Capítulo 1: Julio
Somos las voces grises, somos el huracán tibio y fétido de rostros perdidos. ¿Quiénes somos?, cantamos. ¿Quiénes fuimos?, gritamos. El pecado nos transformó en viento. Somos el grito y el aullido. El ojo está crucificado. Padre, ¿por qué nos has abandonado?
Somos un huracán que arrasa y destruye y come la mente en este planeta. Somos un huracán que es detenido y tiembla, perturbado. Sentimos miedo; lo provoca una sombra fría y gris: es el que ha caído y quiere levantarse, es el único que entra en nosotros y atraviesa nuestro mar de gritos hasta que sus oídos sangran, es el único que en nuestro centro abre las manos y trae la luz celeste del perdón.
La explosión acalla al tornado de almas perdidas, que se disuelve en medio del desierto. Solo queda él, tirado en el suelo caliente y áspero, con sangre en las orejas. Su respiración es cada vez más pausada, su visión más borrosa. Despide un aroma a transpiración, mezclado con otros dos: uno más nauseabundo, otro similar a la brisa fresca de la tormenta. Cierra los ojos. No sabe qué pasará, aunque intuye que la última prueba fue superada. Lo último que ve, muy a lo lejos, son las cáscaras de una ciudad y un oasis seco. Empieza a llover y el líquido es alivio en su cuerpo y dedos que señalan, filtrándose en la ropa, las cicatrices en su espalda.
***
El desierto lo empuja con un viento ardiente, pero él lo enfrenta. Todo su cuerpo está cubierto por una tela gris, emparchada en varios lados, y solo quedan afuera unas gafas ahumadas que protegen sus ojos de la arena y el brillo. También hay algún hueco para respirar. El aire es una garra seca y gigantesca que tira de él: quiere hacerlo caer y enterrarlo en el polvo. A pesar de eso, Gris continúa avanzando. Sus pies hablan con las rajaduras en el suelo. No se desanima, ese resplandor esmeralda a lo lejos confirma lo prometido, aunque siente que cada vez tarda más en llegar. Ahora atraviesa una atmósfera verde, crepitante, enceguecedora. Quiere arrodillarse y dejarse ir, pero ya casi está frente al pilar. ¿Será como dijeron? ¿Esta es la única manera de recuperar lo perdido? ¿Y si todo es un engaño? ¿Y si no lo logra? El brillo lo ciega, pero entrecierra los ojos y acerca las manos hacia su objetivo. Cuando toca el cristal verde, con sabor a agujas, a iones y a bosque, desaparece.
***
Abro lo ojos, sobresaltado. Estoy algo mareado y me cuesta volver a la realidad. Me toco el rostro para despabilarme, mientras me levanto de la cama. Me parece tan extraño tener que recordar cómo me llamo y dónde estoy. ¿Acaso soy el único que tiene sueños tan profundos? ¿Qué estaré simbolizando? ¿Qué significan ese tornado de voces, ese caminar interminable, ese fuego verde? Intento descifrarlo mientras me lavo los dientes. Quizás es mi deseo, mejor dicho, mi necesidad de vivir solo. Cuando salgo del baño, siento un perfume dulce en la casa, es una flor que no puedo identificar. Antes de irme de casa, me pregunto si la novia de Papá le habrá regalado algún aromatizante.
Sigo medio dormido y desconectado, incluso arriba del colectivo. Me ubico en mi ser: mi nombre es Julio, tengo veintitrés años y estoy en los primeros años de psicología. Estoy yendo a laburar. Vivo en Malaver, un barrio cerca de Villa Ballester en San Martín. Es el año 2007. After all that we've been through I know we are cool... canta Gwen Stefani en mis auriculares, hasta que el locutor la interrumpe para anunciar la temperatura. Siento alivio. Esa canción me hace pensar en mi ex; terminamos bien, pero todavía lo extraño un poco. Si bien mi papá sabía todo, nunca quiso conocerlo y eso fue cansando a Gabriel. La relación se fue desgastando por distintas peleas, pero en el fondo ambos sabíamos que Gaby esperaba otra cosa; toda su familia me aceptaba y no pasaba lo mismo de este lado. Suelo odiar a mi viejo por muchas cosas, la mayoría son boludeces; esto no se lo perdono. Entiendo que pueda costarle procesar que me gustan los chabones, pero podría haberse esforzado un poco y aceptar a Gabriel para verme feliz. Yo me banqué toda la vida su heterosexualidad y la de mis hermanos, ¿no? Las agarradas a piñas con Pedro y Tomás, el "no seas maricón, dejá de llorar" y miles de esas cosas. Machistas de mierda. El bondi pasa la General Paz y me bajo. Cruzo la calle hasta otra parada, donde me tomo el segundo colectivo.
Me distraigo buscando en mi MP4 las canciones de Amy Winehouse. Me había gustado mucho su primer álbum, Frank, y estuve casi todo el año pasado ansioso esperando Back to Black. Es una de las pocas cantantes de las que compro CDS, en vez de bajarme las canciones con el Ares. Una vez en la puerta del Shopping, respiro un poco el aire frío (helado, mejor dicho) antes de entrar. Me encanta cuando el clima está fresco, no lo sufro como el resto de las personas; solo hay que abrigarse bien. La brisa helada me aclara las ideas. Recuerdo que uno de mis días más felices fue cuando conocí la nieve en Bariloche. Ojalá nevara en Buenos Aires.
Una vez adentro, paso por el Mc Donald's y me compro un café, está tan caliente que parece un pozo del Infierno. A paso rápido, me dirijo al negocio de ropa deportiva donde trabajo. Saludo a mis compañeros, dejo el vaso de café en el mostrador y voy al depósito a cambiarme. Me pongo el uniforme: unos pantalones cargo y una chomba deportiva. Estoy contento porque los lunes son días tranquilos y no va a venir mucha gente al negocio. No odio mi trabajo, entiéndanme; es que ayer estuve doce horas y siempre que me estreso me dan unas contracturas insoportables en la espalda. Cuando esté bien despierto me voy a tomar un relajante. Salgo del depósito y me pongo a charlar con Marcos.
—Gracias por grabarme los episodios de los Thundercats. ¿Dónde los conseguiste?
—Me los bajé hace mil —contesta.
—¿Vino alguien durante la mañana?
—No, fue un embole —contesta Rosana, la encargada, y toma un poco de café.
Rosana
Recuerdo con una sonrisa que traje el mío y agarro el vaso de cartón. Le doy un sorbo a través del pico en la tapa de plástico. ¡Está helado! Me aguanto para no escupirlo y termino tragándolo con asco.
—¡Juli! ¿Qué te pasó? —pregunta Rosana.
—Qué graciosos, ¿qué le pusieron? —digo, mientras quito la tapa y observo al café—. ¿Cubitos? ¡Está helado!
—¡No le pusimos nada, Juli!
—No me jodan, chicos. Estaba hirviendo cuando lo compré.
***
—Tenés unos ojos hermosos —dice, después de besarme—. Son de un celeste profundo, casi azul, como el de un lapislázuli.
—Gracias.
Sonrío y me acerco despacio para besarlo, luego acelero el ritmo, siguiendo el aroma a cielo y las caricias blancas de su cuerpo, abrazándolo, apretándolo. Bajo mis manos, lo siento presionarse contra mí, me mareo. Su lengua es eléctrica, la mía rompe como una ola en su boca. Su barba rubia es arena cálida para mis dedos. El beso termina y me encuentro frente a sus ojos verdes.
—Wow. Me encantás —dice y besa mi cuello—. Estás muy frío, ¿te pasa algo? —Me abraza.
—No, estoy bien —le digo, algo incómodo, y me separo.
Qué boludo, ¿por qué reaccioné así? Toco mis manos y mis brazos. Para mí tienen la temperatura perfecta. Busco la mano de Fernando (creo que así se llamaba) y las entrelazamos. Sitges fue el primer bar gay que conocí. Todavía recuerdo la sensación que tuve al entrar: ¡el lugar estaba lleno de chabones! Era increíble pensar que todos eran gay. Siempre había estado en grupos donde era el diferente, el que no podía levantar, el que hablaba raro y no encajaba. Lo que veía en Sitges me parecía algo imposible.
El bar tiene una parte con sillones para chamuyar, que es donde estamos, y otra más atrás con una barra y un escenario donde suele haber shows de transformistas. Es un bar chico, ideal para emborracharse un poco y después ir a bailar. Nada que ver con Amérika, que está a la vuelta y es muy... descontrol. El trabajo y lo poco que curso en la facultad no me permiten salir mucho, tampoco me gusta romperme todo.
—Me gustaría verte de nuevo, ¿me pasás tu teléfono?
Le dicto mi celular sin muchas esperanzas. Casi siempre pasa lo mismo: me escriben un par de mensajes, chateamos en el MSN, los más zarpados hacen cámara hot, y después empiezan con que no quieren nada serio porque que acaban de cortar con alguien, y desaparecen. No creo que este chabón sea diferente. Después de la separación con Gabriel me cansé de cruzarme con nabos.
Buscamos los abrigos en el guardarropa y salimos. Aunque le digo que no es necesario, Fernando me acompaña hasta la parada. Mientras charlamos, intento no rascarme la nariz. Hace varios días que me está picando, ¿seré alérgico? Cuando llega el colectivo (¡Por fin! ¡Tarda un montón a esta hora!), me despide con un beso en la boca. Subo y pido el boleto al chofer con la cara hirviendo. Tengo miedo de que los pasajeros me digan algo o me agredan, pero las pocas personas que hay parecen no haber visto nada, o quizás se hacen los boludos.
Después de dos bondis y más de una hora de viaje, en el que cabeceo varias veces, llego a Malaver. Me bajo, camino unas cuadras hasta la puerta de casa y entro haciendo el menor ruido posible. No veo la hora de irme a vivir solo, para poder hacer todo el quilombo que quiera y no tener que aguantar los partidos de fútbol que ven mi viejo y mis hermanos. Dejo el abrigo en el living y entro a la cocina. Me invade de nuevo ese olor dulce, ¡maldito aromatizante! Siento un hormigueo en la garganta, y toso. Mierda, ¿me estaré enfermando?
Escucho algo a mis espaldas y giro, asustado. No hay nadie. ¿Qué fue eso? Parecía un gruñido, o un susurro. Sé que no era la voz de ninguno de mis hermanos, tampoco la de papá. No puede ser, debo haber flasheado. Raguel, escucho, y giro de nuevo. Espero unos minutos. Raguel, me llama, esta vez acompañado de los susurros. Viene del primer piso. Me asomo a las escaleras.
—Pedro, ¿sos vos? ¿Tomás? No me rompan las bolas.
Silencio. Observo un rincón oscuro entre la biblioteca y el aparador con las fotos de Mamá, en el piso superior. De alguna forma, sé que el sonido vino de ahí. Es más, siento que las sombras me devuelven la mirada. Subo las escaleras en puntas de pie, listo para abalanzarme sobre cualquiera de mis hermanos. Piso el último escalón, que hace un crujido, y luego solo hay silencio. Suspiro aliviado, al ver que el primer piso está vacío. Debo estar imaginando cosas. Quiero toser. ¡El aromatizante es insoportable! Estoy harto de respirar esa fragancia. Raguel. ¡Dios mío! ¡Vuelvo a escuchar los susurros! Me hablan en otro lenguaje desde ese espacio sin luz y no puedo dejar de caminar, ¡no puedo parar! Los susurros y el perfume son cada vez más fuertes, mientras lucho contra el impulso que me impide salir corriendo, que me hace entrar en ese rincón entre los muebles y escuchar a las penumbras. Quiero gritar, pero la garganta no me responde. La oscuridad frente a mí oscila y siento que si la toco, mi mano podría atravesarla. ¡Los susurros me atacan! ¡Me dan una descarga eléctrica en la pierna! Doy un salto al ver un destello claro.
—¡Julio! —escucho el grito de Papá.
Acaba de prender la luz. Miro hacia el rincón entre los muebles, ahora blanco y mudo. La descarga eléctrica en mi pierna era mi celular. Tengo un SMS de Fernando: "¿llegaste, hermoso?"
—¿Estás bien, hijo? ¿Qué estabas haciendo? Parece que hubieras visto a un fantasma.
—No pasa nada —le digo, y entro rápido a mi cuarto. Ya no siento la fragancia dulce.
Afuera hay niebla, en la radio dicen que hace un grado bajo cero. No tengo frío, solo me pica la nariz. Empiezo a rascármela, pero no siento alivio. ¿Qué me pasa? ¿Estoy teniendo alucinaciones? ¿Seré esquizofrénico? ¿O esquizoide? No puede ser, no tengo ese tipo de personalidad. Al menos, eso creo. Intento distraerme; me pongo un jogging y una remera mangas largas para dormir, y le contesto el mensaje a Fernando: "Vos también sos hermoso. Quisiera repetir lo de esta noche", escribo y vuelvo a toser. ¡Puta madre! Voy hasta el espejo y confirmo que tengo ojeras. ¡Odio engriparme! La picazón se vuelve insoportable y ahora sí empiezo a sentir frío, cada vez más. ¡Mierda!
Siento unas puntadas en la espalda, a la altura de los omóplatos. Me arrodillo. ¿Qué está pasando? ¿Me estoy descomponiendo? ¡Dios mío, hasta siento frío en mis ojos, en mis iris, en mi nariz! Empiezo a temblar, las puntadas no ceden y algo escurre por mi espalda. ¡¿Sangre!? Quiero pedirle ayuda a mi viejo, pero un hormigueo en la garganta no me deja hablar. Me llevo una mano a la zona lumbar, embadurno mis dedos y traigo el líquido frente a mis ojos. Es transpiración. Aunque las puntadas se van, el frío sigue. ¿Me habrá caído mal alguno de los tragos del boliche? Logro incorporarme y me toco el rostro frente al espejo. Estoy pálido. De pronto estornudo y es como un rayo. El frío, los temblores y la picazón se pasan al instante. Frente a mí, el cristal y parte del marco del espejo están cubiertos de hielo. ¿Qué carajo está pasando?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro