Capítulo 05
Las dos semanas siguientes pasaron muy rápido. Manny intentaba borrar de su mente los últimos momentos junto a su mejor amigo que parecía no serlo más. Le dolía, la punzada en el pecho estaba ahí, latente y sangrante.
Intentó encontrárselo muchas veces en los pasillos, en la cafetería, en la biblioteca, hasta en los lugares que frecuentaba. Fue a su casa un par de ocasiones, pero su madre siempre salía y le decía que no estaba. No quería hablar con él, eso es lo que sucedía. Sabía que tenía que darle tiempo, pero todo se le estaba saliendo de las manos. Lo estaba evitando, ni siquiera le había dado la oportunidad de explicarse el día que se lo encontró en los vestidores.
Lo recordaba con pesar.
Estaba cazando el momento en el que todos se fueran, así pasó, Ashton se quedó solo abrochándose las agüetas. Salió de su escondite, él alzó la vista y se envaró, tanto que creyó que le saldrían grietas. Los músculos de su cuello saltaron con rabia, seguramente estaba rechinando los dientes, lo miraba con rencor. ¿Tanto le costaba aceptar que era gay? Seguía siendo el mismo de siempre.
—Quiero hablar contigo —susurró con un nudo en la garganta.
—Pero yo no. —Se puso de pie como un resorte y empezó a caminar rumbo a la salida. Man capturó su codo, lo que resultó contraproducente—. ¡¡No me toques!!
Se zafó de su agarre como si quemara. Nada, nunca, le había dolido tanto como eso, ver su rechazo, el enojo creciendo en sus ojos. Manfred dio un paso atrás, sin saber qué demonios hacer. No podía cambiar lo que era, le habría gustado que él lo aceptara porque eso hubiera hecho un amigo.
—Somos amigos, Ash, solo quiero explicarte. —Las lágrimas comenzaron a quemar, pestañeó para apartarlas.
El mencionado respiró profundo y maldijo, se acercó echando humo por las orejas, amenazante. Las aletillas de su nariz se abrían peligrosamente.
—Tú y yo ya no somos amigos, un puto amigo no me habría escondido algo tan importarte, ¿quién mierdas eres? No te conozco, ni siquiera planeabas decirme, si no te encuentro ahí con... ¡ugh! —La mueca que hizo le caló hasta los huesos—. No quiero estar alrededor de ti porque eres un maldito mentiroso, un maldito hipócrita. No me busques porque no dudaré en romperte los dientes. —Le creyó.
Una vez dicho todo, se fue. Decidió no seguirlo y dejar que se calmaran las cosas, pero ya no tenía muchas esperanzas. Ashton nunca había tenido actitudes homofóbicas, pero al parecer no se había dado cuenta. Tampoco se la iba a pasar lamentándose, aunque le doliera como el infierno porque además de quererlo como amigo, lo amaba.
Adoraba su forma de ser, adoraba cualquier cosa que viniera de él. Estaba mal, desde un principio lo supo, pero no se pudo controlar y ahora era demasiado tarde. Tendría que aceptar de una buena vez que lo más sano era que estuvieran lejos, nada bueno les iba a traer estar cerca. Así lo aceptara y lo perdonara, debía alejarse porque era un amor imposible.
Se talló las sienes y se llevó la boquilla de la botella de cerveza a los labios, dio un trago que le supo amargo. En otro momento habría ido a la casa de cierto tipo a jugar videojuegos, ahora estaba solo en una silla de aquel restaurante bar.
Tal vez pediría una hamburguesa con papas fritas para olvidar. Iba a tomar el menú cuando una voz se escuchó a su lado.
—Pero mira a quién tenemos aquí —Lo reconoció. Era un moreno que exudaba problemas, sus ojos verdes eran pícaros y llenos de travesuras. Lo puso nervioso, no podía creer que tuviera al desconocido al que besó sonriéndole de lado—. ¿Qué puedo ofrecerte?
Le levantó una ceja, socarrón. Manfred se removió con incomodidad, recién se daba cuenta de su uniforme, era un empleado del restaurantillo. Una placa prendada de su camisa decía que su nombre era Dylan.
—¿Qué puedes ofrecerme? —Le siguió el juego, las comisuras le temblaron.
—El menú lo muestra todo —contestó con simpleza, sin dejar la diversión. El beso había estado bastante bien, aunque no pudo disfrutar lo suficiente.
—Una hamburguesa. —Recibió un guiño.
—A la orden.
Lo vio caminar a la barra y perderse en un cuarto. Sabía que no era sano sacar un clavo con otro clavo, pero este clavo era muy tentador. Los minutos pasaron, su orden llegó y fue colocada frente a él junto con sobres de cátsup.
—Por si te aburres de tu perro guardián. —Los párpados de Manny se pegaron a su frente por el asombro, contempló su sonrisa coqueta mientras depositaba un papelito junto a su plato.
Soltó una risita cuando se alejó y negó con la cabeza. Se relajó por primera vez desde que había peleado con Ashton y atacó su comida.
Lo estuvo observando desde la otra esquina del local con los nudillos blancos, ¿por qué mierdas se sentía tan furioso con solo verlo? Lo había visto entrar y sentarse en el lugar más apartado, pidió bebidas. Ni siquiera era consciente de que estaba ahí.
Sus puños se apretaron más por encima de la mesa cuando lo vio coqueteando con el meserito. ¿Siempre había sido así? Nunca lo había visto ligar con chicos, ¿o es que estaba muy ciego como para verlo? Manny siempre fue reservado con sus relaciones, salía con una chica muy hermosa cuando iniciaron la escuela, a la cual dejó porque lo perseguía a todas partes. ¿Es que eso era reciente?
Estaba tan confundido, tan furioso, tan enojado, tan... dolido. Quería golpearle el rostro, quebrarle la nariz y pedirle que le dijera por qué no había sido honesto.
—¡Oh, mira, es Manny! ¡Le diré que se nos una! —exclamó su madre. Salió de sus pensamientos tan pronto se puso de pie.
Tomó su muñeca para detenerla.
—No. —El ceño se le frunció al escuchar la dura negativa. Su abuela y una de sus tías lo observaron con extrañeza. ¿Cómo no hacerlo si esos dos eran uña y carne desde que se conocieron? No podían estar separados.
Todos ignoraron el acontecimiento y se adentraron a una plática cómoda, Ashton se relajó, no obstante, no podía evitar dirigirle miradas de soslayo. Se regañó mentalmente por eso.
¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Debería escucharlo? Esa y mil preguntas se precipitaban en su cabeza. Ya habían pasado dos semanas y no podía negar que lo extrañaba, nunca se separaron antes. Man era como su hermano, y a uno que te apoyó cuando lo necesitaste no le das la espalda, ¿o sí?
Quizá estaba siendo muy duro.
Toda la furia contenida hirvió al verlo salir y ser seguido por el sujeto, intentó contenerse, ¡por Dios que no pudo! Se levantó como alma poseída por el diablo y fue detrás de ellos.
Una mano se posó en su hombro, se giró y se encontró con la sonrisa del chico aceituna. Ambos abrieron la boca para hablar, pero la cerraron al no saber qué decir.
—Quería preguntarte si quie... —El pobre tipo no pudo terminar de hablar porque fue tomado por la camisa y lanzado hacia otra parte—. ¡¿Qué demonios te pasa, idiota?!
Manny, sin poder creérselo, se interpuso entre los dos muchachos furiosos. La pálida piel de Ashton estaba cubierta por una capa de rubor rojizo, otra vez tenía la mirada asesina del día del bar. ¿De dónde demonios había salido de todas formas?
—¡Aléjate de él, maricón! —¡Dios santo! ¿A caso estaba demente? ¿Qué era todo ese espectáculo? Afortunadamente no había nadie mirando la escena. Parecía que si se quitaba iba lanzarse para romperle el cuello. Había perdido el juicio, quería llorar, reír y zangolotearlo.
—¡Basta, Ashton! —exclamó, alto y fuerte. Le dio un empujoncito para alejarlo y que se calmara. Se fijó sobre su hombro y se encontró a Dylan rebosando enojo, ¡cómo no! Si con esa ya eran dos agresiones—. Te llamo.
El agredido asintió y sonrió.
—El día que quieras, solo no olvides ponerle bozal. —Ingresó al restaurante sin mirar atrás.
—Imbécil de mierda —gruñó entre dientes. Man olvidó las sutilezas, no iba a permitir que se comportara así. Él también era un maricón, le gustara o no. Lo empujó duro hasta que el otro se tambaleó y le dio una mirada furibunda.
Se le quedó mirando con los ojos entornados. De verdad que no lo entendía, un día lo mandaba a la mierda y al siguiente venía todo rabioso a golpear a un chico inocente.
Suspiró.
—¿Qué quieres, Ashton? —preguntó, cansado, mirando a todas partes menos a él. Sus palabras le seguían doliendo, no quería escucharlas otra vez, no deseaba volver a ser testigo de cuánto lo detestaba.
—Hablar.
Sus miradas se buscaron y ya no pudieron despegarlas.
* * *
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