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Prólogo

Prólogo.

Todo comenzó ese día.

Era un día completamente normal, como comenzaría cualquier historia. El cielo estaba azul y no había nubes, sólo el sol de la mañana que embargaba toda la ciudad. Íbamos en el auto, miraba por la ventana mientras mis padres conversaban felices, íbamos a pasear al centro comercial, era un día sábado. Estaba bastante lleno y no quería ir por esa razón, quería quedarme en casa.

Mamá me pidió que disfrutara de este tiempo en familia, papá había llegado después de una larga jornada en el ejército y mi hermana menor no soltaba su mano. En ese momento yo no lo entendía, pero todavía me culpo por eso. Mamá me dejó un beso rápido en la mejilla y también sujetó la mano de papá. Él se veía cansado, había círculos prominentes debajo de sus ojos, pero sonreía.

Papá me miró de reojo e hizo un ademán con la cabeza de que los acompañara, yo quería hacerlo, pero seguía molesta con él. Casi nunca estaba en casa, no sabíamos nada de él por meses. Antes lloraba antes de dormir, rezando porque nada le pasara. Asustada, teniendo pesadillas de que moría de un tiro o secuestrado, él iba a misiones de ese tipo. Claro, él no sabía que yo conocía sobre eso. Cuando llegaba a casa, le contaba algunas cosas a mamá y yo me pegaba a la puerta para escuchar.

Sabía que él no quería abandonarnos y que nos amaba, pero no podía evitar sentir rencor por esa sensación de abandono que dejaba cada vez que se iba con ese maldito uniforme del ejército.

Las tiendas estaban abarrotadas, miré algunas cosas y mamá me preguntó si quería algo. Mamá era muy comprensiva conmigo. Sabía que yo no tenía muchos amigos y aunque no me iba mal en la escuela, siempre hacía mis tareas sola. No quería que ella tuviese lástima de mí, más tarde entendí que se preocupaba. Qué tonta fui en ese entonces, no puedo perdonármelo.

Mi hermana pequeña, que ya no era tan pequeña, estaba feliz. Sus mejillas sonrosadas acompañando su sonrisa con hoyuelos. Abi y yo éramos muy diferentes, ella hacía que la gente la quisiera, ya tenía trece años. Mi hermana era la única que me comprendía, así que cuando se acercó a tomarme del brazo no pude evitar sonreír un poco.

Me llevó hasta papá e hizo que nos abrazáramos los tres, mamá tomó una fotografía. Después, papá no me soltó. Caminábamos delante de Abi y mamá, en silencio. Pero me abrazaba por los hombros y su expresión era tranquila.

–¿Ocurre algo? –me preguntó. Quisiera haber sido honesta en ese entonces.

–Nada importante.

–Tú eres importante para mí, sé que no he estado mucho en casa, pero...

Silencio. Eso hubo repentinamente. Cuando me di cuenta, nadie hablaba. Instintivamente, me aferré a la camisa de papá cuando tierra y pequeños escombros empezaron a caer del techo del edificio. Abi y mamá llegaron a nuestro lado. Abi me sujetó la mano, su respiración se agitó.

–¿Qué está pasando? –casi susurró, todos miramos al techo, en donde empezaba a escucharse un ruido de hélices. Pero era demasiado fuerte para ser de un avión o helicóptero.

–¿Qué pasa? –le peguntó mamá a papá, quien todavía miraba al techo, su expresión se volvió tosca. Me fijé en cómo se apretó su mandíbula. Que no respondiera, me dio la respuesta. Él sabía qué estaba pasando, y lo confirmé cuando sujetó mi mano con fuerza.

–Corran, váyanse lo más lejos que puedan de aquí.

–¿Qué? ¿Y tú a dónde vas? –le dijo mamá, sus ojos se nublaron.

–Eso no importa, yo estaré bien. Necesito que las cuides, Eleonora–fijó sus ojos en mi expresión aterrada, ya empezaban a escucharse gritos.

–Papá–fue lo único que dije, hubiese querido decirle tanto, pero me aferré unos segundos más a su mano cálida antes de que nos mirara y se fuera corriendo en dirección a la salida principal.

Abi empezó a llorar, mamá me volteó por el hombro y nos dijo con lágrimas en los ojos:

–Ya tenemos que irnos, no hagan preguntas, nada más corran... ¡Corran!

Una, dos explosiones que alteró a las personas que empezaron a correr como hormigas por todo el lugar, se escuchaban llantos, lamentos. Había partes del techo que empezaban a desmoronarse, pedazos completos que podrían aplastar a diez personas, y mamá gritaba detrás de nosotras que corriéramos y no miráramos atrás.

Me aferré a la mano de Abi, manteniéndola cerca de mi mientras intentaba tener a mamá a la vista, ya no había bolsas en sus manos, estaban hechas un puño mientras corríamos con todas nuestras fuerzas a la salida trasera en donde habíamos estacionado el auto.

–¡Eleonora! –me gritó, me lanzó las llaves del auto y sin pensarlo, las tomé. Estaba aterrada, mis manos temblaban y mis piernas empezaron a arder.

Cuando logramos alcanzar la salida trasera, sentí algo que nunca hubiese podido describirlo, hoy en día tampoco. El cielo, estaba teñido de rojo...

Jamás había visto algo así. Había personas machacadas en el suelo, bañadas de sangre. Más explosiones y gritos. Era un día normal... Ahora, se había vuelto el peor día de mi vida. Apreté más fuerte la mano de Abi que gritaba y lloraba, intenté buscar a mamá entre la multitud, pero no podía encontrarla, Abi y yo gritamos su nombre hasta que la garganta nos dolió, una bomba explotó cerca de nosotras.

Caí hacía atrás, perdí la razón unos segundos. No escuchaba, pero no me importó. Me arrastré hasta Abi que estaba inconsciente y con una línea de sangre por su frente y nariz, la sacudí por los hombros hasta que reaccionó, nos levantamos con un esfuerzo físico que jamás había tenido que hacer.

- ¡No mires, Abigail! ¡No mires! -había personas desmembradas en el suelo ahora cubierto de sangre y piel achicharrada, soldados corrían con sus armas, gritando, dando órdenes, no podía ver a mamá todavía.

Regresamos dentro del centro comercial, me atreví a mirar a los muertos en busca del rostro de mamá, tampoco había nada. Es como si hubiese desaparecido, pero decidí enfocarme en la mano de Abi, de no soltarla.

Todavía no podía escuchar bien, pero sí distinguía los gritos, súplicas y alaridos, mi hermana gritaba y se cubría la cabeza mientras caían más escombros del techo. Vi a un soldado guiando a un tumulto de personas por unas escaleras subterráneas, nos gritó que entráramos, pero empujé primero a Abigail. Yo tenía que encontrar a mamá... Tenía que hacerlo.

Abi me sujetó del brazo reteniéndome mientras las personas a nuestro alrededor casi nos sofocaban, vi en sus ojos confusión, terror. Negaba con la cabeza y me agarraba de las mangas de mi suéter suplicando que fuera con ella.

–¡No! –su voz se desgarró como jamás había escuchado–. ¡Si vas a buscar a mamá debo ir contigo! ¡No podemos separarnos!

–¡Necesito que estés a salvo, Abigail! ¿No entiendes? ¡Quédate, ya regreso!

Otra explosión sobre nosotras, más gritos y dolor.

–¡Abigail, ya entra!

– ¡No! –el guardia la levantó por la cintura.

–Mantendré la puerta abierta diez minutos, ¡ya vete!

–¡Bájame! ¡Eleonora! –asentí hacia el soldado antes de correr mientras mi hermana, con su voz desgarrada, gritaba mi nombre.

Entré a un par de tiendas gritando el nombre de mamá, corrí tanto que no podía controlar mi respiración y mi espalda ardía de aire frío. Estaba bañada de sudor y sangre, la expresión aterrada de mi hermana todavía me perseguía, y a la vez, rogaba porque mamá estuviese bien.

Salí de nuevo en busca de mamá, nuestro auto no estaba porque todos habían sido calcinados, todo estaba en llamas aquí afuera. Di una vuelta sobre mi eje arrastrando mis uñas por mi cabello, grité. Grité su nombre con lágrimas en mis ojos, grité por papá. Algo me decía que era la última vez que vería a mi familia, pero no quería creerlo. Quería pensar que esto era un sueño y que despertaría en casa.

Me detuve nada más cuando vi una figura con un arma, y con el extremo, me golpeó en la frente. Caí al suelo, mis ojos se tiñeron de rojo y de negro, intenté levantarme diciendo el nombre de mi hermana. Tenía que volver por ella. Pero me pateó la nariz y disparó a mi pierna. Pude haber gritado, sino me hubiese dado con el arma en la nuca.

Nunca imaginé que un día normal terminaría en esta tragedia. Nunca más volví a ver a mis padres, pero eso no me quita la esperanza de encontrar a mi hermana. Yo sobreviví gracias al mismo soldado que ayudó a las personas a dirigirse a un búnker subterráneo. Casi pierdo mi pierna, pero perdí algo más importante.

Me uní después al ejército, la IS. Tuve que hacer lo que más odiaba para recuperar a mi hermana, el soldado nunca supo que pasó con esas personas. Con Abigail. El mundo cambió...

Y yo cambié.

Voy a encontrar a Abigail, así me cueste mi vida. Así tenga que morir mi espíritu.

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