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36. ¿Soy leyenda?

Bruno

Mackster y yo pensábamos que con Sebastián íbamos a pasárnosla aprendiendo hechizos increíbles y entrenando para aumentar nuestros poderes. Bueno, nada que ver. El mago se la pasa dándonos cosas para estudiar. Nos enseña sobre astrología, las propiedades de las hierbas y de las gemas, la simbología del tarot y un poco de latín. Si bien entiendo que son conocimientos necesarios para las artes ocultas, que, debo admitirlo, me interesaron al principio, tanta teoría y nada de acción terminaron por hartarme.

—Ya no lo soporto —le digo a Mackster un sábado a la tarde, interrumpiendo nuestra sesión de lectura en la biblioteca de Sebastián.

Mi amigo levanta a mirada de su libro y me observa, parpadeando con pesadez para despejarse de la lectura compleja en la que estaba sumergido. Se frota la sienes.

—Yo tampoco. Esto es muy difícil —admite.

—No me importa lo que nos haya advertido Sebastián. —Miro de un lado a otro, para asegurarme de que no anda cerca—. Voy a buscar algo más entretenido. —Me levanto, guardo en la vitrina los cuarzos que estaba investigando y empiezo a hojear los libros de la biblioteca.

—¿Adónde dijo Sebastián que iba?

—A la terraza, a mirar el cielo con su telescopio. Saturno en conjunción con Venus, o no sé qué —contesto y Mackster se ríe.

Después de pasar por una sección que parece tratar sobre el plano astral, llego a unos estantes con textos acerca de distintas entidades. Encuentro un tomo con la inscripción «demonios» en el lomo. Lo abro: tiene símbolos, invocaciones y dibujos de distintos habitantes del Infierno. Quizás haya algo que me recuerde mi origen.

—Tené cuidado; ya sabés que es un mago poderoso, seguro va percibir lo que estás haciendo —advierte Mackster y enseguida escuchamos unos pasos en la escalera—. ¡Bruno! —me alerta, señalando hacia arriba. Guardo rápido el libro y me siento de nuevo al lado de mi amigo, para hacer como que busco una palabra en el diccionario de latín.

Sebastián aparece en la entrada de la biblioteca. Nos mira durante unos segundos antes de sentarse frente a nosotros.

—Dentro de unos días, va a ser momento de poner en práctica lo que aprendieron—anuncia y mi corazón se acelera, emocionado—. Me van a asistir mientras realizo un hechizo especial para impedir que los demonios sigan abriendo portales en esta ciudad. Luego de investigar su energía y sus rituales y de consultar mi biblioteca, a la que, como ya les he dicho antes, podrán acceder con libertad cuando estén preparados... —Mackster y yo mantenemos las caras de piedra ante la aclaración del mago—, logré descubrir con quiénes estamos lidiando: son los demonios ventaurus. —Abre un libro frente a nosotros—. La marca distintiva de esta tribu es un tatuaje que suelen llevar en alguna parte del brazo izquierdo.

El hombre señala el dibujo, que parece una espiral con cuernos.

—Es lo que tenía en la muñeca el primer demonio que vi. Brillaba y era azulado —explico.

—Es el color de su deidad. Un demonio monstruoso que se halla apresado en una de las dimensiones infernales más profundas y de la que podrá liberarse en las próximas semanas. Para lograrlo y transportarse a la Tierra, necesita ser fortalecido con la energía de seres vivientes: personas que los demonios se llevan al Infierno aún con vida.

—¿O sea que el monstruo ese se... come a las personas? —La voz de Mackster tiembla.

—Algo similar. El dios Ventaurus les absorbe la fuerza vital. Tras esto, ellas se convierten en zombis que los demonios traen de regreso a este mundo, donde funcionan como vórtices de energía negativa, debido a sus auras ya corrompidas. Así, su presencia en Costa Santa crea las condiciones necesarias para que, en cierta fecha, se pueda abrir un portal que le permita al dios Ventaurus llegar a la Tierra.

—La descripción que diste de los zombis me resulta conocida —comento—. Estoy seguro de que son los que enfrenté con la Dama Plateada; tenían la piel azul.

—Es probable. —Sebastián me mira—. Ahora que lo pienso, en este contexto es lógico que el primer demonio que te hayas cruzado sea uno de los ventaurus; solo buscan a ciertas personas para que sean parte del menú de su dios, personas con un nivel alto de energía y buenas capacidades psíquicas, lo que también aplica a un arcano. Por eso su hechizo terminó atrayéndote a ese callejón. —Me señala—. Si no hubieras escapado, el dios Ventaurus, tras alimentarse de un arcano con tu nivel de poder, ya estaría en la Tierra.

Trago saliva al imaginarme siendo consumido por ese monstruo.

—Lo bueno es que usted puede cerrar los portales y acabar con todo eso, ¿no? —pregunta Mackster, y Sebastián asiente—. En ese caso: ¿los demonios que están de este lado quedarían atrapados?

—Permanecerían en la Tierra hasta que se acabe la energía que los ancla; entonces, se desvanecerían.

—Genial. Esperemos que pase eso, entonces —le digo—. Cuente con nosotros.

Nuestro mentor sonríe. Después, seguimos conversando sobre los preparativos del hechizo. Aunque siento un poco de miedo, me emociona la idea de hacer magia, más si va a alejar a esos monstruos de Costa Santa.

Mackster mira al mago con ojos entrecerrados y asiente a todo lo que dice. Es evidente que le pasa lo mismo que a mí.

Vamos a tener que esforzarnos si queremos cerrarles las puertas de nuestro mundo a los demonios y sobrevivir en el proceso. Por fin entiendo por qué Sebastián nos hacía estudiar tanto.

Una vez que terminamos de hablar con el mago, Mackster y yo nos vamos a su casa para relajarnos en lo que queda del sábado. Nos la pasamos en su cuarto viendo películas de fantasía y de acción, también un capítulo de Eat-Man en el canal Locomotion. Después, Mackster empieza a hacer zapping y, en un momento, distingo a Flavia Nermal.

—¡Pará ahí! —Señalo la pantalla y mi amigo se detiene.

—¡Hoy tenemos un informe único! —saluda la pelirroja desde la tele, vestida con un traje similar al de una oficial de la fuerza naval—. Hace poco, un monstruo gigante atacó a varias personas en la ruta. Se trataba de uno de los seres de otras dimensiones que, por más que las autoridades insistan en negar su existencia, suelen manifestarse en nuestra ciudad, Costa Santa. En este caso, era una criatura agresiva que, por fortuna, fue detenida por dos arcanos. Los testigos del suceso llevaron fotos a varios medios de comunicación, pero nadie quiso recibirlos, excepto la única investigadora valiente y comprometida con la verdad... Yo.

»La mayoría de las veces que intentaron alcanzarme el material, sucedieron cosas extrañas que terminaban con la desaparición de las imágenes.

»No me rendí. Insistí. Moví cielo, tierra y diría que, incluso, algunas constelaciones, hasta que por fin las fotos llegaron a mis manos. ¡Prepárense para conocer la verdad!

Nos miramos con Mackster, emocionados. Vuelvo a la pantalla, donde la imagen sonriente de la conductora se funde para dar paso a distintas fotos de un monstruo azul con muchos brazos. En otras, se ven figuras borrosas, de mucho menor tamaño que la criatura, que luchan contra ella: una de color rojo y blanco; la otra, gris con pelo colorado y alas blancas.

—¡Somos nosotros! —grito.

—¡Son las fotos del día en que nos conocimos! —Mackster me toma por los hombros y me sacude, riéndose—. ¡Buenísimo!

Nos ponemos a saltar. Me río y lo abrazo.

—He recibido varios informes sobre el arcano rojo, al que decidí llamar «El Guardián Carmesí» —dice Flavia, de nuevo en la pantalla.

—¡Tu apodo! —lo señalo, sonriendo.

—Esta mina tiene muy poca imaginación... —Mackster se cruza de brazos.

—Pero, ¿quién es el arcano que lo acompañaba? —continúa la conductora—. Algo en su apariencia me resultó familiar. Después de una ardua investigación, creo haber descifrado su identidad.

Miro a Mackster, que observa la pantalla, inquieto. Se me forma un nudo en la garganta y el corazón me late con tanta fuerza que siento que se me va a salir del pecho.

—Estaba oculto hace tiempo, tal vez perdido o atrapado, y ahora regresó con otra apariencia... —asegura la conductora, justo antes de que aparezca un dibujo en pantalla.

Es un monstruo alado, que viste un manto oscuro con capucha. Tiene una mirada de ojos rojizos y mechones de un cabello largo y lacio, que escapan de su capucha. La piel es de un blanco pálido. La ilustración lo muestra posando con las garras extendidas.

Su imagen se funde con otra ilustración, bastante acertada, de mí.

—¡El Demonio Blanco! —grita Flavia.

Mackster me mira y se ríe a carcajadas.

—¡¿El Demonio Blanco?! —repito, con una mano en el pecho.

—Es un mito local, de cuando mi vieja era chica —me explica, todavía riéndose—. Me contó sobre eso alguna vez. Es el patrono no oficial de Costa Santa. ¡Es genial que esta mina te haya relacionado con él!

—¿Por qué no escuché nunca hablar de él?

—Porque es una leyenda viejísima, Bruno. De la generación de nuestros abuelos.

—El Demonio Blanco —insiste la voz de Flavia, mientras el dibujo se acerca a la pantalla—. Una leyenda que vuelve en este momento de cambios y revelaciones. Estén atentos. Quizás, la próxima vez los salve a ustedes.

***

Estamos cada vez más cerca del final del primer libro. ¡Cuánta emoción! XD


Mati

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