Capítulo 21
Ulrich
Los dos camiones tienen solo combustible suficiente para llegar a Inferno. Según KJ no nos tomará más de tres horas en llegar. El cielo ya tiene esa tonalidad lila de la mañana. Hace calor. Nadie habla. Saben de la decisión que hemos tomado, y si están de acuerdo o no, no hay nada que hacer.
Veo al General ayudar a subir lo que resta a los camiones, incluyendo al chico que encontramos, esperamos por Barry y Alek quienes siguen en su tienda sin emitir órdenes. KJ y yo estuvimos esperando por alguna señal, algo que nos diese la esperanza que vendrían por esas personas.
Pero, ¿para qué? ¿Qué harían con ellos?
El Segundo Gobierno, quien hace lo que puede por proteger a los civiles, se encarga de darle refugio a las personas enfermas o con discapacidad... Pero nadie sabe nada de ellos. No los necesitan, no son útiles para esta batalla. Al final, el Primer Gobierno es quien tiene la última palabra. Nadie está a salvo.
KJ está sentado en el suelo con los codos sobre las rodillas, mirando su computadora apoyando sus labios de los nudillos con preocupación. Esperando un milagro.
–¿Estás bien? –pregunto arrodillándome a su lado.
–Mandé una última señal. Parece que nos estuviesen ignorando. Es eso, o algo está interfiriendo–asiento sin saber qué decir–. ¿Qué harán con el chico?
–Boris y yo estuvimos hablando. Creo que lo mejor es llevarlo con nosotros.
–¿No dijo nada más? –niego.
–Según él, no sabe más de lo que le dijeron que tenía que hacer. Ellos creyeron que estaba muerto, no tuvo que ver con el gas.
–¿Y si vienen por él?
–No creo.
–Ya lo hubiesen hecho.
–Ulrich–escucho la voz del General. Me levanto y lo encuentro detrás de mí. Su rostro se ve enrojecido–. Barry y Alek, los llaman. A Ambos.
–¿Para qué?
–Al parecer lograron interceptar una señal.
KJ y yo nos levantamos para ir a la carpa. Ellos se ven cansados y ojerosos, Barry es quien nos saluda con una sonrisa a medias sin apartarse de una computadora similar a la de KJ.
–Creo que ellos pueden venir a buscarlos–dice, observo a Alek que luce amargado.
–¿En serio? –responde KJ–. ¿Podemos esperar?
–No lo creo. Pero la señal que capté... Podrían llevarlos a un refugio.
–Es igual a que los dejemos aquí–interviene Alek con los brazos cruzados. Opino lo mismo. Me reservo el comentario.
–¿Qué propones, entonces? –refuta KJ, se tensa y da dos pasos en su dirección–. Van a morir aquí.
–Y seguramente torturados allá.
–Pedimos ayuda de Genova–dice Barry en medio de un suspiro, hace una pausa para que KJ lo asimile.
–Genova–repite.
–Lo que no sabemos es si la señal es de los nuestros. O de ellos–siento la mirada de Alek sobre mí. Por eso está molesto. Tendremos que usarlos como señuelos. De eso nos arriesgamos cuando enviamos la señal–. No podemos diferenciarlas por ahora.
–¿Qué haremos entonces?
–El plan inicial. Si es de ellos, tenemos que irnos ahora. Si es de los nuestros, podemos estar seguros que estarán a salvo.
–¿Cómo regresaremos? –pregunta KJ.
Tampoco lo sé, aunque por la conversación con Eleonora... Puedo deducir una cosa.
–No sabemos–responde Barry–. Por ahora, tendremos que llegar y ver si resultan nuestros planes.
–No es momento de alterarse, KJ–coloco una mano en su hombro–. Ya hicimos lo que pudimos. Es momento de irnos, ellos estarán bien. Confiemos en eso.
KJ intercala su mirada decepcionada entre nosotros, retirándose en medio de un grito de frustración a paso apretado. No podemos hacer más por ahora.
–Era un riesgo enviar esa señal–dice Alek.
–Era eso o no hacer nada–lo enfrento con frialdad–. No hay más que hacer. Vámonos.
El campamento queda únicamente con la carpa de los desalmados. Todos ellos de mirada perdida y ojos literalmente en blanco. Quedan en medio de una ciudad abandonada, de edificios solos. No hay más nada que podamos hacer aquí.
El camión queda en oscuridad después de cerrar las puertas, la última vez que me senté aquí desapareció la mitad de nosotros. Mis manos tiemblan, me controlo respirando profundo. KJ frente a mi tiene la computadora encendida en sus piernas. Ninguno mira a Eleonora, ni Boris, ni Oliv, ni KJ. Ella tiene sus ojos cerrados.
La vimos morir. Yo mismo sentí cómo se iba, que haya sobrevivido es un milagro.
Cierro también mis ojos cuando el camión empieza a andar, dejo mis miedos con los compañeros que dejamos atrás. Lo hacemos por ellos, trato de repetirme. Veo a Boris al lado de KJ tragar mientras se limpia rápidamente una lágrima.
–Dejé un micrófono en la tienda–nos dice KJ–. Sabremos si han venido por ellos.
Asentimos.
–Encontraremos la forma de volver por ellos si no–la voz de Eleonora hace que, de alguna forma, peguemos un brinco en el asiento–. ¿Qué sucede?
El camión se agita de un lado al otro.
–No pasa nada–respondo por todos–. Descansen un poco. No sabemos a qué nos vamos a enfrentar.
Ninguno dice una palabra.
Después de un rato, hasta la computadora de KJ se apaga. Creo ser el único despierto. No puedo dormir repasando todo lo que ha ocurrido hasta ahora. Repasando mis culpas y arrepentimientos, el chico se fue con el General por supuesto después de resistirse, ¿fue bueno traerlo con nosotros?
Siento calor sobre mi mano, me basta el tacto para saber que se trata de Eleonora. Sus ojos están adormilados, sus ojeras son prominentes.
–Perdón por irme–dice.
–¿A qué te refieres?
–Es difícil de explicar. Tampoco lo entiendo bien–pasea sus dedos por mis nudillos–. No quería decirlo. Pero Barry, Alek y Moonrik me han insistido para dejarlos ir...
Uno mis cejas.
–Así que pido perdón por adelantado si lo hago. No sé de qué forma tenga que hacerlo.
–Moriste.
–¿Por eso todos me miran como un bicho?
Trato de esbozar una sonrisa.
–Creo que estamos... Sorprendidos.
Eleonora suspira.
–Lo sé... No sé qué clase de sueños fueron esos. Creo que ahora entiendo cosas, aunque no estoy segura... Excepto por ese planeta. Son ellos, ¿verdad?
–Sí.
–¿Por qué crees que sienta que yo pertenezco allá?
–¿Qué? –me acomodo en el asiento, susurramos. Aunque estoy seguro que pueden escucharnos.
–Es lo que traté de decirte anoche. La nave, Genova. Alek, Barry, Moonrik. Todo empieza a tener sentido. ¿Pero en qué encajamos nosotros en todo esto? Sé que necesito llegar allá. ¿Pero qué haré allá?
–No sé. No entiendo lo que dices.
Suspira con profundidad.
–Si sientes eso, ¿cómo crees que vamos a llegar allá? Es otro planeta–pregunto.
–Alek sabe.
–¿Y cómo lo sabes tú?
–No sé. Lo sé y ya. No sé cómo. Nada más sé que después de ese gas, sé esa clase de cosas.
KJ se sobresalta, el resto hace lo mismo por su reacción. Se lleva dos dedos al oído y su mirada es difícil de descifrar, lo que sé es que da dos click en la computadora y se empiezan a escuchar sonidos.
–¿Qué es? ¿Qué es eso? –dice exaltado Boris.
–No sé, no sé qué es–responde, su pecho baja y sube.
–Es la tienda, ¿no? –pregunta Oliv.
Lo que se escucha es una interferencia aguda, después...
–¿Están bombardeando el lugar? –la voz de Oliv se quiebra.
Se corta.
No hay más que oír.
Queda en silencio.
Le pido al Krain que me comunique con el General, quien responde a mi llamada casi de inmediato.
–Si es para lo que me llamas–empieza–, es justo lo que estás pensando. Barry programó una cámara pequeña en la tienda... Los acabaron.
Me dejo caer en el asiento sintiendo como las gotas de sudor me bajan por la frente. Escucho un estruendo, veo a KJ acercarse a mí, lo único que lo detiene es Boris quien lo agarra de un brazo.
–¡Te lo dije! ¡Están muertos! –me grita histérico, aunque su voz se oye como un eco. Su cara no es más que lágrimas–. ¡Están muertos nuestros compañeros porque no esperamos un poco más!
–¡Es suficiente, KJ! ¡Siéntate!
Escucho sus gritos, escucho al General hablándome al Krain. Lo único que hay en mi mente es la mirada perdida de mis compañeros. Los asesinaron... Ellos no podían hacer nada.
–No es tu culpa–me dice Eleonora sujetándome el brazo mientras oigo a KJ gritar y llorar de dolor. Oliv trata de consolarlo llorando también, él la aparta una y otra vez–. No podías hacer nada, Ulrich.
Claro que no podía hacer nada.
Aquí ninguno puede, ni siquiera Barry o Alek.
Una vez más, mis compañeros sufren por mis decisiones.
Y a mí no me queda nada más que ser fuerte, sin permitirme imaginar los cuerpos de mis compañeros incinerados. Ellos sin poder correr ni pedir ayuda.
Los abandoné.
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