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CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO - LOS CINCO RUBIOS

Viernes, 13 de septiembre del 2024

Las últimas seis semanas habían sido increíbles. El primer fin de semana que pasé con Matt en su piso no volví a casa el domingo, sino que volvimos los dos tres días más tarde.

Matt fue a trabajar el lunes y el martes y yo fui a la empresa para acompañarle, aunque me quedé con Theresa, la recepcionista, incluso hice buenas migas con los dos gorilas de la entrada que resultaron ser serios, pero buena gente.

Theresa y yo llegamos a un nivel de intimidad impensable. Yo le contaba trucos que había aprendido mientras trabajaba en la empresa de mi madre en la recepción y ella, a cambio, me contaba historias de cuando Matt era pequeño y todo un granuja. También le ayudé bastante con el trabajo y los cambios que tenía que hacer en la recepción en agosto los acabamos las dos antes de que acabara el segundo día.

Intenté no subir nunca a las oficinas para no molestar a Matt en su trabajo, sabía que solo le quedaban unos días y que necesitaba que le dejara trabajar en paz.

De vez en cuando llamaba a recepción pidiendo alguna tontería para que subiese y yo iba, lo entretenía un poco y me volvía a recepción.

Cuando Matt me llevó a casa el miércoles por la tarde, mi padre creyó oportuno darle a Matt "la charla". No había tenido tiempo de hablar con mi madre sobre lo sucedido en los últimos días y me pilló bastante desprevenida.

Cuando mi padre empezó a hablar de utilizar protección, Matt no se lo tomó a mal y le contestó que cuando su padre le daba esa charla casi todas las semanas, su madre siempre decía que la abstinencia era la mejor protección y que esta vez pensaba seguir el consejo de su madre. También le recordó que yo era menor de edad y para cuando terminaron de hablar yo solo quería que me tragara la tierra, aunque mi padre parecía bastante contento.

Desde que volví a casa esa semana, me había quedado muy poco a dormir. Marco, Matt, Eric y yo nos habíamos quedado casi todos los días en mi piso. Como Marco y Eric trabajaban y se levantaban temprano, en cuanto se iban, Matt se colaba en mi cama. No obstante, Marco regresó un día al par de minutos, porque se había olvidado de que ese día empezaba más tarde, y pilló a Matt en mi cuarto. Solo dormíamos, aun así, fue un poco vergonzoso. Desde ese día Matt se negó a dormir en el sofá con Marco.

Yo seguí entrenando en el gimnasio, aunque sabía que me iba a ir a final del verano. Mis padres no cambiaron de opinión y no me permitieron participar en la competición. A pesar de eso, entrenaba con los demás como si fuese a competir e hicimos una pequeña liguilla entre nosotros para practicar los combates.

Matt solo vino una tarde a verme al gimnasio, en la que casi ni me rozaron. Como decía mi entrenador, mi fuerte no era pegar, sino esquivar golpes y lo seguía demostrando. Cansaba a mi adversario y luego lo golpeaba cuando ya casi no podía protegerse.

Esa noche nos quedamos solos los dos en el piso y puedo asegurar que casi no dormí en toda la noche. Había echado de menos la forma en que me hacía sentir Matt en la intimidad y estaba segura de que él también.

Al final llegó el día en que Matt se tuvo que ir a prepararse antes de empezar en la universidad. A él se le notaba triste y ansioso, por lo menos, cuando se despidió el pasado martes de todos nosotros.

Tuvo que ir a la oficina y a su piso unos días antes para terminar de organizarlo todo. Me contó que no iba a llevarse casi nada de ropa, que prefería comprarla allí y así no tener que estar haciendo la maleta cada vez que vendría de visita. Casi no pude contenerme, quise decirle que me iba a vivir más cerca de lo que él se imaginaba, pero luego pensé en la sorpresa que se llevaría y no le dije nada.

Los cinco rubios llegamos hacía unos minutos al piso. Los gemelos no podían gesticular ni una palabra cuando vieron dónde iban a vivir los próximos cuatro años y el pobre de Yjo estaba aún más impresionado y se le humedecieron los ojos. Creo que faltó poco para que se pusiese a llorar.

Nos trajeron mi padre, la madre de Yjo y el padre de Marco, porque solo con las maletas de Marco se llenó un maletero. La madre de Yjo nos ayudó a subir las cosas al piso y luego se volvió mientras que los demás padres se fueron a la oficina que estaba bastante cerca.

Yjo se negó a dejar entrar al gato teñido de verde fluorescente y los ratones naranjas que traíamos en dos jaulas para luego soltarlos en el aeropuerto. Nos dijo que esto sería el comienzo de una nueva etapa en su vida y que no quería ver nada sucio o desordenado en esa maravilla de piso.

Como regalo de bienvenida, Matt les había dejado en el salón dos consolas y varios juegos, además de un portátil para los gemelos y para Yjo y algunas prendas de vestir en el armario de Marco. Mis amigos estaban alucinando.

Como Matt ya estaba en la empresa cuando llegamos al piso, quedamos en ordenar un poco lo que habían traído los chicos e ir a verlo. Además, todos tenían que estar en la oficina en una hora y media.

—¿Por qué ayudas a los gemelos más que a nosotros? —se quejó Marco, asomando su cabeza por la puerta del cuarto de Tom y Sam.

—Porque necesitan más mi ayuda. No seas pesado que voy en cinco minutos a ayudarles —le contesté enseñándole un dedo para que se fuese.

—Rubia, vas a tener que hacerle una buena mamada a tu novio antes de que se vaya en agradecimiento a todo lo que ha hecho por nosotros. No me esperaba todo esto —dijo el asqueroso de Tom.

—¡No seas guarro, Tom! O le diré a Marco que te ayude a colocar él tus cosas —le contesté, enfadada.

—¿De verdad que no quieres venir a vivir con nosotros? Prometemos hacer la comida y limpiar también nosotros —me ofreció Sam por enésima vez, mientras me pasaba sus camisetas que yo iba colocando en su armario.

—Voy a estudiar bastante lejos, ya les diré, porque por ahora es una sorpresa. Además, una señora vendrá a limpiar y cocinar tres veces por semana —le contesté, haciendo que los gemelos me miraran como si tuviese dos cabezas.

—Vaya, ahora sé que le has visto a Matt, piensa en todo y es muy detallista —dijo Sam.

—Entre otras cosas —bromeé con ellos, que se pusieron a gritar como si fuesen gorilas.

***

Una hora y media después llegábamos a las oficinas de la compañía de mi novio. Los chicos habían quedado con Natalie, la directora de formación, y en cuanto Theresa me vio, me dijo que subiese al despacho de Matt que me estaba esperando.

Cuando llegué a su despacho, lo tenía cerrado a cal y canto, por lo que toqué la puerta pensando que iba a estar vacío. No solo estaba esperándome, sino que cerró la puerta con llave y me dijo que le quitara los pantalones, que quería sentir mi boca.

Yo me quedé paralizada, nunca había hecho algo así, tan expuesta a que alguien nos pillara.

—No es una pregunta, Ellie, es una orden —me dijo con voz ronca, posiblemente, sabiendo cómo influía en mí que me diera órdenes en la intimidad.

Así que hice lo que me pidió sin rechistar. Llevábamos una semana sin poder hacer nada, solo algunos besos cuando los chicos no miraban, por lo que no podía negar que yo también tenía ganas. Por supuesto, en cuanto se corrió en mi boca, él me recompensó.

—Matt, no he venido a verte aquí para que me utilices así —intenté hacerme la ofendida mientras él me abrazaba y yo me recuperaba del orgasmo que acaba de tener.

—Bichito, tú tenías tantas ganas como yo —dio por concluida la discusión.

—¿Cómo puedes hablar por mí?

—Porque lo noto en tus ojos y en cómo respiras cuando me acerco a ti o te toco —dijo, mientras me abrazaba más fuerte, sin que yo pudiese negar que estuviese completamente en lo cierto.

—Te voy a echar de menos estas semanas. Me he acostumbrado a tenerte todos los días cerca —le dije, pensando que no lo vería hasta dentro de dos semanas.

—Yo también, pequeña Ellie. No pensemos en cosas tristes. Tu padre y Rob me han visitado esta mañana después de dejaros en el piso. Parece ser que Markus ha sido de gran ayuda. Tu padre está intentando que vuelva y puede que en unos meses lo haga. Eso sí que sería una buena noticia —cambió de tema.

—¿Echas de menos a Markus? —le pregunté, aunque la respuesta era bastante obvia.

—Claro, antes del accidente lo veía todos los días. No solo éramos vecinos, prácticamente vivíamos juntos. Ellos también alquilaron su casa y se fueron a vivir a tu ciudad, aunque no sé exactamente dónde.

—Hace unas semanas me llamó su mujer —le dije sin saber el porqué no se lo había contado antes.

—¿Kate?

—La única condición que puso Markus para ayudar a mi padre fue que cuando me llamase Kate hablara con ella y eso hice. Solo me preguntó por cómo estaba mi familia y luego si sabía cómo estabas tú y si te había visto últimamente a lo que le conté lo que pude.

—¿Le dijiste que eres mi novia? —me preguntó Matt, mientras empezaba a besarme el cuello, cosa que me volvía loca.

—No, creo que tu vida privada te corresponde contarla a ti —le contesté como pude.

—También es tu vida, Ellie —me dijo mientras intentaba desabrocharme otra vez el pantalón.

—No, Matt. Tienes que hacer mil cosas antes de poder tomar el avión esta noche —le reñí a la vez que impedía que me bajara los pantalones.

—Lo que más me apetece ahora es esto. Hasta dentro de dos semanas no podré volverlo a hacer.

—Te prometo tener sexo telefónico siempre que quieras —le dije para persuadirlo.

—Pero con cámara —me dijo él con ese tono de niño caprichoso que a veces le salía.

—¿Con cámara?

—Quiero ver cómo te masturbas —me dijo el muy pervertido.

—Matt, no empieces, no creo que se me dé muy bien eso —le dije un poco avergonzada.

—Es mínimo un año viéndonos solo los fines de semana y no sé cuántas veces al mes. Llegará un momento que se te dará genial, bichito. Ojalá no fuese así —me dijo, disculpándose un poco.

—Un paso después del otro, Caballero Oscuro —le dije antes de que me separase de él y le diese un beso en la mejilla para dirigirme luego hacia la puerta.

Si algo había aprendido en esas seis semanas es que Matt siempre quería más. No importaba lo cansada que estuviese o la prisa que tuviésemos, una vez entrásemos en el terreno íntimo, era muy difícil que no terminásemos olvidándonos de todo y de todos durante un par de horas. Por eso decidí que lo mejor era evitar estar a solas.

Matt salió detrás de mí tomando mi mano. Ya muchos sabían que teníamos una relación, no obstante, nunca lo habíamos demostrado en la oficina, por lo que algunos de los trabajadores no pudieron evitar esbozar una sonrisa. Después de que Matt se despidiera de algunas personas, nos dirigimos a la sala de reuniones donde estaba el resto de los cinco rubios.

Mis amigos estaban discutiendo sobre la planificación del próximo año con Natalie y Yjo le estaba diciendo que era imposible hacer un semestre en Alemania con mucho que se pareciese el finlandés al alemán, no había estudiado lo suficiente para cursar un semestre en este país.

—Podrías visitar a Matt de vez en cuando. Seguro que te van a enviar a Berlín y no estarías tan solo como los demás —le dije yo intentando convencerlo.

—Sí, hasta a nosotros nos van a separar —le dijo Tom, refiriéndose a su hermano gemelo.

—No vais a estudiar un semestre en el extranjero. Haréis los exámenes en la primera convocatoria y os iréis todas las vacaciones más cuatro semanas a estos países. Ya está todo organizado con la universidad de aquí y a las cuales acudiréis. Además, falta más de un año, puedes practicar un poco el alemán, Yjo.

—¿No vamos a tener vacaciones? —se quejó Marco.

—Sí, en la época de exámenes, para que os dé tiempo de hacerlos todos bien —le respondió Natalie, que ya lo iba conociendo.

—¿Tú qué opinas, Ellie?

—¡Qué os lo vais a pasar genial! Seguro que las chicas se volverán locas con los nuevos chicos de intercambio. Además, si os va mal, siempre podréis volver e intentarlo unos meses más tarde. Todo el tiempo vivido es una experiencia ganada —les dije a los cuatro para animarlos.

—Me apunto —dijeron los gemelos a la vez mientras Yjo y Marcos asentían con la cabeza.

—Vaya, Ellie, creo que te llamaré cada vez que tenga algún problema con estos cabezotas —me dijo Natalie, picándome un ojo.

—Nosotros nos vamos al piso, todavía tengo que organizarme para el viaje. Le diré a Joe que os lleve cuando acabéis aquí. Por cierto, Natalie, tendrán que sacarse el carnet de conducir —dijo Matt, dejando a los chicos tan contentos como si se hubiesen sacado una lotería.

—Los estás malcriando y lo sabes —le dije a Matt, cuando abandonamos la sala donde estaban mis amigos.

—Necesitarán el carnet y tú también, bichito, aunque falten algunos meses para que sea mayor de edad —me dijo, tomándome otra vez la mano para ir al ascensor y abandonar el edificio.

***

Cuando llegamos al piso, yo me puse a hacer el almuerzo mientras Matt se fue a su habitación a prepararlo todo. Estaba preparando musaka porque sabía que a Matt le gustaba. Además, estaba haciendo una mermelada de cerezas ácidas para la tarta que me pidió Marco que le prepara mañana.

Volvería a casa el fin de semana que viene porque la próxima semana iba a cubrir las vacaciones de Theresa en la compañía de Matt. Le dijo a mi novio que me lo pidiese porque no se fía de cualquiera. Creo que he hecho una aliada en la empresa y me gusta.

Cuando Matt llegó a la cocina, yo ya había acabado todo, la mermelada se estaba enfriando en un bote, la ensalada en la mesa que ya estaba puesta y la musaka en el horno. Faltaban quince minutos para que estuviese lista para servir.

—Vaya, bichito. Ya puedo casarme contigo. Se nota que se te da muy bien la cocina —me dijo mientras se acercaba a mí, que estaba fregando, y me pegaba su erección en mi espalda.

—No es la primera vez que me ves cocinar.

—No, pero sí la única vez que estamos solos y quiero demostrarte lo que te haría si estuvieses cocinando y estuviéramos casados —me dijo, sacando una cuchara de madera de un cajón.

—Matt, ahora no, los chicos pueden volver en cualquier momento —le dije, aunque sabía que esta guerra la tenía perdida.

—Bichito, no voy a verte durante dos semanas —me suplicó, antes de comenzar a hacer fricción en mi entrepierna con la cuchara y me mordía el lóbulo de la oreja.

Después de un minuto de recibir demasiadas atenciones por parte de mi novio, me di la vuelta y lo besé, mientras ambos nos tocábamos debajo de las camisetas. Cuando Matt termino de desabrocharme los pantalones, mis escandalosos amigos entraron en el piso corriendo y gritando.

Matt fue el primero en darse cuenta y me abrochó los pantalones mientras yo le colocaba bien la camiseta.

—¡Qué bien huele, Ellie! —me dijo Marco, sin darse cuenta de lo que habíamos estado haciendo Matt y yo unos segundos antes.

—Tengo un hambre de mil demonios. Por cierto, cuando subió mi madre, puso en la nevera un postre de chocolate que trajo —dijo Yjo, contento.

—Nada de comer sin lavarse las manos —les reñí a los que parecía que eran mis hijos malcriados y bastante creciditos.

Los chicos estaban muy contentos, principalmente, porque tendrían servicio de limpieza y les prepararían la comida, así no me echarían tanto de menos, o eso es lo que decían. La comida estuvo divertida, aunque se notaba que Matt, al igual que yo, estaba un poco apenado.

Eric vino cuando acabamos de comer, porque él era el encargado de llevarnos al aeropuerto, aunque Matt, Marco y yo iríamos con Joe, que nos dejaría en el aeropuerto y luego se iría para que Júnior nos trajese a todos de vuelta. Se iba a pasar el fin de semana en el cuarto de invitados de Matt para servirme de apoyo moral.

Iba a necesitarlo, aún no se había ido Matt y ya lo echaba de menos.

Además, era importante que Eric viniese, porque los chicos le habían dado, antes de ir a la empresa, las dos jaulas con el gato y los dos ratones galácticos, qué es cómo los habíamos bautizado después de ver cómo los gemelos los habían pintado.

No llevábamos ni dos minutos en el aeropuerto, cuando vimos a los ratones galácticos corriendo por la terminal y el gato detrás de ellos. Por supuesto que hubo un gran revuelo, dos encargados de seguridad intentaban darles alcance y se oían gritos por donde pasaban.

—Sabía que ibais a hacer alguna de las vuestras —dijo Matt, a riéndose.

—¿Nosotros? —se hizo Yjo el despistado, que seguía la máxima más crucial de las bromas, siempre negar que hemos tenido algo que ver.

—Los voy a echar de menos a todos —dijo despidiéndose primero de los gemelos, luego de Yjo, Eric y Marco y al final me dio un simple beso en los labios a mí.

—No os vayáis a poner ahora sensibleros —se quejó mi mejor amigo.

—Cuídala, yo sé que los otros lo harán —le dijo a Júnior, refiriéndose a mis amigos.

Tampoco era tanto tiempo, en dos semanas me reuniría con él, aunque no sabía cuánto tiempo le absorbería su nuevo trabajo de asistente de profesor en su facultad, aunque estaba segura de que menos de lo que lo había hecho la compañía el último año. 

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