CATA A CIEGAS
"Somos violetas" ya está en papel, descubre el final de la historia:
https://amzn.eu/d/7yp7vcr
Nunca he sido de esas mujeres que se maquillan contorneando su rostro a lo Kim Kardashian o utilizan vestidos ceñidos para marcar curvas, mi estilo habitual pasa (pasaba) por unos vaqueros y un top holgado ya fuera para trabajar, salir o para una cita. Ya no tengo que preocuparme por eso y en realidad es un verdadero alivio no pensar cada mañana lo que me voy a poner.
Para la fiesta de Jane escogí mis 501 y unos salones negros que, en un atisbo de locura transitoria, combiné a modo de amuleto con ese jersey de cashmere rosa que había sacado de la caja número 2 el día anterior, la que contenía los recuerdos de Connor. Un acto de valentía que me empujaba a revivir sueños pasados, recuerdos y aromas que me hacían sentir como aquella chica de 18 años que se atrevía con todo. Jane salió de su vestidor con un precioso conjunto de ropa interior de encaje burdeos y un moño de bailarina que coronaba su cabeza.
- ¿Qué tal?
- Mmm... - me quedé observándola de arriba a abajo dándome cuenta de lo enfermiza que comenzaba a resultar su delgadez. - Pues depende...
- ¿No te gusta? ¿De qué depende?
- ¿Piensas ponerte algo encima? - le dije riendo. - ¡Vístete anda, tus invitados llegarán en diez minutos!
Jane volvió a salir después de cinco minutos con un slip dress a media pierna negro satinado con detalles de encaje en el escote y en el bajo. Podría haberse puesto la ropa del gym y habría estado igual de fantástica.
- Estás preciosa Jane, deslumbrante.
- ¿Vas a ir en serio con vaqueros y un jersey? Ponte esto anda. - me dijo sacando de uno de sus múltiples cajones repletos de joyas un enorme collar de brillantes de Harry Winston.
Jane venía de muy buena familia, su padre tenía uno de los bufetes de abogados más prestigiosos de la ciudad y ella, después de estudiar la profesión en The City Law School, había 'heredado' parte del imperio y la casa de su abuelo situada en Chesham Place.
Como siempre presumía, su cumpleaños se había convertido año tras año en uno de los acontecimientos sociales de la ciudad al que estaban invitados tanto compromisos familiares como amigos de toda la vida. Yo, sin embargo, a pesar de haber tenido todas las facilidades económicas de mi familia, había optado por ser 'la oveja negra' y decantarme por una vertiente más artística de la vida en el pequeño municipio de Enfield, situado a las afueras de Londres. Inclinación que, por supuesto, mis padres no aprobaban. No obstante no era algo que me preocupara demasiado, pues siempre había habido algo interno, un sentimiento profundo, que me alejaba de ellos sin querer.
El primero en llegar fue George Thomas, hijo del copropietario de J&T Layers; lo que había convertido al joven hacía un año en el nuevo socio del bufete de Jane. George era de estatura media, piel oliva y cabello y ojos oscuros, esta apariencia tan poco británica le venía de su madre española, Adriana. George y Jane mantenían una relación estrictamente profesional, pero la tensión sexual era tan obvia que se evidenciaba con un solo cruce de miradas. Sin embargo, el simple hecho de compartir negocio despertaba en ambos una rivalidad que nacía desde el estómago y no les permitía siquiera rozarse. Junto a él estaba Daniel, fundador de la cadena de restaurantes take away 'Unboxing', un auténtico cretino que se complementaba a la perfección con su amigo.
- ¡Qué bien que hayas podido venir George! Creía que estabas fuera Daniel, ¡un placer verte! - Jane tenía una capacidad asombrosa para sobreactuar, algo que en varias ocasiones me había hecho plantearme si en realidad existía una relación de amistad sincera entre ambas.
- Hemos aplazado la apertura del restaurante para la próxima primavera, diciembre no es un buen mes para los take away.
- Parece que los estudiantes de Oxford tendrán que conformarse con noodles por el momento. - ¿Qué tienen de malo los noodles? Les dejó entrar al tiempo que les indicaba con la mano que debían posar para el fotógrafo que había mandado la revista de sociedad Meet.
La primera hora transcurrió tranquila, en realidad ese tipo de fiestas nunca me habían resultado especialmente divertidas. Al menos hasta que la mitad de los invitados que venían a posar, lo hacían y se marchaban; pero eso no ocurría hasta pasadas un par de horas desde el inicio. Medio borracha me escapé al jardín trasero, donde había un lago en miniatura repleto de peces payaso, alimentar a esos pequeños bichos siempre me relajaba. Allí estaba mi inseparable Chris, uno de los mejores hombres que había conocido a nivel humano, la clase de persona que persigue sueños y lucha por las injusticias. Chris era detective privado, una profesión que no le pegaba nada, pero que le permitía descubrir a maridos cabrones con doble vida o a trabajadores que engañan a sus empresas. Aunque no mucho más, ya que la policía no le tenía demasiado en cuenta.
- Sabía que estarías aquí. - Su sola compañía ya me relajaba.
- Es la única zona a la que podemos acceder los VIP de verdad - y me guiñó un ojo entre carcajadas. Jane guardaba ese rincón de la casa para que los amigos de confianza pudieran esconderse a ratos, y simplemente, no fingir. Me senté a su lado, al borde del lago, sin devolverle la sonrisa. - ¿Esa cara?
- Cuatro vinos.
- Cuatro vinos no hacen eso. No sé qué te ocurre, pero ¿sabes? No quiero saberlo. Haremos algo: saldremos ahí y creeremos que nos divertimos. Con suerte pescas a un tipo medio normal. - Eso sí me sacó una carcajada. - Es más, te apuesto una caña a que no te ligas al próximo tío que entra por la puerta principal.
- Chris por Dios, ya no tenemos dieciocho.
- ¡Ah! Ya veo, ¡tienes miedo! Qué mayor estás Alice...- me dijo mientras se levantaba y me extendía la mano.
- ¡A veces eres un crío! - Pero durante los siguientes diez minutos merodeando por la casa agudicé tanto el oído para escuchar la puerta, que oía hasta la cisterna del baño de la buhardilla. Aquí en la cárcel no necesito agudizar el oído, tampoco el olfato, nuestro baño literalmente no tiene puerta para que no podamos suicidarnos dentro.
'Ding Dong' - de repente Satanás se apoderó de mi cuerpo y una sonrisa maliciosa se dibujó en mi rostro casi sin querer. Mirando a Chris me levanté y dirigí a ella convenciéndome a mí misma de que al otro lado estaría la persona que me acompañaría y comprendería el resto de mi vida. Al abrirla no pude reprimir un grito de emoción.
- ¡Lucca! - Literalmente me lancé a sus brazos. Hacía que no veía a ese diablillo italiano por lo menos seis años, pero siempre nos habíamos tenido un cariño especial.
La primera vez que vi a Lucca ocurrió algo parecido. Celebrábamos el cumpleaños de Connor en un bar clandestino, de esos que tienes que dar una contraseña para entrar. Solo llevábamos juntos un par de meses, pero ya parecía como si nos conociéramos de toda la vida. Tras susurrar la contraseña al otro lado de una pequeña rendija, abrí la puerta y allí apareció. El mejor amigo del colegio de mi novio, el chico al que tenía que conquistar en realidad, la persona que podría hacer que nuestra relación terminara con un chasquido de dedos si pensaba que yo no era suficiente. ¿Cómo se debe actuar en esos casos? No demasiado simpática para que no piense que le estoy tirando los tejos, tampoco distante para que no crea que me cae mal... Detrás de él esperaba una chica morena menudita. Sí, era Ana, su nueva novia, con lo que sólo tenía que hacerme amiga suya y estaría resuelto. El problema es que Ana y yo no nos caímos demasiado bien, intentamos ir un par de veces a tomar un cóctel juntas, pero su acento español me ponía muy nerviosa, así que al final siempre optamos por ir al cine para no tener que hablar.
Ver a Lucca en la fiesta de Jane despertó en mi un sentimiento muy diferente. Un rostro conocido y afable del pasado era justo lo que necesitaba para sobrellevar las nostalgias que Connor me había dejado con esa nota.
- Si me das un beso prometo no enamorarme. - Le dije acercándome a sus labios.
- No te preocupes, prometo desaparecer si lo haces. - Lucca pasó su brazo izquierdo por mi cintura y con su mano derecha agarró mi cabello, se acercó y me besó como si realmente hubiera querido hacerlo. Al separarse miré a Chris, que se encontraba aplaudiendo silenciosamente justo detrás de mí.
- Qué recibimiento más agradable señorita Jones, dale las gracias a aquel canalla de allí. - dijo saludando a Chris con la cabeza mientras me daba un abrazo. - Me viene fenomenal que me recibas tú, me paso a ver a Jane por compromiso, ¿salimos al porche?
- Sí, déjame coger un par de vinos y salgo. - Elegí un blanco para mí y un rosado para él. Cuando salí al porche, extrañamente silencioso, él se encontraba sentado en el banco, pensativo y con un halo triste. Le acerqué su bebida y despeiné ligeramente su cabello rizado, como se hace con los niños cuando quieres decirles 'pequeño, no te preocupes, estoy aquí'.
- He ido a verte esta mañana, pero no estabas en casa, ¿no has visto mi nota? Perdí tu número y no se me ocurría otra forma de contactar. - un suspiro de decepción salió de mi boca.
- Siempre has sido un bicho raro Lucca, sabes que Jane lo tiene. Además, ¿no se te ocurre firmar para que no piense que un psicópata quiere matarme y descuartizarme en Waterloo un sábado por la noche?
- Pensé que lo había hecho, disculpa. Connor ha vuelto a Londres. - Se me quedó mirando con ojos tristes, pero esperanzadores. Parecía como si esperara que yo tuviera una solución a aquella situación que, sin duda, era mucho peor para él.
- Lo sé, ayer estuve con él. Me contó lo de Ana y fue como un jarro de agua fría. Casi me desmayo.
- Es más complicado de lo que parece... - Le interrumpí antes de que empezara ese rollo tele novelesco de 'estaba enamorado y me la arrebató', ya tenía suficiente con mi parte.
- Hoy no quiero oír esa historia, ¡vamos dentro! - le ofrecí la mano y tras una pícara mirada de complicidad entramos a la casa.
Lucca era artista, pintor, por lo que siempre habíamos tenido una extraña conexión que nos hacía poder hablar horas y horas de absolutamente nada. Después de mi ruptura con Connor estuvimos conectados unos pocos meses, también nos besamos alguna que otra vez, pero finalmente la relación se enfrió y el hecho de que él viviera en España no ayudaba en absoluto. Vivía a caballo entre España, Italia y Londres desde hacía unos cuantos años, pero para mí nunca había sido un buen momento para reaparecer y recordar.
Aquel día era diferente: reímos, bebimos, fumamos, y efectivamente, recordamos. Poco a poco, no sé si la luz o el alcohol, contribuyeron a que las pequeñas arruguitas que habían brotado alrededor de sus ojos me comenzaran a parecer muy atractivas y sus labios rojizos se me antojaron deliciosos.
Recuerdo la primera vez que Lucca y yo nos besamos hacía años, paseábamos por Little Venice. Yo fantaseaba con vivir en uno de los barcos que se encuentran amarrados, tendría un camarote para dormir y por la mañana lo convertiría en una pequeña cafetería veneciana, donde los paseantes se sentarían en una terraza improvisada a comer tiramisú, cannoli, panna cotta y zuccotto (el mejor de la ciudad) a la hora del café, pondría vasos de papel con agarraderas logueadas, como hacen en Starbucks. Lucca prefería ser el dueño de una de las mansiones que bordean el río, aunque también bajaría a tomar el té cada mañana mientras leía The Times. No lo buscamos, ni siquiera nos lo esperábamos. Nos sentamos a la orilla del río y mientras fantaseábamos con un futuro prometedor, ocurrió sin más. Nos dimos un tímido beso de adolescentes y no volvimos a hablar de ello. Habían cambiado muchas cosas, los sueños ya no eran los mismos y esas arruguitas incipientes tampoco estaban, pero sus ojos pardos eran los de siempre.
- Ha pasado tanto tiempo... ¿te das cuenta de que hasta te han empezado a salir canas? - le dije mientras acariciaba uno de los caracoles que formaban su cabello, en ese momento él clavó sus ojos en mi boca, como si analizara cada una de las palabras que habían salido por ella.
- Señorita Jones, ¿está usted flirteando conmigo? - Se acercó a mi oído y susurrando añadió. - Tenga cuidado, puede que no sea capaz de cumplir su promesa de no enamorarse.
- Puede que usted tampoco Sr. Costa. - introduje mis pequeños dedos por debajo de su camisa y le acaricié la piel justo a la altura de la hebilla del pantalón, mi corazón se aceleraba a medida que nuestros cuerpos se acercaban hasta estar casi pegados.
No hizo falta decir nada más, le cogí del brazo y me dirigí escaleras arriba hasta el vestidor, la única estancia de la casa con pestillo por dentro. Me empujó hacia dentro, me arrancó el collar de diamantes y apagó la luz. A partir de ese momento no vi nada, solo olí, sentí y saboreé... como en una cata a ciegas.
"Somos violetas" ya está en papel, descubre el final de la historia: https://amzn.eu/d/7yp7vcr
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro