3. Los yaltens. Parte 2
8 de enero de 2003.
Unos días después pensaba en Bruno, mi mejor amigo. Me había llamado varias veces y ya no sabía que excusa tirarle para no juntarme con él. Estábamos de vacaciones y lo normal era vernos todos los días. Como fuera, no iba a dejarlo de lado por lo de los yaltens. Creo que le dije que mi viejo me había castigado por gastarme toda mi plata en cómics y le aseguré que antes del fin de semana iba a lograr ablandarlo, así me dejaba ir a dormir a su casa.
En aquel momento, Bruno era un chico normal. No sabía de magia, de poderes, ni de monstruos, y yo no quería asustarlo. Sospechaba que, por ser un fan de los cómics, al igual que yo, enterarse de algo así podría ser lo mejor que le pasara en su vida. Pero una cosa es verlo en las historietas y otra bancárselo en la vida real, como había dicho mi viejo.
Igual, me jodía muchísimo que no lo supiera. Me daba bronca que mi madre no me permitiera decírselo, aunque comprendía que era por la seguridad de ella y de mi hermana. De cualquier forma, no se trataba solo de la magia. Me estaban pasando cosas fuertes: de pronto se habían sumado nuevos miembros a mi familia y no sabía si confiar en ellos. Necesitaba el consejo de mi amigo.
Estaba nervioso porque esa noche mi madre iba a presentarme a los miembros de la Orden de los Yaltens; los que quedaron activos después de la crisis que los echó de Costa Santa. Menos mal que me encontraba de vacaciones y tenía tiempo de ir procesándolo todo.
La mujer estaba esperándome, porque me abrió antes de que llamara a la puerta. Me recibió con un abrazo y una sonrisa que se sintieron tibios. Un poco tenso, aguardé a que se apartara y fuimos hacia el salón de estar, donde encontré a cuatro adultos acomodados en los sillones, conversando. En la mesita, había bandejas con sánguches de miga y pocillos con verduras en pickle. En cuanto me vieron, se levantaron y sonrieron.
—Hijo, te presento a la Orden de los Yaltens —dijo mi madre.
—Mi nombre es Teresa —afirmó una mujer alta, de cara redonda y largos cabellos castaños, enrulados en las puntas—. Mi especialidad es la visión remota: observar cosas, personas y lugares distantes con mi mente. También soy astróloga.
—Genial —comenté, saludándola.
—Me llamo Roque —indicó un hombre alto y pelado, de casi cincuenta años—. Soy bueno para detectar demonios: percibo en qué zonas están o dónde pueden llegar a manifestarse, además de su nivel de poder. Antes de unirme a los yaltens fui parte de la Orden Rosacruz.
—Giuseppe. —El hombre gordito y canoso, de más o menos la edad de mi papá, hizo una inclinación de cabeza—. Conozco distintas tradiciones mágicas y puedo hacerte una excelente lectura de Tarot.
Sonreí, nervioso. Todas esas cosas me parecían tan raras.
—Tenemos un nivel básico y medio de poder, a diferencia de tu madre, que es muy superior —comentó Roque y ella hizo un gesto con la mano, riendo—. Por eso la elegimos emperatriz de la orden, a pesar de que las normas antiguas solo permitían monarcas varones.
De pronto, comprendí el nivel de responsabilidad de mi madre en esa organización. Todos estos años la había llevado adelante y mantenido tras casi haber sido desintegrada por los ataques de aquel experimento descarriado, el Demonio Blanco.
—Te vamos a mantener a salvo —aclaró Teresa—. Cualquiera de nosotros puede combatir a un monstruo, de ser necesario.
Asentí.
—Giuseppe y Teresa son nuestros expertos en ángeles y Cábala —detalló mi madre—. La mayoría de los yaltens investigamos a esos seres, pero nadie sabe tanto como ellos. —Sostuvo, apoyando sus manos en mis hombros—. Ellos se van a asegurar de que el hechizo para darte poderes funcione bien.
De pronto, se me había secado la garganta.
—Tranquilo, que no vamos a hacerlo hoy —aseguró mi madre, quizás porque notó que temblé un poco—. La idea es que nos conozcas. Sin presiones. Ah, ya puedo sentir el olor del asado —expresó, apuntando la nariz hacia la puerta que daba al jardín—. Amanda se está encargando de eso. ¡Vamos! —exclamó, contenta, y la seguimos.
Ya en el jardín, saludé de lejos a Amanda con la mano. Al verme, vino corriendo a chocar los cinco conmigo. Luego, nos sentamos alrededor de una mesa armada con caballetes y tablas, donde había bowls con ensaladas. Roque y Giuseppe fueron a buscar la carne con una bandeja.
Sonreí, contento por ver a mi hermana. También me dio hambre; mi panza rugía esperando comer unas mollejas y un choripán, mientras mi madre conversaba con Teresa y mi hermana.
—Hay algo que quiero preguntares desde que entré —dije, una vez que terminaron de hablar—. ¿De dónde surgieron los yaltens?
Los demás hicieron silencio y giraron hacia mi madre que sonrió, complacida por mi interés.
—La orden fue creada por un santo llamado Yalten. No se sabe mucho de él y no hay registros históricos de su existencia... en este universo. Yalten entendía a la santidad como magia y alcanzó un nivel de poder increíble. Era capaz de moverse entre los universos y en muchos buscó a las personas que sintieron su llamado para fundar a la orden. Muy pocos yaltens lograron viajar de un mundo a otro, como hacía el santo original, para continuar esa labor. Aunque hay formas de comunicarnos con nuestros hermanos de los universos paralelos. Así es como sabemos que en uno de ellos se encuentra la tumba de nuestro fundador.
—¡Eso es increíble! ¿Cuándo podemos hablar con los yaltens de otros mundos? —pregunté, emocionado, y los adultos estallaron en carcajadas.
—Es raro que lo hagamos. Se trata de una técnica mágica muy difícil de lograr y desgastante. Además, hay que tener algo de talento innato para eso —explicó Teresa.
—Menos mal que quedó una yalten con esa capacidad, entonces —mi madre la miró y Teresa sonrió.
—¿Cómo lo hacés? —pregunté.
—Por ahora no voy a decírtelo —contestó y asentí, comprensivo.
—El santo Yalten fundó su orden en este mundo y esta se mantuvo en secreto hasta que, a finales de los setenta, sus miembros fundaron la ciudad de Costa Santa —continuó mi madre—. En esta ciudad, todavía manteniéndose en las sombras, profundizaron sus investigaciones mágicas para seguir conociendo el universo y proteger a la Tierra, preparando a la humanidad para su evolución.
Quedé fascinado al escucharla. Quería saber más, pero me interrumpió antes de que pudiera seguir preguntando.
—Basta de charlas mágicas por hoy. Vamos a disfrutar de la cena —indicó y todos asintieron.
Amanda empezó a hablarles sobre los sapos del terreno que salían a cazar en la oscuridad. Me reí escuchando los chistes de Giuseppe y Roque. Les mostré mi carpeta de dibujos, que había llevado en la mochila y me felicitaron por ellos. Teresa y mi madre me enseñaron a ubicar las constelaciones en el cielo. No parecían ser gente terrible, como los había descripto mi papá. Por ahí habían tenido sus errores en el pasado, pero ahora querían salvar al mundo.
Poco a poco, en esas noches de panzas llenas, risas y anécdotas mágicas bajo las estrellas, fueron ganándose mi confianza. No sabía que más adelante comenzaría a preguntarme cuánto de eso fue real. Y cuánto manipulación.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro