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34. Secretos del pasado

Bruno

Aterrizo en el jardín delantero de la casa de Gaspar y cambio a mi forma humana. Siempre me cuido para que no me vean, especialmente durante el día, pero ya no aguantaba la ansiedad. Igual, al ser la hora de la siesta, casi no hay gente en la calle.

Aunque la mayoría de las veces nos reunimos en el piso superior de Enoc, esta vez Gaspar me citó acá. Al entrar, me hace pasar al living, donde nos sentamos junto a León, que come bizcochitos de grasa y toma mate con menta y burrito. También hay pocillos llenos de frutas secas. Antes de que quieran darme una clase, les cuento lo que vi en mi sueño.

—Qué bueno que Nuriel te haya pasado una visión. Tus poderes están aumentando cada vez más —dice Gaspar con una sonrisa—. Te felicito. En el futuro vas a poder comandar tus huestes con facilidad.

—No sé si quiero huestes y visiones —suspiro—. Me basta con los poderes que ya tengo.

—Ya vas a aprender a manejarlo. No todo es fácil, algunas cosas requieren de más paciencia —asegura León, pasándome un mate.

Me encojo de hombros ante su comentario y acepto la bebida.

—Sebastián absorbía el poder de ese demonio. —Les explico—. Parecía alimentarse de él. Es lo que planeaba hacer con el dios Ventaurus.

—Exacto. Lo importante es que ya sabemos el lugar donde va a suceder: la iglesia abandonada. Ahora, lo que tenemos que averiguar es cuándo —indica Gaspar.

—Ni idea. Nuriel no me pasó una fecha.

—Tranquilo. No sirve pensarlo demasiado porque las visiones no son definitivas; son parte del flujo del espacio tiempo y el futuro que viste puede cambiar, a veces más, a veces menos, de acuerdo con lo que pase en el presente —explica Gaspar—. La conciencia lineal no te va a ayudar a entenderlas, pero sí tu intuición. Ella te va a indicar en qué momento ir a detener a Sebastián y a los monjes carmesíes.

—Mientras tanto, deberíamos vigilar esa iglesia —sugiere León.

—Por otro lado, queríamos contarte que nos vamos a ir por varios días a Santa Teresita. Demonios menores invadieron la ciudad. Nada que no podamos resolver. —Gaspar me guiña un ojo.

—¿Se van? —pregunto, asustado.

—Sí, pero tranquilo —dice León, que recibe el mate vacío de mi mano—. Si la invocación empieza cuando no estamos, nos avisan. Contamos con que puedan detenerla o, al menos, retrasarla hasta que lleguemos.

—¿Están seguros?

—Pueden hacerlo —asegura Gaspar—. Los entrenamos para eso.

Me pasan el mate otra vez y doy unos sorbos antes de asentir. Las imágenes del monstruo infernal de mi sueño vuelven a acecharme, pero las aparto.

—¿Por qué no me contaste que mi abuelo era un yalten? —pregunto de repente.

Gaspar se atraganta. León nos mira, atento, antes de llevarse un puñado de almendras a la boca.

—Porque es algo privado de tu familia y correspondía que te lo dijeran tus padres.

—Mamá me lo contó justo después de que me revelaras la historia de Costa Santa y el Demonio Blanco. Débora cree que pudo percibirlo.

—Seguramente.

—Mi vieja no es bruja. Bueno, no que yo sepa...

—Todas las personas tienen potencial psíquico y mágico —explica León.

—¿Quién era mi abuelo?

Ambos se miran durante un segundo.

—Edmundo Clavería era el emperador de los yaltens. —Gaspar suspira, se pone más serio—. La autoridad máxima. Uno de los magos más grandes de todos los tiempos. Fue quien lideró los experimentos que corrompieron los poderes del santo mago y quien ideó cómo acceder a la magia extraterrestre con la que crearon al Demonio Blanco.

—¿La autoridad máxima? Dios santo...

—Calma, Bruno —dice León.

—¿Magia extraterrestre? No me aclaraste eso antes, Gaspar. Quiere decir que... los seres que vimos en el Applegate, los habitantes del vacío, son los que les dieron las nuevas habilidades a los yaltens.

—Los yaltens las robaron de ellos, mejor dicho —aclara León.

—Mi abuelo fue responsable de lo que les pasó a las almas del Demonio Blanco... de su creación. Por eso Semydael lo mató. —Miro a Gaspar—. Por eso se me aparece. El Demonio Blanco, vos, yo, los tres estamos relacionados... ¿Qué hago con esto, Gaspar? ¿Nací para arreglar los errores de mi abuelo?

—No tenés que enmendar sus errores, Bruno. Pero es probable que su alma, de alguna manera, te haya invocado, y por eso naciste en esa familia.

—¿Para qué me invocó si no es para arreglar lo que hizo?

—Sos un elohim. En lo personal, creo que un alma como la tuya debe haber venido por voluntad propia y con un propósito más profundo —comenta León.

—O quizá tu abuelo se contactó con vos para ayudarte en tu plan y, al mismo tiempo, resolver sus problemas —sugiere Gaspar, que asiente ante las varias posibilidades.

—¿Creen que se haya arrepentido de sus acciones?

—No lo sé. Quizás algún día recibamos una señal de eso. —Gaspar me mira, conmovido—. Por ahora, es mejor que te concentres en lo que podemos hacer: seguir protegiendo a Costa Santa.

***

Camino de regreso a casa cuando ya es de noche, con la cabeza ocupada en lo que conversamos en la casa de Gaspar. Fue un día largo y con demasiada información para procesar. Todavía no puedo creer que mi abuelo haya sido la mayor autoridad yalten.

Decido ir un rato a pasear por la playa para despejarme. Durante la noche, a esta altura del año, cuando todavía no llegamos al verano y sigue haciendo frío, el lugar suele estar vacío. El cielo nublado se abre en algunas partes y se ven las estrellas. Los arbustos parecen ahogados por las sombras. Camino en paralelo al mar, respirando el aire fresco. Aunque ya está bastante oscuro, no me atemorizo.

Vuelve a mi mente la discusión con Papá. Pienso en su rechazo a los arcanos.

Su miedo...

Fue la primera vez que lo vi así. Mi papá no me odia, me tiene miedo por lo que le pasó a mi abuelo.

De repente, noto algunas luces a lo lejos, entre la costa y el agua. Es fuego. Escucho gritos y veo que unos hombres se mueven, aunque desde acá no puedo enfocarlos del todo bien. Creo que... están siendo atacados.

Me transformo y despego. En un instante llego hasta ahí. La escena que veo me paraliza: una figura de traje púrpura y alas de plumas grises está revoleando a un hombre por los aires, hacia el mar, mientras otros dos pasan corriendo a mi lado y se pierden en la noche.

La figura lleva pelo largo y ondeado hasta la cintura, también veo sus pechos iluminados por las llamas erráticas que salen de sus manos. Es una chica.

—¡Ey! —le grito cuando se dirige hacia el agua, donde el hombre intenta levantarse, empujado una y otra vez por las olas.

Se detiene, sorprendida, y me clava la mirada. Observa a su víctima, después a mí. Quiere retomar la marcha, pero le tiro una llamarada que ella bloquea rápido con su brazalete gris. El fuego la ilumina durante un instante, en el que veo su rostro con pecas. La piel es de un blanco dorado y sobrenatural. Lleva una tiara y sus rasgos me parecen familiares.

—¡Te conozco! —le grito.

La arcana hace aparecer una espada y arremete contra mí. Chocamos las armas a gran velocidad.

—¡Estúpido! ¡No sabés lo que está pasando!

Oigo el chapoteo del hombre, que acaba de alcanzar la orilla. La chica deja de atacarme y lo observa escaparse a los gritos. Nos quedamos solos, cara a cara.

Ella enciende una llamarada en su mano para iluminarse, y la imito. A pesar del viento, que hace oscilar a las llamas, podemos vernos con claridad.

—Sos el amigo de Mackster —dice, apartándose un mechón castaño de la cara—. Bruno, ¿no? Nos vimos en esa dimensión paralela, cuando salvamos al colegio de los aliens.

—Sí. Y vos sos Astrid. ¿Qué estabas haciendo? ¿Por qué atacaste a esos hombres?

—¡Me estaba defendiendo! ¡Ellos me atacaron primero! Yo caminaba por la playa de lo más tranquila hasta que ellos me rodearon, amenazándome con palos. Querían abusar de mí.

Me horrorizo al escucharla. Astrid cierra los puños.

—Me transformé para protegerme y vos dejaste a esos tipos sueltos por ahí. ¿Y si ahora van a agarrar a alguna otra chica?

No sé qué contestar.

—Disculpame, no sabía que...

El fuego recorre a Astrid mientras se transforma. Como humana, está abrigada con una campera de cuero negra y lleva pantalones grises con tachas. Tiene los ojos delineados.

De pronto, un viento fuerte nos golpea y sacude su cabello con fuerza.

—Mejor vuelvo a casa —afirma y comienza a avanzar hacia la salida de la playa.

Yo también recupero mi forma humana y la sigo.

—Esperá. No es la primera vez que te pasa, ¿no?

—No. Ya me pasó varias veces. ¿Cómo te diste cuenta?

—No sé, creo que, si me pasara algo así, estaría en shock un rato. Vos no. Se ve que sabés cuidarte.

—Ustedes los hombres se salvan. No los atacan como a nosotras.

—Te entiendo. No se habla tanto de eso, pero también escuché de casos en los que entre varios agarran a un chico... Es horrible que exista gente así en el mundo. ¿Qué tienen en la cabeza?

—Lo hacen porque se creen con derecho a dominarte —afirma. Los ojos le brillan, húmedos—. Porque sos más débil que ellos o porque sos más fuerte y significás una amenaza, entonces te encaran de a varios.

—¿Ibas a matarlos? —le pregunto, inquieto.

—No, no iba a llegar a matarlos... esta vez.

Me quedo en silencio, considerando sus palabras mientras avanzamos por las calles de Costa Santa. Me pregunto qué habrá vivido antes de llegar a esta ciudad.

—Astrid, ¿de dónde sos?

—Viví en muchos lugares de Capital Federal. Estuve en la calle por un tiempo, me refugiaba en edificios abandonados del centro. Después viví unos pocos meses en una casa de una villa en el gran Buenos Aires. La gente me reconocía y me aceptaba con mis poderes, pensaban que era una especie de bruja. Poco después, mi papá me encontró. Me adoptó y me trajo a vivir a Costa Santa.

—Qué duro todo...

—Me hizo más fuerte.

—¿Cómo terminaste en la calle?

—Mis... padres biológicos me echaron de casa cuando tenía doce años y me transformé delante de ellos. Nunca me aceptaron. Mis poderes me ayudaron a sobrevivir, a conseguir alimentos y ropa, además me salvé de los tipos que querían abusar de mí. Maté a varios, degollándolos con mi espada o incendiándolos de pies a cabeza. No está bueno, pero era eso o someterme a ellos. Por suerte, me encontré con mi nuevo papá y ya no paso por esas cosas. Él me quiere y acepta que sea una arcana. —Hace una pausa—. Me envió a un instituto en Mar del Plata donde me prepararon para dar libre los años que había perdido. Después me inscribió en el Applegate. No sé si es el mejor colegio y no me copa andar con pibitos millonarios, pero es el que mis tutores le recomendaron para que yo pudiera reinsertarme porque ahí dan clases de refuerzo a los que se quedan atrás con las materias. Y yo tengo que rendir algunas en el verano. Así pude entrar a cursar con mis compañeros después de las vacaciones de invierno.

Levanta la cabeza y se queda mirando el cielo. Las nubes grises pasan sobre nosotros revelando cada tanto a las constelaciones que hoy parecen brillar con más intensidad. El viento frío del mar nos golpea y sacude otra vez el pelo ondeado de Astrid.

—Le debo todo a mi papá adoptivo —reflexiona, mientras se ata el pelo con una bandita negra que llevaba como pulsera—. Mi vida hubiera sido horrible sin él.

No sé qué decirle. Noto el dolor detrás de su actitud habitual.

—De verdad lo siento mucho...

—Ahora vivo en una mansión, no me puedo quejar. A veces necesito despejarme y por eso hago estos paseos. Tengo que estirar las alas un poco. —Se ríe—. Che, andá a tu casa si querés. No tenés que acompañarme. Puedo defenderme sola. —Hace una media sonrisa.

—Ya sé. Pensé que... quizás necesitabas compañía. Bueno, yo la necesito. Me quedé con una sensación fea. No dejo de pensar en esos tipos. Qué cagada que los dejé escapar. Deberíamos buscarlos y llevarlos con la policía.

Astrid se ríe a carcajadas.

—¿Y qué les vas a decir a los canas? ¿Que somos arcanos y detuvimos a esos enfermos con nuestros poderes? Si te llegás a transformar adelante de ellos, te cagan a tiros. Haceme caso, los conozco. Aparte, seguro que los largan enseguida.

—¿Te enfrentaste con la policía? ¿En serio?

—Un par de veces —contesta, sonriendo.

—¿Dónde vivís? ¿Estamos cerca?

—Más o menos. Es mejor que me transforme en algún lugar donde no me vean y me vaya volando. No te preocupes, voy a estar bien. Gracias por la compañía.

—Podrías venir a entrenar con Gaspar y León, nuestros maestros.

Niega con la cabeza.

—No me interesa, aprendo sola.

—Disculpame —respondo, cohibido. Quizá tomé demasiada confianza—. Ya es muy tarde, mis viejos se van a preocupar —le digo, listo para saludarla e irme.

—Está bien. Un gusto verte de nuevo. Algún día juntémonos... Podemos recordar nuestras vidas pasadas. Los dos parecemos ser ángeles, ¿no?

—Eh... sí, dale.

Por lo visto, ella tampoco recuerda del todo su pasado.

Me saluda agitando la mano. Luego, mira hacia ambos lados de la calle para confirmar que esté vacía, se transforma y despega.

Me quedo observando cómo se aleja por el cielo estrellado; qué lindo sería que mi papá fuera como el de Astrid y me aceptara como arcano. Sin embargo, después de lo que me enteré sobre el asesinato de mi abuelo por el Demonio Blanco, eso va a ser imposible. Justo lo mató ese arcano, tan parecido a mí... me da escalofríos de solo pensarlo.

De cualquier forma, no me parece justo tener que ocultar lo que soy. ¿Por qué mi verdadera naturaleza está relacionada con ser un monstruo cuando yo no hice nada malo? Estoy usando mis cuernos, alas y garras para hacer el bien. Y mi abuelo, en cambio, usó sus poderes mágicos para el mal, en experimentos inhumanos como los que crearon al Demonio Blanco.

Suspiro al pensar en que nací de mis padres y en que, a pesar de eso, quizás me odien al enterarse de mis poderes; Astrid, en cambio, fue adoptada y amada incluso siendo un arcano. Siento una punzada de envidia, pero me la reprocho enseguida. Esa chica sufrió un montón y lo que me pasa ahora no tiene comparación con eso. Pase lo que pase, confío en que voy a poder superar los problemas con mis viejos.

Cuando vuelvo a casa, papá está en el sillón mirando la tele. El resplandor del aparato tiñe su piel de un blanco fantasmal y, por un momento, me vienen imágenes de mi rostro como arcano, mezclado con el del Demonio Blanco.

—Hola —me saluda.

—Hola... —respondo.

Espero que me reproche por lo tarde que es, sin embargo se queda callado. Tiene la expresión triste, o eso creo. Recuerdo la historia de Astrid y comprendo que la pelea que tuve con papá no es importante. Tal vez nunca podamos entendernos del todo, pero sé que me quiere.

Me siento con él.

—Es una de las pelis de Indiana Jones. ¿Cuál? —pregunto, como si no lo supiera.

—La del templo.

—Es la mejor —aseguro, con una sonrisa.

Aunque la vi miles de veces y ya me la sé de memoria, me quedo con mi viejo hasta el final. Después, cocinamos con mamá y cenamos todos juntos, entre risas y anécdotas.

BRUNO

Quedan solo siete capítulos para el final de Somos Arcanos 2: Secretos que nos unen.

Mati

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