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34. Desigualdad de condiciones. Parte 2

Bruno

Pensé que volver a la escuela iba a ser horrible, pero es bueno reencontrarme con mis compañeros. Durante el recreo anterior al examen recuperatorio, repaso los ejercicios de Matemáticas con Andrés. Javier nos ayuda un poco, pero la verdad es que no es muy bueno en esa materia; no sé cómo se las arregla para aprobar siempre.

Aunque estoy tranquilo, a esta altura siento como si tuviera una ensalada de números en la cabeza. Lo único que quiero es dar la prueba y que todo termine de una vez. Por suerte, Sebastián me ayudó bastante con lo que tenía que estudiar. Eso y las clases con el profesor particular deberían bastar para, al menos, aprobar.

A pesar de los nervios por el examen, siento una calma en fondo de mi ser. Creo que es porque ahora encontré a mi maestro; es un alivio tenerlo, más que nada después de lo que pasó con Gaspar.

De pronto, me llama la atención un bollo de papel que veo en el suelo y me acerco a levantarlo. Cuando lo abro, encuentro el dibujo de una chica con los ojos cerrados y los brazos extendidos, rodeada de estrellas de cinco puntas. Pareciera estar invocando a un espíritu. Tiene la piel pintada de azul y el pelo, verde.

—Eso es mío. —Anabella me lo quita de las manos y lo rompe, furiosa.

Se aleja veloz y me quedo anonadado por su reacción.

—¿Qué tiene? ¿Le pasa algo? —pregunto.

—Ya sabés que es poco melodramática —comenta Javier, que está sentado a mis espaldas.

—Debe estar así por lo que le pasó con los murciélagos —asegura Andrés—. Según escuché, todavía siguen dándole vacunas contra la rabia y esas cosas.

—Ahora entiendo. Pobre, eso debe volver loco a cualquiera. —Javier habla con expresión más amable.

—Escuché que la escuela está embrujada, por eso pasan cosas tan raras —comenta Andrés.

—Dicen lo mismo de la ciudad, ¿no? —Javier se ríe y abre su cuaderno para empezar un nuevo dibujo—. Me encantaría cruzarme con alguna de esas cosas, seguro me da una buena idea para hacer una historieta.

—¿Y vos qué pensás, Bruno? ¿Creés en las leyendas urbanas de Costa Santa? —Insiste Andrés—. ¿Te gustaría cruzarte a un arcano?

—Lo único que quiero es aprobar este examen de una vez. —Largo un bufido y se ríen.

Termina el recreo y entra la profesora de Matemáticas. Andrés y yo nos ponemos tensos, al igual que otros compañeros, cuando nos aparta para darnos las consignas del examen recuperatorio. A pesar del miedo, lo resuelvo bastante rápido. Espío la hoja de Andrés, que está sentado a mi lado, y me alegro al notar que llega a completar los ejercicios con facilidad.

Una vez que entregamos las hojas a la profesora, respiramos más aliviados. El resto de la clase se pasa volando y, cuando termina, me escapo antes de que llegue la otra profesora para ir al baño y despejarme un poco. El lugar está vacío y a esta altura del año, en pleno invierno, es uno de los lugares más fríos de la escuela. Me lavo las manos y me paso agua por la cara para relajarme después de tanto esfuerzo mental.

No me gusta estudiar, pero admito que sirvió para distraerme de todo lo que pasó con Gaspar y León, así como de las amenazas de otras dimensiones que se cierne sobre Costa Santa. No quiero pensar en eso ahora. Frente al espejo, suspiro y relajo los hombros con los ojos cerrados. Luego, respiro profundo y logro calmarme.

En cuanto abro los párpados, en vez de hallar a mi reflejo del otro lado del cristal, encuentro a un monstruo que reconozco enseguida: piel de un blanco muerte, globos oculares negros con iris rojos y labios que parecen pintados con sangre... Retrocedo temblando y mi reflejo vuelve a la normalidad.

Era el demonio que vi en el alma de Gaspar... ¿Qué quiere conmigo? Pudo rastrearme, aunque Sebastián me aseguró que estaba protegido y que, incluso, había escondido mi casa con magia. ¿Se equivocó?

Paso el resto de la jornada escolar atormentado por eso. Durante el último recreo, mientras camino con Javier por el pasillo, me cruzo a Débora, que me mira mientras conversa con Diana y Laura. Le sonrío y me responde igual, antes de correr la mirada con las mejillas enrojecidas. Me gustaría besarla como hice con la Dama Plateada y contarle que soy un arcano, pero no creo que ella pueda entenderlo. Jamás aceptaría salir con un chico al que le aparecen cuernos y alas.

—¡Ey, colorado! —Escucho que me gritan y me vuelvo hacia un grupo de chicos del último año—. ¿Qué hacés acá, anormal? —me pregunta el que los lidera. Ya me lo crucé un par de veces, también escuché a unos chicos hablar de sus agresiones en la escuela. Anda molestando a todo el mundo y me mira mal desde principio de año. Creo que se llama Luciano—. La escuela no es para gente como vos y tu amiguito narigón deforme.

Mi amigo se paraliza tras escuchar sus palabras. Quiero ignorarlas y seguir la marcha, pero la bronca me gana.

—¿Qué te pasa, pelotudo? —Camino hacia él y me mira de arriba abajo.

El tipo es mucho más alto y fuerte que yo, pero si uso mis poderes...

—Tenés algo raro vos... Como si fueras un alien. —Sus amigos se ríen—. ¿Qué mierda sos?

—¡Callate, forro! —Javier se anima a moverse y viene hasta mi lado.

Luciano es flanqueado por su grupo enseguida y sonríe con maldad antes de avanzar para empujarme, pero lo esquivo. Me tira un golpe y lo bloqueo con una rapidez inusual, gracias a la agilidad que gané en mis peleas como arcano.

El tipo se queda sorprendido unos segundos, para luego volver a su expresión de desprecio.

—Sos un monstro anormal.

—¡Callate, hijo de puta!

Me lanzo sobre él y empezamos a golpearnos. Por lo que escucho y veo de reojo noto que Javier le da una piña en el estómago a uno de los que se estaban riendo, que se cae al piso. Otros dos van contra mi amigo y se le echan encima.

Mi corazón se acelera, mientras bloqueo los ataques de Luciano y se los devuelvo, aunque no le pego tan fuerte como podría. En un momento, trastabilla y se cae. Un amigo de él viene hacia mí y lo empujo, pero me excedo con la fuerza y sale despedido por el aire. Aterriza a unos metros y se queda enrollado en el piso, insultándome.

Mierda, mis poderes...

—¡Monstruo! —me grita Luciano, enfurecido, mientras trata de levantarse.

Ya harto, me arrojo sobre él y empiezo a golpearlo sin parar, mientras la temperatura de mi cuerpo aumenta cada vez más. El tipo solo puede cubrirse el rostro con los brazos. ¡Pedazo de mierda! ¿Quién se cree que es?

De pronto... ¡salen unas pequeñas llamaradas de mis manos! Se apagan enseguida, sin llegar a quemarlo, pero Luciano las ve. Nos separamos. El chico arruga la frente y me mira de arriba abajo con la boca torcida, antes de incorporarse y alejarse unos metros de mí.

—¡Bruno! ¿Qué están haciendo? ¡Terminen con eso! —escucho el grito de Débora, que viene corriendo con sus amigas.

Miro mis manos y noto que sale vapor de ellas. Por suerte, es poco y se despeja enseguida. Creo que nadie lo vio.

Javier se libera de los otros chicos con ayuda de Andrés, que los separa. Los amigos de Luciano se van corriendo. Cruzo la mirada con Débora y siento un nudo en la boca del estómago. Estoy avergonzado por lo que pasó; no debería haber peleado, al menos no delante de ella, para no quedar como un violento... pero tampoco me hubiera gustado quedar como un cobarde.

Respiro con calma, creyendo que todo se terminó, pero Luciano aprovecha que me distraje y corre hacia mí. ¡Dios, qué tipo insistente! Tiene un odio inmenso adentro, puedo verlo detrás del brillo de sus ojos. Vuelvo a bloquear sus ataques y arremeto contra él, que trastabilla. Estoy por golpearlo otra vez, cuando escucho de nuevo la voz de Débora.

—¡Basta, Bruno! ¡Fueron a llamar a los profesores!

Miro a Luciano, aguantándome las ganas de meterle unas buenas piñas más... incluso me invaden ganas de prenderlo fuego. Él, en cambio, parece disfrutar de todo esto.

—Siempre pensé que eras un montruo anormal y ahora lo acabo de confirmar. —Se ríe.

Las manos se me calientan y tiemblan. Mis poderes quieren salir de nuevo... ¡¿Qué estoy haciendo?! ¡No debería usar mis habilidades para esto!

Me aguanto y cierro las manos. No voy a volver a perder el control. Estos poderes son para proteger a las personas de los demonios, no para imponerme sobre los más débiles en una pelea estúpida del colegio.

Ahora que me calmé un poco, me invade una culpa inmensa. Noto que mi expresión facial cambia, pasando de la rabia a la angustia. Luciano, en cambio, sigue con la misma expresión de desprecio.

—Vamos —dice Javier, tirándome del brazo.

—Anormal —me repite Luciano.

Giro de nuevo hacia él, para decirle que la termine de una vez, pero de pronto tengo a Débora adelante; se interpuso entre nosotros sin que la viera. ¿Cómo se movió tan rápido?

—Nunca vuelvas a hablarle así a nadie —dice, fría.

—¿Qué te pasa? ¿Venís a defender a este maricón? —responde Luciano—. Loca de mierda. ¿No dicen de vos que vas al bosque a hacer brujería?

—Sí. Soy una bruja. —Luciano comienza a reírse, pero se interrumpe al ver que las luces de la galería parpadean. Los demás murmuran, asustados—. Y uno de estos días, vas a pagar por lo que hiciste.

—Sí, seguro. —El tipo se aparta rápido de ella—. Chau, raritos. —Se aleja caminando rápido por el pasillo.

***

Al otro día, Luciano no viene a clases. Empiezan a correr rumores de que se enfermó o de que tuvo un accidente. Débora y los otros se alegran. Durante un segundo, me sentí igual, pero me lo reproché enseguida. No puedo ser así. No está bien.

Antes de salir, nos enteramos por una preceptora de que Luciano, en realidad, tuvo un ataque de nervios bastante severo. No saben cuándo va a volver a la escuela.

***

Quedan pocos capítulos para el final del primer libro de la saga. ¡Qué emoción! XD

Saludos!

Mati

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