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31. Secretos familiares

Bruno

Cuando Gaspar termina de hablar, nos quedamos en silencio por un rato. Pienso en lo que me contó, me parece increíble. Vivo en esta ciudad desde que tenía doce años, no es mucho tiempo, y jamás imaginé que hubiera sido fundada por una orden secreta de magos. Tampoco que el Demonio Blanco, la leyenda urbana local, fuera en realidad un arcano artificial, similar al monstruo de Frankenstein.

Sé que siempre se escucharon rumores sobre una secta que hacía magia en la zona, y muchos creen que los arcanos salimos de ahí, sin embargo, pensaba que eran historias surgidas de personas que habían visto por casualidad a Sebastián y a sus monjes en algún ritual. Nunca creí que el asunto viniera de mucho antes.

De pronto, comprendo algo más.

—Gaspar, ¿cuándo se fundó Costa Santa?

—A principios de los años sesenta.

—O sea que tiene como cuarenta años. ¿Es normal que una ciudad así de grande se haya formado en tan poco tiempo?

—Claro que no, Bruno. Es un lugar especial.

—Preparado desde el inicio por los yaltens para invocar a los arcanos —deduzco—. Es por su magia que tantos ángeles, demonios y dioses terminaron naciendo o mudándose acá, ¿no?

—El objetivo de los yaltens no era invocarlos, sino experimentar para volverse más poderosos. Fundaron esta ciudad porque querían crear una nueva humanidad. Sin embargo, estoy de acuerdo con vos en que sus hechizos terminaron por atraer a los arcanos.

»De todas formas, después de la crisis con Semydael solo quedaron los descendientes de los yaltens en Costa Santa. La mayoría no sabía mucho sobre el tema, ya que la orden revelaba sus secretos solo a los iniciados, y fueron olvidando poco a poco las cosas raras que ocurrían, si es que habían visto alguna.

»El Círculo de Prometeo, el grupo de magos que lidera Sebastián, o «los monjes carmesíes», como ustedes los llaman, siguieron en parte la línea de los yaltens. La diferencia es que, en vez de experimentar con los dioses y los elohim, buscaron desarrollar sus poderes a través del contacto con ellos. A su forma, también colaboraron para atraer a las almas que encarnaron en Costa Santa como arcanos.

—Igualmente, cuando nos reunió en el bosque, Sebastián parecía querer hechizar a Débora para que lo obedeciera... Su objetivo era controlarla, como los yaltens hicieron con el Demonio Blanco.

—Bueno, supongo que, a veces, a pesar de tener objetivos distintos a los de sus padres, los hijos terminan imitándolos, ¿no? Es parte de la naturaleza humana.

—¿Qué pasó con la familia de Sebastián? Eran yaltens...

—Sí, dos de los más avanzados. Fueron asesinados por el Demonio Blanco.

—Qué terrible. ¿Sebastián no quiso vengarse por eso?

—No. Entendió que había sido efecto de las cosas que hicieron. A pesar de las diferencias que tenemos, creo que Sebastián también busca una armonía entre los humanos y los arcanos.

—¿Te puedo hacer una pregunta más... personal?

Gaspar me mira durante un segundo, con el ceño fruncido.

—Sí...

—¿Pasaba algo más entre vos y Sebastián? Quiero decir... ¿salías con Sebastián y te peleaste por León?

—Este... eh... —Se rasca la nuca—. Cuando lo conocí, Sebastián había enviudado hacía unos años. Salimos por un tiempo. Él... se enamoró de mí, pero yo no sentía lo mismo. Ya teníamos diferencias de base respecto a lo que pensábamos, y... sí, todo se complicó todavía más cuando apareció León.

Gaspar se queda en silencio, se ve un poco incómodo. Yo también me siento nervioso. Por un lado, deseo saber más sobre el tema, pero no quiero demasiados detalles. Mi maestro se levanta rápido.

—¿Te sirvo más té?

—No, no. Ya es tarde, tengo que irme —aseguro—. Una última cosa, ¿creés que volveré a ver a Semydael?

—Puede ser... Su espíritu sigue dando vueltas por Costa Santa, vigilando... También creo que, si apareció, no solo fue para que te contara su historia y la mía. Lo hizo porque quiere advertirnos algo.

—¿Qué?

—Que los yaltens regresaron.

Camino de regreso a casa. Revive en mi mente la pelea que tuve con papá después de que encontrara mis libros de magia.

Extraño la relación que tenía con él antes de ser un arcano. Por un tiempo, cuando hablamos sobre sexo y me enseñó a cuidarme con Débora, creí que lo había recuperado y que todo iba a volver a la normalidad. Empezamos a charlar sobre filosofía, a debatir sobre la naturaleza del ser humano y sobre si el mundo iba a cambiar algún día. Ahora, descubro que me estuvo espiando, que revisó mis cosas. ¿Se cree que porque es mi papá puede controlar mi vida? ¡Qué imbécil!

«Es un humano estúpido, incapaz de entender o soportar la realidad de los arcanos...».

No.

¿«Un humano estúpido»? ¿Por qué pensé eso? ¿Qué carajo me creo que soy? ¿Algo superior...? Mientras me acerco a mi hogar, pienso que, por momentos, dejo de ser yo. Es como si estuviera a punto de surgir mi otro ser, el ángel o demonio que fui antes, para dominarme por completo. ¿Acaso los elohim piensan así sobre los humanos?

Una vez que llego a casa, abro la puerta con expresión seria. Mamá me saluda desde algún lugar y respiro aliviado: papá no está. No quiero cruzármelo después de lo que le dije.

—¡Hola, ma! —grito en respuesta. Estoy listo para subir a mi cuarto, evitándola, pero la encuentro en el pasillo—. No tengo hambre, no voy a cenar —le digo.

—Bueno, aunque sea podés compartir unos mates conmigo, ¿no? —reclama con una sonrisa.

—No sé...

—Dale —insiste.

La acompaño hasta la cocina. Me siento a la mesa mientras ella pone a calentar el agua y algunas rodajas de pan en la tostadora.

—Tu papá me contó que hoy discutieron...

—Sí.

—Bruno —dice ella, girando hacia mí con una sonrisa triste—. Sabés que se preocupa por vos. No quiere que te pase nada.

La miro de arriba abajo, con los brazos cruzados. Es inútil hablar si no puedo decirle la verdad.

—Me dijo que tenías libros de magia —continúa.

—Es algo personal. Él no tenía por qué revisar mis cosas, está invadiendo mi privacidad —subo el tono—. ¿No puedo tener mi propia vida?

Mamá suspira y me mira en silencio. Después, apaga el fuego y trae el mate y la pava, que apoya sobre una tabla circular de madera. Me levanto de la mesa y la ayudo con las tostadas, que ya están listas.

—Escuchame —me dice, una vez que me siento. Me acaricia la mano—. Me parece genial que tengas distintos intereses y que los investigues, yo te voy a apoyar en todo. Pero necesito que me prometas que no estás en algo peligroso.

—No, mamá. No te preocupes, no estoy en nada peligroso. Empecé a estudiarlo por mi cuenta, es eso —miento.

—A mí podés contarme cualquier cosa, ¿sabés? Soy tu mamá y siempre te voy a querer.

Cuando me dice eso, es como si un puñal se clavara en mi pecho. ¿Debería confesarle que soy un...? No. Siempre habla con incredulidad y rechazo sobre los arcanos.

—No pasa nada, mami. Tranquila.

—Okey, amor. Pero mantené ese tipo de libros fuera de la vista de tu padre. Le hacen mal.

Está inquieta. ¿Por qué son un problema los libros de magia? Aunque quiero preguntárselo, no me animo. Sé que tener esta clase de literatura en casa es un poco raro, aunque no es para tanto. O sea, papá siempre criticó a las religiones y a las paraciencias, pero ¿le hacen mal? ¿Por qué empezó a hablar con tanta paranoia sobre las sectas?

—¿Qué te acordás de cuándo nos mudamos a Costa Santa? —me pregunta mamá de pronto, antes de cebarme un mate.

Me encojo de hombros sin entender por qué me cambia de tema.

—Qué sé yo, mami... Que fue un alivio porque papá y los tíos habían tratado por varios años de vender la casona y los terrenos que el abuelo tenía acá. Y, después de que se repartieron la plata, papá compró esta casa y nos vinimos.

—Tu papá estuvo muy nervioso todos esos años, tras la muerte de tu abuelo.

—Era muy chico, ¿no? No me acuerdo de nada de eso.

—Tenías tres años... así que ahora capaz lo entendás mejor. —Hace una pausa—. Tu abuelo no falleció en un accidente de auto, Bruno. Lo asesinaron.

Me quedo duro, en shock, sin poder creer lo que acabo de escuchar.

—¿Qué? ¿Cómo...? ¿Por qué me decís esto así, de la nada?

—Eras muy chico. Tu papá y yo decidimos que era mejor contarte que había muerto en un choque.

—¿Quién lo mató?

—Es difícil de explicar —afirma y corre la mirada.

—¡¿Eh?! ¿Por qué es difícil de explicar? ¡Contestame! —Alzo el tono de mi voz.

—Basta, Bruno. Hablame bien, porque si no, no te cuento más nada... ¿Escuchaste los rumores sobre las sectas que andan por el bosque? —Me clava la mirada.

—Eh... Sí, algo escuché en el colegio.

—Bueno, antes eran muchos más que ahora y hacían rituales de verdad. Tu abuelo formaba parte de ellos, pero lo había mantenido en secreto hasta de tu abuela. Una noche, algún rival de otra secta lo atacó en su casa. Tu papá entró justo cuando ese hombre lo estaba apuñalando. Por suerte, el asesino no lo atacó a él también, y huyó.

—Dios mío...

—El trauma para tu papá fue tan grande que empezó a delirar. Por favor, no le preguntes, porque seguro que se descompensa y tiene un ataque. Estuvo mucho tiempo tratándose.

—¿Cómo que empezó a delirar? ¿Por qué?

—Parece que el hombre que mató a tu abuelo estaba disfrazado... probablemente siguiendo un ritual de su secta.

Empiezo a temblar, pero lo disimulo.

—¿Disfrazado de qué?

—No tengo idea, Bruno. Eso lo sabe tu papá nada más. —Da unos sorbos a la bombilla del mate—. Pero la impresión fue muy fuerte, por eso le desencadenó un delirio.

Trago saliva, invadido por un sudor frío.

—¿En qué año fue eso?

—En 1991. Tu papá estuvo internado diez meses y después siguió yendo al psiquiatra por un tiempo largo. Durante la internación, te mandaba cartas que yo te leía junto a la abuela.

—Es terrible todo esto... Ahora entiendo por qué tiene tanto odio o fobia a la magia. Yo... Quedate tranquila, mami, no voy a dejar que vea mis libros de nuevo. —Hago una pausa para tomar el mate que ella me pasa—. Ma, ¿cómo eran los delirios? ¿Con qué deliraba?

—Decía que a tu abuelo lo había matado un monstruo alado, vestido con harapos. Lo describía con la cara blanca como la luna y ojos negros, con iris de fuego rojo.

¡El Demonio Blanco! Eso significa que mi abuelo era parte de la orden que experimentó con él...

—No sé qué decir.

—Tranquilo, Bruno, lo importante es que ya pasó y que tu papá pudo superarlo.

—¿La policía investigó, hizo algo?

—Sí, pero ninguno sabía nada sobre quién cometió el asesinato. Años después, surgió esa leyenda del Demonio Blanco, pero nunca pudimos corroborar si se trataba del asesino o de una persona diferente con un disfraz similar. Probablemente era otro loco de esa secta.

—¿Cómo se llamaba la secta del abuelo? ¿De dónde se supo que...?

—Tranquilo, hijo —pide mamá—. La Orden de los Yaltens, ese era el nombre de la secta. Después de que tu abuelo falleció, tu papá y tus tíos encontraron un cuarto secreto en la casona: había libros raros de ellos y también hallaron cuadernos en los que llevaba una especie de diario. Los tuvo un tiempo la policía, pero después los devolvieron y tus tíos los quemaron.

—Gracias —digo con la voz quebrada—. Ahora entiendo a papá. Debe haber sufrido muchísimo.

—A pesar de toda esa locura, logramos tener una vida normal, Bruno... Bueno, lo más normal que podemos, ¿no? —agrega mi vieja, con una sonrisa—. No lo echés a perder.

También sonrío y asiento, acostumbrado a tener una máscara puesta. Sin embargo, esa última frase me destruye por dentro.

Nos estamos acercando al final de la historia.

Saludos

Mati

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