He atravesado el espejo, ahora no sé qué es real y qué es una mentira.

¿Es que acaso toda mi existencia ha sido un invento? ¿O es un intento desesperado de mi subconsciente para evitar todo el dolor?

Detrás de mí solo queda una superficie que parece ser líquida, pero se solidifica al tacto: una puerta unilateral. No sé cómo voy a salir de aquí.

Miro hacia el frente, a ese mundo desconocido que jamás hubiese imaginado. Debo admitir que estoy decepcionado con lo que veo: es la nada infinita tintada de un espeso gris.

¿Qué debo hacer ahora? Tal vez deba avanzar, en algún lugar debe haber una salida.

Intento caminar, pero mis piernas no responden. Me siento entumecido y abandonado. Este último sentimiento llega como una ráfaga para quitarme el aliento.

¿Quién era yo antes del espejo?

No era nadie. No soy nadie, y nadie en el mundo lo refutará.

Entonces, si no soy nadie, ¿tiene sentido que busque la salida? ¿No es mejor quedarme en mi soledad tan abrumadora como amable y esperar pacientemente hasta que llegue mi fin?

Una sensación de alivio aterrador se extiende por mi pecho a llegar a la única conclusión para esa pregunta:

Sí, eso es lo mejor.