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CAPÍTULO SESENTA Y TRES - MI JEFE

Martes, 21 de enero del 2025

La vida de casada era alucinante y no, únicamente, porque dormía todas las noches con mi marido. En realidad, era porque todo parecía ir muy bien. No ha habido grandes cambios en mi vida y los que habían tenido lugar, habían sido por decisión propia.

Después de que a mi marido se le quitara la paranoia de que me había hecho daño en nuestra noche de bodas, se ha tomado muy en serio eso de ponerme al día en todo lo relacionado con el sexo. Al principio me avergonzaba muchísimo, pero después de todo lo que hemos hecho, he perdido todo ápice de vergüenza. Aunque sigo sin poder hablar tan directamente del tema, de la manera que lo hace él.

Tuvimos que retrasar nuestra luna de miel y así dejar todo preparado para que se instalaran Kate y Markus y, unos días más tarde, Martha. No vimos a Markus, porque Kate no quería forzar las cosas, no obstante, hablamos todas las semanas con ella y con Martha y nos dice que está mucho mejor. Martha y Kate se llevan de maravilla y la hija de Martha nos llamó hace unos días para agradecernos todo lo que hemos hecho por ella.

Al vivir en la planta baja, sale mucho al huerto o se sienta en el jardín, lo que ha hecho que su salud mejore muchísimo y han despedido a una de las cuidadoras y ahora solo necesita la ayuda de una que va de lunes a viernes de ocho a dieciséis horas, porque su hija se queda con ella los fines de semana.

No sé cuál era la luna de miel que Matt tenía planeada en un principio, sin embargo, los seis días, que al final pudimos disfrutar, fueron increíbles. Imagino que, por falta de tiempo, Matt no quiso salir de Alemania y me llevo a la ciudad de Baden-Baden a disfrutar de las aguas termales tradicionales de la Friedrichsbad.

Aprovechando que estábamos allí, disfrutamos de las Termas de Caracalla y otras fuentes termales. También nos tomamos un día para visitar la ciudad, que es preciosa, sorprendiéndome el casino porque, más que un lugar de juego, era una obra de arte. Igualmente, visitamos un pueblo llamado Gengenbach, donde se rodó la película de Charlie y la fábrica de chocolate.

Llegamos el lunes por la noche a Baden-Baden y, cuando nos vinimos a dar cuenta, ya era domingo por la mañana y teníamos que volver a nuestra vida de estudiantes.

Al llegar a Berlín, nos estaba esperando Jackie, que era como llamaba al conductor de la limusina que nos llevó a casa después de la boda, a pesar de que le molesta, sin embargo, él siempre me llamaba señora Ellie y a mí tampoco me agradaba.

Matt había comprado una especie de limusina pequeña, con el separador entre el conductor y la parte trasera, que era muy práctica. Podía sentarme normal, o poner una pequeña mesa para escribir o quitarla y dormir un rato. Además, tenía conexión inalámbrica incorporada, por lo que podía hacer mis trabajos de clase mientras Jackie me llevaba a casa.

Por las mañanas me iba en tren y a las tres me iba a buscar Jackie, a no ser que tuviese algún trabajo que hacer con algún compañero y los martes, que terminaba a las dos, me volvía también en tren porque me cuadraba muy bien el horario.

Por supuesto que aún quedaba con mis compañeras de residencia para almorzar, no obstante, solía quedar a estudiar con unos compañeros, que también vivían en Berlín y que siempre veía en el tren de ida. Alguna vez habíamos traído en el coche a Stefan y a Ronny, dos chicos tres años mayores que yo, que compartían conmigo clases en la facultad y vivían cerca de nuestro piso. Asimismo, hemos quedado algún fin de semana y han conocido a Matt. Se les hacía extraño que estuviese casada, sin embargo, yo me había acostumbrado cada vez más.

Antes de la boda, solicité un puesto de trabajo en la empresa de Matt en Alemania, por supuesto, sin que nadie supiese sobre mi relación con Matt ni que Matt supiese en qué empresa trabajaría.

Dos días después de regresar de las vacaciones de Navidad, me dijeron que el puesto era mío y, aunque nunca había hecho antes un trabajo así, me gustaba. Mi función era ir a los apartamentos de las personas que tienen demoras con el pago del alquiler y ver la razón para esos atrasos.

Estaba segura de que se me daba muy bien, además, tenía un don para saber cuándo me estaban dando largas porque eran unos caraduras. Los lunes hacía el trabajo de campo, es decir, iba a visitar a los clientes con impagos, y los martes iba a la oficina por la tarde, dos o tres horas para mirar los expedientes, hablarlo con Matilda, mi coordinadora, y saber a quién iba a visitar el lunes siguiente.

Solo había trabajado dos lunes y ya el día anterior tuve un pequeño enfrentamiento con uno de esos listillos que habían estado molestando desde que alquiló el piso, cuatro meses antes, y al final llegamos a un buen entendimiento, después de que me amenazara e intentara darme un puñetazo.

Por eso hoy me han felicitado en la oficina y Matilda me llevó a conocer a su jefe, realmente es el de las dos. Ella me dijo que normalmente él ya no se involucra mucho en la empresa, que antes era un trabajador modelo y que en los últimos tres años ha dejado de interesarse por su trabajo. Matilda era una persona muy comunicativa y siempre te explicaba todo, lo que era importante para mi trabajo y lo que no, también.

La conversación con mi jefe, el señor Kranz, empezó bien. Era de padres alemanes, aunque no nació en Alemania. Si había elegido trabajar para la empresa de mi marido era para hacer lo mismo que a él le gustaba hacer, ver la empresa desde dentro y eso era lo que me disponía a hacer con el señor Kranz.

Mi jefe estaba muy impresionado con mi trabajo de ayer y yo aproveché para pedirle algunos consejos y lo invité a tomarse algo, como colegas, por supuesto. Él dijo que tenía que salir en una hora para su casa, pero aceptó en emplearla en charlar conmigo.

Como las oficinas de la empresa estaban cerca de nuestro piso, me acordé del restaurante donde me llevó Matt a desayunar el primer día que fui a Berlín, Einstein unter den Linden, y fuimos caminando mientras seguíamos charlando.

Era interesante la forma que tenía de trabajar el padre de Matt, siempre que había una plaza de trabajo en cualquier lugar del mundo la ofrecía primero en las oficinas centrales, por si algún trabajador tenía interés en un traslado. En este caso, el señor Kranz decidió venirse a Alemania porque su mujer era de Berlín y sus padres también vivían aquí.

—¿No se ha arrepentido nunca de venir a trabajar a Alemania? —le pregunté después de que sirvieran su café y mi chocolate con nata con dos porciones de tarta de queso.

—Sí, muchas veces. No me malinterpretes, daría mi vida por esta empresa. El señor Harb se portó muy bien conmigo, incluso me pagó los estudios y nunca lo abandonaría, aunque el que esté al mando ahora sea su hijo, un chaval muy joven y muy entregado a su trabajo —me dijo, sorprendiéndome de que conociera a Matt.

—¿Y por qué se arrepiente? —me interesé.

—Al principio tenía muchas más responsabilidades, incluso acompañaba a los chicos a hacer el trabajo que haces ahora cuando necesitaban refuerzos. Había mucho dinamismo en la empresa, hasta que se jubiló el jefe hace casi tres años y mi jefe directo pasó a ser el director ejecutivo de la empresa en Alemania. No llevaba mucho trabajando con nosotros, cuando empezó era el director de una empresa que nuestra compañía absorbió. Ayudó mucho en el proceso, a cambio del puesto de subdirector dos años antes de que pasara a director. Vaya, creo que te estoy aburriendo con todo esto —se disculpó mi jefe.

—No, al contrario, estoy estudiando administración de empresas en la universidad y todo esto, además de parecerme muy interesante, me viene muy bien para comprender mejor el funcionamiento interno de las grandes compañías —intenté motivarlo para que siguiese hablando.

—Así vestida, nunca pensaría que vas a la universidad, además de por lo que pasó ayer, tienes una buena derecha. Me recuerdas a mi mujer hace unos años —me dijo, divertido.

Yo sabía que tenía razón, por lo que no iba a enfadarme por algo que claramente era cierto, ser sincero debería de estar mejor valorado.

—Sí, me he dado cuenta de que destaco un poco en la facultad, pero los compañeros me aceptan como soy. Además, llevo años practicando boxeo, aunque en el gimnasio en el que empecé un poco antes de Navidades me están enseñando algunos golpes de algunas artes marciales. ¿Qué cambió cuando el director ejecutivo se jubiló? —pregunté, para que siguiera contando la historia.

—Pues que a mí me dieron el puesto de subdirector y mis responsabilidades cambiaron —me dijo sin que yo terminase de entender cuál era el problema.

—Y, ¿eso es malo? —le pregunté.

—Normalmente no, el problema es que el nuevo director no me permite hacer absolutamente nada, casi no me da información de lo que hacemos. Ni siquiera viene a la oficina, solo cuando sabe que nos visita el joven Harb o la abogada de la empresa. Yo había concertado una cita con Harb antes del accidente, pero diez días antes de la cita, falleció —me contó mi jefe dejándome con la boca abierta.

—¿Por qué no habla con su hijo?

—¿Con su hijo? Parece buen chico y seguro que es tan listo como su padre o más, aun así, no me conoce de nada, no me tiene la confianza que me tenía su padre. Si hablo con el chico, tendría que llevarle pruebas.

—Pues conseguiremos esas pruebas y hablaremos con él —le dije, muy segura de mí misma.

—Pero ¿por dónde empezamos?

—Cree que si le doy mi correo electrónico pueda pasarme una lista con las propiedades y negocios de la empresa en Alemania. Podríamos ver primero que es lo que está pasando con cada una de ellas.

—La empresa es superrentable, es casi imposible que esté robando dinero —me aseguró mi jefe.

—Quizás podría ser más rentable. Tendremos que revisar que todas las propiedades están dando la rentabilidad esperada —le expliqué.

—¿Me ayudarás? —me preguntó el señor Kranz.

—Claro y, por supuesto, no hablaremos con nadie sobre este asunto —le dije, ofreciéndole mi mano.

—Ellie, eres una chica llena de sorpresas —aceptó mi mano.

—No lo sabe usted bien —le dije, pensando en la sorpresa que se llevaría cuando supiese que el joven Harb era mi marido.

Estuvimos hablando un rato hasta que Matt me envió un mensaje para saber dónde estaba y yo me despedí de mi jefe. Él quiso pagar la cuenta, pero yo no lo permití, al fin y al cabo, había sido mi idea lo de tomarnos algo. Aun así, insistió, a lo que yo le conté, que no pagaba alquiler y había trabajado bastante los últimos dos años y que me lo podía permitir.

No sabía la razón, pero me gustaba mucho mi jefe, era esa clase de personas que podrían trabajar veinte horas seguidas sin quejarse y se le notaba que estaba cansado de no hacer nada, desmotivado. Lo que sí era extraño era lo que me había contado del director general. Además de revisar las propiedades y luego las cuentas, debería averiguar qué clase de persona era.

Cuando salí de la cafetería, le envié un mensaje a Matt para decirle que estaba llegando al piso y si quería que comprase algo, a lo que me contestó que no se había olvidado de que ayer fue mi último día con el periodo y que comprase dos zanahorias, una pequeña y otra grande. Al leer el mensaje me ruboricé, pero accedí a ir a comprárselas porque, si no, lo haría el mismo.

Me encantaba seguir el camino para volver a casa, en el que me encontraba con un Zara, luego una librería muy acogedora y después un supermercado. No había dados diez pasos cuando me sonó el teléfono. Aunque me había comprado una tarjeta alemana, aún seguía manteniendo mi número de toda la vida.

—Júnior, ¿ya estás planeando la escapada de este fin de semana? —le saludé, porque el viernes vendrían él y Christian a pasar tres días con nosotros.

—No, tu marido me ha pedido que te llamase y te sonsacase toda la información que pudiese sobre tu nuevo trabajo.

—Si me lo dices así, no te voy a decir nada —le contesté.

—No me lo ibas a decir de todas formas. Al menos puedes decirme cómo te va, que no tienes que quitarte la ropa para trabajar y que no lees las cartas.

—¿Eso por qué? —pregunté, ya que no le encontraba sentido alguno a lo que me había dicho.

—Porque no me gustaría que fueses stripper o te dedicases a leer el futuro —me hizo reír.

—Todo muy normal, claro.

—Aún no me has contestado.

—No, Júnior, no soy stripper —le contesté, sin saber la razón exacta, ya que era imposible que yo me hiciese stripper.

—¿Y lo de las cartas? —me dijo serio, aunque sabía que se estaba riendo de mí.

—Tampoco me dedico a adivinar el futuro o a echar las cartas. Es un trabajo normal, los lunes y los martes voy a la oficina y los lunes, a veces, tengo que salir a ver clientes —le contesté, llena de paciencia.

—Me has quitado la ilusión de que fueses espía o separadora de basura —me dijo, dejándome cada vez más asombrada.

—¿Separadora de basura? ¿Qué demonios es eso?

—La persona encargada de que la basura que se recicle esté ordenada correctamente y no se mezclen diferentes materiales —me explicó, como si ese trabajo existiese.

—Te lo acabas de inventar —le acusé.

—No, y estoy seguro de que se daría genial —me dijo el muy pesado.

—Pues cambiando el tema del trabajo, del que no te voy a contar nada. ¿Cómo te va en tu nuevo piso? —le pregunté, para que me dejase tranquila.

—Sabes que Martha te lo dejó a ti y no a mí —me recordó Júnior.

—Yo no estoy nunca y cuando regrese, viviré en la finca, al fin y al cabo, estoy casada —presumí un poco.

—¡Amiga! Nunca pensé que fueses a alardear de haberte casado —exclamó Júnior, riéndose.

—Nunca supuse que estar casada estuviese tan bien —bromeé, aunque fuese cierto.

—Espera, que me está llamando tu marido y hago una conferencia a tres —me dijo mientras dejaba que Matt entrara en la conversación telefónica.

—No, Matt, no voy a tener un trío de sexo telefónico —le dije, bromeando.

—¿Ellie? Bichito, si yo llamé a Eric —dijo Matt contrariado.

—No le ha dado tiempo de obtener información sobre mi nuevo trabajo y nos has interrumpido —le dije para cabrearlo, seguro que esta noche me lo haría pagar en la cama.

—¿Eric? —preguntó Matt, un poco molesto.

—No te enfades, Matt. Tu mujer es muy lista —se defendió Júnior.

—Seguro que te has chivado, como si no os conociera. Sois como el dúo dinámico —dijo de mal humor.

—¿Por qué tienes que espiarme y mandar a Júnior a que me sonsaque información? —le pregunté a mi marido.

—¿Por qué no me dices dónde trabajas? —me preguntó él.

—Porque comprarías la empresa solo para ser mi jefe y sentirte bien contigo mismo —le contesté yo para evitar sospechas.

—No, yo no haría eso —contestó Matt, morrudo como un niño pequeño.

—¿Estás seguro? —le preguntó Eric.

—No lo sé. ¿Cuándo llegas al piso? —cambió de tema.

—Estoy por fuera del supermercado, compro lo que me has pedido y voy directamente —le informé.

—Pues les dejo hablar tranquilos —se despidió Matt, antes de colgar.

Mientras compraba, hablé con Júnior. Hasta que me tocó pagar la compra y le colgué porque me entró una llamada de Marco que, esta vez sin avisarme de que Matt se lo había pedido, me preguntó cómo me iba y que tal era mi trabajo. ¿A cuántas personas había llamado Matt para que me sonsacaran información?

Antes de entrar al piso, me despedí de Marco, que estaba celoso porque Júnior nos visitaría el fin de semana y él aún no había venido, por lo que quedamos que hablaría con los chicos e intentarían venir unos días la última semana de marzo, que era Semana Santa y no tendrían clase.

Yo había almorzado en la facultad y Matt también en la suya, además, acababa de comerme una tarta de queso y un chocolate caliente, pero esto último no se lo dije a mi marido. Preparé una cena ligera mientras él tecleaba en el portátil sentado en la mesa de la cocina y añadí un poco de queso para que Matt pudiese comer algo más si se quedaba con hambre.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, mientras ponía la comida sobre la mesa.

—No te lo voy a decir, al igual que tú no me quieres contar nada de tu trabajo —se amuló, como un niño de cinco años.

—No eres justo y lo sabes. Déjame tres meses trabajar tranquila y, si todo sale bien, te lo contaré e incluso te llevaré a la oficina para que conozcas a mi jefe.

—No quiero que tengas otro jefe que no sea yo —me dijo celoso.

—¿Te das cuenta de que tengo razón en no decirte dónde trabajo? —le pregunté, mientras me ponía detrás de él y le hacía un masaje en la cabeza, sabía que eso le encantaba.

—Sí, tienes razón, pero me da igual. Sigo sin querer que trabajes para otro.

—¿Por qué? Nunca has sido un chico celoso, me lo has demostrado muchas veces. ¿Por qué tienes miedo de que trabaje para alguien que no seas tú?

—No soy celoso porque sé que no eres ese tipo de chicas que se enrolla con un chico una noche y, si alguien lo intenta, sabrás ponerlo en su sitio. No obstante, que otra persona pueda mandar sobre ti, no me gusta.

—Matt, la mayoría de las personas trabajan para alguien y eso no quiere decir que sean sus esclavas —le dije, dejando de hacerle el masaje en la cabeza para sentarme en la mesa con él.

—No, no pares —me dijo mientras él mismo me ponía las manos en su pelo.

—Está bien, pero solo dos minutos, tenemos que cenar.

—Ves, si fuese tu jefe, tendrías que seguir hasta que yo te lo ordenase —me dijo el muy testarudo.

—No, Matt. Si fueses mi jefe y me dijeses que quieres un masaje en la cabeza, creo que ya no tendrías cabeza donde hacerte el masaje.

—Supongo que ahí has dado en el clavo —me contestó divertido porque, por alguna razón, le había hecho gracia lo que le había dicho.

—Estás mal de la cabeza.

—Por lo menos, aún tengo una. ¿Y qué tal en tu trabajo? —me preguntó con los ojos cerrados disfrutando de lo que le estaba haciendo.

—No conozco mucho a mis compañeros, aunque mi jefa es muy agradable y eficiente. El jefe de mi jefa también me cayó muy bien. Hoy me han felicitado por mi trabajo de ayer y cuando acabamos en la oficina el jefe de mi jefa y yo nos fuimos a tomar una tarta con chocolate caliente.

—¿Saliste a tomarte algo con el jefe de tu jefa? —dijo Matt, divertido.

—Sí, pero solo hablamos de trabajo —le dejé claro desde un principio.

—Lo sé, porque te conozco, pero estoy segura de que tu jefa estará ahora pensando que eres una trepa —dijo Matt, que empezaba a reírse de toda la situación.

—No creo, parece bastante sensata —le contesté.

—Iba a utilizar las zanahorias para torturarte hasta que me dijeses dónde trabajas, sin embargo, esperaré los tres meses que me pediste —me dijo mientras se levantaba de la silla y me sujetaba por la cintura.

—¡Cómo se te ocurra emplear el sexo para sacarme información o castigarme de alguna manera, te lo haré pagar muy caro, Matthew! No debes aprovecharte de esa forma de mi confianza —le advertí.

—Vale, no lo haré, aunque ya que has cenado sin mí, me llevaré la cena al salón. Quítate la ropa que hoy empezaremos con el nuevo entrenamiento —me dijo sin yo saber de lo que estaba hablando.

—¿Nuevo entrenamiento?

—Sí, tengo ganas de follarme tu culo, bichito, y primero quiero prepararlo un poco. Iré a buscar un par de cosas al dormitorio. Tengo la calefacción en el salón encendida, por lo que mejor es que empecemos allí.

Sí, mi marido sabía jugar mucho con la expectación en el sexo y, además, cumplía siempre lo que decía. Él nunca preguntaba, dando por sentado que yo también lo quería hacer. En el fondo tenía razón, tenía tantas ganas como él.

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