CAPÍTULO OCHO - SIEMPRE ME HABÍA GUSTADO EL VERANO
Miércoles, 5 de julio del 2023
Hacía cinco minutos que acababa de salir de trabajar de la empresa de mi madre. Me había traído el almuerzo para ir directamente a la piscina, donde había quedado con el grupo de los cinco rubios.
Siempre me había gustado el verano, los días ociosos y el poder levantarme cuando me diese la gana. El problema era el calor. Soy una persona con tensión baja, me viene de familia y, por lo tanto, no me sientan bien las olas de calor.
¿Y qué estaba haciendo yo en la piscina, a las tres de la tarde y sin una sombrilla disponible?
Todos sabemos que siempre tienes algo entre manos.
Pues, querida conciencia, tenías razón: nos teníamos algo entre manos. Queríamos llenar la piscina con un líquido que pareciese sangre. Lo habíamos planificado los últimos días y Yjo nos había dado su visto bueno.
Yo no había participado mucho en la planificación, solo en la idea, porque llevaba una semana y media trabajando en la empresa de mi madre, donde la veía todos los días y me desayunaba con ella casi a diario. Además, tenía que atender el buzón de la comunidad de lunes a viernes. A veces estaba tan ocupada que incluso, hace dos días, tuvo que ir Marco cuando fue la empresa de la fibra óptica a colocársela a un propietario del edificio, porque yo tenía turno en el restaurante.
Por lo general, todo iba muy bien. Cuando no trabajaba en la empresa de mi madre, lo hacía en el restaurante o cocinaba y cada tres o cuatro días lavaba la ropa. Todos los días recogía la casa, hacía la gran limpieza los domingos por la tarde y solía visitar a Martha cada dos días, llevándole siempre algo que había horneado el día anterior o incluso el mismo día. Eso sí, los fines de semana no molestaba a Martha porque sabía que tenía visita.
Lo bueno de trabajar por las mañanas en la empresa de mi madre es que me daba tiempo de atender el buzón del edificio y hacer las llamadas correspondientes, además de que también le enviaba desde la empresa el correo electrónico a mi jefe, el padre de Eric.
Eric se había pasado por el piso la noche de San Juan, aunque como yo estaba trabajando, no me encontró, pero me dejó en el buzón una nota preciosa, imitando a las novelas inglesas del siglo XIX. El sábado pasado también pasó por el piso, sin embargo, otra vez estaba trabajando. Esta vez dejó una nota y un libro de poemas. Esperaba que se diese cuenta de que los sábados por la tarde no solía estar. A lo mejor se pensaba que estaba de fiesta con mis amigos.
Había llegado a un acuerdo con Mark, que me prometió que si hacía los fines de semana, sobre todo julio y las primeras semanas de agosto, que es cuando estaban casi todos de vacaciones, luego podría elegir los días que yo quisiese trabajar. Al final estaba haciendo mucho más de veinte horas semanales, pero me daba un poco igual.
El viernes pasado, mi familia vino a cenar media hora antes de que se acabara mi turno, ese día terminaba a las once de la noche. En cuanto vi a mi padre, no puede evitar ir a darle un abrazo. A mi madre la veía todos los días, a excepción de los fines de semana, pero a mi padre hacía más de una semana que no lo había visto. Mi hermano sí había venido a verme en la bicicleta varias veces, o pasaba un rato conmigo cuando estaba en la empresa de mamá.
Esa noche, cuando acabó mi turno, me quité el uniforme y cené en la mesa con mis padres y mi hermano, incluso Mark se sentó con nosotros. Cuando acabamos la cena me alcanzaron hasta mi casa, se tarda solo un minuto en coche, y mi hermano se quedó a dormir conmigo. Es una pena que al día siguiente fuese sábado y no pudiese presentarle a Martha. Seguro que a la abuela malhumorada le encantaría tener más visitas.
A quien había visto mucho era a Claudia: siempre se venía por el piso cuando se aburría, que solía ser todos los días. Se pasaba el rato hablando de todo y nada conmigo. Me había dado cuenta de que evitaba nombrar a Yjo directamente, pero que cuando yo lo había hecho, se le había iluminado la mirada. Esta chica estaba enamorada de ese idiota. ¿Cómo se podía tener tan mal gusto para enamorarse de alguno de nosotros? Por lo que se veía, era una santa.
***
La broma de la sangre en la piscina estuvo genial. Unas chicas uno o dos años mayores que nosotros, que estaban presumiendo de cuerpazo, se quedaron aterrorizadas. Al principio pensaron que le había venido el periodo a alguna de ellas. Sus caras eran un poema. Yo, que todavía estaba comiéndome el almuerzo, casi no lo escupo de las risas.
—Rubia, ¿qué vas a hacer este fin de semana? —me preguntó Marco, cuando llegamos a mi piso.
Sí, al final acabamos todos en mi casa. Fuimos a comprar comida y estábamos preparando, mejor dicho, estaba preparando, la merienda-cena de mis amigos, los pesados. Después de la broma de la sangre, cerraron la piscina. Por supuesto que nadie supo quién había sido ni lo que había pasado, pero después de un rato y que nosotros echáramos un producto para neutralizarlo, la sangre desapareció, aunque en realidad era tan solo una reacción química del agua con la fenolftaleína.
Aun así, no dejaron que nos metiéramos más en la piscina y al día siguiente permanecería cerrada. Así que todos, sin incluirme a mí, decidieron que iban a aprovecharse de que hoy no tenía turno de tarde en el restaurante para ir a la cueva a pasar la tarde.
Para qué te quejas, si hasta tú la llamas la cueva.
La cueva no estaba tan mal, podría ser la guarida de un superhéroe, como Batman.
Pues, a lo que íbamos, estábamos todos, un miércoles por la tarde, y yo sin poder salir de la cocina porque mis amigos eran unos glotones sin fondo.
—¿Me vas a contestar? —volvió a preguntar Marco al darse cuenta de que yo lo había ignorado.
—Voy a trabajar. ¿No lo sabes? —le dije suspirando para darle a entender que era un pesado.
—¿Otra vez? Siempre te toca los fines de semana.
—Es solo por cuatro o cinco semanas más, creo. Tenemos a muchos compañeros de vacaciones, sobre todo los que tienen hijos, que quieren disfrutarlos más en verano.
—¡Pues menuda mierda! Hemos encontrado una discoteca nueva con karaoke a la que tenemos que ir. No podemos hacer esto sin ti. Somos los cinco rubios —se quejó Tom que, además, estaba muy sensible porque Yjo se iría en unos días a visitar a su familia paterna y no lo veríamos durante tres semanas.
—Hasta mediados de agosto es imposible, a no ser que salgamos a las doce. Pero, ¿vosotros creéis que después de trabajar en la empresa de mi madre, un par de horas en el edificio y luego todos los turnos que estoy haciendo en el restaurante, me quedan fuerzas para salir un sábado por la noche?
—¿Sí? —preguntó Sam, esperanzado.
—Vale, aunque tendrá que ser el viernes, porque los domingos trabajo temprano.
—Pues lo que nuestra abeja reina diga. Este viernes saldremos a romper el micro —dijo Marco, posiblemente, el más contento que estaba con todo esto.
—Este viernes no, que cierro y posiblemente no acabe a las doce, sino a la una o las dos. Le envío ahora un mensaje a mi jefe y saldremos el viernes que viene. A lo mejor me deja salir a las diez y media.
Yjo no dijo nada, pero se le notaba que se había desilusionado un poco, ya que el próximo viernes él no iba a estar.
Mientras mis amigos seguían hablando, yo cogí el móvil para pedirle a mi jefe que me cambiara el turno del viernes que viene. Saldría directamente de la empresa de mi madre hacia el restaurante, pero me daba igual.
¿No ibas a hacer solo dos semanas de sustitución en la empresa de mamá?
Sí, ya lo sabía. Era muy fácil de convencer. Alice terminó persuadiéndome para que me quedara hasta mediados de agosto. Por lo que contó, quien iba a seguir haciendo las sustituciones no tenía con quién dejar a su hijo de un año. No sabía por qué, pero me daba la sensación de que mi madre estaba detrás de todo esto.
Yo: Jefe, mis amigos se quejan de que no salgo con ellos los fines de semana como cualquier adolescente. ¿Podría cambiar el turno y salir el viernes de la semana que viene a las diez y media? Te lo he avisado con más de una semana de antelación.
Mark Jefe: Claro, Ellie. Me ha fallado un camarero esta noche. ¿Podrías venir, aunque sea hasta las diez? Sabes que no te lo pediría si no hubiese intentado antes llamar a todos los demás.
Yo: No hay problema. Tardo diez minutos, tengo que echar a todos estos burros de mi piso.
Mark Jefe: Tranquila, tu turno no empieza hasta dentro de una hora.
Yo: Vale, estaré allí en una hora.
Mark Jefe: Mil gracias, Ellie.
Yo: Para eso estamos, Jefe.
Mientras buscaba la manera de echar a mis amigos del piso, estaba poniendo al horno una pizza libanesa con zaa tar. Mi madre siempre se la hacía a Marco y estaba empeñado en que se la hiciera yo.
—Bueno, chicos, el viernes que viene salimos —les dije captando la atención de los cuatro.
—¿Pero? —preguntó Sam.
—¿Cómo que pero? —le dije sin entender nada.
—Lo has dicho como si tuviésemos que hacer algo a cambio —le apoyó Yjo.
—Ningún pero, solo que tengo que empezar a trabajar en una hora, por lo que en media hora os quiero ver salir echando leches de aquí —le dije seria, para que me hiciesen caso.
—¿Y no podemos quedarnos sin ti? —protestó Tom.
—No. De verdad, chicos, este piso es importante para mí, así que merendaremos rápido y nos iremos todos juntos.
—Vale, mandona. Pero me llevaré mi pizza de zaa tar para mi casa. Es mía —se quejó Marco.
—Claro, pesado. Estará en veinte minutos. Mientras tanto, siéntense en la barra que la merienda ya está lista.
Comimos tranquilamente, me cambié de ropa, eché a los pesados de mis amigos y, cinco minutos antes de que empezara mi turno, estaba en el restaurante. La buena noticia era que mi turno era solo hasta las diez de la noche, por lo que no me tocaba cerrar. Además, era miércoles, así que estaba todo mucho más tranquilo que los fines de semana.
***
Sobre las nueve de la noche aparecieron a cenar mis padres y mi hermano. Los llevé a una mesa de mi zona y me quejé un poco de lo frecuente que estaban saliendo a cenar últimamente. Ellos me sonrieron y ni siquiera se molestaron en buscar una excusa. Seguro que Mark se había chivado de qué hoy estaría trabajando y que la cosa estaba más tranquila de lo habitual.
Quince minutos después de que mis padres llegaran al restaurante, una voz familiar me llamó.
—Ellie, ¿qué haces aquí? —me preguntó Eric, mirándome de arriba abajo, sin creerse que estuviese trabajando.
—Buenas noches, Eric. Yo trabajo aquí. Lo pone mi currículum —le recordé, mientras me daba cuenta de que le acompañaba un hombre de la edad de mis padres.
—Perdona, pensé que lo habías puesto para rellenarlo y aparentar ser una chica con experiencia —me dijo un poco confundido.
—No, yo no mentiría sobre un papel, sobre todo porque podrías llamar a Mark, el propietario, y preguntarle. Esta ciudad es muy pequeña. Si vas a mentir, mejor asegurarse de que no te pillen.
Los dos, tanto Eric como su acompañante, se echaron a reír por mi comentario y Mark, que me miraba confundido, se acercó hacia nosotros. No teníamos mucho trabajo, pero Eric no era cliente habitual y yo había entablado una pequeña conversación con ellos.
—¿Hay algún problema, Ellie? —me preguntó Mark.
—No, Mark. Él es Eric, el hijo de mi jefe, del edificio donde vivo. Te lo conté el otro día.
—Claro, ahora me acuerdo.
—Eric, él es Mark, mi jefe y propietario del restaurante.
—Perdona, he sido un maleducado, en mi familia lo de las presentaciones lo llevamos muy mal. Él es mi padre, también se llama Eric.
—Encantada de conocerle personalmente. Ahora, si me permiten, les llevaré a su mesa —me ofrecí lo más agradable que pude mientras Mark me picaba el ojo.
—Yo tengo que ir a la cocina. Encantado igualmente y bienvenidos a mi hogar —se despidió Mark.
—Encantado —le contestaron al unísono padre e hijo.
—¿Tienen una reserva? No es necesario, solo para avisar al compañero de que han llegado.
—La verdad es que hemos venido sin planificarlo. Estábamos en el coche, teníamos hambre y paramos.
—Pues, entonces, los sentaré en mi zona, así podré atenderles personalmente.
—Eres muy amable, Ellie. ¿Cuándo termina tu turno? —me preguntó Eric sénior.
—En menos de quince minutos. Aunque siempre me quedo un rato más, aprovecho y ceno. No me gusta comer sola —le contesté mientras me preparaba para coger la comanda.
—¿Te sentarás luego con nosotros? Tengo mucha curiosidad por conocerte, jovencita. Eric me ha hablado muy bien de ti.
—La cena la tengo reservada porque ha venido a cenar mi familia esta noche y no los veo mucho, pero sí me puedo sentar un rato a charlar.
—No se hable más, te esperamos cuando termines —dijo el padre de Eric con una sonrisa.
En cuanto les cogí la comanda, les preparé la mesa y atendí a tres mesas más, mi turno había acabado. Mark, como siempre, me lo recordó. No llevaba reloj encima y solía despistarme con la hora.
Llevé los entrantes a Eric y a su padre, ya les había llevado las bebidas un compañero y me fui al cuarto de personal a cambiarme.
Nada más sentarme a la mesa de mi jefe y su hijo, el padre de Eric me miró con curiosidad.
—La verdad es que estoy gratamente sorprendido, Ellie. En los veinte años que llevamos la comunidad del edificio Chicago, es la primera vez que la propietaria del cuarto A no se ha quejado de nada. Normalmente, nos llama todas las semanas, a pesar de que le hemos dicho mil veces que utilice el sistema del buzón.
—¿Quién? ¿Martha? No puede utilizar el buzón porque no puede salir sola del apartamento. A mí me ha enviado algún mensaje por medio de alguna vecina.
—¿Conoces a Martha? —me preguntó Eric padre curioso.
—Sí, es una abuela muy simpática —le dije, acordándome de la mala leche y el sentido del humor de la anciana.
—¿Simpática? ¿Estás segura de que hablamos de la misma persona? —me preguntó incrédulo.
—Tiene mucho carácter y es muy sarcástica. A mí me parece una persona encantadora. Personalmente, la encuentro mucho más interesante que esas abuelas que te dan besos todo el rato y no paran de achucharte.
Dicho esto, Eric se quedó mirándome, incrédulo, mientras su padre comenzó a reírse sin parar. Yo no sabía que le había hecho tanta gracia, pero si se reía así, no podría haber dicho nada malo, ¿no?
Contigo nunca se sabe. Puedes meter la pata en el momento menos apropiado.
Eric Sénior terminó de reírse mientras Júnior me miraba un poco nervioso. Así que intenté entablar una conversación.
—Me encanta vivir en la comunidad. Todos los vecinos son muy respetuosos. Siempre pensé que vivir en un edificio podía ser ruidoso, pero la verdad es que es muy tranquilo.
—¿Nunca habías vivido en un edificio antes? —comenzó el turno de preguntas de Júnior.
—No, siempre he vivido alejada de vecinos, en una finca. Es agradable salir de casa y poder ir caminando a comprar o a ver a tus amigos sin necesidad de usar la bicicleta —le contesté.
—¿Desde cuándo trabajas aquí? —siguió preguntando Júnior.
—Desde que cumplí los dieciséis, en diciembre hará un año.
—¿Y tienes otros trabajos? —me preguntó Júnior un poco preocupado.
—Sí, pero solo en verano. Ahora estoy a jornada completa en una oficina. Donde aprovecho todas las mañanas y hago también las llamadas y envió los correos electrónicos de la comunidad.
—Ya nos hemos dado cuenta de que eres muy organizada y que llevas todo al día —me elogió Sénior.
—Sí, como dice mi madre, el orden es la mitad de la vida. La verdad es que en alemán suena mejor —pensé en voz alta.
—¿Tu madre es alemana? —preguntó Sénior.
—No, mi padre, aunque no es solo alemán, es una mezcla un poco rara. Pero mi madre estudió en Alemania, por lo que en casa se suele hablar frecuentemente en este idioma cuando estamos solos con mi padre.
—¿Y por qué trabajas tanto? ¿Por qué no vives con ellos? —me preguntó Júnior mientras el padre le echaba una mirada de desaprobación.
—No trabajo tanto, solo ahora. Iba a trabajar solo dos semanas en la oficina, pero como no vivo en casa y a mi madre la veo en el trabajo, la jefa de personal me convenció para que lo hiciera hasta finales de agosto. Y lo de no vivir con mis padres es algo que quise probar. Tengo una madre muy comprensiva que me apoya en todo lo que hago, así que me dejó que me fuese de casa por un tiempo e intentara sobrevivir sin ayuda de nadie. Por ahora ha salido muy bien.
—¡Vaya! ¡No me esperaba esta respuesta! —exclamó Júnior, sin dejar de mirarme como si me estuviese estudiando.
—Y ahora, si me permiten, voy a cenar con mi familia, seguro que se están preguntando dónde estoy.
—Claro, hija —me dijo Sénior y los dos se levantaron cuando yo lo hice.
¡Qué educados! Parece que salieron de una novela de Jane Austen.
Sí, muy educados. La verdad es que la similitud entre Sénior y Júnior es increíble. Y Sénior, para la edad que tiene, sigue pareciendo muy jovial. Eso de las presentaciones no se les da muy bien, pero saben cómo hacerte sentir especial.
En cuanto llegué a la mesa de mis padres, ya tenía mi plato esperándome y Mark sentado al lado que me miraba con una sonrisita, pero no le dije nada.
Estuvimos comiendo y disfrutando de la cena hasta que se presentaron los dos Eric, Sénior y Júnior, en nuestra mesa. Yo no sabía cómo reaccionar, pero Sénior se dirigió a mis padres y se saludaron.
Vale, parece ser que alguien está un poco despistada esta noche.
Sí, cuando los vi hablando, me acordé de que mi madre me dijo que conocía a mi jefe, así que es normal que se saluden. Después de los saludos, estaba claro que no tenían nada mejor que hacer que hablar de mí.
—Tienes una hija muy interesante, Emma —le dijo Sénior a mi madre.
—Gracias, Eric, espero que se esté comportando bien —le contestó mi madre con una sonrisa.
Se notaba que a mi madre le caía bien Sénior, era la sonrisa que les dedicaba a las personas que realmente apreciaba.
—¿Por qué no os sentáis con nosotros? Les diré a los chicos que os sirvan el postre en esta mesa —les comentó Mark mientras le hacía señas a un camarero.
Sí, al final acabaron mis dos jefes en la misma mesa que yo.
Rectifica, tus tres jefes.
Sí, mis tres jefes. Júnior no habló mucho, únicamente se dedicó a contestar de manera educada a lo que los mayores le preguntaban, mientras mi hermano, Mark y yo nos pusimos a hacer el idiota hasta que nos despedimos y nos fuimos a casa.
Sí, lo de hacer el idiota se te da muy bien.
Por supuesto que lo de hacer el idiota se me daba de maravilla, muchos daños de práctica. Mi hermano se quedó conmigo a dormir. Había traído consigo una mochila con una muda, el pijama y su cepillo de dientes. Cuando llegamos al piso me dijo que el pijama y el cepillo de dientes lo dejaría ahí para poderse quedar cuando quisiese. No podía vivir sin mí.
Por la mañana lo llevaría conmigo a la empresa de mamá y luego ya veríamos cómo iban sucediendo los acontecimientos.
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