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38. Ventaurus

Bruno

Llega la noche en la que Mackster y yo vamos a ayudar a Sebastián con su hechizo. Es tiempo de acabar con los portales de los demonios ventaurus.

Parado en el extremo de una terraza, bajo el cielo estrellado de Costa Santa, vigilo los alrededores mientras el mago prepara el conjuro en el centro del lugar. Miro hacia abajo, hacia la calle del callejón donde vi a un demonio por primera vez. Lo recuerdo con suma claridad, al igual que al portal espeluznante que se abrió a sus espaldas. Recuerdo su cara de asombro cuando invoqué el fuego y me transformé; en aquel momento pude derrotarlo de pura suerte, lo tomé por sorpresa; esperaba enfrentar a un ser humano común y corriente, no a un arcano.

Pienso en las otras personas perseguidas por estos demonios; las que terminaron atrapadas para alimentar a un dios del Infierno. Las imagino sufriendo y consumidas cada vez más, hasta volverse zombis azules. Asustado y enfurecido por esa imagen, desenvaino mi espada. No podemos revivirlas, pero esta noche las vamos a vengar; vamos a exterminar a los ventaurus.

Sigo vigilando la calle iluminada por luces de mercurio, con rincones tan oscuros que parecen tener vida propia y rechazar el brillo. Noto que la temperatura mejora de pronto y el viento aminora. Supongo que los elementales nos ayudan tras la oración que Sebastián nos hizo dedicarles.

Giro hacia el mago. Observa las estrellas, haciendo algún tipo de cálculo, mientras gira alrededor de un círculo azul trazado en el suelo. Sostiene un libro que ilumina cada tanto con una linterna para consultarlo. Recita distintas frases y acomoda con más precisión las gemas que consagramos.

—No hay señales de Gaspar. Tampoco de León o de los demonios —informa Mackster, que viene desde el otro lado de la terraza.

—Lo mismo digo.

—Gracias a mi hechizo absconditus. —Nuestro mentor levanta un dedo y sonríe.

Mi amigo y yo asentimos.

—Cuando la energía se concentre, será imposible ocultarnos —nos advierte—. Estén preparados. Ahora, hagamos el hechizo como lo practicamos.

Nos reunimos dentro del círculo, donde nos tomamos de las manos. Sebastián comienza a recitar en una lengua perdida del Infierno. Mackster se muestra serio, sin embargo, noto su miedo en la fuerza con la que aferra mi mano. En un momento, la temperatura de su palma aumenta y la siento mojada.

Enseguida me recorre una energía que me pone los pelos de punta. Me invaden temblores en las piernas y los resisto, pero no puedo con mi estómago, que se retuerce. El padecimiento me abandona justo cuando Sebastián deja escapar un gemido y tiembla, luego, se recupera. Entonces, Mackster empalidece y se ve mareado. Esta energía fría y desestabilizante nos recorre a los tres una y otra vez.

De pronto, mi amigo frunce el ceño mientras me dan puntadas en la frente, el pecho y la ingle. El estómago se me revuelve todavía más. Estoy por vomitar, pero me contengo. Mackster aprieta mi mano con fuerza y tira de mi brazo. ¿Qué tiene? Se retuerce a mi lado. Debe pasarle lo mismo. Sebastián, en cambio, apenas transpira.

Vemos imágenes fugaces a nuestro alrededor que, así como aparecen, se desvanecen. Son los ventaurus, con sus mantos negros y tatuajes azules. Sacuden la cabeza de un lado a otro. Solo el absconditus nos separa de ellos. Tiemblo al escuchar un sonido agudo, como de algo rompiéndose. A mi lado, sobre el callejón, se abre un portal.

Me invade un cansancio inmenso. Lo único que puedo hacer es suspirar antes de que todo se oscurezca.

***

¿Qué es ese olor nauseabundo? ¿Dónde estoy? Abro los ojos y me encuentro en el suelo de la terraza. Veo a Sebastián que dispara fuego y rayos a varios ventaurus, a los que bloquea con su campo de fuerza. Ya no nos protege la invisibilidad. Escucho un zumbido altísimo y molesto; giro hacia un lado para encontrar un portal suspendido en el aire. Ahora lo recuerdo... Me levanto rápido y desenvaino mi espada, listo para luchar contra un demonio que viene hacia mí.

—¿Dónde está Mackster? —pregunto una vez cerca de Sebastián mientras choco mi espada contra la del enemigo.

—¡Atravesó el portal! —grita Sebastián.

—¡No! —El sudor de mi cuerpo se convierte en un manto helado. No puede ser. ¡No puedo perderlo en otra dimensión!— ¡Tenemos que rescatarlo! ¿Cómo lo sacamos de ahí?

—Hay una oportunidad, pero es muy arriesgada —me advierte, antes de congelar a un enemigo.

—¡No me importa! —Elimino a mi contrincante con un corte limpio de mi espada encendida en fuego y me vuelvo hacia el mago. Esquivamos juntos a un demonio que se lanza contra nosotros.

—Vas a tener que atravesar el portal. —Me mira fijo, segundos antes de acabar al enemigo con un disparo de energía—. Soy el único que puede mantenerlo abierto en la Tierra.

—¿Y los ventaurus...?

—Yo puedo con ellos.

Asiento. A pesar del miedo, estoy listo para entrar al Infierno. Mackster está ahí y necesita mi ayuda. No puedo abandonarlo. Segundos antes de avanzar, me invade la imagen de cientos de ventaurus luchando contra mí antes de aprisionarme para alimentar a su dios. La transpiración se desliza por mi nuca y me tiemblan las piernas. ¡Basta! No voy a pensar en eso. ¡Tengo que salvar a mi amigo!

Corro hacia el portal y varios demonios se interponen, pero enseguida una lluvia de rayos me despeja el camino. Giro hacia Sebastián, que asiente, antes de seguir enfrentándolos. Estoy por llegar a la brecha dimensional, cuando un filo plateado se clava en el piso frente a mí.

—No podés seguir. ¡No entres a ese portal!

La Dama Plateada aterriza frente a mí y me apunta con la mano extendida, de donde surge una luz plateada y chispas. Está lista para atacarme.

—¡Dama! ¿Qué hacés? Tengo que atravesar ese portal.

—No confíes en Sebastián, Bruno. Te está engañando.

—¡Dejame pasar! Dama, no es momento para...

—¡No!

—¡Mi amigo atravesó el portal! ¡Está en peligro! Si no lo saco pronto, va a terminar como los zombis.

La Dama titubea. Sacude la cabeza.

—¡Mierda! —grita. Después, arranca su espada del suelo y corre hacia mí. Me preparo para luchar, pero ella salta y patea a un demonio.

—¡Salvalo y volvé pronto!

Asiento y despego, sumergiéndome en el portal.

El mundo se tiñe de azul, se dobla, gira a mi alrededor. Siento como si viajara en una montaña rusa a toda velocidad, segundos antes de que mi cuerpo impacte contra una superficie sólida.

En cuanto abro los ojos, vomito. El cielo es verde; la tierra, naranja; y el fuego que sale de los pozos, negro. Me golpea un viento caliente. Los ventaurus están de espaldas a mí. Repiten mantras con las manos extendidas. Alaban a unos tentáculos blancos y gigantes que emergen de las profundidades. Entonces, veo un bulto rojo atrapado por una de esas extremidades. ¡Mackster!

Despego al instante y vuelo hacia él a toda velocidad; con el corazón acelerado, clavo rabioso mi espada en el tentáculo y grito. Entonces, miro hacia abajo, hacia la criatura que enfrento, y me cuesta encontrarle un sentido a su forma. Parece una suerte de torbellino de cuyo centro salen estas extremidades, en medio del polvo y la arena que giran a su alrededor. Noto algo más moviéndose en medio de los tentáculos; vislumbro unos rasgos semihumanos... Es una cabeza espeluznante con cuernos, hocico y un solo ojo. Aunque no me mira, siento su atención clavada en mí. Giro hacia un lado y veo cientos de ojos en cada tentáculo, recién abiertos; también los encuentro en el que sostiene a Mackster, cuando me vuelvo hacia él.

Comprendo que estoy frente al dios de estos demonios, el dios Ventaurus, y que es mucho más espeluznante de lo que Sebastián había descripto. Su boca de dientes torcidos se acerca a toda velocidad hacia nosotros, cuando repliega el tentáculo sobre el que estamos Mackster y yo. Con un nuevo corte de mi espada y los rayos de Mackster logramos destruir la extremidad. Volvemos a atacar con fuego y los poderes de mi amigo al rostro del dios y logramos acertarle en el único ojo.

El monstruo grita y retrocede mientras volamos en dirección al portal. Varios de sus demonios seguidores, horrorizados por lo que hicimos, despegan y nos interceptan.

—¡El portal! —avisa Mackster.

La luz titila y empieza a desaparecer.

—¡No!

Gritamos desesperados, inmersos en el combate. Clavo mi filo en unos ventaurus, mientras Mackster decapita a los que le hacen frente y siento un dolor punzante en el hombro izquierdo. ¡Mierda! Me distraje y uno de esos engendros logró hacerme un corte profundo.

Lo mato de un espadazo. Ya no me rodean, pero tampoco encuentro a mi amigo...

Lo escucho gritar. ¡Lo hirieron! Miro de un lado a otro, buscándolo en el cielo, en la tierra, pero me invade un dolor desgarrador en mi hombro herido y no me queda otra alternativa que aterrizar.

Me derrumbo en el suelo naranja. Por suerte, ya no hay demonios cerca. Entonces, me golpea un vendaval justo antes de que empiecen los temblores; distingo a lo lejos a la bestia infernal, al dios de los ventaurus, que se acerca. Llego a ver unas pezuñas gigantes entre el polvo que arrastra el ciclón. Está aturdido y ciego en su ojo principal, pero no deja de buscarnos con los ojos de sus tentáculos.

Me arrastro para esconderme detrás de una roca. Tengo que ser fuerte... Trato de levantarme para seguir luchando y el dolor vuelve a tirarme al piso. ¡Mierda!

La sangre empapa todo mi brazo y cae en el suelo rajado y sediento. No puedo volar y estoy demasiado débil para luchar. Me invaden las náuseas; estoy seguro de que mi cabeza va a estallar.

Me siento lejos de mi cuerpo, hundiéndome en un leve sopor...

Se acabó.

***

¡Oh por dios! ¡Quedan muy pocos capítulos!

Mati

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