Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

27. Un atisbo del futuro

—¿Qué edad tienes realmente?

—No estoy muy seguro. Pero podría decirse que era un adolescente cuando empezamos a transmigrar.

—¿Un adolescente de cien años tal vez?

—Tal vez...

—¿Y tus padres?

—No lo sé. Tal vez emigraron antes de que las cosas se pusieran peligrosas por aquí. Nunca he sabido de ellos.

—¿No se ocuparon de ti?

—Así no funcionan las cosas con nosotros.

Se había hecho una suerte de costumbre que Zuzum lo asediara con todo tipo de preguntas por largo rato. Él no tenía ningún problema en contestarlas y, de hecho, le agradaba ese nuevo ambiente libre de secretos y prejuicios entre ellos. Aunque había a veces algunas preguntas que prefería dejar sin respuesta.

—Entonces ¿no existe el matrimonio entre ustedes?

—No.

—¿Y cómo tienen hijos?

—Mediante acuerdos. Es un pacto especial, de confianza, tiene mucho valor significativo... pero no es como el matrimonio de ustedes.

—Y ¿tuviste hijos?

—Era muy joven para eso.

—Pero eventualmente ibas a tener hijos con alguien ¿cierto?

—Sí... probablemente. —A Ítalos no le estaba gustando la dirección que estaba tomando aquella plática.

—Y ¿con quién ibas a hacerlo?

—No lo sé...

—¿Hubiera sido con esa chica de pelo castaño, esa que se llamaba Emiria?

—En puridad, ésta no es nuestra verdadera apariencia, así que no teníamos pelo... ¿podemos hablar de otra cosa?

—No, dijiste que responderías a todas mis preguntas —se entercó ella con un ánimo un tanto punzante, él desvió la mirada distraídamente hacia cualquier parte—. ¿Hubiera sido?

—Tal vez...

—¿Hubiera sido?

—Tal vez, no lo sé.

—¿Y si ella te lo hubiera propuesto?

—¿Realmente tenemos que hablar sobre supuestos que nunca se dieron?

Zuzum se apartó de él, fastidiada y se dispuso a vestirse. Ítalos no entendía por qué muchas personas se obstinaban en querer saber cosas que iban a terminar enojándolos sin importar cuál fuera la respuesta. Sabía que Zuzum solía tender a eso, y en realidad no habría habido ningún problema en satisfacer su curiosidad de no ser porque la respuesta a su pregunta era que sí.

Los días que habían sucedido habían estado marcados por un constante ajetreo. Ítalos había conseguido un empleo como asistente del boticario rural de la zona, lo cual le iba como anillo al dedo pues el uso medicinal de las plantas silvestres era uno de sus pasatiempos, además que no veía mucha diferencia con las maneras de la magia.

No le sorprendió ver que Zuzum tenía algunas destrezas escondidas. Había conseguido algunos encargos de costura, cosas simples de remiendos y arreglos de una que otra prenda. Pero conforme pasaban los días, los pedidos eran más complejos y de pronto encontraron a la única mesa de la habitación atiborrada con hilos de colores, agujas y bastidores.

El pasar del tiempo les dio más confianza a ambos en cuanto a la seguridad de su escondite. Ítalos no esperaba que buscaran a una pareja de esposos en las afueras de la ciudad, tanto por el lado de él como por el de Zuzum.

Él se había hecho una idea de cómo habían sido aquellos días para ella, cuando estuvo sola. Luego de su último encuentro por noche en la mansión, ella tomó la decisión de cancelar la boda con Fredrick. Zuzum se lo informó primero a él, había esperado una decepción razonable pero no que él montara en cólera y le reclamara a ella y a su abuelo por el acuerdo que habían pactado desde hacía años.

El abuelo de Zuzum fue menos indulgente y decidió encerrarla en su habitación hasta el día de la boda. Ella, no obstante, no tenía pensado ser obligada a nada, así que se las ingenió para robar las ropas de uno de los trabajadores de la mansión y se fugó esa misma noche. Había estado buscando a Ítalos desde aquel día, y al fin pudo dar con la posada al seguir la pista del pelirrojo que se encargaba de los recados.

A pesar de que había acudido a él, Ítalos tenía la escondida certeza de que ella hubiera podido salir a flote ella misma de alguna u otra forma. Él conocía su temperamento, la muchacha que él había visto crecer era una que sabía luchar por sus objetivos. Sin embargo, la vida rígida de una doncella noble, en cierto sentido, había limitado aquel ímpetu natural.

Él sabía que en el fondo ella era una mujer fuerte, anhelante de independencia, desafiante ante los obstáculos. Sus años de soledad la habían aletargado, la habían rodeado de la niebla de una aparente falta de motivación; pero el volverlo a ver a él luego de varios años había reiniciado el mecanismo de esa insurrección contra las imposiciones para que tomara las riendas de lo que realmente quería hacer en la vida. Y la inminencia de sus nupcias habían terminado por despertarla.

Ítalos estaba muy complacido de que eso haya sucedido así, y quería que ella supiera que en él encontraría a un aliado para sus planes.

—¿Todos los dragones tienen magia?

Fue una de sus preguntas cierta noche mientras él volvía a revisar sus libros robados de la biblioteca y ejecutaba unos experimentos con fuego de colores inusuales. Zuzum lo observaba de forma indolente, ya acostumbrada a aquellas manifestaciones sobrenaturales.

—Somos criaturas mágicas. Pero no todos saben usarla apropiadamente.

—¿Los dragones no tienen guerras entre ustedes?

—Hacemos acuerdos y tenemos consejos y reuniones. Una guerra es siempre producto de la falta de una negociación razonable.

Zuzum lo miró, divertida.

—Suenan a un grupo de intelectuales aburridos.

Ítalos sonrió ante la referencia.

—¿No te importa que yo sea lo que soy? —le preguntó esta vez él. En realidad, había querido saberlo desde hacía mucho.

—Lo que eres me tiene sin cuidado. No podías ser tan perfecto después de todo —respondió con simpleza y se volcó nuevamente en sus tejidos.

Él no pudo evitar fruncir el entrecejo, extrañado. ¿En qué momento él había sido perfecto ante sus ojos?

A pesar de que él sentía que también podía hacerle preguntas indiscretas, se abstenía de hacerlo, sobre todo con relación a Fredrick. Le bastaba saber que eso ya estaba en el pasado y que al final, Zuzum lo había elegido a él. Además no quería hacerse ninguna imagen mental de ella con otro sujeto. Hacerlo sería asumir una actitud cercana a la autoflagelación, y para Ítalos había ciertas actitudes humanas que siempre encontraría inadmisibles e irrazonables, como esa.

Por un breve y enloquecido segundo, se le había ocurrido confesarle aquel beso que había compartido con Emiria. Pero luego de notar por algunos comentarios sueltos que Zuzum no le guardaba mucha simpatía que digamos, decidió retrasar esa revelación algunos años o tal vez jamás. Le pareció curioso cómo era que las dos no se conocían propiamente pero se detestaban de manera mutua. Tampoco quería ahondar mucho en eso, tenía la sensación de que estaría abriendo una caja de pandora.

Con todo lo que hablaban, había un tema que eludían a consciencia: que al final de los dos meses Ítalos tendría que regresar con sus hermanos. No obstante, había quedado entre líneas que él regresaría con ella. Pues aunque omitían esa plática, sí que hablaban sobre el futuro, sobre las cosas que querrían hacer, los lugares que querrían conocer. Y sobre todo, hablaban sobre sus próximas nupcias.

Ítalos había logrado ahorrar lo suficiente para adquirir un par de anillos de metal. No era nada ostentoso pero Zuzum y él saltaron de emoción el día en que los obtuvieron, pues era lo único que necesitaban para encaminarse al templo más cercano.

Los días previos a su boda, Zuzum había insistido en que durmieran separados hasta después del acontecimiento, y aunque Ítalos no entendió el punto de aquel tardío e innecesario acto de pudor, acató aunque con algunas objeciones.

Fue una ceremonia simple, con un par de lugareños como testigos. Pero para Ítalos, fue el evento más maravilloso de todos. Zuzum se veía radiante y alborozada, y cuando colocó el anillo de metal en su dedo, sintió haber sellado el pacto más glorioso y extraordinario de todo el universo. El mundo de los humanos contenía un sinfín de significados desconocidos e insondables para los dragones, y ese era uno de ellos.

Para Ítalos, aquel estilo de vida laborioso, dedicado pero sencillo, sin haberse dado cuenta, era todo lo que había soñado. Cada día estaba tapizado por una calmada felicidad, por la satisfacción de tener un trabajo honesto y las ansias de querer regresar a su hogar, junto a su esposa. Era extraño y maravilloso poder llamar a un lugar por fin "hogar". En su vida como un dragón y como una persona, no recordaba jamás haber sido tan feliz. Y esos días, el único deseo que se empezaba a solidificar en su mente era que todos los años por venir pudieran ser así.

Pero sucedió lo que siempre sucede cuando se sabe que la felicidad tiene un lapso limitado. Los días pasaron demasiado rápido y sin que ninguno de los dos lo quisiera, el tiempo se venció repentinamente.

Ninguno de los dos había hablado sobre qué harían cuando terminaran esos meses, no era que no lo hubieran pensado. Lo supieron todo el tiempo, pero no querían aceptar que terminaría. Ítalos sabía que sólo tendría que regresar para hacer acto de presencia y explicar su proceder respecto a la magia que él debía ejecutar, tal era su deber como el único de su cofradía que podía dominar ese arte. Estaba seguro de que no los decepcionaría y que las palabras de Sefius se harían realidad. Estaban cerca de terminar ese conflicto. Luego regresaría junto a su esposa.

Y aunque le explicó a Zuzum que el tiempo de separación sería breve, los dos sabían muy bien que aquel viaje se revestía de peligros. Ítalos era un fugitivo después de todo, podían suceder muchas cosas. Pero prefirieron no hablar de eso y compartieron su última noche, juntos.

—Debes regresar —le dijo Zuzum esa mañana en una voz suave.

—Claro que regresaré.

—No importa qué, debes regresar —insistió ella encogiéndose entre sus brazos. Ítalos acarició sus cabellos al sentir el temblor de Zuzum. Lucía tan desprotegida y vulnerable, a él le estaba doliendo desde ese momento la idea de dejarla sola y deseó pensar que el día de mañana también repetirían su misma rutina, pero sabía muy bien que tenía que terminar con su deber. Faltaba poco, muy poco.

Se despidieron con un beso y se prometieron que se volverían a ver en unos días, ninguno de los dos expresó sus dudas sobre esa promesa ni el temor de que no llegara a cumplirse. Zuzum contempló la figura de Ítalos hacerse pequeña en el camino hasta desaparecer y un sentimiento de vacío la embargó.

Sin embargo, una luz de ternura afloró en su corazón. Involuntariamente, se palpó el vientre y pudo percibir la sensación de una diminuta e indefensa llama que se cobijaba temblorosa en ella, y sonrió ante la esperanza de un nuevo y brillante mañana.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro