27. Luces y sombras de Agha
Bruno
Esperamos sentados en un suelo de piedra mojado que despide una fragancia ácida, encerrados en el calabozo de paredes negras y frías del templo de Dashnir. Mackster mira su hacha a la luz del fuego: es de hoja blanca, con un mango rojo hecho de cristales; estos tienen talladas unas inscripciones en la lengua de Agha.
La hizo desaparecer antes de que nos capturaran, pero ahora la tiene preparada. El fuego, por supuesto, lo generé yo. Es una pequeña fogata surgida en medio de los dos, que no sé por cuánto tiempo voy a poder mantener.
—Perdoname, Bruno —pide con la voz rasposa.
—No te preocupes.
A pesar de lo que dije, siento un nudo en la boca del estómago. No quiero quedar atrapado en este mundo ni morir.
—¿Qué va a pasarnos? —pregunto.
—Dashnir no nos va a matar. Me va a usar para negociar con mi padre.
—¿Alguna vez te había atrapado?
—Sí. —Suspira—. No puedo esperar a que...
Algo estalla a mis espaldas, interrumpiéndolo. Giro con el corazón en la boca y encuentro a una mujer que emite luz. Su armadura es tan blanca como su piel y sus cabellos. Lleva una lanza en una mano, la otra forma un puño bañado en energía del que caen fragmentos de las piedras que formaban la pared, que ahora están desparramadas como cascotes a sus pies.
—Listo. —Mackster se levanta y camina hacia el hueco en la pared, del que proviene una brisa helada—. Gracias, Vlagh
—Vamos. —Las palabras de la diosa son una orden tajante. Nos da la espalda y asoma al hueco, lista para irse.
Apago la fogata con un chasquido de mis dedos y me uno a Mackster y a Vlagh, que observan el paisaje debajo de nosotros, donde los dioses de Agha combaten contra los dashnos, mientras los coros que habitan el Ghonteom los alientan a triunfar. Noto que Mackster tiene la mirada apagada, como si todo esto, que me fascina y apabulla a la vez, lo tuviera harto.
—¿Quién es? —consulta la diosa, señalándome con sus ojos níveos entrecerrados.
—Está conmigo. Vendrá con nosotros.
—Es un engendro.
—¡Ey! —le reprocho. Mackster me hace un gesto para que no le haga caso.
Escucho un rugido y miro hacia abajo. Desde la entrada al templo se eleva un ciclón de fuego blanco. Emana un odio tan fuerte y tan destructivo que me congela.
Es Dashnir. ¡Viene hacia nosotros! Pero algo lo detiene: es un campo de fuerza emitido por un guerrero de armadura blanca que se dispone a enfrentarlo. Casi al mismo tiempo, un dios con cabeza de pulpo, envuelto en un aura líquida, aparece volando frente a nosotros.
—¡Vlagh! ¡Llévatelos de aquí! —ordena.
Extiende su mano y una neblina nos cubre. Vlagh atraviesa el hueco saltando y la seguimos, mientras el dios-pulpo nos defiende. Caemos varios metros, acercándonos a un monte con los árboles violetas y sin hojas que vi primero en este mundo. Lo sobrevolamos hasta llegar a un copioso bosque verde, como los de la Tierra.
—¡Cuidado! —grita la diosa, y materializa un escudo de luz que detiene los rayos enemigos—. ¡Huyan! ¡Nos encontraremos en el templo de Agha!
Quiero ver cómo ella enfrenta los embates de los dashnos, pero Mackster me obliga a aterrizar. Una vez en el suelo, corremos hasta que los gritos se apagan.
Cruzamos miradas nerviosas; no hablamos. Apenas podemos respirar mientras tratamos de recuperar el aliento.
—Vamos. —Mackster se levanta tosiendo y empieza a caminar—. Tenemos que llegar al templo de Agha.
—¿Qué es eso?
—Territorio seguro —contesta, limpiándose el polvo de la cara.
Avanzamos un rato y siento cierto consuelo al ver de nuevo árboles de corteza marrón y con hojas; me hacen sentir que estoy en un lugar más parecido a casa. Después de un largo trecho, en el que los gritos y la explosiones de la batalla quedan atrás, llegamos a una zona menos luminosa, donde la temperatura desciende aún más, de manera brusca. La vegetación también cambia; los árboles se siguen viendo como los de la tierra aunque tienen el tronco oscuro y las ramas nudosas, que cubren el cielo. El lugar debería opacarse, pero está iluminado por unos copos brillantes que caen del follaje y están regados por el suelo. Algunos son arrastrados por la brisa hacia nosotros. Me invade un escalofrío al escuchar susurros y suspiros que parecen provenir de seres ocultos entre las ramas. Los busco con la mirada, pero no los encuentro.
—Esto es el bosque nocturno. Tenemos que atravesarlo —me explica, sin detener la marcha.
Siento un escalofrío.
—No se ve muy bien.
—Tranquilo, Bruno. Está habitado por pequeños seres, parecidos a duendes. No son peligrosos. Seguro les llamamos la atención, pero lo más probable es que huyan al vernos.
—Menos mal.
—También es el hogar de Dushka, la diosa de la noche y los animales nocturnos —agrega como si nada.
—Es una de los buenos, ¿no? —pregunto y me río, nervioso.
—No. —Mackster habla con un tono agudo—. Se peleó con el resto de los dioses.
Bufo y pongo los ojos en blanco. ¿No podía ser una estirpe menos complicada?
—¿Hay algún otro camino?
—No, a menos que quieras cruzarte de nuevo con los secuaces de Dashnir.
—Está bien. Vamos.
En un momento, las ramas que nos cubren desde lo alto se despejan, pero no llega la luz del sol. ¿Adónde se fue? En el cielo se ven dos lunas, rodeadas de estrellas que no conozco. Giro hacia Mackster, extrañado, y señalo hacia arriba.
—¿Ya se hizo de noche? No puede ser...
—Este lugar está encantado para que siempre sea de noche. Lo cubre una burbuja de energía que rechaza la luz solar directa. Las plantas y los animales se adaptaron para vivir con la luz de las dos lunas —me cuenta.
—¿Qué pasó con Dushka? —averiguo—. ¿Por qué se peleó con los otros dioses?
—Dushka quería abandonar el templo de Agha y explorar el universo por su cuenta, a lo que Ubster se oponía. Durante el enfrentamiento, mi padre hizo un ataque especial con la espada, tan fuerte que dividió el alma de la diosa.
—¿De verdad? —pregunto, sorprendido—. ¿Cómo es posible algo así?
—No sé, pero Dushka perdió a su otra mitad. Desde entonces, vive en este territorio, al que transformó en el bosque nocturno. Cada tanto viaja entre los mundos y las dimensiones, buscando el fragmento de alma perdido. Tal vez tenemos suerte y no está.
Pobre Dushka, qué historia triste. Debe odiar a su estirpe, incluso a Mackster. Me inquieta pensar en lo que podría hacernos si nos encuentra en su territorio.
Llegamos a una zona cubierta de niebla. La piel se me congela cuando la atravesamos y me resulta difícil distinguir lo que tengo adelante; el vapor condensado apenas me deja ver unos metros adelante. Los detalles del paisaje, como las rocas y la vegetación, se mezclan como sombras blancas detrás del fluido gaseoso. Los copos de luz empeoran las cosas, se asemejan a moscas que caen hacia nuestros ojos y nos encandilan. Los apartamos con las manos, para mejorar la visibilidad.
Sigo a Mackster, que parece conocer el camino. Ya estoy cansado; lo único que quiero es volver a casa. De pronto, escuchamos un grito y nos detenemos. El sonido es largo y escalofriante, de una angustia tan fuerte, que me produce la sensación de tener algo clavado en la boca de mi estómago. Mi amigo se lleva una mano al plexo solar también, justo cuando el sonido se detiene. Observamos el mar de niebla de un lado a otro, antes de retomar la marcha. Nada. Mackster me mira y asiento, dando los primeros pasos.
En ese instante, la niebla cobra vida y se fragmenta, como serpientes blancas que se alejan en todas direcciones, revelándonos que estamos en un claro, frente a una arboleda tenebrosa.
Aparto unos copos de luz y seguimos adelante. Estamos por adentrarnos en la vegetación, pero nos detenemos cuando oímos chillidos cada vez más cercanos que surgen de lo profundo de las plantas. Retrocedemos asustados, ¡justo cuando una nube sombría se laza hacia nosotros!
Me cubro el rostro y las orejas, buscando protegerme, al notar que se trata de un grupo de criaturas que nos rodean. Largo unas llamaradas para que se aparten y llego a ver unos destellos blancos detrás de ellas; son los rayos de Mackster, que trata de hacer lo mismo que yo. Las criaturas se alejan volando y logro reconocerlas: son murciélagos. Un instante después, siento una energía que proviene de la vegetación que tenemos enfrente e impacta sobre nosotros, erizando nuestro pelo y volviendo el lugar aún más frío y siniestro.
***
¡Hola! Estoy feliz por compartir un nuevo capítulo con ustedes. Esta es una de las partes que más me divierte de la historia porque en ella se muestra la mitología que creé alrededor de Mackster.
¿Qué les parece lo que conocimos hasta ahora del Ghonteom? :) ¿Podrán Bruno y Mackster regresar a su mundo?
Si se quedaron con ganas de leer más pueden pasar por mis otra obra: Te rescataré del Infierno.
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