Capítulo 5
–¿Qué hace ella aquí? –las manos de Ulrich aprietan con fuerza los barrotes de hierro. Aquí no hay luz, el piso es de tierra. Ya he estado aquí antes... Más veces de la que me gustaría admitir.
–Pregúntaselo tú–responde el soldado que me empuja, le quito el brazo de un movimiento con mi hombro. Mi cabello está desordenado y dos de los botones de mi chaqueta del uniforme se perdieron.
Ulrich suelta lo barrotes con fuerza cuando quedamos en soledad. Apoyo un pie de la pared de piedra y me cruzo de brazos. Lo veo con firmeza esperando que diga algo, aunque mantiene esa misma mirada de ira fría con la que salió de la habitación.
–¿Qué estás haciendo aquí?
–Quería unas vacaciones.
–No seas estúpida. ¿Qué estás haciendo aquí?
–¿Qué crees? –respondo con obviedad.
–Firmé para que los dejaran en paz. ¿Qué hiciste, Eleonora?
–Yo metí la pata. Yo lo pago. Tú no tenías nada que ver. Yo desobedecí órdenes. Dije la verdad.
–Y por lo visto, te metiste en una pelea–dice cuando me señala, me subo de hombros.
–Él me tocó–respondo refiriéndome al soldado que me escoltó aquí.
–Dios, no puedes ser más idiota–ríe con cinismo–. Por más que te pida que no nos metas en problemas, lo haces una y otra vez.
–¿De qué estás hablando? Dije la verdad. Fue mi error.
–Esto es un error. No deberías estar aquí–dice caminando de un lado a otro.
–Tienes todo ese espacio de allá para ti si lo que no quieres es verme a cara. No necesito tu compañía.
–¿No? Casi creo que viniste para conversar y tomarnos unas cervezas. Qué decepción.
–Olvidé las cervezas.
–Lástima. Porque ni siquiera agua tomarás aquí, te recuerdo–adopta la misma postura, se cruza de brazos.
–Eres el peor usando el sarcasmo–bromeo en medio de una risa. Mantiene su postura firme y no se mueve ni un centímetro–. ¿Quieres unas cervezas después de salir de aquí?
–¿Puedes callarte? ¿Quién es el que no se toma en serio las cosas?
–Me aburres.
Se acerca con pasos pesados. Tengo que enderezarme para intentar llegar a su altura, pero termino por levantar la mirada para poder verlo a los ojos. Sostiene su mandíbula apretada, su cuello tenso. La nariz recta y labios finos. El cabello corto y oscuro, igual que sus cejas. Se queda estático muy cerca de mi rostro, aprieto los dientes.
–Aprende a ser prudente de una vez... Y cállate. ¿Entendiste? –me dice, mi respiración se agita, sostengo mi mirada.
–Cállame entonces–lo reto. Eleva una ceja. Ve por un segundo mis labios y regresa a mis ojos. Sonrío.
–Soy tu superior–todavía hay rastro de enojo, se aleja con una respiración resignada, pero río.
–Entendido, Friemann.
–Eleonora...–advierte. Ya es momento. Me detengo–, ¿te han dicho alguna vez que tienes un aliento repulsivo?
Uno mis cejas. Se sienta en el suelo con una sonrisa de triunfo.
–Qué gracioso–respondo.
–Te olvidas quién es el que manda bastante seguido–su expresión se ve más tranquila. Me arrastro por la pared hasta caer al suelo. Sujeto mis rodillas hasta mi pecho mientras bostezo. Quizás esto si sean unas vacaciones después de todo–. Gracias.
–¿Por qué?
–Por hacerme compañía.
–¿Qué? Te dije que quería vacaciones. Que estemos quedándonos en el mismo hotel es... Un efecto colateral.
–Lástima que no compartimos la cama–dice. Mantengo mi expresión neutral.
–¿Usas esos métodos para todas las soldados? –enarco una ceja. Ríe.
–¿Y tú esa misma mirada para el General? –río, pero sale con algo de aire contenido.
–Qué asco. ¿De qué mirada hablas? ¿De repulsión? –niega en medio de una sonrisa de labios.
–Esa de cállate y bésame–lanzo una carcajada, pero tardo unos segundos en pensar mi respuesta.
–El día que lo intentes, ese día te quedas sin pelotas.
–Qué mala eres para fingir–me mira desde el otro extremo mostrando sus dientes en una sonrisa. Eleva las cejas al no tener mi respuesta y se sube de hombros antes de acostarse con un brazo sobre los ojos–. Buenas noches, Surley.
–¿Es muy tarde para arrepentirme de decir la verdad? –bufa. Me quedo dormida al rato.
Al día siguiente, está igual de oscuro. Aquí hay muy poca iluminación, es bastante parecido a una cueva, es un almacén que nunca terminaron de construir y se quedó como El Hoyo, a donde llevan a los desobedientes como castigo. Como perros, somos sus perros. Experimentan con nuestros cuerpos con sueros y nos tiran en la tierra como si no mereciéramos nada. Me dispongo a hacer abdominales para dominar la rabia que nuevamente me sofoca, quiero gritar y decirle a los imbéciles del Primer Gobierno todo lo que pienso. Lo olvido cuando Ulrich se pone a mi lado a competir. Termino con la franelilla empapada y mucha sed, pero me distrae de mis ideas macabras que involucran aniquilar al ministro de armamento, porque por su culpa estamos aquí. Prefiere pagar prostitutas y lujos que conseguir recursos para fabricar armas necesarias.
–Estuvimos aquí después del ataque de un Susurro–me recuerda Ulrich a mi lado. Ambos apoyamos los pies en la pared cuando deduzco que es más de medio día.
–Sí.
–Parece que fue hace años–dice.
–Fue hace años.
–No los suficientes.
–¿Piensas mucho en tu mamá? –pregunto después de unos segundos de mirar su perfil y mirada perdida en el techo.
–Evito pensarla para que no me duela. ¿Por qué preguntas? –me observa.
–Casi nunca hablamos de esas cosas.
–Somos soldados–responde después de unos largos segundos, bufo, recordando mi respuesta de hace unos días.
–Touché.
–Creo que ninguno de nosotros habla demasiado de su pasado porque es estúpido. Es ilógico hablar de algo que jamás volverá–dice.
–Sí...
–¿Sí? ¿Esa es tu respuesta? –ríe.
–¿Qué esperabas? ¿Un discurso de aliento?
–No. Pero sí algo más inteligente que "sí" –responde.
–Aquí los cerebritos son tú y KJ–algo se ensombrece en su mirada cuando nombro a KJ. Perdió su brazo... Con la prótesis podrá trabajar normalmente, pero tendrá esa deuda de por vida. Una deuda que tendrá que pagar con toda una vida de servicio militar. No es como antes que era un beneficio que costeaba el Estado. Hay recursos escasos y poco personal, hay que mantener el equilibrio de alguna manera.
–¿Qué es lo que más te gustaba hacer antes de todo esto? –cambia de tema.
–Nada. Te lo he dicho.
–¿Nada? ¿No te gustaba nada de verdad? –suspiro–. Te gustaban los...
–Me gustaban los animales. Quería ser veterinaria.
–¿Ves? –medio sonrío–. Eso explica esa mirada de amor hacia los Susurros–escondo mi expresión debajo de las cejas con cinismo, ríe–. Entonces, veterinaria...
–Tenía una perra. Darla. La dejé en casa ese día sin saber que sería la última vez que la vería. También un gato, una tortuga, un loro y un hámster. Evito pensar en ellos... Estarían aterrados ese día y no estaba ahí.
–No fue tu culpa, El.
–¿Qué hay de ti? –evito la respuesta. Es doloroso pensar en todo lo que dejé atrás.
–Quería ser político-se sube de hombros–. Me gustaba sembrar con mi mamá y mi abuelo, el lugar en donde vivíamos era hermoso. Muy rural. Llegaban muchos extranjeros, le dábamos techo a algunos mochileros y turistas que se paseaban por ahí. Pero me gustaba estudiar, y ayudar a las personas. Así que mamá quería pagar mi universidad para que estudiase derecho.
–No éramos tan niños cuando pasó todo esto, ¿no?
–No. Y por eso es tan irreal–responde, regresa su vista al techo–. A veces pienso que esto es parte de un mal sueño, que es una simulación de un videojuego.
–Hace años no escuchaba esa palabra...–río.
–Ni yo–hay una pausa. Cada uno se emerge en sus pensamientos de qué hubiese pasado de no haber existido ese 22 de octubre–. ¿Tuviste novio alguna vez?
–¿Por qué esa pregunta?
–Tienes veintitrés. Debiste haber tenido algún novio.
–¿Y tú? –enarco una ceja.
–¿Qué? ¿Un novio?
–Idiota–ríe.
–Tenía una novia. Ella murió también ese día. La quería.
–¿Cómo se llamaba?
–Julieta. Era italiana. Había venido a cuidar a su abuela, al final decidió quedarse. No le gustaba la ciudad.
–Es un bonito nombre...
–¿Novio? -insiste. Le golpeo el brazo.
–No. No tuve la oportunidad.
–¿Nunca nadie te gustó? –se sienta, apoya sus codos en sus rodillas.
–Sí. Pero era lo más parecido a una marginada.
–Y ahora mírate. Eres parte del equipo primer de la IS–señala a nuestro alrededor.
–Qué honor.
Me observa un par de segundos. Uno mis cejas, también sostengo una sonrisa sin dientes. Guardo mi brazo detrás de mi cabeza para verlo mejor.
–¿Y esa cara?
–¿Cuál cara? –ríe–. Es la única que tengo.
–Había escuchado que los alemanes eran malhumorados. Pero creo que no saben que también eran además insoportables.
–Deberías estar más que acostumbrada. Me ves la cara todos los días–responde con seriedad, aunque conserva algo de diversión. Ulrich odia que cualquiera haga chistes sobre su nacionalidad, excepto nosotros que nos acostumbramos a hacer esa clase de bromas pesadas para evitar echarnos a llorar.
–Ay, pero si es un placer–me pongo una mano en el pecho cuando me siento a su lado–. En medio de todas estas caras de perros canosos, es agradable ver un soldado atractivo.
–¿Te parezco atractivo? –sube una ceja, una sonrisa se asoma en sus labios.
–Junto a Boris, eres un desastre. Pero si entrecierro los ojos así–me empuja del hombro cruzando los ojos.
–Me aburres–responde–. ¿Cuándo te vas de aquí?
–No me iré porque sé que temes estar aquí solo–se acerca.
–Prefiero estar solo, antes que estar contigo otro día–suelto una risa cerca de su cara.
–Te estás vengando por lo de Boris, ¿no?
–No, Boris es un tipo atractivo. Es que sencillamente eres insoportable–responde.
Quedamos nuevamente es silencio. Seguramente faltan sólo unas horas para que anochezca. No extraño el campamento, pero sí puedo decir que la vista era mejor que El Hoyo. Sacudo ligeramente la cabeza cuando recuerdo la cara del Susurro viéndonos después de que se apagara el escudo. ¿Calculamos mal la cantidad de minutos que tenía o estaba ya dañado? Tampoco quiero enfocarme en un posible sabotaje. No tendría sentido...
–¿Crees que de verdad hayan saboteado la bomba y el escudo? –pregunto. Ulrich bufa.
–¿Quién lo haría? ¿Tú?
–Nada más digo. Si te pones a pensar. Las bombas, aunque son viejas, estaban en buen estado. Yo también las verifiqué cuando armaba las dagas.
Ulrich une sus cejas. Se levanta de piso y seguido, lo hago yo también. Ulrich aprieta su mandíbula, seguido ríe y niega.
–¿Qué sentido tendría? ¿Quién podría ser? Teníamos medio año viviendo todos en el campamento, si hubiese algo sospechoso, ya nos habríamos dado cuenta–dice.
–No tiene sentido...–susurro más para mí misma–, si ellos sospecharon algo...
–Quiere decir que saben algo que nosotros no–termina por mí. Nuestros ojos se encuentran, sólo hay confusión.
–Hay alguien que no está bien. Y ellos lo saben–digo.
–Escuché de uno de los guardias que interrogarían a los demás. Supongo que nosotros éramos un foco por tener la misión, pues, suicida. Estamos libres de sospechas.
–Hasta ahora.
–¿Qué quieres decir?
–¿Ya interrogaron a Oliv, KJ y Boris?
–A Boris y Oliv hace dos días. KJ sigue dormido. No ha recibido bien el suero por la prótesis.
–¿Cómo KJ perdió el brazo? –pregunto.
–Oliv me dijo que estaban corriendo para llegar de regreso, los interceptó un Cercano. Ella lo mató, pero KJ ya se estaba desangrando en el piso. ¿Dudas de ellos?
–Claro que no. Nada más quiero estar segura para posibles preguntas en el futuro. Tenemos que tener cuidado mientras estemos aquí.
–Siempre tenemos que tener cuidado, Eleonora. Es la única forma de sobrevivir–se acerca, mira detrás de mi antes–. A veces, pienso en que estos idiotas son peores monstruos que los Cercanos.
–Surley, Friemann–aparece un soldado, miro todavía a Ulrich intentando interpretar sus palabras antes de ponernos de pie. Es el mismo soldado al que le partí la nariz hace dos días. Me mira debajo de sus cejas antes de abrir la celda.
–¿Ya terminaron las vacaciones? –digo, siento a Ulrich reír a mi lado.
–Al comedor, ahora–dice el soldado. Se va de espalda a nosotros para que lo sigamos.
–Supongo que nos espera una deliciosa sopa de rata–dice Ulrich junto a mí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro