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10. La revelación del Fantasma

16 de febrero de 2003.

Durante el resto de la semana me la pasé muy activo como arcano y eliminé a la mayoría de los demonios y espíritus negativos en las zonas críticas que me había indicado Roque, aunque algunos se me habían escapado.

El domingo me tomé un descanso. Había quedado con Bruno en ir a la feria de los artesanos, así que me dirigí a su casa. En cuanto llegué, toqué el timbre. Bruno salió y se puso a caminar rápido, con expresión preocupada.

—Pará, que no puedo seguirte el paso —le dije y disminuyó la marcha—. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

—Sí, yo... no sé. —Se pasó una mano por el pelo.

—Contame, Colo.

—Pasó algo raro en casa. ¿Viste el poster de Evangelion de mi cuarto?

—Sí, me encanta.

—Bueno... ¡se quemó! ¡De la nada! Como pasó con el cuadro.

Nos detuvimos y lo observé.

—No me jodas, boludo.

—¡No, Javi, te juro que no! Fue en medio de la noche. Me deperté porque sentí calor y olor a quemado y vi al poster encendido, aunque duró unos segundos. Cuando se apagó, quedó una mancha negra en la pared. Lo hice un bollo y lo tiré a la basura. —Largó un suspiro y miró hacia el piso—. Creo que voy a tapar la mancha en la pared con otro póster. No quiero que mis viejos se enteren. —Se encogió de hombros y retomó la marcha—. No sé qué pensar... Ya estuve buscando en Internet sobre eso que hablamos... combustión espontánea.

—¿No será que tenés poderes? —le sugerí.

—Callate, tarado. —Se rio y me dio un golpecito en el hombro—. No estamos adentro de una historieta.

Llegamos a la feria y mientras íbamos de un puesto a otro, curioseando las artesanías, me pregunté si lo que había pasado en casa de Bruno se trataba de un simple accidente o si había heredado parte de las habilidades mágicas de su abuelo, a pesar de que mi vieja asegurara que eso no era posible. Recordé el fuego de color blanco y negro que salía de mí cuando estaba transformado. Quizás Bruno también era un arcano.

Había prometido a mi madre no contarle a nadie que tenía poderes. Tal vez ella se hallaba en lo cierto: mi trabajo como héroe en las calles de Costa Santa iba a inspirar a otros. Si Bruno era un arcano, eventualmente nuestros caminos se cruzarían bajo nuestras otras identidades.

No dejé de pensar en eso durante toda la salida, aunque lo disimulé bastante. Paseamos, compramos artesanías y fuimos a la casa de arcades. Terminamos tomando helado, mientras oscurecía, antes de volver a nuestras casas.

Bruno no tenía idea de nada, pero yo ya imaginaba lo que empezaba a gestarse. Desde esa noche, supe lo importante que era nuestra amistad. Y me prometí ayudarlo y defenderlo, sin importar lo que dijera mi madre o lo que nos deparara el futuro.

***

17 de febrero de 2003.

El lunes fuimos a la playa con Bruno, Simón y Andrés. Almorzamos ahí y nos quedamos hasta que cayó el sol. Cuando volví a casa, encontré a mi viejo discutiendo a los gritos con mi madre. No me habían escuchado entrar, de lo metidos que estaban en la pelea. Acababa de abrir la puerta y avancé en puntas de pie hacia la cocina, pero no ingresé; me mantuve detrás de la pared de la arcada. Quería oír lo que tuvieran para decirse mientras creyeran que yo no estaba.

—¿Cómo fuiste capaz, Leonor? ¡Después de lo que pasó con el Demonio Blanco...! Esa vez nos salvamos de pura suerte. ¡Pura suerte! —repitió mi padre, angustiado—. Ese monstruo podría haber venido por mí, incluso por Javi, que solo era un nene de tres años. Te fuiste para protegerlo de peligros como ese y ahora volviste y lo convertiste en un arcano. ¡Lo metiste en medio del riesgo! ¡Lo hiciste luchar contra los demonios!

Un temblor me recorrió de pies a cabeza. Mi papá ya lo sabía... ¿cómo se había enterado? Seguí escuchándolos con el corazón acelerado.

—¡Lo hice poderoso! —gritó mi madre, con la voz llena de orgullo—. ¿Qué querías, que estuviera indefenso, que fuera una persona normal más caminando sobre la bomba de tiempo que es esta ciudad? —exclamó y se produjo un largo silencio.

Sopesé esas palabas: "bomba de tiempo". Quedaron flotando en mi mente.

—Debería habérmelo llevado de acá —afirmó mi viejo, dando un resoplido—. Nada bueno podía salir de este lugar después de los experimentos que hicimos en esa época. Creí que eso se había terminado.

—Nosotros también. Quedate tranquilo, que los yaltens vamos a poder manejarlo. Si quisieras, podrías volver con nosotros... —sugirió mi madre, con una voz más suave.

—No. —Mi padre habló con sequedad—. Quiero que dejen a Javier en paz. Vamos a mudarnos lejos de Costa Santa.

—Ni se te ocurra —afirmé, asomándome a la cocina, y mi viejo giró hacia mí.

Estaba sorprendido por mi propia reacción. Había sido automática, sin pensar. Como fuera, traté de disimularlo y mostrarme firme.

—Hijo, no sabés a lo que te estás exponiendo.

—¿Querés verlo?

—¿Qué? —preguntó papá.

—A mi otro ser. Mi forma arcana. Mamá tiene razón: soy fuerte, soy poderoso. Nada puede conmigo. Y esta ciudad necesita alguien que la defienda. Al menos, hasta que despierten los otros arcanos. Mamá asegura que pronto lo van a hacer. Y después ellos pueden encargarse de los monstruos y demonios. Lo prometo.

Mi papá se quedó mirándome en silencio. Parpadeó un par de veces.

—Quiero verlo —dijo por fin.

Mi madre sonrió a sus espaldas. Asentí y dejé la mochila en una silla. Di unos pasos hacia atrás, separándome de él, y apunté con una mano hacia arriba.

—¡En el nombre de San Yalten, invoco tu poder, arcángel Cassiel! —pronuncié.

Mi viejo ahogó la respiración, cuando surgió de mi pecho el tornado de fuego blanco y negro, cubriéndome. En cuanto esa fuerza se despejó, me hallaba frente a él, con mi otra forma y llevándole una cabeza de altura. Se acercó con la boca abierta y tocó el traje, también la estrella plateada en mi pecho. Después observó mis brazos y sus tribales, luego subió la mirada y me acarició el pelo. Nos abrazamos y empezó a llorar. Lo tranquilicé, frotándole la espalda.

—No puedo obligarte a dejar esto. No voy a quitártelo. Un poder como este... cualquiera desearía tenerlo —aseguró—. Sería un hipócrita si no me pusiera en tu lugar. Por favor, cuidate mucho —dijo y asentí. Luego giró hacia mi madre—. Asegurate de entrenarlo bien y mantenerlo fuera de peligro. Al menos hasta que esté listo para arreglarse por su cuenta.

—Eso es lo que hicimos y seguiremos haciendo —asintió ella, con una expresión satisfecha en el rostro—. Javier tiene un gran talento para esto.

Mi viejo se apartó de mí y se sentó a la mesa. Se estremeció cuando regresé a mi forma normal y me acomodé a su lado. Mi madre se sentó en la cabecera.

—¿Cómo te enteraste? —le pregunté—. ¿Mamá te lo contó?

Negó con la cabeza.

—Ya están corriendo rumores sobre tu presencia en la ciudad —explicó, refregándose los párpados—. Lo supe en el diario. No paraban de llegarnos mensajes sobre el misterioso guardián de Costa Santa. También algunas fotos... —en cuanto dijo esto, busqué a mi madre con la mirada, que se mantuvo inexpresiva—. Me di cuenta enseguida de que eras vos. No porque se note; tu apariencia de arcano y el antifaz despistan bastante. Simplemente reconocí la magia yalten. —Señaló mis brazos y, aunque en ese momento se veían normales, comprendí que se refería a los sigilos que parecían tribales—. ¿Cómo pudieron ocultármelo todo este tiempo? —preguntó, con los ojos irritados, y me sentí muy culpable.

—Javier tomó una decisión respecto a su destino mágico —contestó mi madre—. Estaba en todo su derecho.

—... de ser un mago, si lo deseaba —agregó mi padre, masticando las palabras—. Ninguna de las leyes de los yaltens habla sobre someterse a un experimento para volverse un arcano.

—Tampoco especifican que no pueda hacerlo. "Destino mágico" puede interpretarse de muchas maneras —indicó mi madre y noté que mi padre apretaba la mandíbula, conteniéndose.

—Pa... no te lo dije, porque sabía que no ibas a entenderlo —confesé—. Siempre supe que había más en el mundo de lo que las personas normales perciben, a pesar de que muchas veces traté de convencerme de lo contrario. Quizás la magia ya estaba en mí... Como sea, amo mis poderes. Esto es lo que quiero ser: un arcano. Y también quiero a Costa Santa. Acá viven mis amigos. No puedo abandonarlos si tengo la chance de defenderlos de los demonios.

Mi viejo asintió y me abrazó de nuevo.

—La gente ya te puso un nombre, ¿sabés? —contó limpiándose las lágrimas e hizo una media sonrisa—. Ahora sos el Fantasma.

***

19 de febrero de 2003.

Era otra noche de patrullaje. Todo se hallaba tranquilo, gracias a mi trabajo como el Fantasma para reducir la actividad paranormal. Aunque no podía darme completamente el crédito, ya que sabía que había otros arcanos haciendo lo mismo en Costa Santa. Al menos eso decían los yaltens, que insistían con que evitara cruzármelos.

Di un par de vueltas entre los edificios, volando entre la brisa fresca que venía del mar. Unas personas gritaron emocionadas, señalándome desde un balcón. Los saludé con un gesto y me alejé rápido.

Un rato después, sentí una energía que venía de una calle perpendicular. No era amenazante, aunque me resultaba muy poderosa... y familiar. Intrigado, fui en esa dirección, aunque me elevé sobre los edificios, cosa de mantener distancia, por las dudas. Los vi enseguida. Eran dos hombres con alas, que estaban hablando. ¿Serían ángeles? Aterricé sigiloso en una terraza. Sin embargo mi presencia los alertó, porque movieron la cabeza hacia donde estaba.

Retrocedí veloz, justo para que la baranda de concreto me cubriera. Respiré aliviado. Esperé unos instantes hasta que los escuché hablar de nuevo. Entonces, me animé a asomarme otra vez, dispuesto a arriesgar todo con tal de echar un vistazo. Por suerte, estaban enfrascados en su conversación, que no llegaba a escuchar desde mi lugar.

Los tipos, de entre treinta y cinco y cuarenta años, caminaban tranquilos. Uno era bajito, tenía bigote y llevaba el pelo corto. Vestía un traje enterizo azul. Su piel era del mismo blanco lunar que la mía.

Su compañero era un barbudo gordito, de pelo largo y castaño con ondas. Su traje era verde. Las alas del primero eran grises, las del otro, marrones. En un momento se tomaron de la mano, riendo. ¿Eran gais? En ese instante, el bigotudo levantó la mirada hacia mí, clavándome sus ojos azules. Retrocedí de nuevo, pero ya era tarde.

—¡Ey! —gritó y de pronto los tenía sobre mí, aleteando en el aire.

Me alejé de un salto y aterrizaron frente a mí, a unos metros.

—Sos el Fantasma... —dijo el barbudo—. Todo el mundo está hablando de vos.

No contesté. Recordaba la promesa que le había hecho a mi madre de no revelar mi identidad. También, la advertencia que me habían dado los yaltens sobre evitar a otros arcanos. Sabía que tenían sus diferencias.

—Él es León —explicó el bigotudo, señalando a su compañero—. Yo soy Gaspar. Somos los protectores de Costa Santa.

«Otros que marcan su posesión del territorio, al igual que Sebastián», pensé. «Seguro se conocen».

—¿Quién sos? ¿Qué estas buscando en la ciudad? Podemos ayudarte —aseguró León.

Giré y corrí, tomando carrera para despegar, y una vez en el aire me alejé a toda velocidad. Miré varias veces hacia arriba y hacia atrás, pero no me siguieron. Llegué a casa y seguí agitado, incluso luego de acostarme.

Quería encontrarme con otros arcanos y conocerlos, pero tenía miedo por todo lo que mi madre y los yaltens me habían dicho. Esos dos parecían ser ángeles. No solo por su transformación, también por la energía que sentí que emanaban. Era similar a la de mis poderes y a la de Cassiel. ¿Qué pensarían de mí al saber que estoy robando los poderes de otro ángel? Seguro me rechazarían y quizás tratarían de quitármelos.

No podía dejar a los yaltens, tampoco aliarme a otros arcanos. El cuarto empezó a dar vueltas frente a mis ojos, a medida que la ansiedad me tomaba cada vez más. Solo pude cerrar los ojos y entonces sentí que giraba en el centro de un tornado que pude ver en mi mente; era de fuego blanco y negro, como el de Cassiel. Quizás en ese momento los papeles se habían invertido y era yo el que estaba atrapado dentro del ángel.

Me entregué al mareo, al miedo y al fuego. Giré, temblé, sentí el calor una y otra vez, no sé por cuánto tiempo.

Creí que iba a perder la razón.

Me concentré en la respiración, como me habían enseñado Roque y Giuseppe al meditar, y logré calmarme. El fuego desapareció de mi mente y me quedé solo, frente a la oscuridad, segundos antes de perder la consciencia.

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