Extra IV: Ira hecha de lágrimas
Matías no había podido conciliar el sueño en toda la noche. El encuentro con Rocío había drenado hasta la última gota de energía en su interior. Ver el dolor delineando cada gesto del rostro femenino lo hacía sentirse como la peor escoria del planeta. Él comprendía, mucho mejor que nadie, el terrible daño que le había hecho a aquella inocente mujer solo por empecinarse en mantener un vínculo carente del amor que ella se merecía. Aunque nadie hubiese podido adivinarlo jamás, el señor Escalante también cargaba con decenas de miedos y de heridas supurantes en mitad del corazón.
Aquello que a ojos de la sociedad había parecido un trámite más, una parte necesaria de algún acuerdo de negocios, poco a poco se fue convirtiendo en un círculo vicioso que le destruía las entrañas. Todo comenzaba con el despiadado fuego de la culpa, para luego apagarlo con la glacial daga de la ira y de la fingida indiferencia. A pesar del esfuerzo para creer en sus propias mentiras, él también había sufrido los estragos del venenoso ambiente creado en torno a su idiotez.
¿Por qué no había acabado con la relación desde el principio? El hombre podía haberle puesto un punto final antes de siquiera firmar el acta de matrimonio. Pero su terrible cobardía y su enfermizo orgullo no se lo habían permitido. "Esto es justo lo que esperaba de un Escalante, ¡así se hace!" El padre de Matías sonreía satisfecho mientras pronunciaba su discurso triunfal para el joven que estaba a punto de casarse por conveniencia.
"Eres mi favorito. Siempre supe que serías el orgullo de esta familia, llevas sangre de triunfador. No te pareces en nada a la estúpida de Natalia. ¿¡Cómo se atrevió!? ¡Nos deshonró a todos solo por ir a revolcarse con un don nadie! Pero tú, hijo, has demostrado que sí entiendes cómo son las cosas en esta vida". Con una mirada soberbia, cargada de advertencia, el empresario continuó con aquel extenso sermón no solicitado.
"Mantente a la altura de lo que se espera de ti y no te preocuparás por nada jamás. Tendrás más dinero del que podrás contar, fama, prestigio y mi eterna aprobación. No me falles, hijo. Sabes de lo que soy capaz de hacer cuando me defraudan, ¿no es cierto? Si volviera a ver la cara de Natalia, no respondería por mis actos. Espero que comprendas bien lo que eso significa. Tus hijos agradecerán que lo entiendas". Y lo hacía, sabía que a su padre no le temblaría el pulso para moler a golpes a alguien o hacer cualquier otra cosa que fuese apropiada desde su retorcido punto de vista para castigar a quienes desobedecían sus designios. Ya había perdido a un hermanito no nacido por causa de uno de los episodios de "disciplina" por una espantosa pelea con su madre, pero eso nadie lo sabría jamás.
¿Por qué se había permitido convertirse en la misma clase de monstruo que tanto había aborrecido en secreto? Podía haber intentado ser un buen padre, un marido decente, pero no se atrevió a mover un dedo hasta que la destrucción era demasiado grande como para retroceder. "De no haber sido por la ayuda de Matilde, Natalia y Adriana, quizás ahora estaría atascado para siempre en el abismo", pensaba él, con el pecho hecho trizas de tanto gritar y sollozar. Ya le había pedido perdón a Rocío. Ahora había llegado el momento de pedírselo a los muchachos, empezando por Mauricio, quien era el más dañado de los tres.
La luz natural que se colaba a través del enorme ventanal con vista al jardín iluminaba la habitación que habían elegido para el encuentro. Se trataba de una estancia cómodamente amueblada, a prueba de ruido, destinada a la lectura o al estudio. Aquel sería el sitio en donde Matías derramaría su alma por primera vez en frente de uno de los hijos que compartía con la señora Peñaranda. No tenía idea de cómo iniciar la conversación, pero no se marcharía hasta que no hubiese vaciado cada gramo del arrepentimiento que le envolvía los huesos.
Mauricio abrió la puerta del cuarto y el señor Escalante ya se encontraba ahí dentro, sentado sobre un mullido sillón de tono pastel. Su mirada se había perdido en un mundo invisible para los ojos físicos, una dimensión hecha de sombras, lágrimas e ira sin sentido. En cuanto el muchacho cruzó el umbral, la vista del hombre regresó de golpe a la realidad tangible. Tras soltar un resoplido impregnado de hastío, el joven se dejó caer sobre el asiento frente a su padre.
—¿De qué me querés hablar? Si es por lo del divorcio, ni te gastés. Ese es un quilombo de ustedes dos que ya se veía venir desde hace un millón de años —declaró el chico, con una expresión apática digna de un premio.
—Lo de hoy tiene muy poco que ver con tu madre. Lo que vengo a decirte es un tema entre vos y yo, nada más —contestó el padre, en tono conciliador.
—Es bastante gracioso eso que me decís, ¿no te parece? Vos y yo no tenemos prácticamente nada de qué hablar.
—Si no tenés ganas de hablar conmigo, por lo menos escuchame, por favor.
—Dale. Cuanto más rápido salgamos de esto, será mejor para ambos. Así no tenés que fingir que te importo y yo puedo dejar de ver tu cara de idiota.
El señor Escalante respiró profundo un par de veces para deshacer un poco el apretado nudo que empezaba a estrangularlo. El hecho de que las palabras hirientes del joven tuvieran fundamento no hacía que le doliera menos escucharlas. Sería difícil disculparse con una persona que no tenía motivo alguno para perdonarlo, sino todas las razones del mundo para detestarlo. Pero, aun sabiendo eso, debía hacer el intento.
—Ya sé que no existe justificación para ninguna de las cosas tan despreciables que he estado haciendo durante todos estos años —El hombre miró a su hijo a los ojos—. Aunque no me lo merezca, hoy vengo a pedirte perdón.
—¿¡Pedirme perdón!? ¿¡Me estás cargando!? ¡No tenés vergüenza!
—Sí que la tengo, Mauricio, esto es en serio. He sido un cobarde de mierda por no haber hecho lo que debía desde el principio. Te lastimé sin compasión, una y otra vez, sin que tuvieras la culpa de mis broncas.
—¿¡Y hasta ahora te das cuenta de eso!? ¡Sos una basura!
—Tenés toda la razón. Solo una basura sería capaz de hacer lo que les hice a ustedes. Yo mismo me cagaba la vida y luego iba a desquitarme con otros, como si ellos tuvieran algo que ver con mis estupideces. Arruiné la vida de tu madre, de tus hermanos y la tuya.
El muchacho se puso de pie para dar vueltas por la habitación a paso rápido. Su respiración era irregular y ya comenzaban a saltársele las venas del cuello.
—¿Vos te pensás que con venir a pedirme perdón alcanza para borrar la vida de porquería que tuvimos? ¿Querés que te dé un aplauso, una medallita o un trofeo por esto? ¡Mejor andate a la mierda!
Para ese momento, el hombre también había abandonado su asiento. Quería hablar cara a cara con el chico, como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Sin importar cuántos insultos le prodigara, Matías necesitaba hablar hasta que no quedase ninguna confesión no pronunciada en su interior. El chico ahora le estaba dando la espalda, así que colocó la mano derecha sobre el hombro de este antes de seguir hablándole.
—Aunque ya no puedo deshacer el pasado, por lo menos quiero que sepás que me arrepiento muchísimo de todo. Después de tu madre, vos fuiste quien tuvo que cargar con la peor parte de mí... ¡Lo siento, de verdad lo siento, hijo!
Mauricio se pasó las manos entre los cabellos ondulados varias veces con genuina desesperación. De un pronto a otro, el joven apartó la mano de su padre con brusquedad y se volteó de golpe.
—¿¡Por qué me obligás a escucharte!? ¡Largate de una puta vez y dejanos en paz! ¿No te bastó con despedazar a mamá? ¿Te parece divertido venir a burlarte en mi cara también? ¡Andá a cogerte a la maldita turra de mierda que parió a tu bastardo, esa tipa descarada con la que siempre has estado y desaparecete!
Matías cerró los ojos durante un instante e infló sus pulmones lentamente. El insulto hacia Matilde había tocado una vena muy sensible en su alma, pero no podía permitirse perder los estribos por ello. Debía recordar que la ira de su hijo tenía motivos de peso para estar presente.
—Matilde también ha sufrido muchísimo por mi culpa. No te engañés pensando que ella lo ha pasado bien porque no es así. Nunca se ha burlado de ustedes, se ha estado sintiendo tan culpable como yo y se arrepiente de haberlos lastimado. Dejala afuera de esto, por favor te lo pido...
—¿¡Vos te estás escuchando, cínico de cuarta!? ¡Encima de todo la defendés! ¡Sos un caradura!
Sin previo aviso, el puño derecho del muchacho se estrelló de lleno contra la quijada de Matías. Lo inesperado de la violenta acción le robó un poco del equilibrio al hombre, pero logró mantenerse en pie a pesar del tambaleo. Ver el rostro del chico desfigurado por la furia, con la mirada chispeante de odio, escocía mucho más que el impacto de su golpe.
—La defiendo porque fui yo quien la arrastró a esto... Estoy hundido hasta el cuello en la mierda de mis estupideces. ¡El único culpable soy yo!
Mauricio liberó un potente gruñido de rabia justo antes de volver a estampar su mano cerrada contra la cara del señor Escalante. El hombre, ahora mejor preparado para recibir el potente golpazo, dio dos pasos hacia atrás. Con paciencia, se limpió el hilo de sangre que había comenzado a salir de su boca partida con el dorso de la mano izquierda.
—La verdad es que esas trompadas me las tenía bien merecidas. Me habría sorprendido mucho si no quisieras golpearme.
—¿Vos tenés una idea de la cantidad de veces que escuché a mamá llorando hasta quedarse dormida? ¿Te pusiste a pensar en que la estabas matando lentamente? ¡No, nunca te importó nadie más que vos mismo!
—Me arrepiento de mi egoísmo, fui tan cruel... ¡Perdoname, por favor!
—¿¡Cómo podés seguir pidiéndome semejante cosa!? ¡Me amenazabas para que me callara! Crecí con un miedo espantoso, ¿sabés? Tenía pavor de que lastimaras más a mamá y por eso me tragué la verdad. Debí haber hablado, ¡debí haberle contado a ella que estaba casada con un grandísimo hijo de puta!
El muchacho volvió a arremeter contra el hombre, pero este último se protegió de las agresiones cubriéndose con ambos brazos.
—Si no podés perdonarme, por lo menos hacé todo lo posible por no seguir mis pasos. Soy el peor ejemplo que podrías imitar, hijo.
—¡No vengás a decirme cómo tengo que vivir mi vida! ¡Hago lo que se me cante!
—Por favor, no te dejés consumir por la ira, eso no te lleva a ningún lado. Además de lastimar a otros, te vas a hacer aún más daño vos mismo. Te lo digo por experiencia. Necesitás ayuda...
—¡Cerrá la boca, imbécil! ¡No pienso escuchar nada que venga de vos!
El chico se llevó las manos al rostro y lo cubrió con estas, mientras el ritmo de su respiración se disparaba. Matías conocía aquella reacción como si de un viejo amigo se tratase. Ese tipo de comportamiento siempre precedía a unos amargos accesos de llanto que podían desencadenar una nueva ola de violencia física y verbal si eran ignorados o reprimidos. Debía dejar salir el dolor o se haría más heridas de las que podría soportar. Aun a riesgo de su propia seguridad, Matías se aproximó al muchacho y lo rodeó con ambos brazos.
—¡Soltame, desgraciado, dejame en paz! ¡Andate ya!
Mauricio comenzó a forcejear con toda la energía que pudo imprimirle a cada movimiento, pero fue una lucha inútil. Su padre era más alto y más fuerte que él, así que no podría soltarse de su agarre a menos que él se lo permitiera. A pesar de ello, el varón de menor edad continuó resistiéndose durante un buen rato hasta que, finalmente, se produjo el resultado que el señor Escalante esperaba conseguir. El jovencito rompió en llanto sin disimulo alguno.
—Te amo, hijo mío... Perdoname por haberte hecho sufrir tanto, por favor...
La tristeza que embargaba al chico se apoderó de cada fibra en el cuerpo de Matías. El hombre cedió a las lágrimas en perfecta sincronía con Mauricio, quien había dejado de resistirse hacía mucho rato y ahora abrazaba a su progenitor. Decenas de quejidos a viva voz emergieron del pecho del muchacho mientras su organismo convulso expulsaba todo el dolor acumulado durante poco más de doce años de acallar los gritos contenidos en su alma destrozada.
Ninguno de los dos supo cuánto tiempo transcurrió hasta que la intensidad de los lamentos por fin disminuyó. Para cuando eso sucedió, los párpados de ambos se habían hinchado y el aire no podía atravesar sus fosas nasales. Justo antes de deshacer el abrazo, el mayor de los varones besó la frente de su hijo. Acto seguido, le entregó una pequeña caja de pañuelos desechables que traía en el bolsillo interno de su chaqueta.
—Necesitás tiempo para sanar, eso lo entiendo muy bien, pasé por lo mismo. Te voy a dejar tranquilo, tal como me lo pediste. Si en algún momento querés verme, solo pedime que venga y estaré junto a vos de inmediato. ¡Hasta pronto, hijo!
Habiendo dicho aquello, el hombre se encaminó hacia la puerta de la estancia y la abrió para marcharse, no sin antes voltearse para mirar el rostro del chico. Mauricio se limitó a contemplarlo en silencio, pues no tenía intenciones de ir a detenerlo. Sin embargo, en sus ojos ya no había tanto odio como antes. Matías se atrevió a ilusionarse con la idea de que quizás algún día el jovencito pudiera volver a mirarlo sin rencor, sino con afecto, como cuando era pequeño. Sabía que no se merecía algo tan hermoso, pero estaba resuelto a mantener ese hilo de esperanza muy firme en su lugar. Así lo haría hasta que sus días en el mundo de los vivos se acabaran...
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