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Capítulo 10

–Ya muévete, Kirsten–le dice de brazos cruzados Alek a un soldado con un paquete en las manos. Baja la mirada después de una casi imperceptible respuesta afirmativa de su parte para continuar subiendo lo último de equipaje a los camiones. Alek clava su mirada en mí.

Mantengo los brazos a mis costados, haciendo que no vi en absoluto que me dirigió su atención dando dos pasos al camión asignado a mi equipo.

–Surley–dice. No tengo más opción que detenerme con una mueca de fastidio que intento aguantarme. Me volteo y me pongo firme sólo para que no exista ese incomodo ambiente de informalidad entre nosotros. Une sus cejas y sus labios se curvan–. Ya veo que estás mejor.

–Sí. Gracias por la observación.

Ríe.

–¿Cómo logras hacer sonar sarcástico todo lo que dices?

–¿Me puedo retirar ya?

–Todos vamos al mismo lugar. ¿Por qué tanta prisa? –se acerca tanto que me obliga a mirar hacia arriba–. ¿Descubriste algo que quieres comprobar por ti misma?

Mi corazón se detiene por un instante recordando la conversación de ayer con mi equipo. No bajo la mirada ni inmuto mi expresión.

–Quiero reunirme con mi equipo para ir al infierno al que nos van a mandar–digo entre dientes, me alejo dispuesta –. Así que, si no le molesta, me retiro.

–¿No te da remordimiento que Oliv no lo sepa?

Mierda.

Me detengo a los dos pasos y regreso a verlo con mi expresión neutra.

– ¿Qué debería saber Oliv? –respondo. Eleva ambas cejas.

–Eleonora–escucho la voz de Ulrich. Ya está vestido con el traje del Krain. Igual que yo, y que todos. Nos cubre todo el cuerpo hasta el cuello, más unas largas botas de combate. Armados hasta las metras. Todos nos vemos letales. Pero el que verdaderamente es una amenaza está frente a mí, y vestido con un uniforme tradicional de la milicia.

Desencajo mi barbilla sosteniéndole la mirada. Me reta con esa curvatura siniestra en sus labios. Camino mirándolo unos segundos más en dirección a Ulrich.

– ¿Qué quería? ¿Qué pasa? –pregunta con calma, pero hay algo de fuego detrás de su mirada de ojos grises.

–Nada, por ahora.

– ¿Por ahora?

Pongo un pie en la escalera de nuestro camión. Me sostengo de las barandas y suspiro.

–Por ahora–termino por decir, veo que Ulrich lo busca con la mirada. Pero Alek ya no está.

El camión en donde vamos es inmenso por fuera. Camuflado y con unas ruedas que podría dejar a cualquiera hecho papilla en el suelo. Por dentro es igual, oscuro y frío. El volante, botones y cambios son igual de enormes, puede verse desde adentro, pero no desde afuera. Por debajo están los compartimientos de lo que llevamos, más un bolso personal donde llevamos las pocas cosas propias que tenemos. No sabemos cuándo volveremos. O si volveremos. Si hoy muriera, me gustaría llevarme aunque sea una cosa que sea mía.

No tengo demasiado. El mismo suéter que usé ese día. El celular que usaba en ese entonces, mi cita para usar el Krain era en dos meses. No me sirve de nada, aunque ahí tenía algunas fotos de mi familia y mis mascotas, también guardaba algunos libros que me gustaban en formato digital. Y por supuesto, una pulsera que compartíamos Abigail y yo. Está sucia y hasta manchada de sangre. Pero es mía y un recuerdo de mi hermana. Esas pocas cosas están aquí conmigo. Y se van a quedar conmigo vaya al cielo o al infierno.

Vamos con otro equipo. Ellos hablan entre sí, mientras nosotros estamos en silencio descansando. No sabemos con qué nos vamos a encontrar, apenas estamos saliendo de la enormidad de Base Unión. Estamos dejando atrás algunas edificaciones, algunos tanques y aviones estacionados, a personas que nos muestran respeto mientras pasamos.

–Algunos quizás no vuelvan–susurra Ulrich a mi lado–. Vamos a recordar este día. Estoy seguro.

–¿Y si ninguno vuelve? –pregunto.

–Alguien deberá recordarnos. Y... Este en donde esté, me gustaría recordarte a ti–lo observo sin decir una palabra más, me muestra una sonrisa juguetona pero débil antes de regresar su mirada al frente.

Ese día, mientras está el picante sol en lo alto, sólo nos detenemos una vez para estirar las piernas. Unos beben agua, otros se alejan lo suficiente para ir al baño. Pero no hay charlas de ánimo ni de victoria. Barry Tyesson está dando vueltas entre nosotros con una amplia sonrisa que me recuerda más bien a la del gato sonriente, lo hace para intentar avivar el ambiente, podría funcionar si a la fiesta a la que vamos no fuese la de nuestra muerte.

Mientras estoy apoyada de un pie en el camión y de brazos cruzados, veo a Ulrich y KJ hablar en la lejanía, KJ bebe mientras Ulrich habla y deja su vista clavada en un punto. En él. En Alek Vienova. Quien se dirige de nuevo hacia mí. Ese pinchazo en mi cabeza regresa y un poco más fuerte. Masajeo mi sien por inercia, pero sostengo mi expresión neutra.

–Creería que tienes un simple dolor de cabeza sino hubiese visto los resultados de tu test psicológico.

–Ya me estoy hartando de esto–empieza a anochecer, el cielo ya no es violeta, sino un suave púrpura que puede anunciar la llegada de peligros. Me le enfrento–. ¿Qué quieres?

–No puedo decírtelo todavía, supongo que tú misma debes estar atenta cuando llegue el momento–responde.

–¿De qué hablas ahora? Primero me torturas con mi hermana, ahora prácticamente me sobornas.

–No te soborno. Te pedí en la misión–dice con normalidad–. Tu condición psicológica es bastante grave, lo revisó tu ameno General.

–¿Y? Él sabe que mi equipo no puede ir si no estoy yo–se sube de hombros.

–Es bueno que lo tengas claro. Él también parece saberlo. No te niego que parece estar bien aferrado a la idea de que no mueras–sonríe. Sus dientes son blancos, se ve más joven cuando sonríe. Algo en sus ojos me parece familiar. Este hombre salvó mi vida y se lo debo. Pero también me separó de mi hermana. No fue su culpa totalmente. Mas no puedo evitar sentir rencor hacia él.

No sé si agradecerle o intentar asesinarlo.

Veo sus manos. Sus palmas están quemadas y el relieve de su carne es irregular. Aprieta los puños y las guarda detrás de su espada cuando se da cuenta lo que estoy viendo.

–Gajes de oficio–dice, restándole importancia. Sus cejas definidas y marrones siempre tienen una curvatura ligeramente hacia arriba. Quizás antes de esto era una persona normal, iba a bares con sus amigos, al cine. Parece ser que, en otra vida, fue alguien que pudo gozar un poco más de la normalidad–. No puedes mentirle al Krain. Si estás mal, estás mal. Pero resuélvelo. Necesitamos que todos estén bien.

Bufo.

–Nadie está bien. Y pedir que lo resuelva es bastante idiota.

–Lo sé–parece enseriar su expresión–. Los resultados de la mayoría fueron de mierda, todos los que son parte de la IS tienen alguna clase de trauma. Igual no tenemos más opción que continuar si queremos mostrar qué es lo que pasa.

–Ten cuidado con las palabras que usas–subo una ceja–. Cualquiera pensaría que tienes más información de la que tienen los Gobiernos.

–Los Gobiernos, sobre todo los del Primer, tienen una idea absurda de lo que es la guerra. Y las razones duplican su idiotez. Parecen unos niños malcriados.

Uno mis cejas.

–Pareces saber bastante más que el resto–digo.

–Hay que ser muy ingenuo para creer que el Primer Gobierno no está detrás de esto mucho antes de la tragedia... Y no están precisamente para cuidarnos–sus ojos marrones se clavan en mi rostro–. ¡Acampamos aquí!

Dice para todos. Se retira, no sin primero palparme el hombro, yo me quito. Su familiaridad me deja por un segundo en duda. Y sobre todo cuando creo ver una mueca de decepción al apartarme de su toque.

–Te sugiero...–cruzo mi mirada con rapidez al escuchar la voz del General a mi lado, sostiene sus manos detrás de su espalda, su bigote blanco esconde cualquier expresión que pueda tener, sus cejas del mismo color blanquecino se unen, permanece alerta, pero a la vez, tranquilo–, que estés atenta. Y como una orden, vigilen los pasos de esos dos.

–Como diga–respondo.

–Todos confían demasiado en ellos. Por eso insistí tanto en que vinieran. Ustedes son los confiables.

–Cualquiera podría decir que tiene una clase de preferencia, General. Con todo respeto.

–Me importa una mierda lo que piensen–se sube de hombros y con sus ojos amarillos me observa–. No me defrauden y yo estaré detrás cuidándoles la espalda. No mueras.

También se retira. Parecía una promesa. Y eso es algo a lo que le da vueltas mi cabeza mientras armamos las tiendas y encendemos algo de fuego para calentarnos las manos. El Krain regula nuestra temperatura, pero de todas formas me sale vaho por la boca.

Algunos toman ya en tazas de aluminio bebidas calientes, en general, hay bastante silencio. El sonido que más se escucha es el del fuego. No es el mismo de las noches de campamento con familia y amigos. Este es uno falso, fabricado. Nos recuerda que todo puede volverse tan feroz como sus flamas.

–¿Todo bien? –Oliv se sienta junto a mí, mantiene una taza en sus manos.

–Todo está bien–respondo entre dientes.

–Me dieron la orden de vigilarte.

–¿Quién? –digo a la defensiva, Oliv une sus cejas.

–Estoy bromeando. Calma–suelto aire por la nariz buscando algún indicio de gracia en mí, pero estoy más alerta que nunca.

Oliv se toma una larga pausa observando el fuego. Mientras tomo de mi taza una bebida que no sabe ni a café, ni a té, sino a una bebida energética caliente y espesa, detallo su rostro tranquilo pero pensativo. Su nariz respingada y sus labios redondos. Oliv pudo ser fácilmente una modelo en un universo donde no hubiésemos dedicado nuestra vida a ser soldados.

–Ese día que todo pasó, estaba por llegar a casa. Tuve que ir en autobús cuando llegué a Latinoamérica, no tenía dinero suficiente para regresar en avión todo el trayecto. Sé que has escuchado esto quizás más veces de las que yo misma recuerdo. Pero cada vez que veo el cielo así de estrellado, pienso en mi mamá. A ella le gustaba mucho el cielo. Cuando ella era niña, vivió muchos apagones hasta que la dictadura de nuestro país cayó. Ella me decía que su mamá siempre buscaba el lado bueno de las cosas, y que la había enseñado a apreciar el cielo en oscuridad porque ahí las estrellas eran más brillantes.

–Eso si jamás me lo habías dicho–sonríe, un hoyuelo se hace en su tez suave y delicadamente morena.

–No hablo mucho de mi mamá, pero todos los días pienso en ella. Ella me pidió que no me fuera, que me quedara a estudiar. Quizás debí escucharla.

–Ella no hubiese querido que murieras–respondo después de unos segundos.

–No por eso. Es que, si yo hubiese estado ahí, hubiese reaccionado más rápido y quizás, hubiese podido salvarlos.

Ambas miramos al cielo. Las estrellas sí que brillan sobre nosotros como un manto de esperanza. Este momento pudo ser cotidiano en nuestra antigua vida.

Cuando todos nos vamos a dormir, me quedo un poco más viendo las estrellas. A mi equipo no le toca custodiar, pero no puedo evitar pensar en la historia de Oliv mientras las veo. ¿Cómo algo que vino desde el mismo cielo hermoso que estoy viendo ahora, pudo hacer tanto año?

–No te toca la custodia hasta mañana, tranquila, puedes descansar–volteo a ver a Ulrich quien se acerca por detrás. El campamento está en círculo, las tiendas son lo suficientemente grandes para que todo un escuadrón duerma ahí dentro con comodidad, y en el centro, está la fogata a llama viva.

Sonrío cuando se sienta a mi lado. Se ve relajado. No lo veía así desde que se me ocurrió pedirle al General permiso para buscar a mi hermana. El uniforme del Krain lo cubre hasta el cuello, al igual que a mí, pero frota sus manos y las extiende frente a él en un intento de calentarlas.

–Podrían llamarte la atención por estar aquí–digo. Bufa.

–¿Y a ti? Yo, en teoría, soy tu superior. Puedo decir que planifico movimientos. No me harían mayor cosa.

–¿Cuándo te volviste tan egocéntrico? –le codeo.

–Desde que me volví líder de equipo primer de la IS–río, palmeo su brazo. Veo también su sonrisa tranquila. Poco he escuchado reír a Ulrich. Una o dos veces quizás.

Después de unos segundos de mirar el fuego, cruzo mi vista para observarlo, pero él ya me está mirando.

–¿Qué? –levanto la barbilla.

–Ibas a mirarme también–se sube de hombros.

–Sentí tu presencia sobre mi–me acerco entrecerrando los ojos–. No te hagas ilusiones. Creí que eras mi superior.

–Sí. Quizás una vez que esto termine, las cosas sean distintas.

–¿Crees que esto termine algún día? –apoyo mi peso en mis manos–. Lo digo en serio. Sin sarcasmos.

–No estaba preparado para responder esa pregunta sin una respuesta sarcástica–sonrío–. Puede que sí. Pero también puede que no vivamos lo suficiente para verlo.

–¿Por qué lo dices? –pregunto después de tragar saliva. He pensado en esa posibilidad.

–Somos parte del comienzo de esto. No creo que sea posible tener éxito tan rápido–responde.

Suspiro.

–Tienes razón.

Ulrich inclina su cuerpo hacia atrás haciendo peso en sus manos. Su meñique se encuentra con el mío. Mis ojos se encuentran con su mirada gris fija al cielo.

–Pero quizás, en otra vida, seamos parte del final feliz.

No aparto mi mano. Menos cuando siento que tímidamente, mueve su dedo en una caricia íntima. Casi imperceptible.

En la mañana, todos recogemos en silencio y orden. Unos se ven más descansados que otros. Por eso cuando me monto en el camión, procuro dormir un poco más, porque soy parte de aquellos que no descansaron lo suficiente.

Estuve pensando en todo. Desde el supuesto saboteo en nuestro escudo hasta ese comentario de Alek para de alguna manera, encontrarle sentido. No tuvo sentido que nuestro escudo y la bomba fallara. La llegada repentina de Alek y de Barry Tyesson nos indica que hay cosas que estuvieron pasando desde antes. Y que descubramos todos la verdad es cuestión de tiempo, ¿por qué continúan escondiéndolo entonces?

–Dentro de poco llegaremos a terreno civil. Haremos una pequeña parada ahí. No se entretengan demasiado–escucho la voz de Alek en el micrófono del camión.

–¿Por qué tendríamos que hacer una parada? –susurra Oliv junto a mí–. Ya llevamos lo suficiente, ¿eso no sólo nos retrasaría?

–No lo sé–responde Boris frente a nosotros–. Tendrán sus razones. Y como todo, nosotros no las sabremos hasta muy tarde.

–No se entretengan demasiado–todos miramos a Ulrich–. Hace años que no vamos a terrenos civiles, pero según informes, son bastante hostiles.

–No es para menos–digo–. Ellos verdaderamente no tienen nada más que su supervivencia.

Los terrenos civiles son como una ciudad en ruinas llenas de nubes de tierra amarrilla. Hay casas y comercios de paredes roídas, rayadas y sucias. Por todas partes ese lema de letras rojas, Unidos Estemos Todos. Algunos tachados con equis negras y otros intactos. La mayoría de ellos están enfocados en no morir, quizás hubo un momento de valentía donde lo único que pudieron hacer fue tachar una equis en lo que representa su opresión.

Ellos prometieron ayudar, pero aquí están ellos siendo más huesos andantes que personas que tuvieron una vida.

Estacionan todos los camiones en línea y hay gente que se detiene a mirar mientras bajamos con nuestros trajes y tapabocas del mismo material que el Krain. Los cañones, las Vértebras, están desactivadas, pero más de uno tiene su pistola cargada.

Doy una mirada rápida al lugar. Yo conozco este lugar. Y por esa razón, siento como mi pecho se aprieta.

–¿Estás bien? –me pregunta Boris.

–Sí... Reconocí el lugar. Es todo.

–¡Surley! –me llama Alek, junto a él, Barry Tyesson vestido de ropa militar. Su rostro se ve iluminado de la curiosidad, lo que me causa repulsión porque todas estas personas sufren lo suficiente.

Con una mirada a Ulrich, me acerco a Alek quien tiene sus manos detrás de su espalda. Las personas continúan su camino, pero veo algunas miradas curiosas. Hay silencio, y sólo se escuchan pasos arrastrados. El cielo ligeramente violeta hace que las cosas se vean más frías y densas. Nuestros camiones, trajes, armas, hace contraste con el resto de las ruinas cubiertas de polvo y las personas vestidas en combinación de una ropa que podías usar para ir al desierto y ropa que podrías usar en un día de centro comercial. Hace sol, pica. No culpo que siempre quieran ir cubiertos.

Las tiendas ahora están en las calles, y todo lo cubre extensos metros de tela naranja. Muy pocos autos estacionados, y los que hay, tienen óxido. El resto de las tiendas que sobran, están saqueadas. Esto era muy hermoso, una ciudad. Ahora es sólo el fantasma de lo que nunca más será.

–Nos acompañarás tú–dice Barry Tyesson.

–¿Por qué?

–Porque es importante que nos acompañes tú–uno mis cejas, su voz es extrañamente amable.

–Ya no preguntes por qué–susurra Alek detrás de mí mientras Barry camina delante con sus manos detrás de su espalda. Hay algunas miradas curiosas que siento sobre nosotros–. Sólo no hables, y por una vez, haz lo que se te dice.

Evito mirar hacia atrás con desdén porque me enfoco en memorizar el camino por donde vamos. Las personas se han acostumbrado a esta vida. No hay niños. Sólo adultos de rostros entristecidos y ojos hundidos. Quizás no son tan adultos. Yo me veo mayor de lo que soy. Nacimos demasiado tarde para tener una vida normal, y muy pronto para ver el final de esto.

Quizás yo no llegue a ver el final de esto.

Disuelvo esa idea en mi cabeza cuando llegamos después de dos cuadras, a una tienda de vidrios sucios de tierra amarilla y barro, hay un bache frente a la tienda lleno de agua sucia. Le da un aspecto más tétrico que hace que arrugue la nariz.

–¿Qué es este lugar? –pregunto.

–Sólo tú no hables–me dice Alek.

–Deja que hable, sabes que ella tiene un carácter bastante obstinado–le refuta Barry, me sonríe. No parece cínico, ni sarcástico. Él es amable y eso lo hace extraño–. Eso sí. Sé prudente.

–Igual no lo conoce. No tuvo tiempo–responde Alek. Barry lo mira con los ojos abiertos, y antes de abrir la puerta, sonríe avergonzado en mi dirección.

Cuando entramos, la puerta hace un sonido de campana. La tienda es bastante parecida a una farmacia. Sólo que también parece el vestíbulo de una casa o un consultorio bien acomodado. Hay sillas y una mesa, y detrás, estanterías limpias con medicinas. Posters, algunos aparatos médicos, cajas de guantes, hilos quirúrgicos. Incluso hay buena iluminación.

Sale de una puerta a la izquierda un hombre delgado, pero de estómago algo prominente. Sin un brazo y con una bata médica amarilla, pero limpia. Sin barba, usa lentes. Se ve inteligente, aunque por su rostro pasan los años, el estrés y el cansancio.

–¿Cómo estás, Moonrik? –saluda Barry.

–¿Es necesario responder? –sonrío sin dientes después de pedirle al Krain que retirara mi tapabocas. Comparto la opinión de Moonrik. Él y Barry se dan un abrazo rápido como saludo–. ¿Y ella quién es?

–Eleonora Surley–responde Alek por mí con sus manos detrás de su espalda. Abre sus ojos.

–Ese apellido es conocido para mí.

–Es algo común–refuta, Moonrik bufa con una sonrisa y me señala con un bolígrafo en su única mano.

–¿Cómo se llamaba tu papá, muchacha?

–Leonard Surley. ¿Por qué? –Moonrik abre los ojos y mira a Barry, quien niega con la cabeza.

–Es complicado. Son y no son los mismos.

–¿De qué están hablando? ¿Usted conoció a mi papá?

–¿Lo conocí? –le pregunta a Barry. Le pone una mano en el hombro a Moonrik.

–Mi papá era de la aviación. A usted jamás lo he visto en mi vida–me acerco dos pasos–. ¿Qué está pasando? ¿Por qué me trajeron aquí?

Alek y Barry se miran, Alek suspira.

–Ahora no, Eleonora. Necesitábamos una escolta. Es todo–responde. Está mintiendo, es obvio.

–¿Por qué parece que me conocieras desde hace mucho si sólo nos vimos una sola vez ese día? –me pongo delante de él–. Dime ahora.

–Bueno, tiene el mismo carácter. Eso se los aseguro–ríe Moonrik, el borde de sus ojos se arruga. Tose repentinamente.

–¿Todo bien? –le pregunta Barry, lo ayuda a sentarse mientras tose un poco más. Se sujeta el pecho y respira.

–La vida no me ha tratado bien. Eso es lo que pasa.

–Lamento apresurarte, Moonrik. Pero, ¿lo tienes? –mi visión pasa de regreso a Alek, es la primera vez que lo veo hablar con seriedad. Mi pecho se agita. No sé qué hago aquí. Mi cabeza empieza a doler, y sólo ahí es cuando tengo de regreso su atención por sólo unos instantes hasta que Moonrik vuelve a hablar.

–No ha cambiado mucho esa base, estoy seguro. Pero tenerlos deja mucho que decir sobre su protocolo de seguridad–sonríe, Barry también–. No sé por qué lo guardé. No lo recuerdo. Quizás lo hice por equivocación o porque sabía en el fondo que lo necesitaría después.

Se levanta con algo de esfuerzo y le niega a Barry ayudarlo.

–No, déjame conservar algo de la dignidad que me queda.

Se sujeta su muñón y continua su camino hacia la estantería. No le quito la mirada de encima pensando en todo lo que está sucediendo. ¿Él conoce a mi papá? ¿Por qué se comportan como si me conocieran si apenas sé quiénes son ellos?

De una caja de aspirinas, deja en su mano un pendrive bastante pequeño de color rojo. ¿Qué hay ahí? Miro alrededor, pero nadie parece tener la intención de explicármelo. Ellos no parecen consternados o sorprendidos como yo. Saben lo que hay ahí dentro.

–Obviamente había otros documentos. Como la composición química del suero. Todo eso está a salvo aquí–se señala la cien–. Y claro, en los cerebros de esos científicos que no tienen idea de nada–Alek ríe recibiendo el pendrive. Barry Tyesson tiene en su rostro una expresión de familiaridad.

Evito estallar porque Moonrik a pesar de que tiene buen humor, se ve cansado y algo viejo. Además, parece estar un poco feliz de encontrarse con Barry y Alek. Igual mis manos tiemblan y mi cerebro sólo formula más preguntas que seguramente no serán contestadas.

Alek y Barry se despiden con un abrazo rápido de Moonrik, yo sólo lo miro y me sujeta de la muñeca antes de que pueda irme detrás de ellos. Abro los ojos, pero hay algo en su mirada de ojos claros que reconozco.

–Tu padre se precipitó demasiado. Sé que estás ahí. Por eso te hago la misma advertencia. El mundo a veces no podrá con personas que son todo lo que tú eres. Así que intentarán destruirte.

Me suelto de su agarre intentando no ser demasiado brusca sin perder mi firmeza.

–No sé de qué está hablando, señor...

–Esperemos que no lo descubras demasiado tarde–responde. Eso basta para despedirme con un asentimiento de cabeza y caminar en la misma dirección que Alek y Barry. 

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