Capítulo #8
Narra Megan:
Me marcho en dirección al coche mientras las expresiones de ambos rostros tanto el de James como el de Carla se quedan grabados en mi subconsciente. Respiro hondo para ver si consigo relajarme siquiera, elevo la vista y contemplo como Richard se encuentra dejando salir de su boca una inmensa masa de humo.
— Pareces un tren a vapor.
— Mis disculpas, señorita Megan. No fue mi intención.
— Tranquilo Richy, tampoco es que vaya a despedirte por ello. Solo te doy un consejito... eso hace mal a la salud. Ahora por favor, llévame a casa. Necesito descansar.
— Enseguida. ¿Cómo ha ido la reunión?
— Sin palabras... creí que me arrancaría la cabeza pero no, no lo hizo.
— Él sabe a quien se enfrenta señorita, por eso no lo hizo.
— Tomo tus palabras, tienes mucha razón. Vámonos.
— Claro.
• • •
El ambiente se estaba tiñiendo nuevamente como un velo agobiante sobre mi cabeza a medida que avanzabamos para adentrarnos en la interestelar 5 de regreso, gracias a todo lo que existe, de regreso a la mansión a las afueras de Seattle.
Hoy amaneció muy soleado pero en definitivas no duró mucho, ya las nubes asomaban nuevamente.
Por esa razón las personas que trataban de adelantar todo el trabajo posible, tuvieron que antes de tiempo marcharse a recoger a los niños del colegio y otras labores más antes de iniciada la lluvia.
— Odio el clima de por aquí.
Para más colmo, al lado del auto se encuentran unos ciclistas al parecer muy entusiasmados por la carrerita que hacían entre ellos, pero molestando bastante con los malditos timbrecitos.
— Molestan ¿cierto? —preguntó Richard.
— Sí, bastante. —Le sonrío y este regresa la vista al volante.
De los nueve días pasados, esta última semana ha sido la peor de mi vida... pero estos dos días anteriores se han ganado el premio mayor.
Un dolor casi indescriptible tiñe las paredes de mi memoria de un negro tan azabache así como lo es mi cabello. No se puede comparar con nada, nunca antes había sentido un dolor como este.
— Esa maldita voz, su rugido... fue escalofriante. —susurro mientras hago dibujos incoherentes en el cristal de la ventanilla.
La realidad me golpea nuevamente y me devuelve a mi sitio. Aún sigo entre los vivos, tan solo por eso debo actuar como tal pero mi mente está en otro sitio.
Una vez divisé aquella enorme casa me dispuse a bajar del Mercedes y adentrarme en aquel lugar, estaba extremadamente agotada... lo cual me resultaba muy extraño debido a lo temprano que era aún. Podría ser a más tardar las 2:00 o 2:30 de la tarde.
Caminé por ese pasillo intercalado y me crucé con una que otra joven de limpieza mientras iba a mi habitación.
— Estaré en mi cuarto. —Le anuncio a la joven que se queda observándome— Si alguien desea verme, les comunicas que estoy agotada y no quiero visitas. ¿Podrías hacerme ese favor, linda?
— Claro señorita.
Cierro de un portazo haciendo que del otro lado todos se sobresalten debido a que con lo débil que estaba no pude frenar el viento al empujar tan fuerte la puerta, tan solo cerre los ojos desesperanzada por un poco de serenidad y me tumbe en la cama.
• • •
Todo en la habitación estaba gobernado por un inmenso silencio, ni siquiera podía escuchar a las chicas de limpieza pero si las hojas al caer y las gotas fuera de la ventana.
«No, no puede estar pasando nuevamente.»
— Uno.
Sentía que alguien susurraba.
— Silencio... —Añadía temblorosa al saber que todo comenzaría una vez más.
— Dos.
— Te he dicho silencio.
— Tres.
— Silencio por favor, no sigas.
Todos mis vellos se erizaban entrando en estado de alerta.
— Eres mía, nena…
Narrador omnisciente:
Megan tensó todos los músculos de su cuerpo mientras se encontraba en cama todavía. Después del conteo, después de que la piel se le erizase repentinamente hasta el cuero cabelludo, sabía lo que vendría.
— No...
— Sí...
Siempre vendría y de la misma manera, lo que ya no importaba si era de día o de noche, antes solía ser tan solo en las noches pero ahora... ahora no importaba a que hora fuese.
Ahora justo al anochecer, él venía de nuevo a por ella. Él volvería a levantarse de su mugriento lecho saliendo de aquellas mazmorras para volver a atormentarla.
Arrinconada en una de las esquinas más oscuras de su cama, hundió la cara entre las aterciopeladas almohadas sujetándose fuertemente de sus rodillas. Temblaba así como si fuese una gelatina, tenía mucho frío y la bilis le subía por la garganta como si estuviese en una montaña rusa.
Dios, hacía tanto frío como para que nevase en su habitación… Exhaló trémulamente y abrió los ojos lo suficiente para sentir aquellas gotas que se formaban justamente ubicadas en su cara, en la zona de su frente.
— No puede estar pasando otra vez, no.
Últimamente esa voz era tan fuerte y tan clara que ya no tenía autocontrol para callarla. No sabía distinguir a estas alturas si era un sueño o era su tortuosa realidad.
Era junio, posiblemente no más de las doce o una de la madrugada y estaba en el interior de esa casa de las afueras de Seattle. Esa mansión a la cual espléndidamente y sin gasto alguno la llevó Aldo, a ella y a los demás del equipo de seguridad.
— ¿Por qué crees que te llevaron allí, nena?
— No empieces.
— Por mucho que quieras callarme no lo conseguirás álainn. Te lo digo en serio, iré a por ti…
Megan cerró los ojos con mucha más fuerza de la que esperaba y se tapó los oídos a tal punto que parecía que se iba a lastimar con sus propias uñas.
Aquella voz varonil rugía haciéndola temblar de lo asustada que se encontraba, ella juró que no volvería a mostrarse débil ante nadie pero… esto era otra cosa, era algo que se escapaba de sus manos.
— Basta. Basta por favor. —susurró con la voz llena de lágrimas— No puedo más con esto, yo no soy tuya. No soy de nadie, solo eres producto de mi mente, si yo quiero te haré callar.
— ¿De verdad te crees eso que dices? Vamos nena, tú y yo sabemos que no es así… nunca me has callado, yo siempre he estado aquí.
Ahora detectó el matiz de la voz… le parecía algo muy familiar pero aún desconocía de donde. Le era conocida, definitivamente. Esa voz estaba mostrando cuán posesivo, manipulador, agresivo y enojado podía ser ese hombre.
¿Ya lo había oído otras veces? Pero ¿dónde? Trató de recordar aturdida.
Los nervios y el miedo que comenzaban a emergir en un principio cuando empezaron a aparecer aquellas crisis no dejaban que ella ubicara la voz con claridad, pero tampoco los sentimientos que transmitía. En esta ocasión no fue así. Lo sentía todo a gran escala.
Aún así, ¿quién era él? ¿Por qué decía que ella era suya? ¿La conocía?
— Ya es suficiente, te haré desaparecer. Si debo volver a tomar esas pastillas para hacerte salir de mi cabeza pues así será. Pero por favor déjame, no quiero volver a medicarme. —rogó abrazándose las rodillas y meciéndose hacia adelante y hacia atrás todavía enredada dentro de aquel edredón.
— Di lo que quieras, pero no podrás callarme.
— Déjame tranquila, claro que podré.
— Silencio, álainn. Sabes que las pastillas no harán nada, nunca me hicieron callar. Siempre estuve aquí… esperaba el momento indicado. Aunque si lo deseas desapareceré. Adiós.
Un silencio rotundo gobernó en todo el lugar pero Megan no se dejaba engañar por nadie, la cruda realidad y su maldito padre fueron sus mejores maestros en las artes de la desconfianza y los engaños.
Esa voz no se iría nunca, nunca sería capaz de salir de su interior, ella estaba bajo su control… bajo su sombra. Él no desapareció, tan solo la engañaba. Siempre volvía, siempre volvería a ella. Siempre.
Y el silencio, ese maldito silencio era como la calma que precede a la feroz tormenta, era simplemente el ojo del huracán, todo tranquilidad cuando al final en los alrededores el mundo puede estarse cayendo.
Sin embargo, esta vez, algo sucedió. Algo que la dejó helada por completo. No se lo creía.
El viento se impregnó de ese olor tan familiar para sus sentidos. Ese aroma a campos de vid, al rocío que perfumaba las lindas flores silvestres que crecían cerca de ese bosque, aquel bosque cercano a la casa en que pasábamos las vacaciones.
Un olor fuerte, penetrante y muy tranquilizador.
Un olor que le recordaba al de aquel pequeño cachorro de lobo que había visto el día en que le quiso jugar una broma a su madre mientras ella trataba de encontrarla.
Un cachorro al cual su manada odiaba tanto, un pequeño que no recibió el debido amor de parte de sus padres. Ese que cuyo destino estaba maldito y a ella le hicieron creer que nunca existió… que era imposible.
La peli negra frunció el ceño considerablemente. En aquel lugar no habían campos de vid, tampoco flores silvestres, ni flores de bosque debido a que no estaban en uno.
— ¡Sigo aquí! ¡¿Acaso creíste que te liberarías tan fácilmente de mí?! —rugió la voz más alterada que antes.
Megan se volvió un mar de lágrimas, no podía hacer nada más que echarse a llorar como si tuviera 3 años nuevamente y estuviera sola en la oscuridad de aquel bosque esperando a que ese lobo azabache la devorase, muy desamparada, asustada e incluso temerosa de lo que pudiera pasar.
Él no estaba, claro que no, ya él no estaba. Más nunca supo su paradero o si lo atraparon.
— Lo extraño... —susurró.
De algo si estaba segura, aquel aroma estaba cerca. Fuese quien fuese, estaba muy cerca de ella. Pero ¿quién olía así? La peli negra solo conocía a ese cachorro. ¿Quién más podría ser?
Él posiblemente estaba muerto, o muy lejos en su imaginación. El susto había sido tremendo. ¿Era su propia respiración lo que oía? Tal vez.
No podía ser. ¿Quién estaba ahí, con ella, pegado a su oído izquierdo?
Respiraba cómo si del viento se tratara y no fueran más que alucinaciones suyas.
Esa voz masculina, los rugidos, la respiración cerca de ella. Él no podía… no, no puede ser que esté en la habitación.
— Nunca podrás deshacerte de mí, álainn. ¿No lo entiendes?
La voz sonó más calmada y más melosa. Megan tragó saliva aunque tuviera la garganta seca y dolorida por el llanto.
De repente sintió una caricia en la nuca. Una mano cálida le rozaba la piel con los dedos y luego se dirigió a rozar su mentón. Durante el tiempo que ella llevaba escuchando su voz desde esos jodidos nueve días, él nunca la había tocado. Nunca.
— ¡No! —gritó hasta que vació el aire de sus pulmones. Gritó hasta que le
dolieron las cuerdas vocales y posiblemente no se quedó afónica por un milagro.
Grito hasta caer en una inconsciencia total.
• • •
Magdalena, Aldo y Josh llegaron a la casa que antes traía un aspecto al más puro estilo victoriano, en cuanto recibieron la llamada de un Richard sumamente asustado por lo sucedido partieron enseguida.
Él les había dicho que Megan se había quedado quebrada en el suelo de la habitación luego de rodar por la cama enredada en el abultado edredón, después de gritar hasta casi quedarse afónica.
El joven estaba preocupado debido a que no le había dado tiempo a correr a la planta de arriba y socorrerla con lo que fuese que le hubiese sucedido, aunque todos pensaban lo mismo… de seguro volvió a tener otra crisis y eso significaba que él estaba cerca. La estaba acechando otra vez, debían partir cuanto antes para España. Él no podía dar con Megan.
Richy se apartó de la puerta para que la señora de cabellos rubios, el pelirrojo y el rapado entraran. No dejaba de sorprenderse siempre que veía a la señora Magdalena. Esa mujer pese a los años aún se mantenía igual o parecida a quien fue en su juventud.
Sin embargo, lo que más sorprendía a Richard era la naturalidad con la que su casi “madre” debido a que está quedó a su cargo una vez sus padres murieron, había aceptado su nueva vida como una más del clan Madadh allaidh.
— Richy...
Ella le sonrió, y él asintió con la cabeza a su vez a modo de saludo, mientras esta se volteaba a encontrarse con la mirada de Aldo que estaba suspirando como un hombre muy enamorado.
Era muy lindo verlos así. Eran tan unidos.
Aldo era tan impresionante como su kone, Magdalena.
— ¿Dónde está, Richy? —preguntó Magdalena más preocupada de lo normal.
— Arriba. —contestó Richard precediéndolas— En su habitación, vamos.
— ¿No has oído nada raro mientras ella estaba en su habitación? Antes de los gritos, ¿no sentiste nada?
— Nada, Magda. Un silencio absoluto. Yo estaba dando uno de mis recorridos del día de hoy y entonces la oí gritar. Fue tan fuerte que la sentí incluso abajo. Ella y yo regresamos de la reunión con James…
— ¿Se reunió con James? —El rostro de Magdalena se veía preocupado.
— Pues claro, recuerden que era hoy. Pero todo fue bien, luego se acostó y pues vino esto. Magda… era un grito de terror, algo malo le debió haber pasado mientras dormía.
— Le ha pasado otras veces, ¿recuerdas? —añadió Josh subiendo las escaleras a toda prisa.
— Si le ha pasado, les recuerdo que he estado presente. No tienes que repetirmelo, ella no sabe que yo lo sé... nunca a querido decirme y yo la comprendo. Meg es muy extrovertida y alegre conmigo, pero le cuesta abrirse cuando se trata de esas crisis. Aunque es verdad que desde lo de Gales a estado bastante rara.
Richard miró a Aldo de reojo, y este le puso una mano en el hombro para que se calmase.
— ¿Te has asustado, verdad?
— Sí, un poco. Aunque ya debería estar adaptado. —confesó cansado—Cuando la cogí en brazos para dejarla nuevamente sobre la cama estaba fría como si de un iceberg se tratara. No supe qué hacer, leder. No me escuchaba en absoluto y tenía la mirada perdida y sin brillo, como si fuese una jodida muñeca y no un ser humano. Joder, se me pusieron los pelos de punta.
Magdalena escuchaba con atención lo que decía el mulato. Le preocupaba la peli negra. Porque ella más que nadie no tenía ninguna duda de que la azabache era muy especial para el clan.
— Richy, cariño. —La señora se detuvo en la puerta y lo miró por encima del hombro de un modo muy conciliador, quería calmarlo— ¿Nos dejas a solas con ella, por favor? Sabes que no hablará si estas enfrente. Teme que pienses que esta loca.
— ¿La razón es esa? —preguntó frunciendo el ceño y la rubia ocultó la mirada como si hubiese dicho algo que no debía.
— Está bien, ya no pregunto más. Los espero allá abajo. —resopló como un niño pequeño y se dirigió a las escaleras.
El pelirrojo abrió la puerta levemente para no hacer tanto ruido y los otros dos entraron en la habitación seguiéndole.
Era un lugar amplio, demasiado para una sola persona y de techos muy altos. El suelo estaba cubierto por una enorme alfombra aterciopelada con tonos de un carmesí oscuro que brillaba por la pequeña capa de polvos coloridos que Claire le colocó hacía una semana cuando se enteró de la llegada de tales invitados, y las paredes estaban pintadas de un color granate (rojo vino).
Las cortinas del mismo tono dejaban entrar de manera muy débil y sutil la claridad de la luna y el reflejo de las antiguas lámparas del jardín. La cama era enorme. En la pared había una librería resguardada por unos lindos marcos acristalados, todo de madera de cerezo y sobre el escritorio que ocupaba toda una esquina… tal vez más de la habitación había una laptop negra con unos papeles encima.
La azabache no hacía más que encogerse, contraerse y acurrucarse encima de la cama por miedo, dolor u otra cosa referente a lo sucedido mientras ellos no estaban. Los cojines y las almohadillas de satén se encontraban esparcidos en el suelo y uno de ellos entre sus brazos temblorosos.
El edredón de tela negra de hermosos detalles florales y mariposas rojas tejidas con encaje por todos lados estaba deshecha a sus pies, una mitad cubriéndole y la otra golpeaba la alfombra. Ella tenía aquellos lindos ojos azules hinchados de haber llorado tanto, a tal punto que parecían las aguas profundas de un océano y el rostro un poco pálido.
Cuando elevó aún temblorosa la vista y miró a sus amigos, se cogió las rodillas nuevamente y hundió la cara en la almohada a la cual no le cabía una gota más.
No soportaba que la vieran en ese estado, estaba avergonzada. Ella se prometió así misma ser fuerte, autosuficiente y muy independiente. No quería volver a decepcionar a nadie más.
— Meg, cariño...
— Marchaos.
— Meg... —susurro Magdalena preocupada por el estado de la joven.
— He dicho… marchaos.
— Burbuja no puedes pretender que simplemente nos iremos.
— Cha déan.
— ¿Qué has dicho? —preguntó asombrado Aldo al escuchar de la boca de la azabache esas palabras... esas de su lengua natal.
— ¡Cha déan!
Conmocionados aún y sin conocer la razón ni el porqué de su enojo decidieron volver a salir antes de que la peli negra perdiera la poca cordura que parecía quedarle.
Significado de palabras en cursiva:
Álainn: en gaélico antiguo significa bella.
Cha déan: en gaélico antiguo significa déjame en paz.
Leder: en noruego significa líder.
Madadh allaidh: en gaélico antiguo significa Bestias-lobo.
Kone: en noruego significa mujer.
¡¡¡¡Holaaaa!!!!! 😁😁😁😁
De verdad muchas gracias por el apoyo y el amor que le dan a esta historia que con tan sólo 500 vistas y 100 votos me hace llorar de la emoción, yo sé que me demoro en actualizar pero aún así cuando lo hago tengo sus lindos votos y eso me emociona mucho más de lo que pueden imaginar y me ayuda a seguir escribiendo.
GRACIAS POR TODO SU APOYO 🥰😘
Adiós, y nos vemos en otro capítulo. Cuídense mucho y besos💋💕
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