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Enero y su esplendor

Era una noche fría de enero llena de neblina, hacía un frío que congelaba los huesos, como es común en esa época de invierno, el hielo, aunque pequeño, no dejaba de caer. Amber acababa de llegar a Londres, observó su pequeño apartamento; segundo piso de la calle Oxford, dos recámaras que si bien no eran muy grandes, no estaban nada mal. El lugar parecía un poco descuidado, pero Amber se sentía realmente feliz, al fin estaba cumpliendo sus sueños. Estaba en aquel país de intercambio, se había ganado la beca para cursar allí un año de la carrera de artes que estudiaba en New York, junto con su amiga Cassie. Ambas habían rentado aquel apartamento en esa calle donde solían vivir sólo estudiantes extranjeros. La pasión de Amber era dibujar, pintar; poder expresar eso que sentía a través de sus dibujos y pinturas y era realmente buena para hacerlo. También le encantaba escribir y tenía un talento especial para ello, aunque la verdad era que no lo hacía tan a menudo.

Cassie se había ido unas semanas antes que Amber, había conseguido el apartamento y tan sociable como era normal en ella, ya sabía cuál era el bar de moda al que debían ir cada viernes y que se debía hacer en las noches en esa ciudad. Cuando llegó Amber a su apartamento se percató que Cassie no estaba, pero llegó enseguida emocionada por volver a verse después de algunas semanas.

— ¡Amy! —dijo mientras entraba al apartamento, dándole un efusivo abrazo—, ¡por fin estás aquí!, tengo el plan perfecto para esta noche...-agregó, mientras ambas iban caminando hacia la habitación de Amber.

— Cass, a mí también me alegra estar aquí —respondió Amber, con una enorme sonrisa en su rostro- pero mmm... la verdad es que, quisiera descansar, acabo de llegar de un viaje pesado, solo quisiera dormir... —siguió diciendo, a la vez que se aventaba en la cama.

— ¡Amber estás en Londres y es viernes por la noche! Nadie duerme en Londres un viernes por la noche —dijo Cassie divertida, agarrando de la mano a Amber haciendo que se levantara— aparte tenemos aún un mes de vacaciones, podrás dormir lo que te plazca...

—Mmm...

—No acepto un no... ¡Y lo sabes! Si te tengo que llevar cargando, lo haré...

— ¡Eres imposible Cassie!

— ¡Es mi especialidad! —respondió con una amplia sonrisa y guiñándole un ojo- ahora hay que arreglarnos un poco y ¡vámonos!

...

Llegaron al bar The house, que se encontraba a unas calles de donde vivían y que era el bar más concurrido y popular del momento, al parecer todos se reunían ahí. Entraron, Amber un poco arrepentida por haber accedido a ir, aunque después de la insistencia de Cassie y su poder de convencimiento, era imposible no hacerlo, hasta el más difícil hubiera accedido. El lugar estaba lleno, como era costumbre un viernes por la noche, Amber se dijo que podía estar leyendo en ese momento, terminando el libro que le había regalado Jammie, su novio, o tal vez escribiendo un poco, o durmiendo, o cualquier cosa, menos estando en ese lugar tan infestado de gente, donde apenas se podía respirar...

— A este lugar vienen todos, me contaron que hace dos semanas Tom Hamilton estuvo aquí, ¿puedes creerlo? ¡Tom Hamilton! —decía Cassie emocionada.

— ¿Te contaron? Seguramente ya eres amiga de más de cien Cassie...

—Ja, ja, ja, no tanto Amy, del que vaya que quisiera ser amiga es del chico de enfrente y tú de su amigo, mira que chicos tan espectaculares... —dijo Cassie señalándolos discretamente.

—Cassie te recuerdo que yo tengo novio.

—Que está a más de mil millas de distancia y hasta donde sé, nunca has sido la imagen de la fidelidad... —dijo divertida, acercándose a Amber y mientras se levantaba de la mesa, agregó— ¿quieres un whisky?

—Sabes que casi no me gust... —Amber, no pudo terminar la frase porque Cassie se fue a la barra sin escucharla.

Amber aún no podía concebir estar en ese lugar, claro que le encantaba salir de vez en cuando, pero nunca como a Cassie que era la típica chica fiestera. Amber, por el contrario, prefería hacer cosas más tranquilas, quedarse a leer, ver una buena película, pintar y aún más ese día que se sentía cansada por el viaje. En muchas cosas no era la típica chica estadounidense de 20 años, solía escuchar todo el tiempo comentarios sobre lo madura que era para su edad. Cuando sus amigos en la facultad hablaban de los temas de moda o de quién era el chico más guapo del momento, ella prefería leer, le encantaban las letras en todos los aspectos, aunque también tenía momentos en los que salía a emborracharse como el resto.

Era una chica bastante hermosa en todos los sentidos; tenía unos ojos grandes marrones que parecía traspasaban a los demás cuando los observaba fijamente, era alta, muy delgada pero con un cuerpo bien definido, tenía unas piernas sumamente largas y delgadas que no le gustaban, aunque estaban en proporción con su cuerpo y la hacían verse increíblemente bien. Su cabello era claro y rizado, de esos rizos que no están definidos, que sobresalen por ser desordenados, rebeldes, que llaman la atención por donde quiera que estén. Su piel blanca enmarcaba perfecto la forma de sus ojos y sus cejas gruesas, le daban un toque más profundo a su mirada. Tenía un espacio en la barbilla que unas veces se marcaba más que otras, Amber solía decirse que hasta su barbilla a veces partida y a veces no partida tenía que ser cambiante como ella, lo cual le causaba risa.

Era una mujer que poseía un encanto especial, claramente su físico le ayudaba a esto, pero había algo más; tal vez era su inocencia que la hacía diferente al resto, tenía ese toque de pureza sin pretender tenerla, simplemente era parte de ella y solía atraer a muchas personas a su alrededor, y lo que resulta más atractivo es que ella no lo notaba en verdad. Era torpe, lo que, mezclado con su forma de ser distraída, a veces insegura, y sumamente divertida, la volvían ridículamente atractiva. Era una chica con la que se podía conversar de cualquier cosa, al menos eso le solía decir la gente que la conocía, solían calificarla de alguien sumamente intelectual, con ideas propias. También era muy divertida, alegre, bromeando todo el tiempo, le gustaba pasar momentos divertidos con la gente que la rodeaba. Pero a la vez, era tranquila, seria en determinados momentos, con un carácter firme y con un aire misterioso.

No se había dado cuenta que en la mesa de enfrente alguien no dejaba de observarla, en realidad ahí se encontraban cuatro personas, pero una en especial era la que no podía quitarle la mirada de encima.

Amber estaba sumergida en sus pensamientos, como solía ocurrirle, se había ido de ese lugar, al menos en su mente así era, hasta que, de repente, una voz la trajo de vuelta.

— ¡Hola!, soy Ger, ellos son Andrew, Loud y Margareth... —dijo mientras señalaba a sus amigos, era un chico sumamente guapo, tenía ojos cafés y cabello un poco largo, parecía un músico, tenía el estilo del clásico músico rockero, con sus jeans rotos y chamarra de cuero.

—Hola, yo, yo, soy Amber —dijo Amber con el rostro confundido, volteando a ver a todos.

—Hola Amber, perdón por espantarte —respondió Ger al observar su reacción— las vimos cuando entraron... a ti y a tu amiga, me refiero... y pensamos en que tal vez podríamos conocernos y sentarnos juntos, ¿qué opinas? —agregó con una sonrisa.

En ese momento llegó Cassie, saludándolos y presentándose.

— ¡Tú eres el cantante de The Trains! ¡No puedo creerlo! y tú... tú eres Margareth Ray, ¡la modelo! —decía Cassie muy emocionada mientras veía a la chica que se llamaba Margareth y la agarraba del brazo.

—Ja, ja, ja, así es, esos somos y ellos Andrew y Loud, también son de la banda de Ger, no los mencionaste... —contestó Margareth, muy divertida por la emoción de Cassie.

Amber no tenía idea de quiénes eran esas personas, al parecer eran famosas, o al menos conocidos, pero ella nunca había oído hablar de ellos, <¿habré sido maleducada por no reconocerlos?> se preguntaba Amber, <¿pero cómo iba a saber quiénes eran, si yo no vivo aquí?>, volvió a decirse Amber.

—Hola, creo que ya te dijeron mi nombre, soy Margareth- le dijo Margareth a Amber, con una amplia sonrisa, mientras se sentaba a su lado y la saludaba en la mejilla.

—Yo bueno... soy Amber —respondió con una sonrisa nerviosa, se sentía nerviosa, bastante nerviosa, era muy extraño estar platicando con una modelo, aunque acabara de enterarse que eso era, y bueno, no todos los días Amber platicaba con una modelo, al parecer, reconocida.

Ella no había notado el poder que causó en Margareth; quién desde que entraron al lugar, no le quitaba los ojos de encima. Margareth se estaba convirtiendo en la modelo más popular del país, estaba ascendiendo rápidamente y siendo solicitada por algunas campañas, estaba cerca de los 30 años, aunque fácilmente podía pasar por una joven que estuviera en los veintes. Era una mujer capaz de quitarle el aliento a cualquiera; con unos ojos tan azules que parecía que en ellos se veía el esplendor del mar, eran tan claros que fácilmente podrían confundirse con el cielo en una tarde despejada, su cabello pelirrojo largo y ondulado, hacía juego perfecto con su piel blanca. Sus mejillas tenían algunas pecas, lo cual le daban ese toque de juventud. Y su sonrisa, fácilmente podía confundirse con una sonrisa coqueta, que expresaba más de lo que debería expresar.

Tenía un cuerpo muy bien formado, era esbelta pero con atributos que sobresalían; pechos bien formados, piernas sumamente atractivas, no en exceso largas, pero en proporción con su estatura. En ese momento, vestía un vestido azul, que le llegaba un poco arriba de la rodilla y que estaba descubierto de la espalda, el color del vestido hacía que sus ojos sobresalieran más, viéndose aún más celestes de lo que ya eran, su cabello ondulado caía por su espalda y si bien no tenía tanto maquillaje, el poco que llevaba la hacía verse increíblemente hermosa. Su personalidad hacía sincronía con su físico y su carrera, era sumamente arrogante y superficial, sus principales intereses eran el poder, el dinero, la fama, poder tener lo que quisiera en el momento que lo deseaba y lo cierto era que siempre lo conseguía.

Toda su vida, Margareth había vivido entre lujos y éstos habían aumentado al ingresar a la carrera de modelaje, tenía todo lo que alguien pudiera desear o al menos, daba esa impresión. Era una mujer que atraía a quién la viera, que llamaba la atención en el lugar en el que estuviera. Margareth era consciente del poder que tenía y lo cierto era que lo usaba cada que podía para conseguir lo que deseaba...

— ¡Así que eres modelo!, nunca había conocido a una modelo inglesa —dijo Amber visiblemente emocionada, tal vez era también, que después de varias copas, el alcohol ya estaba haciendo su efecto...

—Ja, ja, ja, —rio Margareth complacida, había logrado el efecto que esperaba lograr al contarle a Amber sobre su carrera— pues ya conoces a una... hemos estado hablando sólo de lo que yo hago, pero dime Amber, ¿tú a qué te dedicas?- preguntó viendo de arriba a abajo a Amber, que no notó nada.

—Estoy estudiando artes, en New York, pero estoy... estamos Cassie y yo... de intercambio en la facultad de arte de aquí —contestó sonriendo sutilmente y después bebió de su copa.

— ¡Oh, increíble!, entonces tenemos aquí a Amber Picasso —contestó Margareth, con una gran sonrisa, imitando la emoción que Amber hace unos minutos acababa de expresar.

—Ja, ja, ja, ja —ahora fue el turno de reír de Amber— ¡ojalá!, apenas estoy empezando en esto, he tenido suerte con lo de la beca, creo que ahora todo depende de mí...

—Eso es muy cierto —dijo Mar en un doble sentido que Amber no entendió y mientras agarraba su copa, agregó— ¿sabes? Tienes una sonrisa muy bonita.

— ¡Oh gracias! —Amber se sintió ruborizada, como solía pasarle, y no sabía si se debía al efecto que el alcohol estaba teniendo en ella, pero sentía una simpatía muy particular por esa mujer, sentía algo extraño que no sabía a qué se debía.

Esa noche, Margareth y Amber estuvieron platicando, sin interesarse en la plática que todo el grupo a su alrededor estaban teniendo también, Amber estaba realmente impresionada por el trabajo de Margareth; conocía a mucha gente, gente famosa, había viajado por casi todo el mundo, lo tenía todo, o al menos así parecía. Era casi una celebridad; en Londres ya era conocida por todos y en algunas partes de Europa su nombre empezaba a sonar, su próximo paso era llegar a Estados Unidos a través de una campaña para la promoción de un perfume que la acababa de contratar. Amber se sentía interesada en lo que le contaba, aunque nunca había sido una chica a la que le agradara el mundo de las celebridades, era realmente impresionante escuchar cómo vivían. Ella siempre había preferido cosas más tranquilas, donde pudiera centrarse solo en su arte, en dibujar, y pintar, siempre con la mayor calma posible. Parecía que a Margareth le pasaba todo lo contrario, podía ver su emoción al contarle de todas las fiestas a las que asistía todo el tiempo. Amber no se explicaba porque siendo tan diferente a ella, le simpatizaba tanto, no quería dejar de hablar con ella, eran polos opuestos en casi todo, pero ambas habían simpatizado mucho la una con la otra.

—Entonces ya que no quieren ir a mi casa para seguir con la fiesta, me pasas... quiero decir, ¿Me pasan su teléfono? —preguntó Margareth sin quitar la sonrisa que había tenido casi toda la noche. Observaba fijamente a Amber— digo, para invitarlas a las próximas fiestas y reuniones...

— ¡Claro! — respondió Cassie emocionada— ya me imagino como han de ser sus fiestas, ¡muero por ir a una!

—Ja, ja, ja —rio Ger— te prometo que no son tan espectaculares, a mí me aburren.

—Porque vamos a tantas que ya nos parecen todas iguales —dijo Andrew fingiendo fastidio.

—Entonces su teléfono... —interrumpió Margareth, volteando a ver a Amber, en realidad era solo su teléfono el que quería, pero al estar Cassie ahí y al vivir juntas, tenía que pedírselo a ambas. Amber le dio el teléfono y ambas, Cassie y ella, se despidieron de todos y salieron del lugar.

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