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39. Con sangre en las manos

Maratón 10/10

Capitulo 39: Con sangre en las manos

Me despiertan los insistentes golpes de alguien en la puerta. Abro los ojos, todavía medio dormida. Tardo un poco en reconocer mi entorno, pero las suaves sabanas de la cama de Eric en las que estoy envuelta me lo recuerdan.

— Vamos, Eric, abre la puerta de una vez. Es urgente— insistió la voz al otro la de la puerta. Lo reconozco bien, es la voz de Cuatro.

Miro por los ventanales del balcón. Todavía es de noche, ¿qué querrá a estas horas?

Miro a la derecha, donde Eric se encuentra durmiendo tranquilamente. ¿Como no se ha podido despertar todavía con tanto golpe y gritos? Suspiro y le zarandeo para que se despierte.

— Eric— digo con voz somnolienta.— Eric, Cuatro está en la puerta. Es muy insistente, no me deja dormir en paz.

Pero el no se mueve, así que le zarandeo de nuevo:

— Eric, es muy pesado...

Eric suelta un sonido gutural y como si fuera sonámbulo se levanta y se dirige a la puerta. Suspira y la abre.

— ¿Que quieres, Cuatro?— le pregunta Eric, no de muy buen humor.

Los observo. Eric solo lleva unos boxers y se nota que no está muy despierto. A Cuatro a penas le veo una mano y una pierna, el resto de su cuerpo me lo tapa la puerta. Cuatro hace el amago de entrar pero Eric está lo suficientemente despierto como para impedirselo.

— No creo que sea necesario que entres— dice Eric serio. Parece que el amago de Cuatro lo ha espabilado.

Oígo como Cuatro suspira y retrocede un paso. Justo después vuelve a cargar, empuja a Eric que estaba desprevenido y entra. Yo, como un acto reflejo, me escondo debajo de las sábanas casi al instante. Desde debajo, la tela de la sabana no me deja observar la escena con claridad, pero puedo distinguir la figura de Cuatro mientras inspecciona la habitación.

— Vaya, parece que tienes una tímida compañía— declara él tras percatarse del bulto emergente de la cama.— Supongo que eso explica tu escasa vestimenta y que hayas estado tan ocupado.

— ¿Qué quieres, Cuatro?— repite Eric, esta vez menos dormido y más enfadado, que no se ha separado mucho de la entrada y mantiene la puerta abierta.

— Me ha enviado Max a avisarte.

— ¿Ahora eres su lechuza mensajera privada? Que conveniente. Espero este trabajo se te de mejor.

— Parece que alguien se ha levantado con el pie izquierdo hoy.

— No me tendría que haber levantado si tu no fueras tan pesado y molesto. Eres la peor mosca cojonera que he conocido. Ahora largo— exige Eric—. Y dile a Max que si quiere algo que venga él personalmente.

Pero Cuatro no se mueve.

— Estas siendo un maleducado, Eric. ¿No querrás que tu compañía piense que no eres un buen anfitrión?— se burla Cuatro.

— He dicho que te larges— insiste Eric—. No estoy de humor para tus tonterías.

— En realidad no estaría aquí si no fuera por ti— continua Cuatro, haciendo caso omiso a las insistencias de Eric.—. Lynn, Marlene y Uriah, unos de tus iniciados, han armado un buena pelea en el Pozo.— mi corazón da un vuelco al escuchar sus nombres. ¿Qué habrá pasado? ¿Estarán bien? Me tenso por completo y agudizo mi oído para enterarme mejor— Se ve que unos cuantos osados han empezado a bromear acerca de M, esa iniciada con la que te llevas tan bien. Al parecer comentaban que solo es la primera en la clasificación porque te ha hecho algunos trabajillos...

¿Qué qué? ¿De donde coño se habrán sacado eso? Malditos osados... De repente me dan unas ganas tremendas de buscarlos propinarles yo misma una buena paliza. Pero me contengo y me mantengo oculta bajo la sábana.

— Eso no es cierto— le rebate Eric muy serio.

— Me da igual si es cierto. El caso es que esos tres han intentado defenderla y han empezado una pelea. Zeke ya se ha ocupado de su hermano y una de las chicas. La otra está en enfermería.— ¿hay alguien en enfermeria? Lo siento mucho por Marlene, pero la única en la que pienso es en Lynn. Solo espero que no sea ella.

— ¿Y que tiene que ver eso conmigo? En Osadía hay peleas cada dos por tres.— se defiende Eric.

— Pero no de osados contra iniciados. Tus iniciados.— remarca Cuatro— Max me ha dicho que te diga que la próxima vez que uno de tus iniciados nacidos en Osadía inicie una pelea contra algún osado, puede que se piense mejor a quien darle el liderato de Osadía.

Eric ríe con desgana.

— Que irónico que te envíe a ti a decirmelo.

Intentó seguir escuchando la conversación, pero la verdad es que he peridido todo el interés en ella. Ahora mismo mis pensamientos solo giran en torno a una cosa: Lynn y Uriah. Han iniciado una pelea por defenderse y ahora están metidos en un buen lío. Uriah se que esta bien porque está con Zeke, puede que se haya llevado algún capón que otro y una buena reprimenda, pero estará bien. El caso es: ¿qué pasa con Lynn? ¿Es ella la que está en la enfermería? Tengo que ir a comprobarlo. Si le ha pasado algo por mi culpa mientras yo estaba con Eric...

El sonido de la puerta cerrándose me trae de nuevo a la realidad.

— Arreglado. Ya puedes volver a dormir— anuncia Eric.

Yo me destapo a toda prisa y me incorporo. Justo a la vez, Eric se tumba a mi lado de nuevo. Me levanto de la cama y busco con la mirada mi ropa. Solo llevo la ropa interior y el resto está esparcida por toda la habitación. Mierda. No me apetece pasearme por toda la habitación en ropa interior bajo la antenta mirada de Eric. Pero lo hago igualmente. Primera parada: lado izquierdo de la cama.

— ¿Que haces?— me pregunta Eric, extrañado, mientras escudriña mis movimientos.

— Me tengo que ir— le contesto seca.

— ¿En mitad de la noche?

— Si— me agacho para recoger mi camiseta del suelo.

— ¿Y adonde se supone que vas?— no contesto pero fijo mi próxima parada: estanteria. — ¿No será por lo de Lynn y los demás?— sigo sin contestar.

Si le digo la verdad se que se va a enfadar. Le he prometido que dejaré a Lynn, no creo que le vaya a hacer ninguna gracia que me vaya en mitad de la noche para comprobar si es ella la que está en la enfermería.

— Ya has escuchado a Cuatro; están bien. No hace falta que vayas a ninguna parte. — me agacho para coger mis pantalones— Anda, deja tu ropa en el suelo y vuelve a la cama.

— No, me tengo que ir— me niego mientras recojo las zapatillas, justo a los pies de la cama.

— Quieres comprobar si están bien, lo entiendo. Pero eso puedes hacerlo mañana,— me pongo la camiseta y los pantalones rápidamente. Solo espero no haberme puesto la camiseta al revés.— esta noche quédate conmigo.

Me siento en la cama y me pongo las zapatillas.

— No puedo, lo siento.— digo mientras me levanto y me giro para mirarlo. Sus ojos azules me miran suplicantes, pero no voy a picar. Me inclino y le beso suavemente.— Nos vemos mañana.

Le dejo tirado en la cama y un tanto perplejo. Salgo y cierro la puerta tras de mi.

-0-

Corro por los pasillos vacíos y fríos del complejo. Todo está sumido en el completo silencio y solo se escuchan mis ajetreadas pisadas. Se nota que son altas horas de la noche y todo el mundo está durmiendo ya.

Llego a la enfermería en menos de 10 minutos y entro rezando por que no se a Lynn la que está allí. Escucho el pitido de una máquina que me guía entre las camas desocupadas de la enfermería. Y por fin llego a la única cama ocupada de toda la estancia. Se ve que los osados son de recuperación rápida y les gusta desaparecer rápido de este lugar.

Suelto un gran suspiro de alivio cuando veo que la que está conectada a la máquina es Marlene. Sonrió amargamente. Me sabe fatal por Marlene, que está plácidamente dormida con moratones por toda la cara y el labio y la nariz rotos. Pero sinceramente, me alegro de que no sea Lynn. Me quedo unos segundos observándola, sintiéndome culpable por todos los desperfectos de su cara. Pero cuando bostezo involuntariamente, decido que es hora de que me vaya a la cama. Mañana ya me disculpare con ella.

Ando con paso tranquilo a través de los desiertos pasillos en dirección a mi habitación. Decido dar un pequeño rodeo y disfrutar unos momentos más de la tranquilidad y el silencio de la noche, tan poco comunes en Osadía. Atravieso el Pozo y paso por la zona de tiendas. Observo los escaparates y recuerdo cuando vine aquí con Lynn. Aquella fue una gran trade.

Estoy pasando por el puente del abismo cuando distingo una figura sentada con las piernas colgando hacia el vacío en la otra parte del abismo. Pequeños sollozos complementan el ruido del agua chocando el rocas. Está llorando. No es hasta que estoy a un par de metros que reconozco la figura: es Al.

— ¿Qué haces aquí, Al?— le pregunto acercándome a él.

— Llorar, ¿no lo ves? No se hacer otra cosa.— contesta deprimido entre sollozos.

— ¿Puedo preguntar qué te pasa?

— Le he pedido perdón.— comenta mientras coge una piedra y la lanza— ¡Se lo he suplicado!— coge otra y la lanza con desgana— Y ella me lo ha negado. Me odia.— se encoge de hombros.— Y hace bien. Es todo por mi culpa.— esta vez lanza la piedra con rabia— Si tan solo... si tan solo no hubiera sido tan... ¡Aaagh!— lanza con rabia otra piedra— Soy un inútil. No valgo para nada. Ni para tener amigos.

No se de lo que me está hablando, pero me agacho a su lado e intento consolarlo igualmente:

— No eres un inútil, Al. Haces muchas cosas bien.

— ¿Ah, sí? ¿Como cuales?— se gira hacía mi y veo en su rostro humedo y en sus ojos rojos que lleva mucho tiempo llorando— Además, ¿tu que vas a saber? Doña perfecta, siempre la primera en la clasificación. Todo se te da bien. Te llevas bien con todo el mundo. Nunca metes la pata.

— Estas muy equivocado. Yo no soy perfecta ni lo hago todo bien.— intento explicarle. Me sorprende que piense así. Si tuviera que contarle cada una de las cosas que he hecho mal desde que he llegado a Osadía, no sabría ni por donde empezar.

— Ya, pues yo no lo creo. Pero ¿sabes qué?— de repente su rostro se ilumina, como si hubiera tenido una idea brillante.

— Qué— le animo.

— Yo no voy a pasar la última fase. No seré nunca un osdado. Pero Tris, sí.— sigo sin saber de lo que me está hablando y cada vez se gira más hacia mi. Estoy muy perdida y su cara de loco me está asustando— Tris nunca me perdonará, lo se. Pero al menos puedo ponérselo más fácil. Puedo hacer esto por ella.

— No sé de lo que estás hablando, Al, pero no pinta nada bien.— retrocedo un poco.

— Le libraré de una buena carga. Le otorgare un primer puesto muy fácil.

De repente, Al se abalanza sobre mí y me caigo al suelo. ¡¿Que cojones hace?! Sus mano rodean mi cuello y apreta con fuerza. Empiezo a patalear y a pegarle en el pecho, pero Al es como una piedra y no se inmuta. El aire deja de llegar a mis pulmones. Intentó tragar saliva pero es todavía peor. Me está estrangulando. Le pego con más fuerza.

— A-al...— intento hablar pero no puedo.— A..al...

— Deja de resistirte, M. Esto terminará pronto, lo prometo.— y Al me estrangula con más fuerza.

Mis músculos dejan de responder y ya no puedo pensar con claridad. Mis manos se van hacía los dos lado intentado encontrar algo. Me asfixio lentamente, agonizando. Me arden los pulmones y siento que me va a estallar la cabeza. El miedo a morir me domina por completo y la adrenalina corre disparada por mis venas. Busco algo por el suelo desesperadamente. Duele. Duele mucho. Voy a morir. De verdad creo que voy a morir. Todo empieza nublarse a mi alrededor. Siento que voy a perder el conocimiento. Lucho contra ello. Tengo que mantenerme despierta. Pero todo duele tanto. Mi mano derecha da por fin con algo. Es grande y frío y pesado. No puedo resistir más. Con las pocas fuerzas que me quedan y mucha fuerza de voluntad levanto el pesado objeto y asesto un golpe con rabia a Al.

La presión de las manos de Al se reduce ligeramente. Vuelvo a golpear. Una. Y otra. Y otra vez. Hasta que la presión desaparece por completo y todo el peso del cuerpo de al cae encima de mi. Tomo una gran bocanada de aire y toso.

Oh. Dios. Mio.

Nunca antes me había sentado tan bien respirar.

No me había dado cuenta, pero estaba llorando.

Dejo caer mi mano derecha, sin fuerzas y muy aliviada. Después, dirijo mi mirada a la mano. En ella tengo una piedra grande y no se de que color sería antes, pero ahora está completamente bañada de color rojo.

Oh, no.

El olor a sangre llena mis fosas nasales.

Oh, no.

Dirijo mi mirada a la cabeza de Al que reposa sobre mi. Está toda llena de sangre.

Oh, no, no, no.

Intentó apartar el cuerpo inmóvil de Al de encima de mi, pero me tiene totalmente aplastada. No tengo fuerzas para moverlo y pesa demasiado. Me pongo nerviosa. ¿Que he hecho? ¡¿Que cojones he hecho?! Enseguida me doy cuenta de que estoy llorando de nuevo.

Miró de nuevo mano, que todavía sujeta la piedra llena de sangre de Al. Lloro.

— ¿Que cojones he hecho?— sollozo en susurros.

Y después me pierdo en el color rojo intenso de la sangre...  

CONTINUARÁ....

Bueno, espero que os haya gustado este maratón. No olvidéis dejar en los comentarios todo lo que penséis, incluso alguna sugerencia si queréis. Intentaré hacer otro maratón (con final incluido) pronto. Pero ya me conoceis, yo tiendo a desaparecer. Aunque con suerte no tarde otros 4 meses.

Se os quiere, pequeños lectores ❤

Smiling.

PD: Muchas gracias a todos los que seguís ahí a pesar de que soy una tardona 😬💞

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