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Capítulo #4

Narrador omnisciente:

Megan sintió que se quedaba sin aire repentinamente tras aquella desgarradora discusión. Le tembló la barbilla tal cual como si fuese una niña, aunque idease las palabras más crueles del mundo sería incapaz de responderle nada tan hiriente como él hizo con ella. Quería matarlo y luego ahogarlo con sus propias manos en la sangre que podría llegar a derramarse.

Quería arañarlo hasta quedar sin fuerzas y cortarlo en rodajas como si fuese un poco de sushi que prepara Magdalena, la mujer de Aldo en los sábados aburridos en que se juega ajedrez.

Lo odiaba desde mucho antes y ahora le estaba dando más razones para ello, pero... ¿por qué la odiaba él de ese modo? ¿Qué le había hecho ella para merecer tanto sufrimiento de su parte?

Nunca antes vio en sus ojos un atisbo de amor paterno, nada. Él siempre le había hablado de esa manera, como si ella no valiese nada... como si fuera una plaga, algo que no merece ni es digno de recordar.

— No pienses en eso otra vez Megan. —murmuró para sus adentros.

La azabache cerró los ojos con mucha más fuerza de la que hubiera deseado. Tenía un nudo en la garganta lleno de rabia, dolor y de gritos que no podían salir de ninguna manera.

— Tranquila, ya todo acabó por hoy. —Sintió la caricia leve de una mano en su mejilla.

Ese contacto fugaz calmó el dolor de la herida que cargaba sangrante en su pecho, al menos por unos minutos. Aquel señor de traje oscuro le miraba con cariño y le estaba dando consuelo, tal y como siempre hacía cuando era pequeña y se lastimaba las piernas.

Meg volvió a tragar saliva en seco, no sabía cómo reaccionar a aquel cálido gesto, se había vuelto tan cerrada y arisca desde lo sucedido con James que mostrar afecto para ella era algo muy difícil... más aún si era un hombre.

Tenía la garganta seca de tanto gritar en esos momentos en que perdió la jodida compostura.

Achicó los ojos a tal punto que el azul de estos apenas podía distinguirse entre las grandes masas de pestañas azabaches rizadas. Después de
estar horas sumida en la más absoluta oscuridad de Seattle, la claridad repentina de las bombillas al encenderse en aquel despacho le molestaban a su ya sensible visión.

— ¿Te encuentras bien?

La tocó por todos los lados posibles del rostro al notar que la azabache no reaccionaba a ningún estímulo, quería asegurarse de que su querida pequeña estaba tan bien como decía y trataba de aparentar.

Luego, sin previo aviso la besó en la frente y la atrapó entre sus brazos. La estaba abrazando, justo como cuando era una niña. Ambos aún permanecían en aquel despacho.

Meg pudo sentir como el ambiente se tensaba nuevamente, James Blacke despertó de su actuación y la cogió del brazo con toda fuerza y precisión, apartándola de Aldo de un tirón.

— No la toques. Si yo fuera tú no le tocaría un cabello más. —La voz de aquel canoso bajó una octava y sus ojos se volvieron del gris más oscuro que nunca antes ella hubiera visto, solo en aquellas noches que prefería no recordar.

Esa mirada lasciva parecía las profundidades más peligrosas del maldito triángulo de las bermudas.

La colocó detrás de él en un súbito ataque de rabia dejando a la peli negra totalmente asustada ante ese gesto. ¿Acaso James Blacke estaba celoso? Si era así, eso era muy peligroso.

Megan sacó fuerza de donde no la tenía y lo apartó de un empujón haciendo que se tambalease un poco. No iba a ignorar ese detalle que la llevó a recordar cosas que no hubiera deseado.

Él aún se creía dueño de su cuerpo y eso no era así, gracias a todo lo existente ella tenía un cerebro y un corazón propio por los cuales dejarse guiar y para más problemas adyacentes... con sus seres queridos y allegados no tenía derecho a ser así.

— ¡No se te ocurra volverlo a hacer! —Corrió hacia el trajeado sumamente asustada y volvió a abrazarlo, correspondiéndole el gesto de hace un rato.

Miró a su progenitor por encima del hombro con suficiencia.

— Es más que un amigo, a sido el padre que nunca tuve. No te acerques,
James.

El canoso envejentado se quedó tieso como si de un palo se tratase. Inmóvil por completo. Sus extremidades temblaban como un trozo de gelatina en la cuchara de un niño mientras veía como Aldo volvía a besar a Megan en la frente, las manos, el cabello, le acariciaba el mismo y
masajeaba su espalda como un pequeño gesto para relajarla y que liberase tensiones.

Y la azabache estaba ahí, tan feliz y tan tranquila. Mientras tanto, desde la distancia alguien la observaba conteniendo cada uno de sus gruñidos.

— No hay pecado más grande que contener una bestia salvaje en una jaula, engañarle con que es su hogar y no permitirle ser libre.

— Podrías callarte de una maldita vez, lo que me faltaba es que vinieses a darme sermones. —añadía aquel ser chorreando agua por cada milímetro de su piel al mismo tiempo en que sus ojos se tornaban de un amarillo intenso.

— Es mi deber, desde que regresaste no has dicho palabra alguna... tan solo tienes algo atravesado entre pecho y espalda. Esa niña. ¿A qué le gruñes tanto, idiota? —Las palabras del rizado de cabellos platinos resonaba por aquella zona como estruendos de los más fieros relámpagos.

— ¡Cómo es que puede permitir que le besen de esa manera! ¡Y solo con ese maldito vestido que deja ver esas curvas más que tentadoras! Además ¿cómo es que sigue viva? Estoy seguro que yo acabé con ella, la vi muerta.

«Muerto estoy yo con esas piernas, las piernas de esa mujer son espectaculares y el culo que tiene, para hacerle un jodido monumento.»

Lo estaba volviendo loco al verla en brazos de otro hombre. Un madadh allaidh. Un maldito madadh allaidh que podría ser su padre. Un bebé, eso era ella en comparación con tal señor.

— Megan. —gruñó como un animal en celo controlando la mente de James Blacke, haciendo que este reaccionase a la orden.

— Ni una palabra. —lo amenazó con el dedo para luego ignorarlo como si no fuese nada, eso era él para ella. Al menos era eso lo que ella quería demostrar.

Puso las manos sobre las mejillas de Aldo y lo miró con ternura, así como una pequeña observa orgullosa a su padre. Él gruñó una vez más en la lejanía. Su cara estaba perlada en sudor, su mirada centelleante y furiosa y sus manos apretadas en forma de puños.

— ¡Silencio! ¿Acaso te di permiso para que hablaras u opinaras con respecto a mi vida? Pues no, así que cállate. —lo avisó Megan otra vez al borde del colapso.

Zona abandonada en estado de demolición al lado de la empresa Blacke:

— Mierda, será que no planeas parar con esto, joder ¿qué demonios piensas conseguir? Padre me matará, tardamos mucho en dar con tu ubicación y esa traidora te encontró en tan solo nueve días.

— No puedo marcharme. Debo quedarme aquí. He hecho un pacto con el espíritu. He dado mi palabra y esa chica será nuestra ruina. Si no nos ocupamos de ella, moriremos.

Mael miró al hombre musculoso que tenía enfrente y sonrió de forma lobuna.

— ¿Ese espíritu vanir te tiene domesticado?

— Mael, juro por Odín que te mataré si continúas hablando. —prosiguió el peli negro censurando al peli blanco y advirtiéndole con la mirada de que no dijera nada más.

El joven miró alrededor, intentando asimilar la situación de su hermano mayor.

— ¿Necesitas que haga algo? Lo que sea. Traje tus trastos y tu ropa, deberías vestirte. Al no ser que quieras seguir con esos cuatro trapos que traes puestos, por cierto ¿son cortinas?

Se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y sacó un iPhone negro al igual que lo que traía puesto.

— Mantenlo encendido y cárgalo por las noches. Siempre se te olvidan las cosas, pero esto no se te debe olvidar o luego pasarás días... incluso meses inlocalizable. Y otra cosa. —El azabache le observó. — Encárgate bien de la chica, que nadie sospeche nada.

En la oficina:

— Aún puedo cambiar de opinión así que no me desafíes, James. —Alzó la
nariz de manera insolente— No necesitamos ni deseamos saber lo que tú harías en su lugar. Ya lo he vivido
en mis propias carnes y no es para nada reconfortante. No solo careces de sensibilidad y empatía sino que también eres un animal.

— No. Yo no lo creo así.

Se intentó apartar esta vez más suavemente de su lado, pero él le dio la vuelta y la obligó a mirarle a la cara.

— Me has ignorado y me has
despreciado desde el primer instante en que me tuviste enfrente. ¿Por qué actúas ahora como si fuera algo más que una mocosa para ti? Recuerda que ya no soy tu juguetito. —Su voz dolida la sorprendió incluso a ella misma— No tienes que fingir conmigo. Los dos sabemos con lo que
hay que lidiar. Somos maduros, al menos yo lo soy.

A Megan le brillaron los ojos de la rabia y la impotencia que sentía en ese momento. Maldito fuera por hacerla sentir asustada y con unos deseos inigualables de venganza, esos que la estaban carcomiendo por dentro.

James era frío, sombrío, insensible y controlador. Su palabra era ley y estaba acostumbrado a que le obedecieran.

Narra Megan:

Saldría de allí con la frente en alto, no con lágrimas nublado mi camino. Mi obligación es permanecer serena y neutral mientras todos los presentes nos contemplan; no demostrar ninguna emoción, mantener la compostura.

Si antes mis piernas se habían vuelto de plastilina, ya las tenía tan pesadas que apenas podía moverlas, de pronto se volvieron como de plomo. Poner un pie delante del otro era un gran esfuerzo para mi persona.

Nunca había sentido una necesidad tan grande de que me abrazaran y me dijeran que todo iba a salir bien una vez estuviese fuera de esas jodidas cuatro paredes.

Cuando las puertas del despacho se cierran a mis espalda, respiro hondo por primera vez en todo el puñetero día. Oigo una vez más pero vagamente voces que susurran, muchas voces susurrantes por todos lados que me convierten en el centro de atención. Pero es un zumbido distante, de fondo, proveniente de las oficinas y los mostradores nuevamente.

No escucho las palabras. Lo único que oigo, lo único en lo que soy capaz de concentrarme, es en el tenue siseo de los cortos tacones que traigo puestos contra el inmaculado suelo de piedra, una y repetidas veces como hacía un rato cuando recorrí el mismo camino hacia la boca del lobo.

Mientras caminamos me miro el rostro en las brillantes y pulidas baldosas del ilustre suelo, sin tener todavía valor para alzar la mirada luego de tantas verdades dichas en aquella habitación, tantas palabras que dejaban mi cuerpo y alma cada vez más lacerante.

Trago saliva apresuradamente y pareciera como si me estuviese obligando a mí misma a erguirme.

Doy un paso más en dirección a los elevadores y mis tacones resuenan por las baldosas mientras paso de largo para adentrarme en el vestíbulo contemplando como afuera continúa lloviendo a cántaros.


Espero les haya gustado, y comenten siempre sus opiniones y críticas sobre el capítulo. Las/os adorooo.

Nota: Madadh allaidh significa en gaélico bestias-lobo.

Por fisss no quiero lectores fantasma, si lees la historia hazme saber que te gusta dándome tu apoyo regalándome tu fantástico voto🌟 y un comentario. Con ello me ayudaras a entender que te ha gustado y quieres que continúe. Así que (no votos=no capítulos)

Pasenla súper lindo y cuidándose mucho en casa. Besosss y un gran abrazote virtual🙋😊😘👋

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