El que tiene boca se equivoca
Eiji sabía que la vida se trataba de un conjunto de aciertos y equivocaciones, el truco era saber balancear el número de unos y otros. Era una manera de verlo que había leído alguna vez, en una página perdida dentro de uno de los libros más viejos de la escuela, de esos que nadie leía y que estaban allí más para ocupar espacio que para ser realmente consultados por los alumnos.
En su momento, le había causado gracia, más que nada por la cacofonía de los caracteres que por pensar en el verdadero significado que venía detrás de estas palabras.
Sin embargo ahora, y con el peso que sólo los años vividos podía traer en las personas, terminaba de entender que hallar el equilibrio era una tarea casi titánica. Una en la que él había fallado estrepitosamente.
Si tuviera que puntuar el momento exacto en el cual su vida había comenzado a ir en picada, lo más probable es que dijera que durante la secundaria. No es que su vida escolar y familiar hubieran sido realmente resaltantes, una madre beta y un padre alfa, una vida tranquila en un pequeño pueblo pesquero, con notas lo suficientemente buenas como para evitarse regaños, pero no lo suficientemente buenas como para llevarse alguno de los puestos importantes en la lista de la clase o el tiempo de sus maestros, siguiendo sus pasos para ingresar a una buena universidad lejos de su pequeña ciudad natal.
Sin embargo, tras la repentina enfermedad de su padre que había logrado cambiar por completo la dinámica familiar en su hogar, Eiji chocó con una realidad a la que había tenido que acostumbrarse rápidamente. De pronto la de por si ya endeble relación con sus progenitores parecía romperse cada vez más, con las largas horas de ausencia de su madre, quien a veces regresaba con particulares aromas impregnados en su piel, aromas que Eiji podía distinguir como el de otros alfa, incluso con una nariz de cachorro. Con un padre que se había vuelto físicamente débil por la enfermedad, pero que al mismo tiempo parecía haber endurecido su corazón para con él, recalcándole continuamente las cosas que ahora se esperaban de su persona, como la próxima cabeza de su hogar. Aunado únicamente a que ahora las largas horas en la escuela parecían hacerse interminables, con tópicos que Eiji batallaba por terminar de entender y con tareas que se hacían tediosas, restándole tiempo para lo que de verdad le apasionaba; el salto con pértiga.
¿Qué otra bola curva podía tirarle la vida en una situación así, se preguntaba Eiji?
Y, la respuesta a tal cuestionamiento, no había tardado en llegar. Acompañada de una nada agradable fiebre y tres días insoportables encerrado en su habitación. Días que su madre no terminaría nunca de recalcarle, entre susurros, se le descontarían del pago pues se había tenido que quedar en casa para cuidar de él.
Ah, las maravillas de la pubertad y la presentación de las castas. Eiji había estudiado de eso durante toda la primaria, pero ninguna clase de libro de texto podría haberle preparado para lo que de verdad significaba esa transición.
La pubertad es una época difícil para todos, pero Eiji sentía que especialmente para los omega. Pues, de pronto, su madre ahora lucía mucho más estresada al momento de hablar del trabajo o de los gastos en el hogar, pues tenía que cuidar de él durante tres a cuatro infernales días cada dos meses. Su padre, quien tras la noticia sólo se había quedado tan blanco como una hoja de papel, se había visto desprovisto de palabras, acortando incluso más sus conversaciones, pues ahora parecía casi hasta incómodo de pedirle que tomara más responsabilidades en su hogar, luciendo decepcionado y frustrado en partes iguales.
Como si de pronto el frágil equilibrio que mantenía la tela de su familia unida se hubiera resquebrajado.
Eiji sentía que había fallado en algo, aunque no estaba seguro de en qué.
Pero Eiji no podía mantener su mente en su cada vez más helado hogar. Pues, las cosas en la escuela tampoco parecían mejorar. Había logrado ver casi en cámara lenta como su nombre parecía descender de entre la lista de mérito, hundiéndose más entre los puestos de tres dígitos, ya que recuperar los días de estudio que su celo le quitaba se estaba convirtiendo en una tarea insostenible.
Justo como su puesto de titular en el equipo de la escuela.
Ya había sido difícil competir contra la estrella del equipo en sus buenos días, cuando su cuerpo no actuaba efectivamente en su contra, haciéndole sentir pesado y nauseoso, incluso días después del celo. Ahora, intentar alcanzar a Mizono era simplemente inimaginable, ¿ganarle? Irrisible.
Así que en algún momento simplemente había dejado de intentar hacerlo.
Al menos hasta que el señor Ibe hubiera aparecido en su vida.
Si Eiji tuviera que describirlo de alguna manera, probablemente sería como un pequeño rayo de sol que se deja ver entre las nubes de tormenta. Ibe-san era un beta, un fotógrafo que al parecer se había interesado en su carrera de deportista, y un hombre que tenía realmente tino con las palabras.
Eiji aún podía recordar como es que su pecho se había llenado de lo más parecido que conocía a felicidad con tan solo un par de conversaciones con el otro hombre.
Era alguien que se sentía inspirado, lleno de determinación, todo gracias a él. A Eiji.
Era alguien que confiaba en él.
Y, por eso, Eiji también decidió confiar.
Incluso después de que Ibe-san regresara a su ciudad natal.
Sin embargo, y como ya había pasado antes, muy tarde Eiji descubriría que eso también había sido un error.
La cosa con ser un omega era que... nadie realmente podía prepararte para saber qué clase de cosas ocurrían con tu cuerpo. Estaban los textos, claramente. Los síntomas, los panfletos con detallados cuidados para los momentos previos, durante y después. Pero cada ser humano es diferente, y uno no podía estar seguro de cómo viviría un celo o lo que ocurriría después hasta haberlo pasado en carne propia.
Y, aunque una parte de Eiji -Esa que sonaba como el él que hablaba con sus maestros y con sus padres- sabía que necesitaba de un largo descanso después de sus días indispuesto, también otra parte – que era mucho más parecida a la voz de sus entrenadores, quienes bajo el aliento murmuraban que no había manera de que alguien en el equipo igualara a Mizono- que le llamaba a esforzarse sólo un poco más.
Sólo para dar un paso más cerca, acortando la gigantesca distancia entre él y la estrella del equipo.
La lesión en su tobillo fue prueba fehaciente de a qué voz había escuchado.
La noticia de que no podría volver a practicar el salto de pértiga competitivamente fungiendo de recordatorio de que no debía escucharla nunca más.
El tener que dejar la universidad de sus sueños y terminar acudiendo a una escuela técnica, mientras practicaba con la fotografía por su lado, un plan de contingencia que ni en sus más locos sueños hubiera imaginado.
Tendría que agradecerle a Ibe-san por eso también, ya que había acudido a verle tan pronto se hubiera enterado de su lesión, ayudándolo y enseñándole los gajes del oficio, aún si Eiji siempre recalcaba que era sólo un pequeño pasatiempo para no pensar en que tendría que aplicar, probablemente, a un trabajo de ocho a cinco en algún campo que no le agradara.
Eiji agradecía que Ibe-san nunca se hubiera rendido con él, pues de las pocas cosas que realmente le traían alegría a su vida, una de ellas tenía que ser la fotografía. Ibe-san incluso lo había llevado con el a sus viajes internacionales, tratando de generar conexiones, para que Eiji pudiera asegurar trabajos en el mismo círculo en el que él se movía.
Y, sorpresivamente, había tenido éxito.
Ya que no habían pasado ni dos años y Eiji ya había conseguido su primer contrato propio en los estados unidos.
Eiji recordaba haber estado indeciso.
Era una propuesta medianamente decente, para su corta experiencia. Sin embargo, era un trabajo largo, y muy lejos de casa. Eiji recordaba haber estado en medio de balbucear una oración -que sonaba más como excusa- cuando las grandes manos de Ibe-san se habían posado sobre sus hombros, sus ojos enfocados directamente en su rostro para luego soltar un.
—No quiero verte marchitar aquí, Eiji...
Dicho con el tono más franco que Eiji recordaba haberle escuchado a ninguna persona antes y después también.
No había manera de discutir contra algo así.
.
Y, aunque uno podría creer que la vida de un omega joven en los estados unidos era divertida, la realidad era completamente diferente. Ya habían pasado un par de años y Eiji aún se encontraba con que tenía problemas para captar las más delicadas finuras de la conducta anglosajona, lo ruidoso que a veces podían ser y lo aparentemente tan abiertos que eran al momento de intentar coquetearle, escondidos detrás de la fachada de querer ser amigos, sólo para sentirse desinteresados al primer momento en el que Eiji pareciera dar una negativa.
Eiji aún no entendía la cultura de las citas en la tierra de la libertad.
Quizá era por eso que tampoco tenía amigos.
Encerrado constantemente en su estudio, su vida se dividía entre el trabajo y su hogar, sin tiempo para nadie ni nada más.
Al menos, hasta que conoció a Sing.
El muchacho era un joven cadete, enlistado en el programa de preparación para las fuerzas especiales de la policía, un alfa de nivel medio con una preciosa sonrisa y exuberante cantidad de energía. Se habían conocido cuando saliendo del comedor, Sing hubiera chocado con Eiji, quien se encontraba en la academia realizando una sesión con los oficiales superiores, quienes necesitaban imágenes para una campaña promocional.
Sing había sido extremadamente respetuoso al momento de disculparse, sólo para luego guiñarle un ojo y preguntarle si le podía compensar el exabrupto invitándole una taza de café.
Bueno, eso era mucho mejor que todas las otras invitaciones que había recibido en su tiempo allí.
Eiji no estaba seguro de porqué había dicho que sí, pero su experiencia había sido casi tal cual su lado más fatalista lo había imaginado.
Sing era una buena persona, pero Eiji no estaba buscando eso con nadie.
Sin embargo, y a diferencia de las otras personas que se habían acercado a él a lo largo de los años, Sing no pareció personalmente ofendido por su rechazo. En cambio, había hecho hasta lo imposible por seguir manteniendo contacto con él aún después de su balante rechazo, invitándolo a la estación para pasar el rato, llevándole a almorzar, o sólo enviando un centenar de mensajes sin importancia a su teléfono.
Eiji había tardado casi tres meses en tomar valor para preguntarle a Sing por qué hacía eso.
—Porque quiero ser tu amigo, Eiji.
Eiji no recordaba que nadie le hubiera dicho tales palabras nunca.
Había sido hasta conmovedor.
.
La vida con un amigo era más llevadera, descubriría Eiji. Sing pasaba más tiempo en su casa que en el departamento que compartía con su medio hermano. Siempre se encargaba de invitarlo a reuniones -de las cuales, al menos el cincuenta por ciento eran rechazadas con una pequeña sonrisa en los labios- evitando que estuviera solo, acompañándolo en su día a día.
Y, había sido en una de las contadas oportunidades en las que Eiji accediera a realmente salir con Sing que hubiera ocurrido.
El momento exacto en el que su vida volvió a irse cuesta abajo, después de un corto tiempo manteniendo la falsa sensación de estabilidad.
La fiesta de graduación del programa especial en el cual Sing era cadete.
Eiji podría jugar que había sido casi un mes de ruegos ininterrumpidos para que él aceptara la invitación. Recordaba haber llegado bastante tarde, peleando con los deseos de simplemente no aparecerse, pero siendo impulsado por el aprecio que le tenía a Sing.
Caminaba con la mirada perdida, con los brazos pegados a su pecho, mientras intentaba encontrar algún rezago de la imagen de su amigo en la multitud.
No lo había logrado.
Pero, sí había encontrado a alguien más.
Un muchacho de cabello imposiblemente rubio y de ojos color jade.
Aslan Callenreese, Ash, para los amigos.
Había chocado con él, y había ocurrido algo que Eiji sólo había visto en películas. Una conexión casi inmediata.
Eiji no sabía qué se había apoderado de él para atreverse a dejarle su número telefónico, sólo que tras enterarse de eso Sing no lo había dejado en paz exigiendo saber quién era ese misterioso extraño, que al parecer era amigo del primo de Sing.
Qué pequeño era el mundo, quién lo diría.
Eiji había tratado de fingir algo de desinterés mientras se explicaba ante Sing, recordándole vagamente que había sido él mismo quien le había sugerido que necesitaba comenzar a hacer más amigos, logrando que el otro alfa aceptara ese hecho con un poco de reticencia aún en sus facciones.
Eiji sólo había reído ligeramente ante la aparente exagerada preocupación de Sing, asegurándole que sabía cómo cuidarse.
...bueno, parecía que Eiji también se había equivocado con eso último.
Pues, si bien durante sus primeras salidas para conocerse más a fondo y pasar el tiempo juntos, Ash siempre se había comportado como todo un caballero; asegurándose de llevarlo hasta su departamento, quedándose en la acerca aledaña hasta que viera la luz de su alcoba encenderse. Incluso negándose cada vez que Eiji lo invitaba a pasar a tomar algo caliente, asegurando que ya era muy tarde y no quería interrumpir el horario de sueño de Eiji.
Eiji reiría con nerviosismo, mientras le agradecía por la bonita velada.
Era una dinámica que funcionaba.
Hasta que Eiji había decidido cambiar los papeles.
Todo gracias a Sing y su primo, Shorter, quienes los habían invitado a una fiesta de convivencia. Eiji agradecía realmente que su pequeño circulo estuviera creciendo, sin embargo, y al parecer como ya era de costumbre, cuando algo salía bien en su vida él tenía que encontrar la manera de hacer que todo se descontrolara.
Esta vez gracias al falso envalentonamiento que traía el alcohol.
Eiji nunca había sido una persona coqueta, aún con todo el material audiovisual que los medios tenían sobre su casta, la manera en la que se suponía que debían comportarse y los cánones de belleza con los que había crecido y con los que vivía actualmente.
Pero esa noche había decidido arriesgarse.
No recordaba exactamente cómo había empezado, o qué palabras había utilizado para convencer a Ash a acompañarlo a la pista de baile. Tampoco cómo es que había logrado convencer al alfa de que llevara sus manos a su cintura mientras se movían al son de la música. Empero, lo que si recordaba, es como no había podido evitar ahogar un jadeo de necesidad junto al oído del otro muchacho, mientras se empapaba en su aroma, inhalándolo con desesperación.
—Eiji...
Recordaba que le había dicho. El mentado solo le había mirado, con sus grandes ojos cafés, antes de pedirle.
—Llévame a casa...
No había tenido que pedirlo dos veces.
E, incluso, esta vez ni siquiera había sido necesario el pedirle que pasara. Pues, habían abierto la puerta a trompicones, mientras se comían a besos y dejaban el rastro de sus ropas de camino a la alcoba de Eiji.
Definitivamente, Eiji no había imaginado que su primera vez fuera a ser así. Pero había sido con Ash, así que no podía -ni quería- quejarse.
Sin embargo, aun si la noche había sido perfecta, el rostro que Ash le había regalado la mañana siguiente había hecho que la ilusión de Eiji se rompiera.
Lucía casi- asustado.
Aún si había regresado a la expresión usual sólo un par de segundos después.
Nadie podría culparlo por sentirse como un pequeño insecto manipulador después de aquello. Aun si Sing le habría asegurado -mientras golpeaba sus puños uno contra el otro en señal de frustración- que el mentado Ash lo veía con ojos de animal hambriento desde la noche en la que se conocieron y que Eiji no le había forzado a nada, él no podía verlo de esa manera.
Así que, ¿cuál había sido su respuesta ante tal suceso?
Desaparecer.
Ni siquiera lo había hecho de manera consiente.
Sólo había recaído nuevamente en los patrones de trabajo que tenía antes de conocer a Sing, declinando respetuosamente la única invitación que Ash le hubiera hecho para verse a tomar un café una semana y media después del incidente de la fiesta.
Y probablemente ese habría sido el final de su historia con Ash, un lazo que lentamente se desgasta hasta desvanecerse, de no ser porque el destino parecía no haberse terminado de reír en la cara de Eiji todavía.
Tres meses exactos después de su pequeña aventura.
Ya que, y después de unas largas y preocupadas miradas de Sing que habían sido detonadas por su constante malestar y falta de fuerza, la ausencia de su celo le había hecho hacer eso que había estado posponiendo desde que hubiera comenzado a vomitar sólo un mes antes.
Una prueba de embarazo.
Eiji no recordaba haber estado así de nervioso jamás.
Sentado sobre el inodoro tapado, con las rodillas juntas y las manos temblantes; mientras Sing se arrodillaba frente a él, acariciando sus dedos con dulzura mientras le susurraba que todo estaría bien, sin importar el resultado.
Que no estaría solo.
Sin embargo, y aún con las dulces promesas que su amigo le hacía, Eiji no había podido evitar soltar un jadeo desesperación cuando el resultado finalmente hubiera estado fijo en el pequeño test de farmacia.
Sólo una palabra saludándole del otro lado:
Positivo.
Notas finales: Tengo mis borradorcitos de los capítulos -cortos como este- guardados en un pequeño cuadernito en mi trabajo :') espero poder estar al día con la dinámica, pero si no, al menos prometo terminar la historia. Es algo bien suave y como lectura para pasar el rato, de verdad que ya había olvidado lo relajante que es escribir al menos un poquito cada día, hacer sufrir a Ash es casi terapéutico, parece (¿?)
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