19. Leonardo.
Hola, Leo.
No sé cómo empezar esta carta. ¿Iría bien preguntarte cómo estás? Espero que te encuentres en paz, creo que si alguien merece la paz y la felicidad eterna, ese eres tú.
Ya tengo veinte años, me parece irreal que aún no puedo superar los dieciséis. Tú ya tendrías diecisiete, tendrías la vida que merecías y el futuro por el que trabajabas.
¿Nos extrañas? Porque aquí no hay día en que deje de doler tu ausencia, pero sé —por encima de mi dolor— que es muy probable que estés mejor en el más allá que si te hubieras quedado después de todo.
Siempre soñé con verte entrar de nuevo por la puerta de la casa, e incluso en más de una ocasión creí verte donde siempre estabas.
Te extraño yo, te extraña papá, te extraña tu caballo. Te extrañamos todos. Y cuando tuve que decirte adios, sabiendo que no me escucharías, fue el dolor más fuerte que he sentido.
He escuchado a quienes dices que no hay nombre para los padres que pierden un hijo, pero tampoco lo hay para quienes perdemos a un hermano.
¿Cómo se supera? No encuentro la manera de asimilar, aún después de casi cuatro años, que tú te fuiste un día y ya no volviste, y en cambio yo me quedé atrás.
Te extrañaré cada día de mi existencia, y solo espero que si existe un más allá, tú estés esperando por mí también.
Aún guardo ese secreto inofensivo que nos inventamos un día y todos siguen creyendo hasta el día de hoy. ¿Es egoísta de mi parte? Tal vez, pero lo guardaré como uno de los tantos recuerdos tuyos que solo tengo yo.
Todavía deseo haber sido yo.
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