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Capítulo 18

Ulrich

Cuando llegaron, lo primero que hice fue correr hasta mi hogar.

Era un lugar encantador. Una gran casa de dos pisos, muy tradicional, pero así se había mantenido por años. Mi abuelo se había esforzado porque fuese así, mi mamá también y yo haría lo mismo en un futuro.

Después, el cielo se pondría violeta y vería a mi pobre madre bañada en su propia sangre luego de que un Susurro la partiera a la mitad. Yo enterré su cuerpo en el mismo lugar donde era mi hogar. Su hogar.

No tenía más nada que hacer. No había un lugar a donde ir. Por lo que cuando llegaron las captaciones no dudé demasiado. Mi familia estaba muerta, hasta mi novia de ese entonces tuvo ese destino. No había opción más que buscar la forma de vengarme por ello.

Logré entrar y salvé a una chica de ojos fríos. Ella era flaca y algo pequeña, cuando la vi me pregunté cómo había podido llegar tan lejos. La salvé porque se veía aterrada y tan sola como yo.

No supe en qué momento nos hicimos tan cercanos. Tampoco supe cómo empecé de nuevo a encariñarme con personas, con mi equipo. Pero por Eleonora era un cariño diferente, lo sabía.

Llegué a ser el líder de este equipo por el simple impulso que tuve de protegerlos. No quería que de nuevo muriese gente que amaba, y aunque esa tarea me fuese imposible considerando las circunstancias, hice todo lo que estuvo a mi alcance. Incluso presionarlos para que entrenaran más, para que fuesen más rápidos, más astutos.

Se me conoce como alguien que no baja la guardia. ¿Cómo podría? Ellos son mi familia ahora. ¿Cómo podría dejarlos morir? ¿Cómo no podría hacer todo lo que esté a mi alcance para que no mueran?

Querían inculpar a Olivia y KJ por la bomba. Sin duda tomé su lugar.

Querían sacar a Boris de nuestro equipo. Abogué y entrené con él para que eso no sucediera. Ahora quieren ascenderlo a estratega.

Y Eleonora... He intentado alejarla de todo esto.

Traté que se la llevaran a un refugio. Pero dijeron que no sería posible porque no puede tener hijos, además su condición psicológica no es la mejor. Intenté que se la llevaran a trabajos dentro de oficina, pero tampoco obtuve una buena respuesta. Es muy buena en combate. No pueden perderla así le cueste a ella su vida.

He intentado alejarla de esto así yo jamás la pueda volver a ver porque no soporto verla así de destrozada. No sé en qué momento la empecé a amar. No sé cuándo no poder y poder tenerla se volvió una tortura que sólo yo sé. Pero prefiero verla viva a que no esté más.

Aunque sé que eso también sería imposible... Eleonora no podría estar lejos. Ella tiene una motivación que todavía le incita a vivir. Encontrar a Abigail. Si le arrebato eso, ¿qué sería de ella? Por eso, no insistí más.

Aunque parece que su destino no puede decidirlo ni siquiera ella. Desde que llegaron Alek Vienova y Barry Tyesson supe que algo cambiaría. La atención que le pondrían a Eleonora supe que no sería una casualidad, y en esta misión me doy cuenta de que estoy en lo cierto.

Eleonora tiene un propósito mucho más grande que cumplir aquí.

Y eso me hace temer aún más perderla.

Ella rescató a todos esos IS en el ataque de los Cercanos y Susurros a costa de casi perder su pierna, ha tenido que soportar mucho, no sé qué está ocurriendo dentro de su cabeza. No hay manera de saberlo. No hay manera en que pueda ayudarla además de estar a su lado, en el campo de batalla ella parece ir por todos.

No sé qué fue lo que pasó. Vi a mi madre sentada junto a Eleonora, y a Julieta. Vi gente corriendo en la dirección contraria a la que yo iba, me costaba estar firme, pero seguía caminando en la otra dirección. Pude ver como mis amigos eran asesinados de múltiples formas mientras yo no podía hacer nada.

Cuando desperté, vomité. Fui uno de los primeros, así que tuve que ayudar a despertar a quienes no podían, hacer un conteo de los muertos y también de los desaparecidos, el general Marcus estuvo ahí también, mantuvo la calma mientras una mujer le arañaba los brazos todavía soñando. Tuve que ver a Samir con su cabeza desfigurada, a un par más sin ojos.

No tengo opción. No puedo permitir que quienes amo sufran más. Por eso hago todo lo que esté a mi alcance para poner a Olivia, KJ y a Boris, a Eleonora, en un lugar seguro. Por eso siempre estoy rezando a lo que sea para que ellos sigan con vida.

Y por eso mi corazón se detiene cuando siento que Eleonora deja de respirar.

No puedo contenerme. Mi pecho se desgarra. No escucho mi propia voz pidiéndole que se quede, ni siento las lágrimas que se me escapan de los ojos mientras la intento reanimar. Oliv saca la aguja del frasco con rapidez nerviosa para inyectarla, para que siga con vida. No podrá soportarlo.

–No te puedes ir, no te vayas, Eleonora–mis manos suben y bajan de su pecho, no siento latido. Sólo como el calor se va de su cuerpo, como sus mejillas pierden color.

Se me pasa por la cabeza todas las veces que Eleonora ha estado a punto de morir. Más de las que puedo contar. Eleonora no puede morir ahora...

–¡Despierta!

Siento a Boris detrás de mí, volteo un segundo y me encuentro con su cara en shock. Pálido y sin mover un músculo.

–No puedo inyectarle más–la voz de Oliv se quiebra.

Uno, dos tres. Aprieto su pecho para reanimarla.

–¡Despierta!

Un día después... La noche fue un inferno. Me siento envejecido. Mi rostro está contorsionado en una mueca de dolor, me duele el cuerpo más de lo que puedo quejarme. Logramos llegar a una carretera, aunque esa arenilla amarilla nunca se irá. Todavía cubre nuestros rostros y deja su rastro en nuestros trajes.

No sabemos cómo pasó. Sólo vimos una niebla de color verde que nos intoxicó. Otra vez no tenemos explicación sobre lo que ocurre. Siempre que creemos que estamos cerca de llegar a una verdad, algo terrible vuelve a pasar.

Hay solo dos camiones y un puñado de nosotros. El cielo lila desgarra mi vista, hay calor. Veo como se desprende el vapor el piso, al igual que siento mis labios resecos. No nos queda mucha agua, tampoco comida. No sabemos qué pasó con ella, al igual que no sabemos qué pasó con nuestros compañeros desaparecidos.

Revisamos las cámaras de los camiones. No se ve nada a parte de la neblina verde... Y Samir disparándose en la cabeza.

"No otra vez", dijo. Él ya había estado expuesto a esa neblina porque se veía en el video igual a aquella vez. ¿Qué era? ¿Cómo estuvo expuesto si no sabíamos de su existencia? Al igual que no sabíamos que los Cercanos habían empezado a tener crías.

–Eleonora se emocionaría mucho si supiera a donde vamos–dice el General junto a mí. Unos pocos de nosotros caminamos. Cedimos nuestros asientos para quienes necesiten estar recostados. El olor del suero todavía se queda bajo mi nariz. Quienes están en los camiones aún no despiertan por los efectos del suero. El General mira su muñeca, de ahí sale un holograma blanco que indica nuestro camino, somos el punto rojo–. Por fin se le concedió el permiso.

Uno mis cejas.

–¿El centro comercial?

Ríe con ironía. Se ve rojo y demacrado, sostiene su chaqueta de la milicia sobre un hombro. Su piel parece quemarse por su condición albina.

–¿Dónde más?

–¿Estamos cerca de donde vivía ella? ¿Dónde estamos?

–Viajamos mucho. Es todo lo que puedo decirte.

Miro al frente, notando el silencio que hay conforme nos adentramos. Aquí no vive nadie, esta zona fue evacuada. Nosotros somos los que después de unos años hemos venido a molestar a los autos mal estacionados y quemados, a los escombros y a la soledad que embarga este sitio. No hay sonido o luces que indiquen que albergue vida humana, podría llegar a ser pacífico...

Las ruedas de los camiones crujen bajo los escombros y ladrillos, aunque todavía estamos rodeados de altos edificios, estructuras y tiendas algunos cubiertos por un poco de vegetación. Quizás en unos años todo esto sea verde. Esto debió haber sido una ciudad importante, porque hay carteles anunciando lo que serían futuros eventos, vallas publicitarias ahora apagadas y rotas, aquí todo tiene una grieta o un faltante. Lo más notable de es la cantidad de autos que nos están complicado el paso, todas estas personas trataron de escapar, ¿pudieron escapar?

–Tenemos que buscar provisiones–dice el General a mi lado–. No falta mucho para llegar, al parecer. Pero ya tenemos que surtirnos.

–¿Dónde están ellos? –bufa.

–¿Dónde crees? –responde señalando a los camiones.

Boris y yo ponemos unos morrales de correa, con las Vértebras en las manos encendidas. Él se ve decaído, no habla mientras caminamos por la ciudad en busca de una tienda que tenga algo que podamos guardar para comer o beber. Boris tiene el mismo dispositivo que el General en la muñeca, el holograma nos indica nuestra dirección y la ubicación del campamento improvisado.

Veo de reojo a Boris. Sus ojos están irritados, mantiene la mandíbula fuertemente cerrada. Sé que lo evita.

–El General dijo que estamos por llegar–ríe con ironía.

–Eso nos dijeron hace unos cuantos equipos muertos atrás. Prefiero no creerles.

Asiento. Tiene razón.

–¿Qué haremos al llegar? Al parecer esos idiotas no tienen ningún plan, sólo quieren llegar–dice después de un rato, subiendo a un pedazo de cemento y bajando de un salto.

–Es como tú dijiste. Ellos al parecer sólo quieren llegar.

–Y no les importa nada más. Incluyendo la vida de Eleonora...

–Boris.

–Basta ya, Ulrich–se detiene con una expresión de disgusto. Noto que aprieta con una mano la correa del bolso–. Nos matan como animales, nos torturan, no les importa en absoluto si estamos bien o mal, ¿pretendes estar bien con eso? ¡Parece que no te importara!

–Estoy aterrado–digo con mucha sinceridad. Jamás había dicho esas dos palabras en público, es por eso que su rostro cambia radicalmente a sorpresa–. No tengo opción. No te pido que trates de entender.

–No seas condescendiente–creo ver que sus ojos se llenan de lágrimas. Aprieta la mandíbula mirando hacia un lado–. Sabes que siempre te he apoyado, he intentado entenderte y que los demás hagan lo mismo.

–Lo sé. Por eso te pido que siga así. Ya no podemos regresar, Boris. ¿Qué sentido tendría? Si lo hacemos, todo de verdad habría sido en vano.

–¿Qué si no hay nada?

Respiro. Veo la Vértebra cargada en mi mano. Su textura de hueso con el cañón azul. He pasado mi juventud intentando encontrar una respuesta al por qué todo lo que amaba tuvo que desaparecer. Mi futuro desapareció y fue porque me lo arrebataron.

Se lo arrebataron a todos, a los escuadrones que murieron en el ataque de los Cercanos y Susurros, a Samir que se voló la cabeza, a Boris con su sueño de tener una tranquila vida artística. A KJ con estudiar lo que amaba, a Oliv con ver de nuevo a su familia. A Eleonora...

–Debe haber algo–respondo mirándolo a los ojos sin dudar. Incluso con mis puños cerrados y mi entrecejo unido–. Hay algo. Estoy seguro. No nos traerá nuestra vida de regreso. Pero nos dará respuestas que necesitamos.

Boris relaja su expresión después de unos segundos. Incluso Boris tiene miedos. Se nos olvida. Algo que admiramos de Boris es que deja lo que siente a un lado para entender al otro. Por eso se me acerca y me palmea un hombro. Lo entiende. Él también tiene que encontrar una respuesta.

Caminamos un poco más entrando a algunas tiendas en donde logramos guardar en los bolsos botellas de agua potable y unas pocas latas. Traíamos comida suficiente, todo estaba calculado. Y aquí estamos Boris y yo contando cuántos somos y lo que nos podría durar.

No nos falta mucho para llegar. Pero eso dijimos antes de que los Susurros destrozaran los camiones.

–Mira–me señala Boris al frente.

Una estructura de dos pisos, con paredes amarillas ahora desgastadas frente a un estacionamiento donde hay carcasas de autos, fueron quemados. Estoy seguro que este es el centro comercial en donde Eleonora dejó su vida. Me lo imaginaba más grande, tiene una entrada amplia, supongo que había arbustos decorando a los alrededores, familias felices que lo visitaban los fines de semana.

–Deberíamos entrar. Se lo debemos–dice Boris junto a mí, ambos mirando al frente, hacia el centro comercial. Pienso lo mismo. Por eso, doy un paso primero. Boris me sigue.

Alzamos nuestras Vértebras, el Krain está activo. Aparece en nuestro campo de vista estadísticas, probabilidades de tiro, aumenta la visibilidad en este lugar oscuro que tiene los vidrios de sus tiendas destrozados y partes de sí en el suelo, grandes pedazos de cemento, incluso un agujero en el techo deja entrar un poco de luz solar a través de las vigas dobladas.

Caminamos sobre vidrios quebrados, creo ver sangre. ¿Habrá cuerpos? Antes de cerrar este lugar, me dijo Eleonora, que los recogieron para intentar identificarlos. De todas maneras, el suelo está cubierto por tierra, polvo, y estoy seguro, sangre seca.

Regreso a ver a Boris que tiene el entrecejo unido y respira antes de volver su vista al frente, todavía con la Vértebra activa apuntando, también estudiando el lugar. Estamos frente a lo que eran unas escaleras eléctricas ahora obtusas por un pedazo de cemento. Maniquíes en el suelo que hacen ver más tétrico el lugar, hay una tenue oscuridad.

Escuchamos un sonido.

Boris y yo volteamos rápidamente con la Vértebra haciendo el sonido que hace antes de disparar, el tubo interno gira a velocidad esperando que soltemos el gatillo para escupir la bola de láser y fuego. Escucho mi respiración, mis pies están en posición. No sabemos si hay bestias merodeando.

Le hago una seña a Boris que caminemos, hay una tienda en frente de dónde provino el ruido. O es lo que nos dice el Krain. Intercambiamos miradas antes de continuar. Entramos. Apuntamos a todos lados para hacer un reconocimiento con el Krain, hay repisas, ropa olvidada, un espejo, una caja registradora. Nada que parezca peligroso.

El Krain deja de girar y de nuevo se vuelve gris. Boris respira con fuerza y regresa a verme.

–Este lugar es bastante triste.

–Creo que ahora todos son lugares tristes–salimos de la tienda.

–Deberíamos buscar en las cámaras de seguridad.

–Lo mismo pensaba. Deben existir todavía. Podemos ver qué pasó con Abigail, debe aparecer el búnker del que hablaba Eleonora.

–Tiene sentido.

Seguimos caminando alrededor del centro comercial en busca de un lugar que parezca dirigirse a las oficinas, todo lugar tiene un centro administrativo, este no debería ser diferente. Hay algo que me pone los vellos de punta y es que hay mucho silencio, como en el resto de la ciudad, pero este es un silencio hueco. Como si el mismo viento tuviese un eco. Parece el llamado de un Cercano a lo lejos. La mayoría de las tiendas están destrozadas, pero algo tenemos que encontrar. Boris tiene razón, se lo debemos a Eleonora.

Vemos un pasillo al lado de lo que pudieron ser los baños. Llamo a Boris con un silbido, camina rápido en mi dirección y le señalo con la barbilla. Se ve oscuro.

–Revisamos aquí–asiente. Le doy dos toques a mi cien, el Krain aclara todavía más mi vista. Puedo ver mientras nos adentramos. Apunto al frente con la Vértebra, giramos a la izquierda encontrándonos con una puerta de metal.

La abrimos para encontrar más profundidad, está vez notamos que hay oficinas unos pasos más allá. Las bombillas del techo parece que estallaron en un pasado, el suelo tiene una capa gris. El silencio es abrumador, puedo escuchar mis pisadas rápidas pero cautelosas.

Boris abre la primera puerta del mismo material que la primera.

–No hay computadoras, parece una sala de estar–me dice–. Despejado.

Confío en el Krain, me dice que está despejado por ahora. También confío en Boris que repite la misma acción cuando abre la segunda puerta. Limpio. No hay computadoras, me indica, parece una oficina común.

Hay dos puertas más si seguimos caminando. Nos detenemos en la tercera, la más delgada de las cinco y de madera con una perilla larga de metal. Boris asiente, la abro. Nos encontramos con un escritorio simple y cuatro pantallas medianas... Y una computadora.

Escucho a Boris reír.

–Estábamos en la cúspide de la tecnología, ¿eh? –también suelto una risa, más que todo por el alivio.

Entramos. Hay una taza de café, sin café, y un aire acondicionado descompuesto. Un solo asiento desgastado y cubierto de polvo en donde tomo puesto para encender la computadora. Muy normal, justo como las recordaba antes de todo esto. Ahora solo hay pantallas, son más prácticas.

–Debe tener un guardado automático–digo más para mí mismo–. Debió guardarse las grabaciones de ese día.

La computadora se enciende... También las pantallas. Se ve justo lo que vimos nosotros hace unas horas.

Boris ríe de nuevo, se siente algo de alivio.

–Debe de haber carpetas, ¿no?

–Sí. Deben estar aquí con las fechas–las pantallas de dividen por cuadrículas. Pasillos, feria de comida, entradas y salidas de tiendas y baños. Oficinas. Busco la carpeta en el escritorio, la pantalla de la computadora destalla un poco.

Las carpetas están organizadas por hora y fecha.

–Debe estar el veintidós de octubre–hay muchas suposiciones en nuestras palabras, pero es la forma de encontrar algo de esperanza–. Seguro fue lo último que grabaron.

–Pues no. Hasta hoy.

–¿Hasta hoy? –le señalo la fecha en la pantalla de la computadora, sigue grabando. Me mira, niega con ojos aliviados. Creo que incluso sonríe un poco–. Por fin algo nos está saliendo medio bien, ¿eh?

Escribo en el buscador de la carpeta esa fecha donde todo comenzaría. Un solo archivo. Mi corazón late con fuerza e incluso mi respiración se paraliza un poco. Siento que mis dedos se vuelven fríos. Pero eso no me detiene a hacer click.

Todas las pantallas se iluminan con las imágenes de ese día. Era normal... Abren las tiendas, llegan los empleados. La tragedia ocurriría a eso de las dos de la tarde. Boris se endereza con los brazos cruzados, escucho que traga. Piensa lo mismo que yo, qué habitual era la normalidad.

Nos quitaron esto.

La gente empieza a llegar, entran y salen. No se puede ver bien sus caras, pero sí llego a distinguir un par de sonrisas. Veo a personas tomadas de las manos, paseando y deteniéndose en las tiendas a observar o comprar.

Gente sentándose a comer, disfrutando de la compañía de su familia. Los empleados atendiendo sus tiendas sin saber que posiblemente ese sería su último día con vida o de alegría.

–¿No hay forma de adelantarlo? –dice Boris. Yo suspiro.

–Creo que sí.

Lo sé. Lo entiendo. Es duro ver algo que jamás vamos a recuperar. Ya existimos en esta realidad de cielo lila y de edificaciones agrietadas.

Con la flecha del teclado adelanto la grabación viendo cómo pasan las horas en la parte superior del video. Me detengo repentinamente.

–¿Qué?

Me tomo unos segundos viéndola caminar. Es ella, lo sé. Y Abigail.

–Mira–le señalo. Escucho como Boris suelta aire–. Son ellas.

Entran por la puerta del centro comercial a eso de la una de la tarde. No se distinguen suficiente sus rostros por la lejanía, pero se ve que son ellas. Eran muy parecidas... Eleonora tenía puesto el suéter de lana azul que siempre defendió para que no se lo quitasen, su hermana la toma de la mano y la impulsa a ir hacia adelante mientras sus padres van tomados de las manos detrás de ellas.

Las perdemos de vista.

Sonrío con tristeza.

Veo que Boris se limpia un ojo.

–Adelántalo un poco más–dice después de sonarse la garganta.

–Sí.

Adelanto media hora más, la una y cuarenta. Todavía había normalidad. Hasta que la gente empieza a detenerse, la imagen de las cámaras empieza a moverse. De un momento a otro, todos empiezan a correr conforme se cae el pedazo de techo que vimos al llegar, aplasta a unos cuantos. Vemos a dos Cercanos entrar, Eleonora nunca mencionó verlos, pero ahí están persiguiendo y devorando a unos cuantos...

¿La madre de Eleonora sería devorada por un Cercano?

Intento recordar cómo iba vestida mientras veo a los demás correr. Veo a Eleonora correr con su hermana en un pasillo y a una mujer perseguirlas. Es ella.

Eleonora y su hermana salen corriendo, no miran atrás. Apenas pueden distinguirse entre la cantidad de personas que tratan de escapar.

Se adelantan suficiente para no ver como un Cercano se acerca por la izquierda... Y la ataca. Ellas no se dan cuenta que su madre acaba de ser asesinada por un Cercano. Devorada sin dejar rastro.

Por eso Eleonora jamás supo nada de su madre. Ella sí dejó de existir.

–Ella era la mamá de Eleonora y Abi, ¿verdad? –asiento–. Aún no me acostumbro a ver a gente morir así. Ni siquiera en video.

–Yo tampoco....

Es un desastre aquí dentro. Busco entre las personas a Alek. Según Eleonora, él fue quien metió a su hermana a un búnker de emergencia. Pasa un rato de dolor, no se escucha, pero puedo sentir cada mordida de Cercano, cada vez que se cae un pedazo de techo por las explosiones de las que me habló Eleonora, lo que podría sentir cada persona aplastada o masticada.

Todo el lugar se llena de sangre, ninguno de ellos tenía una Vértebra con la que defenderse. Ni siquiera los disparos de los policías servían... Ellos tuvieron el mismo destino que los demás. Llega el ejército, pasan dos tanquetas que una termina por ser volcada por los Cercanos. No terminan de derribar ni siquiera a tres cuando la otra también es abatida. Ellos no sabían la rapidez de esos monstruos, ni cómo atacaban.

Corren los soldados por todos lados tratando de llevar a gente con ellos, veo a uno en especial, y sé que es él porque se detiene en una puerta de acero detrás de una pared después de hablar con un policía que sale corriendo en dirección a la salida, él ocupaba ese puesto y Alek lo tomó.

Después de unos minutos de que Alek meta gente, veo que Eleonora habla con urgencia con su hermana frente a él tomándola por los hombros, Alek sujeta a Abigail por la cintura, pero ella patalea y ahí veo como es la última vez que Eleonora ve a su hermana. Alek la lleva dentro. Cierra la puerta, él se queda un poco más afuera.

Boris busca por todas las pantallas, hay cuadrículas que ya no tienen imagen.

–¡Aquí! –señala, me levanto del asiento. Ahí está el búnker.

No era ningún bunker, era una zona de descarga. Veo cajas y personas amontonadas luchando por espacio, intentaban resguardar a unos cuantos. Regreso a la pantalla donde está Alek...

Está muerto.

–Boris, Alek murió.

–¿Qué? –mira en la dirección de mi pantalla. Alek está en el suelo sangrando, un Cercano pasa sobre él y con sus pisadas lo deja más lejos, sin piernas. Alek está muerto.

Está muerto. Y está vivo en nuestro campamento.

–¿Qué mierda está pasando?

La imagen del supuesto bunker cambia a un par de hombres cerrando y sosteniendo la puerta, muchos se tapan los oídos y ojos mientras la puerta retumba, intentan bloquearla con sus cuerpos, con sus rostros aterrados.

Alek está muerto.

No era un bunker, era una simple zona de descarga.

¿Abigail sí está muerta?

Adelanto la imagen con mis dedos fríos temblando, todos esperan sentados. Pasarían minutos antes que abrieran la puerta del otro extremo, donde se supone dejaban los pedidos, para que empezaran a disparar. La imagen se distorsiona, se llena de humo, no se ve quienes son, sólo que algunos logran salir por el mismo extremo y otros se ahogan con su sangre, pasan dos personas con lo que se distinguen como trajes negros muy parecidos al Krain, se llevan a cuatro personas... Entre ellas, Abigail. La que estaba en la esquina de la entrada. Pequeña y delgada, también muerta de miedo. Se la llevan.

¿A dónde?

Dejamos que siga rodando, puedo escuchar mi propio corazón latir en mis oídos. Regreso a ver a Boris, está a un paso de partir sus dientes. Golpea la pared junto a la puerta.

–¡Maldita sea!

Quito la grabación, no nos muestra más nada. Excepto que empiezan a llevarse a los muertos y supervivientes. Los Cercanos también retrocedieron. Queda de nuevo en algunas pantallas la imagen actual... La nada, el vacío en este centro comercial.

No sé qué decir. A la madre de Eleonora se la devoraron y su hermana es una incógnita. Se la llevaron, ¿quiénes, por qué y para qué?

–¿Qué hacemos, Ulrich? ¡Ese imbécil se supone que está muerto!

–Tendrá que ver con los expedientes que habló KJ.

–No pudo sobrevivir a eso, es imposible. Además, Eleonora dijo que él la salvó, ella vio con sus propios ojos que Alek la salvó. ¿Qué es verdad y qué es mentira?

–Se lo preguntas a la persona equivocada. Tenemos que ir a él. Sacarle la verdad a toda costa. Él debe saber qué pasó con Abigail.

–Ulrich... A su madre se la comieron viva–dice esas palabras con dolor. Como si se tratara su dolor. Él ama a Eleonora a la misma medida que yo, de una forma distinta, pero sufre con ella y por ella–. ¿Cómo le vamos a decir eso? ¿Con qué cara le decimos que su mamá desapareció de esta tierra? Ella no tenía ninguna esperanza de encontrar a sus padres, pero decirle cómo murió uno de ellos...

–Por ahora no podemos decírselo.

–¿Qué?

–No podemos. Tenemos que esconderlo por el momento. No sabemos cómo puede reaccionar. La necesitamos.

–No hables de ella como un objeto.

–No es así–dijo con rapidez–. No sabría que hacer sin Eleonora. Por eso la necesito con vida.

Un ruido. Las Vértebras activas, la mirada fija en la puerta mientras el corazón nos late y la cabeza maquina a velocidad.

Hay alguien afuera.

O algo.

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