De convergencias enfermizas y otros demonios
La taza de té verde a base de jazmín, mandarina y naranja humeaba frente al ceño fruncido de Matilde. Le había pedido a Matías que se encontrara con ella en el famoso restaurante "El gato negro", ahora también conocido como "Don Victoriano", el cual estaba situado en la Avenida Corrientes. A la señora le encantaba el ambiente clásico y refinado de aquel sitio tan lleno de colores y sabores provenientes de todos los rincones del mundo. El aroma a jengibre y a estragón que inundaba sus fosas nasales al entrar la transportaba a países distantes que en un futuro no muy lejano visitaría.
La mujer estaba esperándolo en la segunda planta, junto a una ventana que daba hacia la calle. A pesar de la agradable vista teñida de dorado por los rayos del sol, la dama no tenía deseos de extasiarse en el escenario que la rodeaba. Estaba sumergida entre el océano de sus pensamientos caóticos. La medialuna que había pedido para acompañar el té caliente exhibía los rastros de un par de mordiscos pequeños, idénticos a los de un ratoncito asustado. Las piernas de Matilde no dejaron de temblar desde que se hubo acomodado en el asiento. Sin importar lo que hiciera para calmarse, los nervios atenazaban sus entrañas.
En cuanto la esbelta figura del varón por fin se vislumbró en el horizonte, el estómago de la mujer se saturó de mariposas descontroladas. Más de dos décadas de conocerse no habían logrado aminorar la intensidad de aquel inquietante revoleteo en su interior. Parecía estar condenada a enloquecer como lo haría una colegiala enamorada cada vez que sus ojos mirasen a ese hombre. Por alguna razón que escapaba a su entendimiento, la emoción inicial que experimentan la mayoría de las parejas nunca la había abandonado. La esencia de adolescente apasionada todavía la caracterizaba.
En el preciso momento en que Matías ingresó al local, la señora sintió que una enorme bomba de adrenalina había sido detonada dentro de sus venas. Si en condiciones relativamente normales se alteraba con su presencia, el efecto de aquella reunión en particular desataba todas las tempestades existentes en su alma. Por más empeño que había puesto en mantenerse serena, con la cabeza fría, la cálida energía de su corazón dominó todas las reacciones de su cuerpo. Nunca había sido capaz de ocultar sus sentimientos por él. El señor Escalante ejercía un poder avasallador que no perdía fuerza a pesar de los años.
Los segundos que transcurrieron desde que el varón cruzó el umbral de la puerta se le antojaron eternos a la madre de Darren. Apenas la imagen del rostro masculino reapareció, esta vez en la base de los peldaños, los fuertes latidos en el pecho de ambos se hicieron casi audibles para el resto de los comensales. A pesar de la ansiedad que le generaba esa reunión, el hombre se las ingenió para mostrar serenidad en el semblante. No tardó ni diez segundos en ocupar la silla vacante que estaba en frente de la dama.
—Te he echado muchísimo de menos, Matilde. ¿Cómo has estado? —dijo él, al tiempo que la miraba con ternura.
—No tengo ni idea de cómo responder a eso, ¿sabés? Tengo la cabeza hecha un lío en este momento —contestó ella, entre suspiros entrecortados.
—Odiaría hacerte sentir presionada de alguna manera, así que solo hablaré de lo que vos querás que hablemos, ¿te parece?
—Sí, me parece bien. De hecho, quisiera comenzar la conversación haciéndote una pregunta.
—Adelante, preguntame lo que sea.
—Exactamente, ¿qué estuviste haciendo durante todos estos meses?
—¡Uff! Es una larga historia, en serio te lo digo. No sé por dónde preferís que empiece. Tengo un montón de cosas para contarte.
—Lo primero que quiero saber es si vos todavía estás...
La mujer presionó los labios de forma angustiada, como si el simple hecho de pronunciar la siguiente palabra fuese un proceso doloroso. El hombre captó el mensaje implícito en aquel gesto, así que se apresuró a completar la oración y a darle una respuesta a la pregunta de ella.
—¿Casado? No, ya no lo estoy. Los trámites del divorcio fueron muy rápidos, no hubo complicaciones ni atrasos de ningún tipo. Les dejé la propiedad y los bienes que compartíamos acá en Argentina a mis hijos y a Rocío.
La garganta de Matilde estuvo a punto de colapsar cuando el flujo de su propia saliva fue interrumpido por el peso de la noticia. Jamás creyó que viviría para escuchar esas palabras. Había ansiado oír aquello desde que era apenas una muchachita. Sin que pudiera intervenir para controlar el desborde de sus emociones, un par de lágrimas rodaron por la suavidad de las mejillas femeninas. Las manos varoniles se extendieron a lo largo de la pequeña mesa, para luego posarse sobre las de ella y estrecharlas de manera delicada.
—Ese fue el primer paso que di hacia los grandes cambios en mi vida. Desde entonces, he estado muy ocupado en decenas de juntas con mis abogados y en varios viajes, tanto locales como internacionales. Tenía demasiadas cosas que no merecía tener y que tampoco me hacían feliz, así que decidí regresarlas todas adonde pertenecían.
—¿A qué te referís con eso?
—Varias de las empresas que presidía las conseguí gracias a la simpatía de la familia Peñaranda. Algunas otras las obtuve de forma un tanto deshonesta. Solo unas pocas las conseguí gracias a mis conocimientos y a mi esfuerzo. Esas son las únicas que conservo ahora.
—¿Vendiste las demás?
—No, se las devolví a sus legítimos dueños. Rocío es una de esas personas. Seguramente ella se encargará de que Mauricio, Javier y Alejandro tengan cada uno su propia empresa en cuanto sepan cómo administrarlas bien.
El señor Escalante respiró hondo antes de continuar con su relato. Necesitaba mantenerse calmado para hablar con claridad.
—Hubo un montón de procesos legales que requerían de mi presencia. Tenía que estar en persona para discutir las cláusulas de los contratos, presentar evidencias, llegar a acuerdos, firmar documentos... Deshacer tantas alianzas comerciales y comenzar con el traspaso de las empresas no es tan fácil como parece.
—¿Y cómo te sentís al respecto?
—Me siento un poco, pero solo un poco, menos imbécil que antes. Creo que ahora entendés mejor hasta dónde llega mi estupidez, ¿no es cierto?
Matilde esbozó una sonrisa triste, como si cada recuerdo que compartía con Matías hubiese adquirido un nuevo significado.
—¿Por qué nunca me dijiste que vos también estabas jodido de la cabeza?
—En un principio, ni yo mismo lo sabía. No te imaginás cuánto me costó reconocer que tenía un problema grave. Necesitaba ayuda profesional, pero me negaba a aceptarla.
—Ya decía yo que esa galantería exagerada y esos cambios de humor tan bruscos no podían ser cosas normales.
—No, no lo eran, ¡para nada! Siempre me esforzaba para llamar la atención a como diera lugar. Y vos viste, en más de una ocasión, que me ponía como loco cuando las cosas no salían como yo esperaba.
—Una tipa con depresión clínica y un tipo con trastorno histriónico de la personalidad... ¡Qué divina combinación de pirados somos!
—Pues, a mí me gustás así de pirada. Aunque no te lo haya demostrado como se debe, siempre fuiste y seguís siendo lo mejor que me pasó en la vida, Matilde.
Entre lágrimas y sonrisas acompañadas de profundas miradas, entre reclamos válidos seguidos de extensas explicaciones, la tarde le cedió el paso a la noche y la charla de la pareja todavía no llegaba a su fin. Tantos años llenos de secretos y verdades a medias no se irían a dormir junto con el sol. Sin embargo, las cadenas del dolor, del resentimiento y de la culpa ya estaban comenzando a resquebrajarse. El camino hacia la curación de sus almas estaba despejándose.
♪ ♫ ♩ ♬
La videoconferencia entre el joven Pellegrini y el señor Velázquez tenía un aire de seriedad al inicio, pero los varones pronto se dieron cuenta de que no hacía falta tanta formalidad para llevar a cabo una conversación de negocios efectiva. El aire jovial del muchacho terminó por convencer al hombre de que la risa es siempre un excelente ingrediente en cualquier ambiente.
—Ya que la señorita López no puede abandonar el país por motivos académicos, estaba pensando en que podríamos grabar el videoclip de "Apartando la oscuridad" en diferentes puntos del Parque Tiergarten en Berlín. ¡Las vistas de los lagos, las arboledas y los jardines de ahí quedarían increíbles! —afirmó el empresario, con una amplia sonrisa.
—Sí, ese es un lugar precioso, sin duda. Alemania tiene escenarios magníficos en todas partes —declaró Darren, en tono cordial.
—Lo mejor de esto es que ni siquiera nos hace falta inventar una coreografía o ponernos a pensar en el estilo del vestuario a utilizar en el vídeo. ¡Lo que ustedes me mostraron está perfecto!
—¡Me alegra muchísimo que le gustara! Todo eso fue idea de Raquel Silva. Es una chica brillante, al igual que Jaime, su hermano mayor.
—Solo haría falta que vos viajés a Alemania por, al menos, un par de semanas. Pero recomendaría que vos te quedaras durante todo un mes, para que así descansés bien, conozcás un poco el país y tengás tiempo libre. Además, tenemos que tomar en cuenta el horario de estudios de tu novia. Haríamos el rodaje del vídeo con la ayuda del equipo de uno de los estudios aliados que tenemos en Europa. Son excelentes profesionales, ya lo vas a comprobar. ¿Qué te parece la idea? Contame, por favor.
—Necesito organizarme con el trabajo pendiente que tengo acá en Argentina. No falta mucho para cerrar el proyecto, pero prefiero asegurarme bien de que todo esté en orden antes de darle una respuesta definitiva.
—Si este videoclip que estamos planeando grabar tiene una buena acogida entre el público, y estoy seguro de que así será, habría altas posibilidades de que les diéramos un contrato para crear un álbum completo. Ambos tendrían los papeles de compositores e intérpretes de los temas.
—No puedo negarle que me encanta la idea, ¡es maravillosa!
—Vislumbro un futuro muy prometedor para los dos. No le tengás miedo a las aventuras. ¡Animate, muchacho!
—Le agradezco mucho tanto su interés como su tiempo. Me estaré comunicando con usted en breve, tiene mi palabra.
Una vez que Darren cortó la conexión virtual entre ambos, la expresión de su rostro pasó de la alegría a la preocupación. "No puedo dejar a mamá acá cuando todavía está en proceso de recuperación. ¿Y si le da una recaída grave cuando no estoy?" Una larga espiración de angustia abandonó su pecho. Había muchos asuntos delicados en los que debía pensar todavía.
"Carolina está en periodo de convalecencia y necesita a Jaime más que nunca. Raquel también está muy ocupada ayudándolos. Yo quiero estar disponible en caso de que me necesiten. No puedo irme así nada más". También estaba pendiente el tema de Matías. Aunque se había mantenido en contacto con su padre, tenían mil cosas de las que debían hablar.
"¿Cómo le estará yendo a mamá con papá? Ella me juró que estaba lista para encontrarse con él. Prometió que me llamaría si necesitaba que fuera a recogerla. ¿De verdad estará bien? Solo espero que volver a ver a mi viejo no le vaya a hacer más mal que bien". En el fondo de su corazón, el chico deseaba que sus padres pudieran vencer los obstáculos que los separaban. No sería nada fácil dejar atrás todo el sufrimiento que se habían infligido durante tanto tiempo, pero tampoco era imposible. Darren anhelaba tener una familia verdaderamente feliz pero, ¿acaso sería eso posible? ¿Estaría pidiendo demasiado?
Poco después de la medianoche, el sonido de la puerta principal sacó al joven Pellegrini de sus cavilaciones. No podía irse a dormir hasta que Matilde estuviera de vuelta en casa, sana y salva. El chico se levantó del sillón reclinable de su habitación y acudió al encuentro de la señora. Aunque sentía grandes deseos de pedirle que se lo contara todo con lujo de detalles, sabía que no debía presionarla en ningún sentido. Ella hablaría cuando estuviera preparada para hacerlo y no compartiría nada que la hiciera sentir incómoda.
—¡Hola, mamá! ¿Cómo estás? —dijo él, mientras le daba un beso en la mejilla derecha, para luego abrazarla.
—Hoy no he tenido una respuesta clara para esa pregunta. No sé cómo describir lo que siento, no puedo ponerle un nombre a esto que me pasa.
—¿Tienes ganas de charlar conmigo un poquito o preferís dormir? Es bastante tarde ya, te vendría bien descansar.
—No tengo deseos de dormir, creo que no podría conciliar el sueño si me quedo con esto enterrado en el pecho. ¡Quiero hablar! ¿Podrías prepararme un té relajante con algo de comer, por favor? Voy a ducharme y a ponerme el pijama mientras tanto.
—Claro, ¡ya mismo voy a la cocina! Ponte cómoda, en un ratito regreso.
Diez minutos más tarde, madre e hijo se encontraban recostados sobre un almohadón de cuña que había en la gran cama de la mujer. Ella había elegido conversar allí porque le resultaba más sencillo sincerarse cuando estaba en un lugar que la hacía sentirse segura. Tras un inicio cargado de titubeos y ansiedad, el discurso de la señora fue transformándose una sesión de liberación.
Poco a poco, Matilde hizo un recuento de lo que el señor Escalante le había contado acerca de su prolongada ausencia. También describió, sin entrar en los detalles íntimos de ambos, el trastorno de Matías y cómo eso explicaba, al menos en parte, el comportamiento reprochable que él había manifestado por tanto tiempo. Aquello en sí mismo no justificaba sus errores ni tampoco borraba los enormes daños que les había ocasionado a otros, pero sí contribuía a que la señora pudiera entenderlo mejor. Todavía les quedaban mil asuntos por aclarar y para eso se necesitaría más tiempo.
Darren la oyó con mucha paciencia, prestándole cuidadosa atención tanto a sus palabras como a sus gestos. Aunque tenía una infinidad de dudas y preguntas acerca de Matías, no la interrumpió en ningún momento. Tampoco la forzó a continuar cuando se quedaba en silencio por lapsos prolongados. Estaba plenamente consciente de la gran importancia que tenía el simple pero poderoso hecho de escucharla con genuino interés. Le encantaba hacerla sentirse amada de todas las maneras que conocía.
Cuando se aproximaba al final de la narración, la señora se volteó para mirar cara a cara al muchacho. Lo que iba a decir a continuación quizás alteraría el ánimo del chico o tal vez no, era imposible saber a ciencia cierta cómo reaccionaría él. Pero, sin importar cuál fuese su respuesta, deseaba comunicarle aquello con urgencia.
—Por favor, no te vayas a enojar conmigo por esto que voy a decirte. Seguro pensarás que es muy pronto y que no estoy en capacidad de tomar una decisión así en estos momentos, pero igual necesito decírtelo.
—¿Qué pasa, mamá? Ya sabes que puedes contarme lo que sea. No te voy a regañar ni a reclamarte cosas.
—Decidí darle una oportunidad a tu papá.
—¿Podrías decirme qué significa eso para ti?
—Significa que, a pesar de todo, lo perdono. Quiero empezar de nuevo, rehacer mi vida, pero no lo quiero tener lejos de mí, eso significa. ¿Está mal que desee esas cosas?
El varón extendió los brazos para luego rodear el torso de su madre. La estrechó con fuerza, mientras un pequeño escozor en los globos oculares anunciaba el inminente desborde de sus sentimientos.
—No está mal, mamá. Yo solo quiero verte feliz. Si estar con papá es lo que te hace feliz, me parece perfecto. Tienes todo mi apoyo.
—Aún hay algo más que quiero decirte.
—Dímelo.
—Matías me propuso que nos vayamos a vivir a Francia, cerca de tu tía Natalia. Allá podría continuar con mi tratamiento y sería incluso de mejor calidad que el de acá, según cuenta él. Está seguro de que a Natalia le hizo muchísimo bien vivir cerca de la playa. Le dije que lo iba a pensar, pero la verdad es que no necesito pensarlo mucho más... ¡Quiero aceptar!
Aquella revelación dejó a Darren mareado, tembloroso, sin palabras. Su cerebro no estaba en capacidad de asimilar tanta información de golpe. Sin embargo, cuatro contundentes palabras lograron emerger hacia la superficie de sus pensamientos. Se trataba de una frase pequeña, pero de gran significado para él. Su rostro entero se convirtió en el lienzo del asombro y la esperanza al percatarse de aquella verdad.
"Francia colinda con Alemania". ¿Acaso estaba recibiendo una señal? La ruta que lo llevaría hasta su amada violinista comenzaba a teñirse de amarillo. Ese era el color favorito de Maia y era también el tono de las baldosas que conducían hacia la Ciudad Esmeralda. En palabras de la joven Dorothy, "no hay lugar como el hogar". Y si el hogar es el sitio en donde está el corazón, el suyo se encontraba en Berlín, aguardando con paciencia por su llegada...
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