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UN VINO BLANCO, POR FAVOR

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El día que Connor y yo nos conocimos yo tenía 18 años recién cumplidos y salía a tomar unos vinos con mi amiga Jane, la guapa Jane. Cuando tu mejor amiga es más alta que tú, más rubia, extrovertida y tiene mejor culo, la vida en Londres un sábado por la noche es dura, principalmente porque nadie se para a charlar con una chica que 'parece interesante'. Entramos en nuestro bar favorito de primera hora, 'The Moon Under the Water"', y fue nada más cruzar la puerta cuando mis ojos verdes se clavaron en unos ojos azules que se escondían detrás de la barra.

- Jane, ¿ese camarero es nuevo? ¿le conoces?

- Ni idea - dijo acelerando el paso hacia la zona donde él se encontraba sirviendo.

Tras un buen rato esperando e ignorando (literalmente) al resto de trabajadores que pretendían tomarnos nota, él se giró hacia nosotras. Con paso lento y una media sonrisa muy atractiva se fue acercando hasta que sus carnosos labios rozaron mi oreja. El cosquilleo que comenzó allí se fue apoderando de mi cuerpo bajando lentamente por mi estómago hasta situarse justo entre mis piernas.

- ¿Te pongo algo? - ¡Claro que me pones! Afortunadamente por aquella época mi cerebro era más consciente y capaz de filtrar determinados comentarios. Medio muda y tartamudeando logré responder.

- Dos vinos blancos por favor. - el camarero asintió deslizando su nariz por mi rostro hasta juntarla con la mía. Después dio un giro rápido y comenzó a preparar las bebidas.

Jane, boquiabierta, tampoco pudo pronunciar palabra hasta que el atractivo bartender volvió a nosotras con un vino blanco y una copa con hielos de algo que parecía un cóctel.

- Vino blanco, limonada, rodajas de limón y hielo. - dijo mirándome.

- Había pedido un vino blanco. - reclamé dudando si probarlo o no.

- Una chica como tú nunca debería beber algo tan vulgar como un vino blanco inglés. - La expresión de mi rostro dejó ver que no me había convencido. - Espera, jaja, ¡no está drogado! - Ahora sí aceptaría un cóctel drogado; podéis meter un termo en la tarta junto con la lima y el esmalte que me mandéis a la cárcel.

Connor le dio un sorbo con una pajita y me lo volvió a acercar.

- Te gustará, si no te regalo el vino, prometido.

El tío estaba tan bueno que no pude rechazar ni uno de los diez cócteles molotov que me lanzó, así que la noche terminó en la puerta trasera del bar vomitando. Un bonito espectáculo para el que debía ser el hombre de mi vida. Aunque él se empeñó en acompañarme a casa, Jane se lo quitó de la cabeza. A la mañana siguiente, cuando todo parecía un sueño, salió de la parte trasera de mi pantalón aquel posavasos escrito con lo que parecía ser toda una declaración de intenciones.

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