Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 01


Pasó la agujeta hacia el lado contrario y por debajo de la otra, apretó. Formó un moño bien calculado y volvió a apretar, repitió el procedimiento dos veces más porque su madre le decía que era más seguro de esa forma. Solo estaba retrasando la tortura, él prefería estar en lugares más tranquilos, quizá leyendo un libro de Dickens o continuando ese ejemplar de Los hermanos Karamazov que descansaba en su mesita de noche porque había sido su propósito de año nuevo; pero el legado de su familia aseguraba que tenía buenos genes para el básquetbol, genes o no, sus sentimientos hacia dicho deporte casi rayaban el odio.

A la mierda los genes.

Hizo una mueca, para sobrellevar sus problemas no existía otra alternativa más que salir a la cancha, aunque terminaría haciendo el ridículo como cada vez que lo intentaba.

Relamió sus labios agrietados en un vano intento de darse valor, a él no le gustaban estas cosas, pero su padre estaba poniendo demasiada presión sobre sus hombros y no quería que sospechara. Era una cruz que no estaba dispuesto a cargar. Manny sabía perfectamente quién era, pero todavía era muy difícil para él aceptarlo en frente de la gente.

No podía decir con exactitud cómo es que se había dado cuenta de sus preferencias sexuales. Tal vez fue aquella vez que su miembro se levantó al ver a Ashton desnudo en los vestidores o quizá cuando dio su primer beso en un bar de mala muerte al que entró con una identificación falsa, pretender alguien que no eras a veces resultaba divertido. Aquel sujeto lo obligó a besarlo y él se dio cuenta de lo mucho que lo había estado deseando. Tanto que su cuerpo reaccionó y dejó que esas manos desconocidas le mostraran sus más ocultas necesidades.

Vivía en una pequeña casa con su madre y su padre, quienes seguían al pie de la letra las leyes de un Dios misericordioso. Desde que era un crío le habían enseñado las reglas de la iglesia a la que pertenecían. El señor Edward Clark era el patriarca de la familia y la señora Olivia era una mujer que obedecía los mandatos de su marido solo porque la biblia lo decía.

El chico era una oveja perdida que no deseaba regresar al rebaño. Sin embargo, no quería decepcionar a su familia, estaba seguro que tarde o temprano pasaría cuando se enteraran, así que esconderlo era lo más cuerdo por el momento. Testigo había sido de cómo su círculo social llevaba repelente contra las personas diferentes. Podían considerarlo distinto, aunque fuera más humano que muchos de ellos.

Se irguió y pasó la mirada por el extenso campo rectangular. El gris del concreto, decorado por líneas de colores, relucía por los rayos de un sol que se estrellaba en el suelo y producía espejismos. Hacía calor, demasiado. Tuvo que pasar el dorso de su mano para limpiar el sudor que se había acumulado en su frente.

Sintió una mano sobre su hombro, giró la cabeza para buscar al causante de mencionado toque. Ahí estaba él con su cabello caoba que se veía más rojizo de lo que era por la luz del lugar, le dieron ganas de pasar sus dedos por la larga cabellera y comprobar si era suave, sedosa; pero apretó las manos en puños para ahogar ese anhelo que lo consumía.

¿Qué otra cosa podía hacer?

No podía seguir con esa mierda ahora. Empujó esos pensamientos hasta dejarlos en un rincón. A pesar de que sabía que sus deseos eran irracionales, era un trabajo arduo no mirar con detenimiento cómo los pantaloncillos se pegaban a los muslos de ese joven que había sido parte de su vida desde los doce. Desvió la mirada y la clavó en el entrenador Fitzgerald, quien estaba dando un apasionado discurso en el centro del escenario deportivo.

Ashton Ford era su debilidad y a las debilidades hay que guardarlas en lo más profundo para que no terminen dominando todo tu organismo.

—Oye, no estés todo raro, sabes que eres genial cuando te concentras, pero tu padre te puso todas esas tonterías en la cabeza. Solo déjalo salir, Man.

Era el único que lo llamaba así, le gustaba la familiaridad entre ellos, siempre lo había hecho. Desde que habían descubierto en el patio de recreos en la escuela básica que amaban jugar videojuegos, no hubo poder humano que separara a esos dos que más que amigos, parecían siameses.

—Lo dice la estrella del equipo —canturreó volcando los ojos. Ashton soltó una risita entre dientes y palmeó su espalda como hacia siempre que tenía miedo de entrar a su casa y enfrentar a su padre después de haber violado el toque de queda.

Muchas veces se había quedado afuera de esa construcción que se suponía era su hogar, entonces, su mejor amigo le daba asilo. La familia Ford era la típica agrupación americana que hacía parrilladas y dejaba que el menor hiciera lo que deseara porque era el único varón en medio de un montón de mujeres. Habían recibido a Manny con los brazos abiertos, el joven también había amado ser consumido por normalidad los fines de semana.

—Hay talentos que no pueden esconderse aunque lo intentemos, casi como el amor y la atracción. —Resopló ante su tonta frase y lo miró marchar para reunirse con el resto del equipo.

No dudó en hacer lo mismo cuando Fitzgerald le dio una mirada mordaz y lo señaló con su dedo índice. Era un buen tipo, de extrema altura y tez morena, las camisetas de lycra le quedaban apretadas. Unos cuarenta años o más le calculaba, su entrenador no era el más parlanchín por lo que eran pocos los datos que sabían.

Arrastró los pies por el duro suelo y se colocó en una de las dos hileras enfrentadas que se habían formado. Frente a él estaba este chico playmaker odioso, era una especie de bravucón que adoraba lanzar la pelota como si la distancia se tratara de kilómetros y no un par de metros, solo por eso Manny lo detestaba, porque lo hacía correr a propósito y recibir uno de los gritos del coach por no haber sido capaz de recibir la bola.

Una decena de balones anaranjados voló de un lado a otro, los lanzamientos iniciaron tan normal como era posible, por supuesto que Jerry torció la boca con burla y pasó un proyectil que se estampó directo en su pecho. Jadeó y entrecerró los párpados, conteniendo su furia. Así iniciaba siempre, la mayoría de las veces quería partirle la jodida cara hasta que se desangrara por la nariz; pero eso significaría un reporte y seguramente un castigo de parte del dictador que tenía por padre.

No valía la pena, simplemente.

Decidió que ignorarlo era una factible opción, pero rogó clemencia a los cielos cuando el balón salió volando mucho más allá de los límites, el tipo aplicaba más fuerza de la necesaria solo porque le gustaba molestar. Lo sabía al igual que el equipo, Fitzgerald también, pero nadie hacía nada porque era el hijo de uno de los empresarios benefactores de los Eagles.

Fue por el objeto y respiró profundo para no perder los estribos. Sabía que todo el asunto de las bromas pesadas se debía a su estatura y complexión delgada —más ñanga que otra cosa—, Manny lucía como un pequeño palo de escoba en comparación con las montañas de madera que eran otros. Eso y que era respetado por ser el mejor amigo del alero, puesto que Ash se había ganado al ser rápido y preciso, el tipo había nacido para el baloncesto.

Sí, todo era jodido, pero al menos mantenía a su papá contento.

Se mordió la lengua cuando el cretino de pacotilla volvió a hacer lo mismo, esta vez riendo por su hazaña. Manny no fue por la pelota porque había tenido suficiente, en cambio, se le lanzó al muchacho y lo tomó por la camisa de tirantes blanca.

Escuchó exclamaciones, no le importó que los demás empezaran a acercarse.

—Para tus juegos, Donnovan —gruñó. Jerry soltó una carcajada en voz alta y se sacudió para soltarse, algo que consiguió a medias.

—¿Qué harás si no? ¿Va a venir tu papá a partirme la cara o va a darme una ofrenda? —El que iba a darle un golpe en cualquier parte como ofrenda sería él mismo, no necesitaba de nadie para desfigurarle el rostro. Que la gente sacara ese tipo de cosas lo enfermaba. No era ningún secreto que el señor Clark gustaba de avergonzarlo, su padre no se controlaba en ocasiones.

Recordó aquella ocasión en la que fue a reclamarle a la profesora de química cuando le había puesto un ocho en vez de un nueve. También el día que se plantó en la entrada de la institución para evangelizar a los seres que vivían en el pecado. Manny había rogado para que no lo hiciera, por supuesto que su progenitor le había jalado el lóbulo de la oreja para callarlo, y sus compañeros se burlaron de él mucho tiempo.

El castaño elevó el puño, listo para callar esa bocota que soltaba pura basura, pero alguien tomó su codo, impidiendo el ataque y echándolo hacia atrás. Otros más se unieron a la tarea de separar al espectáculo en el que se habían convertido.

Sabía muy bien de quién era esa mano que se cerraba en su antebrazo y apretaba con agresividad, como si estuviera conteniéndose.

—¿Qué está mal con ustedes, mariquitas? Si van a tener problemas, que sea fuera de las prácticas. No quiero discusiones de viejas aquí. —Quería vomitar, no sabía cuánto más iba a soportar, tampoco si iba a resistir cuando la burbuja explotara a su alrededor.

Se deshizo de los dedos que lo sostenían y salió disparado hacia ninguna parte en particular, con las ganas de esconderse debajo de una roca y nunca salir. Unas cuantas voces le pidieron que regresara porque el campeonato se acercaba y era obligatorio practicar, quiso reírse a carcajadas, como si fueran a echar de menos a uno de los suplentes.

Salió de Beacon High como alma prendida por las llamas del infierno, ni siquiera entendía por qué estaba tan molesto si ya estaba acostumbrado a las idioteces de Jerry Donnovan.

Muy en el fondo estaba la respuesta, su padre seguía presionando para que pidiera una beca deportiva en la universidad del estado, el jefe de la familia quería que el pequeño de los Clark estudiara economía —como él—.

La etapa en Beacon estaba a punto de culminar y debía pensar en su futuro, no tenía claro qué quería hacer con su vida, lo único despejado en su mente era que por ningún motivo estudiaría algo relacionado con lo que su padre deseaba.

Caminó hacia la salida, esquivando algunos saludos que no le apetecía corresponder y se montó en su anciana bicicleta ya sin preocuparse en seguir su horario. Necesitaba respirar y sabía perfectamente a dónde tenía que ir para lograrlo.

El manubrio giraba según sus órdenes, la llanta delantera hacia caso y juntos lo dirigían a un destino que ya conocía muy bien. El camino le supo demasiado familiar porque Ashton y él habían recorrido esas calles muchas veces.

Aseguró su vehículo junto a un árbol y descendió como una máquina por la colina. Había muchos pinos y arbustos, el aire estaba lleno de ese olor característico a tierra y hojas secas. No había nada más relajante que eso para él. Era su lugar.

No era un parque, tampoco un bosque, era solo una arboleda que estaba escondida del resto de la humanidad. Un sitio que usaban para esconderse del mundo cuando era necesario, revelar secretos si no podían ser guardados o simplemente para tomar una siesta en vez de ir al aula de matemáticas.

Ashton y él lo habían bautizado como «Sinfin».

Encontró un tronco y se dejó caer en el piso arenoso, apoyó la espalda en esa superficie arrugada y cerró los ojos. Degustó los sonidos de los pájaros y se relajó por primera vez en la semana. ¡Dios! ¡Cuánto había necesitado sentarse y hacer nada!

Los minutos comenzaron a pasar, Manny no se movió ni un poco, no quería que la recién adquirida paz fuera ultrajada y perdida. No fue hasta que escuchó los pasos de alguien que se puso alerta. Apretó la mandíbula cuando lo vio aproximarse.

Quería decirle que se fuera, que lo dejara porque no quería verlo; pero al mismo tiempo deseaba contarle todo, confesarle sus sentimientos. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? ¿Por qué el mundo no podía dejar de mirar los problemas de otros para arreglar los propios? ¿Por qué tenía que sentir esta agonizante atracción hacia la única cosa buena a su alrededor?

Ashton era como un hermano para él, no quería perderlo. No podía imaginar su rostro al enterarse que el chico con el que compartía sus más íntimos secretos era gay y estaba un poco colado por él. Iba a romperle el labio e iba a quemarlo sin piedad.

Un nudo se apropió de la base de su garganta mientras lo veía colocarse a su lado. De soslayo miró su perfil recto y sus pómulos afilados, mordió fuerte porque otra vez estaba teniendo la clase de fantasías imposibles y dolorosamente placenteras; pero al fin y al cabo eran eso, fantasías.

* * *

¡Hola! Y aquí estamos, empezando algo nuevo, espero que les haya gustado. También les agradezco que me estén acompañando en un nuevo viaje. 

Nos leemos pronto.

Un beso... o dos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro