Capítulo 25
Ulrich
Sé que no han pasado tres horas cuando he soñado con Oliv más veces de las que puedo contar. Mi compañera. Mi amiga. La quería como a una hermana. Siento que la dejé morir.
Su sangre manchó mis manos, vi cómo daba su último suspiro de aliento. Ella batalló por sobrevivir hasta el último minuto. No dijo ni una palabra... ¿Habrá desistido cuando supo que ya no había salvación?
Pienso en su risa, en su valentía. Oliv era valiente, honesta. Estaba dispuesta a enfrentarlo todo junto a nosotros, aunque tuviese quejas del Primer Gobierno y de la IS. Le dijo a Eleonora que la dejara para que se salvara. También sé que, para ella, éramos una familia.
En mi interior no hay más que angustia, ira, decepción. Dejamos a esos hombres y mujeres en nuestra tierra para que murieran sin saber quiénes fueron los responsables. Yo fui quién los dejó, yo lo decidí por más que Barry Tyesson me haya convencido de que era una carga compartida. Yo los dejé atrás.
Nunca entraré a un cielo ni a un infierno. Lo hice para salvar a los demás, aun así, ¿qué me da el derecho de decidir quién muere? ¿Cuándo llegué al punto de ser yo quien eligiera a los fuertes y útiles?
El General ya no está. Soy yo quien tiene el mando.
Con esa idea, siento el dolor intenso en mi cabeza que hace que me llore un ojo que palpita del mismo estrés que hace que mis brazos y piernas se duerman. Ahora mismo, no hay control, no tengo el control.
Pero Eleonora está durmiendo en mi pecho. Abrazándome, respirando suavemente. Viva. Ella está viva. Y Boris, KJ. Otros más que sobrevivieron. Aún hay gente que me importa que está viva.
Acaricio el cabello de Eleonora buscando el calor que emana, el mismo que me asegura que este espacio no es un sueño y es real, ella está viva después de todo ese infierno por el que tuvimos que pasar. Quizás, el infierno sería más agradable que haber presenciado todo este terror.
Cuando mi madre vivía, me prometió que yo sería alguien. Que haría algo. Mi abuelo estaba de acuerdo con ella. Yo no necesité un padre porque lo tuve a él que me enseñó cómo ser un hombre que protege a su familia y lo que es suyo. Ambos estaban seguros que yo sería alguien importante.
Iría a la universidad a estudiar leyes, llegaría a la ONU como un representante de mi país a corta edad sabiendo tres idiomas. Había un futuro que estaba esperando por mí.
¿O era este? ¿Vivir en este terrible vacío de la humanidad que no tiene un maldito por qué?
–Ulrich–escucho su voz.
–¿Estás bien?
Suspira profundamente, su cuerpo tiembla.
–¿Y tú? –tampoco respondo–. ¿Dónde está Oliv?
–No sé.
Se ve desorientada. Sus ojos están hinchados y respira con irregularidad.
–¿Está bien?
–Sí. Ella está bien. Sigue durmiendo.
Se acuesta sobre mi pecho de nuevo.
–A ella le hubiese encantado ver estas estrellas.
Dejo a Eleonora dormir más. No trato siquiera de despertarla. Le ordeno al Krain que de nuevo recubra mi cuerpo antes de salir de la habitación. Hay silencio hueco. La iluminación de los pasillos es azul, se ve triste y solo, los recuerdos y expectativas caminan conmigo al paso del eco de mis botas, como un recordatorio de que podemos ser la destrucción o la esperanza del lugar al que se supone debemos ir.
Me detengo cuando veo a Boris mirar hacia afuera, como Eleonora cuando la encontré perdida en las estrellas y la lejana y deprimente vista de nuestro planeta. Él tiene los brazos detrás de la espalda, permanece inmóvil mientras esta nave parece inquieta por mostrarnos el destino.
Me quedo a su lado en silencio. Hasta que escucho que respira y traga haciendo un gesto similar al que se hace cuando se toma una decisión. Lo conozco bien, es una postura que no deja que el resto vea a través de ti los miedos que te consumen, porque es más importante que el resto se sienta seguro.
–Queremos que Oliv se quede.
–¿A qué te refieres?
Mira de nuevo al frente, la luz se refleja en su rostro que trata de que permanezca duro.
–Conseguimos un traje. KJ y yo. Hay una compuerta.
Entiendo lo que trata de decir.
–Ella tiene que quedarse aquí. No la enterraré en esa tierra desconocida, ese no era su hogar. Este tampoco lo es–hace una pausa–, pero sé que estaría feliz si supiera que tocará las estrellas.
Asiento. Yo no tengo nada que agregar. Boris tiene razón.
–Si yo muero–me dice sin mirarme, sus ojos fijos en el infinito espacio frente a nosotros–, quemen mi cuerpo. No me entierren.
Boris suspira entrecortadamente. Veo que aprieta sus manos detrás de su espalda y tensa los hombros. Trata de permanecer fuerte.
–Antes de ese día... Yo vivía con alguien. Nos queríamos. Mucho. Cuidaba de mí, yo no había tenido a nadie más que a mi tía en toda mi vida–habla pausadamente, como viviendo de nuevo ese tormento–. Teníamos una vida. Pequeña, a veces difícil. Pero era nuestra.
Mira al piso buscando las palabras en su silencio.
–Ese día que pasó, yo estaba volviendo a casa. Hasta que todo se puso gris, rojo, y los Cercanos empezaron a atacar. También bombardearon la zona donde vivía. Corrí para buscarlo, pero el edifico se había caído. Ya no existía. Yo lo escuché, Ulrich.
En sus ojos no hay rastro de lágrimas. Lo que hay es una profunda tristeza y desesperación, una mirada que te lleva a un espiral de vacío.
–Estaba gritando mi nombre debajo de todos esos escombros. Yo traté de sacarlo, pero no alcancé a hacer nada. Mientras yo estaba respirando, él se estaba asfixiando... Y lo último que escuché de él fue decir mi nombre en auxilio. No pude hacer nada. No quiero que me entierren. Quema mi cuerpo si muero y déjame libre. No debajo de la tierra atrapado. Ya he estado suficiente tiempo atrapado en esta pesadilla.
Es lo último que me dice antes de retirarse. Quedo solo con mis pensamientos, con mis decisiones y con una idea en mente que no ha salido de mi cabeza desde que subí a esta nave.
Mantener con vida a Eleonora, cueste lo que cueste.
–¿Han respondido?
Estamos en la misma sala en la que nos reunimos. KJ está enterrado en una esquina con los brazos cruzados viéndose diez años más viejo. Barry está sentado con las manos enlazadas y Alek se balancea en la silla con la mirada perdida.
Wenn se separa de la mesa como si quemara con esa expresión de odio en el rostro.
–¿Han respondido? –repite subiendo las cejas.
–No–responde Barry casi de inmediato.
–¿Entonces vinimos aquí para nada?
–Ellos responderán–insiste.
–¿Y si no?
–Lo harán.
–Pero, ¿y si no? –repite con más firmeza–. ¿Qué tendremos que hacer entonces?
–Entrar–la voz de Alek hace eco en la sala. Lo observo fríamente, sin saber todavía en donde encaja él–. Tendremos que entrar. Aunque es más seguro si entramos con la coordenada. Estaríamos directamente con los Media Luna.
–¿Quiénes? –pregunta KJ.
–Sabrán de eso más tarde–responde Barry restándole importancia con la mano–. Esperemos un poco más. No nos vamos a quedar varados aquí, si es lo que te asusta.
No hay burla en sus palabras, pero aun así, Wenn levanta las cejas estando ofendida. Ríe. Se quita un cabello marrón de su cara, su nariz se pronuncia más con ese gesto que indica que puede explotar.
–¿Asustada? ¿Por qué? ¿Por quedarme aquí? –se acerca nuevamente apoyando los dedos sobre la mesa–. Lo que temo es quedarme sin hacer nada de nuevo.
–Wenn–digo. No voltea a verme. Barry le clava la vista y veo un rastro de disgusto.
–Yo no quiero ser como ustedes, que se sientan a ver cómo morimos.
–Wenn–le susurra Ali, al lado de Rei.
Ella se aleja con lentitud amenazante, esperando que Barry diga algo para abalanzarse sobre él. Barry tampoco deja de observarla con la misma expresión inquietante. Ella tiene razón. Tanta, que hace que incluso yo sienta más pesada la culpa en mi consciencia.
Con un suspiro, me acerco yo a la mesa.
–¿Qué haremos al llegar?
Barry se despeja de un movimiento con su cabeza, mira de regreso su computadora en negro.
–Tenemos cosas importantes que hacer ahí. Al llegar, se les contará nuestra dinámica y los planes que se tiene ahora que recuperamos esta nave.
–¿Por qué era tan importante ésta en específico? –pregunta KJ sin cambiar su postura.
–Aquí está todo lo que necesitamos. Una posible solución a este problema.
KJ bufa.
–Una posible–dice con ironía.
–Si no están dispuestos a colaborar–Barry parece empezar a perder la compostura, se rasca el cuello antes de continuar–, se les buscará refugio al llegar.
Todos en la sala empiezan a hablar decepcionados de su respuesta, esto es un desastre.
–Vayan a descansar–digo, las voces se apaciguan–. Aprovechemos que tenemos unas horas. Duerman y repongan fuerzas. Boris consiguió comida suficiente para un par de días. Más tarde se les suministrará.
Todos salen de la sala, menos yo. Alek nuevamente mira al infinito detrás de la ventana, y Barry se queda en su computadora. No teclea ni hace más, solo la observa como rogando por un milagro.
–Hay que mantener la calma–digo–, si no, no sé cómo terminará esto.
Barry asiente.
–Vamos a hacerle un funeral a Oliv–informo–. Se abrirá una compuerta.
Barry me mira. Después a Alek que no se mueve de su silla.
–Los puedo ayudar con la compuerta–responde Alek. Agradezco con un asentimiento que no ve antes de retirarme.
Esto puede volverse más oscuro.
He estado caminando por la nave desde que salí de esa sala donde están Barry y Alek. La nave tiene el tamaño suficiente para recorrerla. Se puede fácilmente encontrar soledad entre sus pasillos. En su forma de media luna hay tres plantas. Arriba y al frente, la sala de mando y las amplias ventanas hasta el piso que dejan ver toda la infinidad del espacio.
Después, en donde estamos, habitaciones suficientes para que cada uno tenga su espacio o lo comparta con un solo compañero. Bien acomodadas. Todo demasiado blanco o azul. Lejos de nosotros, pero en la misma planta, dos depósitos. Uno que podría ser un comedor, con sillas, estantes, dos congeladores y una mesa.
Otro con un espacio completo, a varios pasos del comedor y las habitaciones, cerrado sin ninguna cerradura a la vista. Quizás bloqueado para quienes no estamos autorizados. Por eso lo paso de largo.
Hay más. Unas escaleras cortas en un espacio corto, en una esquina de esta semi circunferencia que empieza a hacerme sentir atrapado. Bajo por las escaleras apoyándome de la pared, no veo nada hasta llegar a la sala iluminada por luz azul sin ninguna procedencia. Hay una doble compuerta al final donde puedo ver lo mismo que desde la sala de mando.
Veo estantes flotantes con suministros de todo tipo. Por un lado, agua, comida, latas. Armas. Al otro, los mismos estantes, pero repletos de herramientas, líquidos, metales, e incluso, libros.
En medio, en una mesa flotante ovalada descansa un cuerpo.
No me atrevo a mirar.
Sé quién está ahí.
–Ya está todo listo–reconozco la voz de KJ detrás de mí–. No puedo avisarle a los demás. El Krain no funciona aquí, excepto para ponernos el traje... Ni siquiera he podido acceder a nada para tratar de buscar una solución.
–No sabemos de su tecnología. Queda esperar esa coordenada.
–Ellos ni siquiera tienen fe de que respondan.
–KJ–me acerco agarrándolo de los hombros–, tenemos que mantener la calma. Esto no va terminar bien si entramos en pánico.
–¿No te cansas de fingir? –se suelta abruptamente empujándome del pecho.
–No estoy fingiendo, yo estoy igual de asustado que los demás.
–¡Basta de esto! ¡Basta de tratar de ser un maldito líder! –me empuja nuevamente. Le da un golpe con su brazo de metal a la pared detrás de él. Se caen algunas latas y es lo que me distrae de que me estampe un golpe en la cara.
Quedo desorientado unos segundos. Su mano de metal sigue cerrada frente a mí mientras él respira con irregularidad.
–No estoy tratando nada, estoy buscando que nos mantengamos con vida.
–¿Así como a nuestros compañeros que decidiste dejarlos atrás? –casi grita. Me pongo las manos en el pecho, sintiendo mi nariz sangrar.
–No había opción, KJ. No quería dejarlos.
–¡Te dije que esperáramos!
Se vuelve contra mí, esquivo el golpe de un movimiento y le regreso el impacto en el abdomen, se sujeta dejándose caer de rodillas al piso.
–Fue mi culpa–afirmo cada palabra con dureza–. Yo fui quien tomó la decisión, yo los dejé atrás.
KJ llora y busca aire derrotado con los puños en el piso.
–Eres igual a ellos.
Levanta su rostro enrojecido. Sus ojos proyectados de odio.
–Por tu culpa terminaremos muriéndonos todos. Te odio.
No responde ni siquiera un músculo de mi cuerpo. Sus palabras son como un grillete más a mi consciencia.
Son mis pies que se escapan por mí, todavía con su verdad en mis oídos que se repiten con cada paso que marco de regreso a la habitación donde parece estar la única persona que aún no me odia...
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