y desechar el plan. "Pero, si no hablo con ella, seguirá creyendo que hizo las cosas mal conmigo y eso no es así. Debe saber que nunca la odié ni tampoco la culpé de nada". Poco a poco, la valentía comenzó a ganar terreno una vez más hasta convencerlo de seguir adelante.

Mucho antes de llegar a la puerta principal de la vivienda, Darren divisó la esbelta figura de su prima a lo lejos. Su larga cabellera ondeaba como una bandera dorada contra el cielo azul de la playa. Mientras tanto, una figurita vestida de verde caminaba hacia ella entre carcajadas y aplausos torpes de sus diminutas manos. Las risas de ambas se escuchaban con claridad, al tiempo que la voz cantarina de la madre felicitaba a la hija por mantenerse en pie sin su ayuda.

—¡Muy bien, Nadín! ¡Sos toda una campeona! —dijo ella, con una sonrisa de oreja a oreja.

El muchacho se permitió un momento para contemplar la enternecedora escena antes de acercarse. La calidez que manaba de la joven al sostener a su pequeña en brazos le hubiese producido deseos de sonreír a casi cualquier persona. El rostro sonrosado de Adriana era el reflejo de un organismo saludable, propio de la chica vivaz que solía ser ella antes de conocer la verdad acerca de su ex novio. "No quiero borrar esa bonita sonrisa... ¡Dios mío! ¡Esto es una locura!". Un fuerte escalofrío recorrió la espina dorsal de Darren justo antes de dar los últimos pasos para hacerse visible ante la chica.

—Adriana... —articuló él, mientras sus piernas temblaban.

La temperatura corporal de la muchacha descendió drásticamente al escuchar el inconfundible sonido de aquella voz masculina. "¡No! ¡No puede ser él! Seguro me lo estoy imaginando... Ayer no dormí bien, ¡tiene que ser por eso!" Con movimientos torpes, la chica se giró despacio para mirar a la persona que acababa de llamarla por nombre. El músculo cardíaco se olvidó de cumplir con sus funciones durante un par de segundos en cuanto su mirada parda se encontró con la de Darren.

—Estás... acá... no... lo entiendo... ¿Cómo pudiste encontrarme? —inquirió ella, al tiempo que una tormenta se desataba en su estómago.

—Es una larga historia... ¿Podría hablar con vos a solas, por favor? —preguntó el chico, en tono de súplica.

De no haber sido porque estaba sujetando a su hijita en los brazos, no hubiera dudado en echarse a correr de inmediato, para así esconder el río de lágrimas que pugnaba por abandonar las cuencas y deslizarse sobre sus mejillas pálidas. Aquel encuentro imprevisto había hecho que los cimientos de su nueva realidad se tambalearan enseguida. La sola idea de encarar el amargo pasado que tanto trabajo le había costado superar la aterraba hasta el tuétano.

Por otro lado, la chica no imaginaba cuánto había echado de menos al joven Pellegrini hasta que lo tuvo frente a ella otra vez. Quería alejarse de él para siempre pero, al mismo tiempo, anhelaba abrazarlo con todas sus fuerzas. Una poderosa sensación de vacío se adueñó de su pecho, al punto de producirle frío en la piel, sin importar el agradable calor que provenía del exterior.

La chica estaba convencida de que todo vestigio de su amor por Darren yacía enterrado entre viejos recuerdos desde que fue capaz de enamorarse de alguien más. Ni siquiera había considerado necesario contarle sobre él a su actual pareja, ya que el hijo de Matías formaba parte de un ayer olvidado, o eso quiso creer. Sin embargo, los apresurados latidos que machacaban el torso femenino habían empezado a confundirle los pensamientos.

¿Estaba alterada por lo inesperado de la visita, por volver a ver a Darren sano, o porque todavía tenía sentimientos ocultos por su primo? No tenía idea de cómo responder a esas incómodas preguntas que revoleteaban entre las paredes de su cabeza. Cuando se marchó de Argentina, perdió todo contacto con Matilde. No había vuelto a tener noticias acerca del muchacho hasta que este apareció delante de ella. Era demasiado para asimilar en apenas unos minutos.

Adriana, le déjeuner est prêt! Viens manger, mon amour! —exclamó Antoine, el esposo de la muchacha.

Aquel llamado la sacó del ensimismamiento de forma abrupta, como si un rayo hubiese caído justo detrás de ella. Un apresurado plan se formó en la mente de la chica mientras su marido se aproximaba al sitio. Ante todo, debía disimular la turbación de su espíritu. Respiró hondo y se dio media vuelta para ir al encuentro del hombre. Disfrazando su nerviosismo tras una amplia sonrisa, le pidió que se encargara de cuidar a Nadín mientras ella hablaba con un viejo ex compañero de la universidad que había pasado a saludarla.

El padre de la nena no puso ninguna objeción al respecto, así que tomó a la pequeña en sus brazos pero, justo antes de retirarse, se quedó mirando con extrañeza al visitante desconocido. Sin comprender todavía el porqué, aquel rostro se le hacía demasiado familiar para pasarlo por alto. A pesar de su creciente curiosidad sobre la identidad del chico extranjero, el varón decidió no hacer preguntas incómodas y se limitó a ser cordial.

Bonsoir, monsieur! Bienvenue! —dijo él, agitando la mano derecha.

Con un acento un tanto extraño, Darren hizo todo lo posible por corresponder el gesto de cortesía con algunas de las pocas frases que conocía del francés. Tras recibir una sonrisa amable del joven Troussard, el muchacho suspiró aliviado al notar que había logrado hacerse entender. En cuanto su esposo les dio la espalda, Adriana le indicó a su primo, con un sutil ademán manual y una mirada ansiosa, que por favor la siguiera.

La muchacha dirigió al visitante hacia un sendero de piedra que los condujo hacia una sección de la playa invisible desde la casa. Una vez allí, la jovencita se giró despacio y observó el semblante del hijo de Matilde en silencio por un instante. "Su rostro es aún más hermoso de lo que era antes del accidente. ¡Mi Dios! ¡Cuánto me alivia saber que está bien!" Sin que pudiera hacer algo para evitarlo, el cuerpo de la chica actuó por cuenta propia. Adriana caminó presurosa hacia Darren y rodeó el torso masculino con ambos brazos, para luego estrecharlo como si no hubiera un mañana. El llanto contenido fluyó libremente hasta hacerla sollozar. Su primo, conmovido, le devolvió el fuerte abrazo.

—No llorés por mí, todo está bien ahora —aseveró él, con la voz trémula por la maraña de emociones que estaba experimentando.

—Me fui sin despedirme, nunca te expliqué nada, solo te abandoné... ¡Fui muy cruel! —afirmó ella, entre quejidos entrecortados.

—Hiciste lo que era mejor para vos, en realidad, para ambos.

—Ni siquiera me enteré de cuándo despertaste... ¡Eso es horrible!

—Aunque no entendía nada al principio, cuando por fin comprendí tus motivos, no pude menos que darte la razón. Fuiste muy valiente...

Los músculos de Adriana se tensaron en un segundo. De inmediato se apartó con brusquedad, como si la hubiesen abofeteado.

—¿Valiente? ¡No entiendo cómo podés decir semejante pavada! Ni siquiera pude decirte las cosas de frente... Estabas inconsciente en el hospital y yo me borré como si me diera igual, como si nunca hubiera sentido nada por vos...

—Lo reitero, fuiste muy valiente. Se requiere de mucho valor para dejar ir a alguien a quien se ama de verdad, ¿no te parece? No hay nada que pudiera reclamarte, nunca me enojé con vos.

—¡No te creo! ¡Algo así no se perdona tan fácilmente!

—No tenía nada que debiera perdonarte. Me preguntaba qué había pasado con vos, por qué no me respondías las llamadas ni los correos.

—Tenía tanto miedo, tanta culpa... ¡Perdoname, por favor!

—No te sintás así, está todo bien, te lo juro... Yo solo quería saber cómo estabas, quería tener la oportunidad de desearte lo mejor. Justamente por eso último es que decidí venir hasta acá.

—¿Cómo hiciste para no odiarme? Todo eso que dijiste, ¿me lo decís en serio?

—¡Obvio, Adri, no te mentiría! Me encanta ver que sos feliz con Antoine y con Nadín. Papá estaba en lo cierto, ¡tenés una familia hermosa!

—Entonces, fue por el tío Matías que llegaste aquí, ya entiendo...

—En cierta manera, sí, pero no fue solo por él. Como te dije antes, es una larga historia. ¿Tenés tiempo suficiente para escucharla?

—¡Por supuesto! Vení, sentémonos un rato en aquella banca —La chica señaló hacia un sitio cercano bajo techo—. Los dos tenemos un millón de cosas para contarnos, ¿no es cierto?

—¡Muchísimas más de las que vos te podés imaginar! Algunas de esas cosas quizás te parezcan increíbles. Tengo que pellizcarme a veces para asegurarme de que no las estoy soñando.

—¿Tan emocionante ha sido tu vida en estos últimos meses?

—Yo diría que hasta se podría escribir toda una novela basada en mi vida.

—¡Uff! ¡Con mucha más razón quiero escucharte ahora!

—Ponete bien cómoda, entonces.

Y así, entre risas, lágrimas, múltiples gestos de estupefacción y exclamaciones de todo tipo, las historias de cada uno comenzaron a ser compartidas. Ninguno de los dos hubiese sospechado que una terrible tragedia como la que habían vivido podría traerles tantas maravillas a ambos. Los giros en sus caminos habían sido tan grandes que era casi milagroso contemplarse frente a frente otra vez.

—Me alegra verte sonreír de nuevo. No fue mi intención que pasaras un mal rato por haber venido así, sin avisarte nada.

—No te preocupés más por eso. Creo que fue mejor de esa forma. Y como dice mi mamá, en un lugar tan lindo como este, a las penas se las lleva el mar.

—Estoy muy de acuerdo con ella... ¿Ahora sí entendés por qué te decía que todo estaba bien?

—Sí, tenías toda la razón. ¡Lo tuyo con Maia es maravilloso! Espero que me la presentés algún día.

—Lo mismo espero yo con respecto a tu esposo y a mi primita segunda, ¿eh?

—¡Claro que sí! ¡Contá con eso! Solo dame un tiempo para hablar de todo este asunto con Antoine y explicárselo bien. Estoy segura de que va a entender por qué no se lo quise decir antes. Es un hombre paciente y amoroso.

El muchacho se puso de pie y esbozó una amplia sonrisa. Sin previo aviso, se inclinó para besar la cabeza de su prima con ternura.

—¡Hasta pronto, Adri! ¡Cuidate! —dijo él, para luego darse vuelta y alejarse.

Lo que parecía haber destruido sus vidas había sido más bien el puente hacia un insólito rumbo en donde los esperaban enormes dosis de felicidad, amor y perdón. El capítulo inconcluso en la historia de Darren y de Adriana por fin se cerraba. Ahora tenían por delante un halagüeño panorama en el cual podrían estar el uno al lado del otro con total tranquilidad, como buenos amigos, sin dolor y sin remordimientos, como la familia que eran.


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