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Capítulo 8

Después de la tragedia, llegó la calma.

Ese día la humanidad conoció la definición en carne y sangre del silencio. El mundo estaba en pena. La cantidad de bajas superó a la cantidad de la segunda guerra mundial hace ya tantas décadas atrás, pudo haber una tercera, pero la evolución tecnológica hizo un puente de alianzas entre las naciones. Aunque esta vez, la tecnología simplemente no fue suficiente para llenar ese vacío que quedó en nuestro planeta.

La tecnología esta vez, asumió con el odio humano, el rol de la venganza.

Todos queremos venganza.

Ya no hay escuelas que enseñen conceptos diferentes al odio. Los pocos niños sobrevivientes viven en refugios de estricta seguridad bajo el cuidado de la IS, donde viven mujeres seleccionadas que conciben cada cierto tiempo y cuidan de ellos. Son como un tesoro. Y debe ser así. Porque no hay ni una sola ciudad en el mundo a salvo. Así que no hay trabajos, ni colegios. Hay el peligro suficiente en las calles, es como una cuarentena perpetua.

El mundo se había detenido años atrás por una terrible enfermedad. Mamá me había dicho que su propia madre había muerto a causa de esta, pero la humanidad había aprendido a salir adelante y lo habían superado. Habían recuperado parte de su normalidad al volver a salir a las calles.

Ahora no hay nada que pueda darnos una esperanza de regresar a esa cotidianidad.

Yo quería tener una familia propia.

Pero los recursos son tan limitados que decidieron mantener el control de reproducción humana. Y es por eso, les quitaron a muchos al azar la posibilidad de concebir. Yo soy una de esos muchos. Fue dos años después cuando quitaron todo de mí que podía llegar a tener un bebé. Oliv tuvo la suerte de quedarse con eso, de tener por lo menos un poco de decisión por su cuerpo.

Me sentí violada, me despojaron de ese sueño que todavía conservaba. Mi yo ingenua pensaba que quizás en medio de todo este desastre, podría llegar a uno de esos refugios y ahorrarme el dolor de llevar una vida militar, no sé qué pasaba por mi cabeza, a veces desvariaba y creía que tenía el derecho de tener esa clase de sueños.

Me quitaron ese derecho también. Por eso, me ahorro pensar en un futuro donde yo pueda ser feliz. Lo único que me mantiene viva es la esperanza de encontrar a Abi con vida y protegerla.

–Ey–me mueven por el hombro–, ¿qué tienes?

Muevo mi cabeza con lentitud en dirección a KJ. El comedor está completamente vacío y en silencio. La luz de la luna todavía alcanza a las mesas grises y al suelo escandaloso de color verde aquamarina.

–¿Qué haces aquí tan temprano? –me pregunta tomando asiento a mi lado.

–¿Qué haces tú aquí tan temprano? –sonríe.

–No podía dormir.

–¿Pesadillas? –pregunto en medio de un suspiro, asiente.

–Puedo fingir que estoy bien. Pero cada segundo se repite en mi cabeza la sensación de mi brazo siendo arrancado. Sentí como... Se desprendió de mi hombro. Y cada vez que intento dormir, sueño con ese Cercano desprendiendo cada parte de mi cuerpo.

–Debió ser muy duro para ti–digo después de unos segundos–. Gracias por contármelo.

–Somos amigos. No le digas a los demás, ¿bien?

–Está bien–río.

–Ya te conté un secreto. Ahora dime tú qué estás pensando–sonríe.

El rostro de KJ es sencillamente inocente. Su cabello rizado pero corto, su nariz amplia y su color moreno oscuro lo hacen resaltar tanto de todos nosotros. Es como un hermano pequeño para nosotros, aunque yo sólo le llevo dos años. Cumplió los veintiún años en enero y también ha sufrido suficiente. Perdió a toda su familia. Los vio ser devorados por Cercanos cuando corrió a casa a buscarlos.

Lo protegemos como nuestro hermano pequeño. Y cuando veo sus ojos brillantes esperando mi respuesta, mi cabeza se tranquiliza un poco. Si Abi sigue viva, tiene diecinueve años. Y siempre he pensado que a ella le gustaría KJ. Ese pensamiento me da una sensación de cotidianidad a la que me aferro.

–Estoy algo nostálgica hoy.

–Sabía que tenías sentimientos–lo empujo.

–Claro que tengo sentimientos.

–Es que siempre estás gritando y estando enojada como un animal–río con sinceridad.

–Puedo estar gritando como un animal y sentirme bastante triste.

–¿Estás triste?

Asiento.

–Faltan unas horas para que amanezca.

–¿Y?

–Será veintidós de octubre.

–Mierda. No lo recordaba.

–Nadie por lo visto. No he escuchado que nadie lo nombre–respondo–. Seguro haremos una pequeña ceremonia. Pero no hay himno que cantar, ni fotos de muertos por quienes llorar.

–¿Por eso estás triste?

–Lo dices como si fuera poca cosa–ríe negando con la cabeza.

–No es eso. Creo que muy pocos son los que quieren recordar. El cuchillo tiene filo y corta, pero la mente tiene recuerdos que hacen lo mismo. Soy como tú... Pero también como ellos. Me gustaría que recordar no fuese tan doloroso, pero tengo que hacerlo si quiero que mi familia siga existiendo aquí–se pone una mano en el pecho, en su corazón.

Me mira a los ojos y no hay nada más que sinceridad. Suspiro subiendo mis hombros y viendo la ventana frente a nosotros. El cielo empieza a aclarar, un día como este hace seis años, KJ también perdió a su familia. No tiene ni siquiera el factor de la duda de creer que alguno esté vivo. A pesar de eso, está aquí.

–Gracias, KJ–se sube un hombro.

–¿Qué más podemos hacer si no es mantener un poquito la esperanza?

Base Unión está en silencio. Todos están dentro de su propia cabeza, quizás rememorando lo que les sucedió ese día o intentando luchar con los demonios que los arrastran. Salimos todos en filas y firmes a lo que podría ser el estacionamiento más grande de este lugar, hay suficientes personas aquí, todos con rostros inexpresivos.

Hay un pequeño podio sin banderas a los lados. No hay himnos, ni a quién rezarle. Todo eso se acabó. El sol pega de frente mientras todos con las manos detrás de la espalda miramos al General, a Barry Tyesson, y a un hombre extremadamente familiar para mí.

El micrófono hace un sonido agudo cuando Barry Tyesson se pone frente a él todavía con su traje azul rey. El hombre aparenta ser de unos cuarenta y pocos. Su cabello bien recortado y oscuro, sus facciones masculinas y ojos oscuros que resaltan su piel paliducha.

–Quiero pasar las formalidades, prefiero decir directamente que este día fue el que empezó todo esto–comienza el ministro de relaciones–. Fue un día terrible, lleno de perdidas, dolor y cambios. Hay menos de nosotros. Pero eso debe ser una motivación para no dejarnos rendir. Somos pocos, pero tenemos fuerza, inteligencia. La humanidad todavía no se ha rendido, ni se rendirá. Por eso, necesito su ayuda para encontrar respuestas. No hay espacio para resignarse. Es momento de levantarnos y seguir adelante en honor a todos quienes murieron...

Habla con calma, pero en su voz hay esa ira fría que provoca que el resto lo escuchen, pero yo estoy concentrada en ese hombre de gorra detrás de él. Estoy suficiente cerca como para reconocerlo si se fijara en que lo estoy mirando. Él se concentra en el discurso sin ni siquiera saber que yo existo, no puedo ver más que una parte de su perfil, no me resigno mientras Barry sigue hablando, necesito que ese hombre voltee a verme.

–No queremos venganza. Queremos justicia. No queremos compasión, queremos respuestas–se empiezan a escuchar sonidos de aprobación, aullidos. Un par de aplausos por allá. Sigo concentrada en reconocer ese rostro–. No es suficiente mientras las vidas de esas personas hayan acabado en vano. Es momento de sacrificarlo todo por nuestro futuro...

El hombre levanta el rostro, mantiene sus manos detrás de su espalda. Lo reconozco, sé quién es, pero mi cerebro se bloquea, no consigo una imagen clara.

–Es tiempo de levantarnos todos juntos a pelear por lo que siguen vivos, y por los que ya no están con nosotros. Por quienes murieron ayudando y por quienes siguen de pie luchando.

Es él.

Abro los ojos tanto que cuando él gira su cabeza y nuestros ojos se encuentran, une sus cejas sin discreción alguna. Como si se preguntara quién soy. Mi pecho sube y baja, mis labios se secan. Yo sí sé quién es.

–¡Es momento de batallar por lo que es nuestro! –todos gritan eufóricos, no reacciono. Él me sigue mirando a los ojos, la unión de sus cejas se afloja.

Me quedo todavía en el sitio cuando comienzan a dispersarse, escuchando mi respiración, me muevo nada más cuando KJ me sujeta del hombro en medio de un salto, emocionado por las elocuentes y manipuladoras palabras de Barry Tyesson.

–¿Qué te pasa? –me intercede Ulrich. Me encuentro con sus ojos grises todavía sin poder reaccionar.

Camino de largo apartándome de su agarre, siguiendo el flujo de soldados que vuelven a sus deberes.

–¡Ey! –me sigue. Llego hasta detrás de uno de los departamentos cercano al podio improvisado. El color amarillo de sus paredes me empieza a enfermar y no sé por qué me siento repentinamente sofocada–. ¿Qué es lo que te pasa?

–Dame un momento...–me siento. Me sujeto las rodillas, metiendo mi cabeza entre ellas para intentar calmarme, para no estallar.

–¿Todo bien? –pregunta Boris quien llega con una mirada de cautela–. Estás pálida.

–Necesito soledad, si no les molesta–respondo con fuerza escuchando mi respiración.

–Dinos al menos qué pasa. Parece que viste un fantasma–dice Boris.

–Es él.

–¿Quién? –pregunta Ulrich después de unos segundos.

–Él. El hombre que estaba con Barry Tyesson. Él fue quien se llevó a Abigail al búnker. Él me dejó en el refugio, me salvó la pierna–los miro.

–¿Le preguntaste alguna vez por Abi? –Boris se ve tan sorprendido como yo, quien pregunta de brazos cruzados es Ulrich.

–No recuerdo mucho, casi todo el tiempo estuve sedada. Cuando pregunté por él días después nadie sabía darme respuesta de quién era el que me había traído.

–¿Por qué no le preguntas y ya? –dice Boris.

¿Qué si me dice que el búnker explotó y ella está muerta?, me guardo esa pregunta para mí. Boris me sigue observando. Pero después de un rato, me extiende la mano.

–Vamos a llevarte a tu cuarto. Hay una última reunión esta noche con ese hombre. O es lo que pudo decirnos KJ que logró escuchar con el Aislador.

No sé por qué me siento repentinamente consternada, paso el resto de la tarde en mi habitación con un reporte médico en el que me dieron unas pastillas naranjas que hace que mis pensamientos divaguen hasta quedarme dormida.

No hay sueños, es más bien como las sombras de un recuerdo. No distingo bien si estoy corriendo sobre sangre o partes de Cercanos, es como si toda mi vida militar, los golpes, sanciones, gritos, traumas, disparos, se unieran en lo que veo mientras duermo.

Aspiro aire por la boca con fuerza. Siento que me ponen una mano en el hombro y eso es lo que me detiene de enloquecer. Con lentitud y con el cabello pegado a mi nuca y frente por el sudor, veo a Ulrich a mi lado con una expresión neutra.

–¿Todo bien? No dejabas de moverte–me dice. Me aparto de su agarre cuando me siento sobre la cama pasándome las manos por el rostro. Veo hacia la ventana y noto que ya oscureció. Eso me da más miedo, siento que podría venir un Susurro por mí y devorarme viva, estoy paranoica–. ¿Vas a tomar la otra dosis?

–No–respondo de inmediato–. No sé qué es esa mierda. Pero no pienso volver a tomarla.

–¿Quieres hablar? –enarca su ceja, lo miro un par de segundos antes de darme la vuelta y ponerme las botas, me apoyo del dorso de la cama.

–¿Para qué es la reunión? –pregunto, eludo una respuesta–. ¿No están cansados de mandarnos a morir?

–Darán los detalles de la misión. No sabemos específicamente qué quieren, pero Barry Tyesson alentó mucho a los otros. No confío en él.

–Esa misión no va a servir de nada. Nos enviarán a morir.

–Eleonora... –intenta ponerme una mano en la espalda, pero me levanto a velocidad, me mareo un poco.

–Deja de fingir que estás bien con esas decisiones.

–No podemos escapar.

Es lo más aterrador de todo. No podemos escapar. ¿A dónde iríamos? Si desertamos, la IS nos encontraría y nos aniquilaría por traidores. Si es que no nos mata un Cercano primero.

–No puedo darte aliento, ni voy a hacerlo porque tú misma dices que no tiene sentido. Pero... No eres una cobarde, ¿sabes? –me cruzo a verlo–. Eres quizás la más valiente de nosotros, incluso con esa estatura diminuta.

Sonrío un poco, mis labios se estiran. Intento soltar aire por la boca. No puedo escapar.

Aun así, tengo que saber qué pasó con Abigail y encontrarla viva. No tengo opción.

Durante la noche en Base Unión se escuchan grillos y algunos perros. Base Unión queda en medio de algún lugar desértico y de montañas rocosas. Hay demasiado calor. Y aunque en los departamentos hay aires acondicionados, no alcanza para evitar que mi rostro se ponga rojo, me siento sofocada.

Es la misma sala de la reunión pasada, aunque esta vez por lo menos hay sillas. La mesa táctil se ilumina con planos en relieve y estadísticas, y atrás de Barry Tyesson y el hombre que alguna vez salvó mi vida, están los números de los equipos. El A2210 es el primero. Somos la carne para cañón. Bufo con brazos cruzados.

–Podrías preguntarle qué pasó con tu hermana–dice Oliv junto a mí–, no veo por qué no acercarte.

–Tiene demasiada seguridad alrededor–responde KJ detrás de mí, poniéndose en medio de ambas sillas–. Es sospechoso, pero supongo que es un tipo importante.

–Eleonora pudo escabullirse diez veces a la tienda del General. No veo por qué no pueda hacerlo con ese–agrega Ulrich del otro lado, mira al frente con los brazos cruzados, lo observo por unos instantes.

–Otra vez estamos aquí–dice Barry Tyesson para dar inicio, algunos ríen. Intenta ser simpático y eso es repulsivo para mí, él habla con pausas y tiene una expresión corporal como la de un gato–. Los que estamos aquí presentes, son los más aptos para una misión de este calibre. La mejor unión entre mente y fuerza. Antes de hablar más, quiero presentarle a Alek Vienova. Uno de las élites de la IS interina, un genio, tal como ustedes.

Alek Vienova.

Con que ese fue su nombre todo este tiempo. Por fin pude ponerle nombre a ese rostro que salvó mi vida años atrás. Y también al mismo que se llevó a mi hermana.

Tiene un rosto de rasgos definidos. Una mandíbula fuerte, nariz recta y firme, cejas gruesas pero definidas. Tiene algunos lunares en la cara. Y también noto que tiene cicatrices de quemaduras en sus manos. Se pone firme, es bastante alto, quizás un poco más que Ulrich. A quien cuando veo de reojo, lo veo más serio de costumbre.

–¿Qué? –me inclino a él.

–No confío en él–me responde en voz baja, uno mis cejas, pero Alek se presenta él mismo e interrumpe mi respuesta.

–Hay una gran diferencia entre lograrlo y hacerlo. Nosotros tenemos que lograrlo–la voz de Alek es profunda y con un matiz oscuro, pero es joven. Debe tener unos veintiocho–. La misión no es sencilla. Es por eso que necesitamos a lo mejor de lo mejor. Y esos, son ustedes aquí presentes en la sala–apoya sus dos manos en la mesa y hace girar un mapa que sobresale de la mesa, ilumina su rostro–. Hace un año transmitieron una señal de este lugar. La llamamos Inferno-7.

Hay silencio suficiente en la sala, alguien podría dejar caer una aguja y se escucharía.

–Inferno-7 es la zona en la que se cree fue el primer contacto. No hace seis años. Sino hace cincuenta y dos años–sonríe de lado, enarcando su ceja al vernos a todos antes de continuar. Se detiene en mí, pero no se inmuta. No me reconoce–. En 1998, específicamente, trasmitieron una señal a esa base militar que, en ese entonces, era un puerto de lo que era la CIA–ríe–. La tecnología de ese lugar es obsoleta, claro está. No hay forma de que podamos saber más sobre esa señal. Había una copia escrita de esa señal transmitida, aunque todos esos datos se perdieron. La mayoría de nuestros datos sobrevivientes están en esta base... Pero no podemos hacer mucho con ellos. Nos estamos defendiendo sin tener razones de guerra. Necesitamos saber por qué para enfrentarnos a lo que venga, no sólo resistir.

–¿Qué posibilidad hay de que esos datos sigan ahí? –levanto la mano, la atención de todos se dirige a mí–. Digo, está diciendo que la mayoría de los datos están extintos. ¿Qué hace diferente a esta base?

–Que está bajo tierra–responde sin titubeos, mirándome a los ojos y teniendo sus manos detrás de su espalda–. Logramos interferir en la señal de algunas cámaras. Esa base sigue ahí. No está intacta, obviamente. Pero queda lo suficiente de ella para suponer que siguen ahí las computadoras. Estuvo operando hasta el año 2033.

–¿Suponer? Es decir que nos están pidiendo arriesgar nuestras vidas por una suposición–respondo, enarco una ceja. Ulrich susurra mi nombre.

–Lamento si te incomoda–su voz está cargada de sarcasmo y también, burla–, ¿tienes algo más importante que hacer? No sé si te lo dijeron, pero para eso estás aquí. Para arriesgar tu vida por un bien mayor.

–Mientras ustedes, "las élites"–hago comillas–, se quedan aquí viéndonos morir. Lamentándose por nosotros como si les importáramos.

–Todos somos un peón en este juego–responde después de unos segundos, inclina su cuerpo hacia adelante–. Y lamento decirte que para esos de allá arriba, ninguno es importante. Para eso estamos aquí. Para luchar por nuestra humanidad y hacerles saber que no somos unos perros.

Podría decir que casi me convence porque no llega ninguna respuesta a mi cabeza. Nos quedamos viendo a los ojos unos instantes más, todo con el propósito de retarnos. El General se ajusta la garganta y Alek se recompone en su puesto.

–Partimos en una semana. Procuren descansar y comer suficiente. No sabemos a qué nos enfrentaremos allá, pero no será fácil. Inferno-7 queda bastante lejos de aquí. Y tenemos que llegar a esa base lo antes posible, ha habido algunas alertas preocupantes después de la tragedia en Japón. No se entrará más en detalles por ahora. Pueden retirarse.

Soy la primera en levantarse y salir. Me molesta porque quizás él tenga razón. No tengo nada más importante que hacer aparte de esto. Mi vida no tiene más valor ni propósito que el de encontrar a mi hermana. Por eso no quiero atreverme a preguntar, si ella está muerta, entonces yo no tengo nada más que hacer aquí.

–Eleonora–Ulrich me alcanza del hombro, el pasillo ya está vacío–. ¿Qué fue eso? Parece como si se conocieran de toda la vida. ¿Lo viste después de todo lo que pasó?

–No lo había vuelto a ver desde que me dejó en el refugio.

–¿Crees que te reconozca? –suspiro.

–No lo sé, Ulrich–respondo con impaciencia–. No me importa.

– ¿No le vas a preguntar por Abi?

–Estás haciendo demasiadas preguntas–suspira.

–Ya ve a dormir.

–Déjame en paz–camino fuera, donde ya anocheció y hay grillos todavía saltando ajenos a nuestra complicada vida.

El cielo perdió el azul. Desde ese día, tiene un color violeta que podría ser bonito dentro de un sueño. Aquí es una pesadilla. En las noches, es demasiado oscuro, lo iluminan estrellas y la luna con aspecto siempre fantasmal. El vaho me sale de los labios que se me empiezan a secar, hace frío. Pero necesito caminar. Correr. Escapar.

Ya es tarde para escapar.

No hay ninguna clase de salida para la situación en la que estamos, eso me lleva darle una y otra vez vueltas a la base. Estoy incumpliendo las normas al quedarme a tan altas horas de la noche afuera, pero qué sentido tienen ahora. A cada misión a la que voy existe un riesgo altísimo en el que puedo morir.

Y lo peor es que ya no me importa.

–¿Qué haces sola tan tarde?

Me vuelvo abruptamente preparada para cualquier cosa, ya con la pistola entre mis manos y apuntando al frente. El frío sale de mi nariz y boca, hay demasiado silencio, no hay personas. Me alejé lo suficiente para estar sola con mi culpa.

Sube las manos a la altura de su pecho, sosteniendo una sonrisa de comisuras. Respiro llenando mi pecho de aire, no bajo el arma todavía.

–Baja el arma–me dice–. Es una orden.

–Si lo ves desde mi punto de vista, tenemos un rango similar. Sería absurdo seguir tus órdenes en una situación tan informal–ríe.

–Soy algunos años mayor que tú–responde.

–¿Y eso qué? De todas formas, tú también estás incumpliendo normas.

–No tenemos la misma experiencia–parece una amenaza, sigo apuntando–. Baja el arma. Ahora.

La bajo con lentitud, mantengo mi cuerpo alerta.

–¿Qué quieres? –se pone las manos detrás de a espalda y sube los hombros.

–Hablar.

–Tú me conoces–siento mi expresión endurecida–. Tú sabes quién soy.

–Ya veo que me recuerdas. Has cambiado.

Alek me rodea, mantengo mi postura firme.

–No eres la misma niña temerosa que dejé esa vez.

–¿Qué quieres?

–Que me preguntes–da dos pasos. Tengo que mirar ligeramente hacia arriba. Bufo.

–¿Y qué es lo que quieres que te pregunte?

–Qué pasó con tu hermana–se me hace un vacío en el pecho. Aflojo el agarre de mi pistola mientras él continúa merodeando a mi alrededor.

–¿Me gustará la respuesta?

–Eso no lo sabrás si no preguntas.

–Es cruel.

–Es peor no preguntar por un sentimiento egoísta–responde, contorsiono mi rostro con disgusto.

–Estoy aquí para saber qué pasó. Para recuperarla. ¿Y me llamas egoísta? No creas que me conoces.

–Te conozco mucho más de lo que crees, Eleonora.

La forma en la que dice mi nombre hace que me hierva la sangre. Debería golpearlo. Pero pienso en lo que debería hacer. ¿Estoy preparada para escuchar lo que puede que acabe con mi vida? Su búsqueda ha sido mi única razón para vivir. Mi vista se queda clavada al suelo, y sólo me pongo en defensiva cuando se acerca a mi oído.

–No te he perdido el rastro–casi susurra–. No es una advertencia, pero deberías estar alerta con lo que hay a tu alrededor. Tienes buen ojo para los mentirosos.

Me mira a los ojos con una sonrisa cargada de cinismo, pero sus ojos son como una sombra, hay seriedad en medio de sus ojos marrones. ¿Habla en serio? No tendría razones para no hacerlo... 

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