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Capítulo #5

Narrador omnisciente:

En el Mercedes-Benz blanco modelo SLR McLaren de Megan, de camino a la gran casa en las afueras de la agitada ciudad... todavía pesaban entre ellos las palabras de James. Ese extraño comportamiento que adoptó con respecto a la joven peli negra y su abierto desafío a participar en la investigación que se comenzaría a realizar en fracción de nada.

— Debo estar loca para haber decidido hacerlo partícipe. —susurró contra el cristal de la ventanilla.

Días, todo era cuestión de días para que descubriesen algo nuevo. Algo que elevaría el razonamiento de la mente humana más allá de lo nunca pensado.

Ella quería demostrar que no prestaba atención de los juicios o prejuicios hacia su persona, pero en su interior seguía teniendo en cuenta lo que James Blacke veía cuando la miraba. Y lo que él veía no le gustaba para nada, de eso estaba segura, no porque él tratase de ocultarlo... al contrario, era tan claro como el agua.

Aún así el sentimiento era mutuo, para ella... él era un monstruo.

Narra Megan:

El ambiente se estaba volviendo agobiante a medida que avanzabamos para adentrarnos en la interestelar 5. El mar de gente se extiende hasta donde alcanza la vista. Aunque
están todos en su mundo me encuentro tan sensible que me pareciese que los escucho respirar.

— Megan, en estos días hasta las moscas te molestan. —susurro siendo consciente de mis palabras.

Puedo oír hasta el batir de las alas de los pájaros sobre el techo del coche. En mi nebulosa depresiva y dolorosa, dirijo la mirada al cielo aún entre tonos grisáceos.

— El cielo está llorando...

— Pronto saldrá el sol, no te preocupes. Volveremos a España y todo esto será solo una pesadilla de momento. —me platicó Aldo como respuesta a mis palabras, tratando de alegrarme.

Hay varias aves dando vueltas, como espectadores en una zona VIP para un maldito concierto. Un cuervo. Dos cuervos, tres cuervos me distraen con ese tono negro. Mientras los veo, observando todo como si te atravesaran el alma.

— Ojalá y nos marchemos pronto para España.

Vuelvo a bajar la mirada al suelo por donde resplandecen algunas gotas de lluvia, reposando sobre los pétalos de las margaritas, refrescándose con la llovizna y me centro en el sonido de las gomas de los autos en su paso sobre el oscuro y frío asfalto.

Tengo la sensación de que retumban ruidosamente por las calles del estado americano. Hay ojos mirándonos desde todos los rincones, con cámaras y micrófonos esperando el momento indicado para atacar a su presa.

— Quisiera olvidarlo todo... —susurro nuevamente para mis adentros.

Han pasado nueve días desde lo sucedido en Gales. Nueve jodidos días desde que vine hacia acá y decidí abrir esta investigación. Algo esconde el mundo, algo que no quieren que sepamos... algo lo suficientemente fuerte como para hacernos colapsar y olvidar todo lo aprendido por los siglos de los siglos, pero pese a que haya transcurrido una semana y media sigo sintiéndome entumecida, como si estuviera viviendo en una
pesadilla que nunca acaba, pesadillas.

— Ojalá y desaparecieran de una maldita vez. —mascullo.

De imaginarme que hoy en la noche regresen una vez más me da un pánico terrible, me quita las pocas ganas que tengo de dormir. Parecen tan reales que a veces me limito a pensar que no son solo sueños.

Me limito a pensar tan solo eso, porque si me permito añadir más... todo lo que tengo entendido por correcto y por razonable en este mundo llegará a su fin. La mente humana no está creada para ver más allá de lo que le colocan enfrente de sus narices.

Debido a que todo aquello que no guarde una explicación coherente y científica para ellos es meramente imposible, por ello vivimos ajenos a lo que realmente ocurre en esta sociedad.

— Sé que estoy despierta porque no dejan de recordarme que esto es real, pero en ocasiones no me siento así, cada análisis acaba más con mis nervios. —Agradezco el simple hecho de que Aldo no me escuche.

Por fin llegamos a aquella casa a las afueras de la ciudad reina. Aunque no debería extrañarme, la visión de las cámaras de televisión hace que me tambalee camino al hermoso sendero de ladrillos rojizos.

— Será que no me pueden dejar en paz. —maldigo por lo bajo.

Al llegar a lo que parecía ser la entrada. Lo que antes pudo ser una reja enorme de metal oxidada, rota incluso por varios barrotes. Ahora formaba parte de una más que moderna puerta doble de color negro.

Mientras más mi mirada se elevaba por lo alto de lo que antes fue aquella antigua arquitectura victoriana podía estar cada vez más cerca de contemplar los cambios y remodelaciones que había sufrido el lugar.

«Aunque me gustaba más como era anteriormente.»

Avanzamos, lo que yo recordaba que antes fuese la enorme puerta de madera tallada. Divina en la calidad de cuantos siglos adornaban esa bella madera.

Me acerqué, coloqué mi mano sobre la superficie de esta para encontrarme con un frío material acero del mismo color de las rejas de cuando entrábamos, deslizando mis dedos me abandoné al simple hecho de que no volvería a sentir tales asperezas narradas por las épocas y su trascendente experiencia.

La nueva dueña, la señora Claire... creo que se llamaba así, abrió las puertas sin más que un gesto normal. Típicamente de una persona que no sabe apreciar la belleza en la antigüedad y los detalles sencillos, ya debe de haber contemplado esas puertas decenas de veces y pareciéndole viejas decidió cambiarlas.

— En fin, cosas de humanos. Definitivamente yo soy un alienígena. —susurre causando una risita de parte de Aldo que ya parecía conocer el por qué de mis palabras.

Cuando se abrieron de par en par las puertas aquello parecía un palacio. No, corrección... era una mansión de aquellas en las películas de Disney donde pudo haberse perdido el mp3 de Selena Gómez mientras grababa La Otra Cinderella envuelta en aquel vestido llamativamente rojo.

La sala de estar mantenía unos preciosos dibujos intercalados en el piso, entre blanco y beige, cubiertos a partir de más o menos unos dos pasos por una densa y aterciopelada alfombra de tonos rosas pálidos y blanco con manchas negras.

— Esta mujer es una mezcla perfecta entre la mismísima Cruella de Vil por las manchas y la bruja de Blanca Nieves.

— ¿Por qué? —pregunta Aldo.

— Espejos como perlas, muchos en tan solo la entrada. —afirmo lo que es obvio y este ríe atrayendo la atención de la mujer.

Me fascina el camino por el que van cruzando mis pensamientos. En fin, debo distraerme con algo.

Más adelante continúa la sala de estar. En medio hay una mesa redonda de madera muy clara, con un color... cómo podría decirlo, hueso, con un enorme ramo de flores rojas plasticadas.

Abre una puerta doble, donde el rosado pastel y el violeta se entremezclan prolongados por un amplio pasillo que nos lleva hasta la entrada de una habitación inmensa, es el salón principal, de techos altísimos, tanto así que provocaría eco.

La pared del fondo es de cristal y da a un balcón con magníficas vistas al jardín de la casa. Cuanta perfección aglomerada en un mismo lugar, es... muy... agobiante.

Cierro los ojos, me apoyo en una de las acolchonadas sillas a mi derecha y me concentro en el oxígeno que me entra en los pulmones. Estoy muy agotada.

— ¿Señorita Megan?

Una de las muchachas del servicio sostiene una bandeja con una única copa de champán rosa. Las burbujas me resultan casi hipnóticas en cierto punto. La miro y me esfuerzo en devolverle una sonrisa meramente agradable. Me ha llamado Megan y no
Blacke.

— Cualquiera diría que estás de fiesta. Es una gran falta de respeto que estés bebiendo champán...

Alguien me apoya una mano en el antebrazo con delicadeza. Es la señora Claire que ya parece conocer el humor de Aldo. Ella me advierte sin palabras, tan solo con sus ojos que no responda a su sarcasmo.

— Podías al menos invitarme a mi también. —me dijo observando risueño a la señora de rulos que se mantiene a mis espaldas.

— Perdón. ¿Qué celebramos en particular, mi desafío hacia James Blacke o que al fin en mis veintiún años me decidí a encararlo?

Aldo se deja caer en el sofá, saca botellita de metal del bolsillo interior de la chaqueta y da un buen trago.

— Gracias a Odín que se ha acabado todo. Al menos por hoy. —murmura— El champán es para las damas, necesito algo más fuerte para olvidar que estuve a punto de destrozar la cara de ese mal nacido.

— ¡Aldo! —grito, preocupada.

Me vuelvo hacia la señora Claire y veo que tiene los ojos abiertos como platos ante esa repentina rabia de parte del trajeado.

— Un poco de compostura.

— ¿Compostura? —resopla, burlón— Llevo más de veinte años viendo una y otra vez como ese imbécil maltrataba a su madre, a su señora esposa y luego a su hija. Me he obligado a soportar esta vida, he aguantado callado cada humillación y deshonra que cometió con respecto a ustedes... ¿y todo para que me pidas compostura? Perdona, pero merecía que le dieran una buena paliza. —Da otro largo trago.

— Lo sé, Aldo. Yo más que nadie quisiera colgarlo por los testículos, pero recuerda que hay más personas presentes y a la señora Claire casi le da algo cuando hablaste así.

— Tienes que dejar de beber, no permitiré que te emborraches por ese idiota. Megan, el alcohol te hace daño. —dijo, bajo la vista hacia la copa de champán y la dejo en la mesa, ante mí.

De pronto, ha dejado de apetecerme.

— Estaré en la biblioteca. —murmuro, y se me doblan un poco los pies debido a los tacones.

Eso provoca que me tambalee en dirección a las puertas que hay en el extremo opuesto del salón.

— Pero Meg, no has cenado...

— Estaré en la biblioteca. —repito, sin volver a mirarle— Cuanto antes termine lo que investigo, mejor. Si algo, me avisan.

Cierro de un portazo, haciendo que del otro lado todos se sobresalten y yo cierre los ojos desesperanzada por un poco de serenidad y consuelo.

Horas más tarde:

— ¿Señorita? —La voz de Josh, suave y tranquilizadora, es la única que oigo con claridad luego de unos cuantos minutos sumida en un terrible sueño.

Siento que me hablan pero no consigo saber quién es. Los escalofríos se apoderan de mí y los temblores llegan a su etapa crítica, ahogo un grito desgarrador y la dulce y relajante voz de Josh es la que me devuelve a la realidad.

Alzo el rostro y me encuentro a mi jefe de seguridad mirándome con preocupación. Él sabe el lío en el que me encuentro metida desde semana y media, conoce los secretos que estoy tratando de develar.

— ¿Quiere que la saque de aquí?

— Por favor, necesito aire. —respondo con la voz rota, echa polvo.

El labio inferior me tiembla de alivio y agradecimiento; las piernas casi no me sostienen. Él me rodea la cintura con un brazo y prácticamente me saca en volandas, alejándome de la maldita multitud de voces que me aprisionan en aquella habitación.

Los criados se apartan a su paso rápido por su lado, porque su lenguaje corporal y rostro deja bien en claro que no es buena idea tratar de detenernos.

Me lleva hasta el la entrada, pasando por la sala de estar y luego toma un atajo por la puerta trasera de la cocina para salir al jardín. En cuanto la puerta se cierra a su espalda, se asegura de que me mantengo en pie sola y saca un burbujero, puede que suene tonto pero suele relajarme mucho.

Me pone la tapita en los labios, lo soplo y él se echa hacia atrás, dejándome liberar presión. Lo necesitaba. Cuando suelto el aliento que se transforma en pompas de jabón, este sale de mi garganta acompañado por un gemido lastimero y doloroso.

Josh suspira y deja escapar una gran cantidad de aire que según el ambiente se condensa y parece como densa neblina.

— ¿Esa desesperación se debe a la visita que le hicieron a cierto americano o es que las pesadillas han vuelto?

— No puedo hacerlo, Josh. Pensé que podría tolerarlo un poco más pero, no puedo. —le suelto, llevándome la tapita roja a los labios con la mano
temblorosa.

Esta choca varias veces con mi boca antes de que logre soplar y me llena los labios de jabón líquido que me hace escupir varias veces.

— No puedo seguir la investigación, es como si algo me advirtiera que es mejor no remover lo que se nos ha sido escondido por siglos y siglos de existencia. Hay algo muy fuerte que no debe ser descubierto y he tenido más de una señal con respecto a ello.

Tragaba grueso y cerraba los ojos al pensar en las pesadillas.

— Tal vez son paranoias mías pero, siento que algo no va bien. Desde aquella noche en ese extraño castillo abandonado de Gales, en el que se encontraron los restos de lo que parecía ser una persona que prestó su vida a un culto de creencia druida. Desde aquella vez hace nueve jodidos días no duermo bien. Esos ojos, esos gritos... me persiguen desde lo más profundo de esas mazmorras.

— Meg...

— ¡Aagh! Siento que me volveré loca Josh. Es como si yo hubiese estado allí justo en ese momento. Por dios, no puedo más. Estaba dispuesta ha enfrentarlo todo por demostrarle a James Blacke que no soy aquella mocosa cobarde que él dice pero, simplemente no puedo. Esto me está superando sin lugar a dudas.


Espero les haya gustado, y comenten siempre sus opiniones y críticas sobre el capítulo. Las/os adorooo.

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Pasenla súper lindo y cuidándose mucho en casa. Besosss y un gran abrazote virtual🙋😊😘👋

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