El inicio de una pesadilla
Desde la espantosa noche en que el aliento vital se había esfumado de manera abrupta del cuerpo fatigado y frágil de la señora Julia Rosales, el color en la vida de su hija parecía haberse borrado por completo. La pobre mujer se había partido el lomo trabajando como mucama para ganarse el pan y para costear la educación de Maia. No quería que su pequeña pasara por las mismas penurias que ella a causa de no tener estudios académicos. Y más se había empecinado la dama en apoyar a su pequeña en cuanto vio que la jovencita poseía la misma sensibilidad y talento musical de Mateo López, su difunto padre, a quien se lo había llevado el cáncer de páncreas cuando la nena apenas tenía tres años de edad.
El legado del violín le había sido dado a la niña, por lo cual doña Julia no cesaría de trabajar hasta ver a su retoño llegar muy alto, a través de esa hermosa capacidad que tenía para sacar bellas tonadas de las cuerdas con increíble facilidad. Pero el destino había interrumpido los sueños de la mujer, negándole la posibilidad de presenciar a Maia alcanzando el éxito en el mundo. Una imprudencia en forma de hombre tras el volante de un automóvil acelerado le había arrebatado a una muchacha a su amorosa madre, dejándola completamente sola y desprotegida en medio de un mundo que la contemplaba con desdén.
El hecho de que la muchacha estuviera estudiando música en una academia prestigiosa se debía a la simpatía que se había ganado doña Julia por parte de la señora Rocío Escalante, para la cual trabajaba. Ella había escuchado a la niñita tocando el caro violín que la mucama había guardado como recuerdo de su esposo fallecido. A pesar de no tener formación alguna en ese campo, la chiquilla tenía una habilidad innata para imitar las melodías que escuchaba en la radio con aquel instrumento. Desafinaba un poco y no siempre acertaba las notas, pero se notaba la facilidad con la cual sus dedos se deslizaban sobre las cuerdas del Stradivarius. Aquella destreza no debía ser desperdiciada por culpa de no contar con el dinero para recibir la formación necesaria.
—Maia es una nena con gran talento, se nota a leguas de distancia. ¿Te gustaría que ella estudiara en la misma academia a la que asiste mi querido Mauricio? —le había dicho Rocío a Julia, tomándola por sorpresa.
—¿Pero qué está diciendo, señora Escalante? Bien sabe usted que no tengo dinero para pagar ni siquiera la matrícula en un lugar tan distinguido como ese. Además, imagínese la cara que pondría su hijo si la hija de la mucama de su casa fuera a estudiar al mismo sitio que él. Seguramente le daría vergüenza —había contestado la viuda de López.
—No seas así, Julia. Te aprecio como si fueras parte de mi propia familia. Sería un gran gusto para mí que Maia viniera a la escuela de música con Mauricio. Yo me encargaré de pagarle los estudios. Ya dependería de ella lo que venga después de graduarse ahí, pero no le sería difícil conseguir una beca para ir a algún conservatorio en el extranjero si se lo propone. Su habilidad solo necesita algo de guía para sacarle el máximo potencial. ¿Qué me dices? ¿Aceptas?
La señora Rosales se tuvo que tragar el orgullo en aquella ocasión. De nada servía negarse ante una oportunidad tan valiosa como esa para el futuro de Maia solo por no ser ella quien le pagase los estudios. Con una amplia sonrisa, le había respondido con un efusivo "sí" a la generosa propuesta de su patrona. No podía dejar de pensar en lo feliz que se pondría la nena en cuanto recibiera la noticia de que iba a estudiar música, como lo había hecho su padre. Y justo así fue. La chica casi flotaba en medio de las nubes apenas llegó a sus oídos la buena nueva. Exudaba alegría por cada poro de su piel de porcelana. Hasta había creído que su mamá le estaba jugando una broma, pero cuando vio la seriedad en su gentil mirada llena de lágrimas de alegría, la jovencita por fin entendió que su madre le estaba diciendo la verdad.
—Papito se va a sentir muy contento allá en el cielo cuando me oiga tocar, ¿verdad que sí, mamita? —afirmó Maia, con sus chispeantes ojos azules fijos en el rostro de Julia.
—¡Sí, mi amor, claro que él va a estar súper feliz de oírte! Serás la envidia de los ángeles, ¿eh? —aseveró la mujer, entre risas, mientras abrazaba a la pequeña.
Ambas se habían deshecho en agradecimientos para la señora de la casa, mas la dama solo se limitaba a decir: "pero si no es nada". Sin embargo, no todo el mundo estaba tan complacido como lo estaba Rocío ante la perspectiva de que la hija de la sirvienta estudiara en una escuela de renombre. Los tres jóvenes Escalante habían escuchado las declaraciones de su madre al respecto con total indiferencia. Aunque esa no era la reacción que esperaba por parte de su familia, la madre creyó que aquella frialdad tal vez se debía a la escasa confianza entre ellos y la joven López, así que lo dejó pasar. Tal vez se mostraran más entusiastas cuando se conocieran mejor. No obstante, apenas ella se dio la vuelta para marcharse, el trío de muchachos comenzó a despotricar contra Maia, en especial Mauricio, puesto que él también tocaba el violín.
—¿¡Qué carajo le pasa a mi vieja!? ¿¡Cómo se le ocurrió semejante pavada de mandar a una chirusa a la misma escuela que yo!? ¡Y encima quiere tocar el violín la turra esa! ¡Mirá si luego me lo quiere quitar todo! ¡Tenemos que hacer algo para obligarla a largarse! —exclamó el mayor de los Escalante, temblando de rabia.
—Estoy de acuerdo con vos. No puede ser que una groncha como esa se crea igual que nosotros. Ya bastante hacemos dándole trabajo a la madre. Esa mina tiene que aprender cuál es su verdadero lugar sí o sí —declaró Javier, con una sonrisilla burlona dibujada en los labios.
—Pero no podemos hacer esto tan abiertamente. Para evitar problemas con mamá, mejor mantenemos esto bajo control. Nuestro plan debe ponerse en marcha solo cuando estemos en la escuela. Debemos quedar bien parados siempre, ¿no les parece? —propuso Alejandro, el menor de los tres.
Los muchachos habían quedado de acuerdo en que, desde ese día en adelante, la vida de Maia se transformaría en una auténtica pesadilla. Las burlas solapadas y, en muchas ocasiones, descaradas, hacían de los días en la escuela una batalla campal. Al principio, la chica llegaba a llorar a escondidas de doña Julia, preguntándose por qué la trataban tan mal los hijos de la patrona. No se explicaba las razones que ellos pudieran tener para insultarla e incluso arrebatarle sus apuntes o mancharle la ropa. No cabía en su cabecita la idea de que la tratasen como a una delincuente sin ningún motivo. A medida que el tiempo pasaba, comenzó a entender cómo eran las cosas en realidad. Los cuchicheos de sus compañeros no tardaron en llegar a sus oídos. "Esa piba pretende hacerse la importante viniendo acá. Pero mírala, no es más que una linyera. ¡Qué vergüenza para la institución y para los Escalante!" Expresiones tan despectivas como esa y muchas otras más se convirtieron en lo más cotidiano del mundo para la inocente muchacha, quien se fue encerrando en su mundo cada vez más, haciendo oídos sordos a las burlas y poniendo una gran coraza alrededor de su corazón para defenderse del desprecio generalizado.
Ante la mirada amorosa de doña Julia, su hija estaba haciendo genialidades y se la estaba pasando de maravilla en la academia. La cándida señora no se enteraba de la tristeza y la rabia contenidas dentro del alma de la muchacha, pues ella no permitía que su mamá la viera mal. Había aprendido a ocultar todo lo que sentía como la mejor de las actrices. Era capaz de esbozar una sonrisa angelical e irradiar felicidad absoluta aunque la pena le estuviese carcomiendo las entrañas justo en el mismo instante. No quería ver sufrir a la pobre mujer a causa de ella. Bastantes problemas tenía ya desde que Mateo la había dejado viuda. Maia se enfocaba en hacer sonreír a su amada mamita a como diera lugar, sin importar los incontables litros de llanto que ocultaba entre los pliegues de su almohada cada noche. Las marcadas ojeras causadas por las noches en vela quedaban bien cubiertas bajo una gruesa capa de maquillaje. No le resultaba nada difícil fingir ciertas emociones luego de tanto tiempo practicando para esconder lo que de verdad sentía.
El aciago día del accidente que resultó en la muerte de su madre, el interior de la joven López se transformó. En su alma cesaron de existir los colores, ya que el profundo hoyo en mitad de su pecho solo le permitía experimentar tristeza y desolación. La calidez de su persona murió con doña Julia y su corazón fue consumido por la negrura absoluta. El luto en su interior se dejaba ver en el exterior también, pues la chica no vestía prendas de ningún otro tono aparte del negro. Con la partida de su progenitora, ya no le quedaron razones para sonreír. Los días se hacían aún más pesados que antes. La señora Escalante había decidido convertirse en su encargada legal, al menos hasta que alcanzara la mayoría de edad y pudiera hacerse cargo de sí misma. Ese hermoso gesto, lejos de confortar a la chica, la hizo sentirse todavía peor, dado que el maltrato de los hijos de la dama se incrementó a causa de ello. La única vía de escape en su horizonte era a través de la beca para continuar estudiando en el extranjero. Pero, para eso, tenía que ser la mejor estudiante de todos. Estaba decidida a lograr ese objetivo a cualquier costo. Solo esa vaga esperanza la mantenía aferrada a la vida y le daba fuerzas para seguir luchando.
Gracias a la eterna amabilidad de Rocío, doña Julia había sido enterrada en el mausoleo de la familia Escalante, ubicado en el Cementerio de la Recoleta. Era allí adonde Maia acudía para estar junto a su madre, dedicándole las melodías para violín que componía e intentando olvidarse por un rato del pesado ambiente de la academia. Por suerte para la joven, su encargada legal había accedido a que ella se mudase a vivir sola en un apartamento cercano a la vivienda de los Escalante. La chica le había asegurado que no era porque se sintiese a disgusto viviendo bajo el mismo techo, sino que se trataba de ganar confianza para vivir de manera independiente, por si lograba ganarse la beca y tenía que mudarse a otro país. Aquello no dejaba de ser verdad, pero la muchacha sabía muy bien que se marchaba para no tener que mirar los rostros cargados de odio de los tres hijos de la mujer por más tiempo del que fuera estrictamente necesario.
Había aguantado varios años viviendo al lado de los Escalante por su madre y, en parte, como muestra de gratitud hacia doña Rocío. Pero la estadía allí se había tornado insoportable desde que Julia se había ido. Por esa razón, Maia había ideado el plan de trasladarse. Y aunque aún recibía un enorme apoyo económico por parte de la señora, ahora tenía un poco más de autonomía y una buena dosis de tranquilidad. Aunado a ello, la adopción de Kari, su hermosa perra labradora, le brindaba el consuelo y la compañía que ningún ser humano podía darle. Era su fiel compañera durante los ensayos y quien la ayudaba a ganar las batallas contra el decaimiento y la ansiedad. La quería con el alma. Junto a su querida mascota y a su invaluable violín, la joven López sentía que nada podría detenerla en su camino para alcanzar la anhelada beca. Por desgracia, la muchacha estaba muy equivocada. Un enemigo inesperado se cernía sobre su horizonte. Se aproximaba a paso lento pero seguro. Aquel adversario venía con muchas ganas de robarles la luz a sus preciados ojos de cielo. Una nueva lucha para despojar a la muchacha de toda motivación para seguir adelante había empezado...
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