Tres años
Tres años, tres años habían pasado desde aquel viaje que le cambió gran parte de la vida a Amber. Había terminado la carrera un año atrás y apenas, desde hacía seis meses, se encontraba trabajando en una galería de arte, ahí había conocido a Noah, un chico muy agradable que también trabajaba ahí y que desde el principio que vio a Amber, había intentado acercarse a ella. Solía invitarla a las salidas que hacían cada viernes, pero Amber siempre se negaba. Apenas, una semana atrás, lo había intentado de nuevo.
— ¿Esta vez tendré suerte y sí vendrás con nosotros? —le dijo Noah sonriendo, agachándose, para sentarse en el suelo, pues Amber se encontraba ahí, sentada en el suelo acomodando algunos cuadros en el mueble que estaba pegado al suelo.
Noah era un chico simpático, tenía la piel morena y el cabello un poco largo, era alto y delgado, sus ojos tenían un color café claro, casi miel, y solía ser muy chistoso, hacía reír a todos con sus comentarios. Llevaba trabajando en aquella galería un año, seis meses más que Amber. Amber no podía negarlo, se sentía atraída por él, Noah constantemente se acercaba a ella con el menor pretexto y aunque a Amber le parecía atractivo, no había pasado nada entre ambos, Amber por fin, diciéndose a sí misma que no podía estar ignorando a todos los que querían salir con ella, había pensado en considerar sus invitaciones, pero aún no estaba del todo segura.
Amber sonriendo discretamente, volteó a ver a Noah algunos segundos, y siguió con su trabajo.
—Gracias, pero no puedo.
Noah comenzó a colocar los cuadros en el mueble, ayudando a Amber con el trabajo.
— ¿Por qué?, salimos ya en veinte minutos, no me digas que hoy también te quedarás tiempo extra —comentó amistosamente, mientras le pasaba otro cuadro a Amber.
—Sí, hoy también me quedo... —respondió Amber en ese mismo tono amistoso.
—Desde que entramos aquí —comenzó a decir Noah— te la pasas trabajando, me atrevo a decir que eres la que más trabaja, te quedas tiempo extra, no he visto que algún amigo venga por ti y nunca quieres salir con nosotros —siguió diciendo observando a Amber, que seguía acomodando los cuadros— y ¿sabes?... tengo una teoría; la gente sólo trabaja así cuando es muy ambiciosa y quiere tener mucho dinero o porque quiere ocupar sus pensamientos en otra cosa, tratando de olvidar algo o a alguien... —Amber detuvo su trabajo y observó a Noah— tú no me pareces que seas, para nada, de la primera clase de personas, las ambiciosas- Noah se levantó y añadió sonriendo— y entonces, ¿mi teoría es cierta?, ¿eres del segundo tipo y estás tratando de olvidar, Amber?
Amber lo observó y tragó saliva, Noah no espero ninguna respuesta y se marchó.
Sabía que aquello era verdad, los últimos años de su vida había concentrado tanto sus pensamientos en otras cosas, tratando de olvidarla. Pensaba que sí estaba ocupada, sí pensaba en sus clases, y después en el trabajo, sí trataba de no pensar en otras cosas, sí trataba de ocuparse en algo, le sería más fácil olvidar a Margareth, pero una vez más, se había dado cuenta de lo equivocada que estaba.
Tan sólo, el hecho de llevar aún el anillo, tres años después, le demostraba cuanto se había equivocado, que había cometido el peor error de toda su vida...
Claro que había intentado quitárselo, por temporadas lo había hecho, ocultándolo en un cajón en su recamara donde tenía también algunos dibujos de Margareth, donde tenía el papel con su teléfono, donde tenía tantos y tantos recuerdos. Pero siempre volvía a ponérselo, volvía a llevar el anillo. En el fondo lo hacía como una ligera esperanza, Amber creía que tal vez, llevando el anillo, de alguna manera, podría volver a verla. Ya se había convertido en una especie de amuleto, sentía que cuando se lo quitaba, algo en la profundidad de su alma se rompía aún más, sentía que todo salía mal si se lo quitaba, que los días eran peores de lo que ya le parecían y optaba por volver a ponérselo, sintiendo como tan solo ese pequeño acto, le bastaba para al menos, no sentirse tan miserable. Para, saber que un día lo tuvo todo, y también, de una manera extraña y hasta enfermiza, para maldecirse a sí misma por perderla, por no cumplir la promesa, por fallarse a sí misma y a ella.
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