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🌓 005.

—¿Él siempre es así?

Draco deja de subrayar su cuaderno de historia por unos segundos antes de encogerse de hombros; respondiendo así la pregunta de Harry.

—La señorita Julia, el señor Fernando, ¡hasta el anciano profesor de lengua! ¡Todos son amables! Y Snape es tan...

—¿Snape?

—¡Exacto!

Draco logra retener una risilla, no quiere ser expulsado de la biblioteca por culpa de su ruidoso compañero.

—Escucha, Potter— dice, sin embargo, luego de unos minutos, con algo de molestia —, Snape ha tenido esa actitud desde siempre; en vez de quejarte por algo tan irrelevante, podrías estar distribuyendo tu tiempo en otras cosas... Ya sabes, como tu tarea.

Harry se hace de la vista gorda, entreteniéndose más con el libro de bromas que le prestó Ron y que supuestamente robó del baúl de su hermano mayor.

—Podríamos intentar la broma de las anclas de rana.

—No me estás incluyendo en esto. Nunca. Jamás.

Potter solo encoge los hombros, sin borrar esa sonrisa altanera que es tan poco común en él que vuelve toda la situación rara conforme pasa el tiempo y el moreno hace más y más viajes entre sus habitaciones y la biblioteca. Poco a poco la mesa que ambos ocupan se llena de chucherías, entre trozos de hilo, elásticos y una especie de raqueta rota que Harry sostiene como si fuese el artilugio más valioso del siglo.

—Tengo una idea— comenta, y esta vez la diversión baña su tono de voz —, si todo sale bien, me agradecerás por quitarte la hora de tarea de encima.

Draco no sabe si debería asustarse al escuchar eso.

🌓

No, piensa el rubio, ¿por qué se asustaría por esto? ¡Es mejor dejar que el enojo hable por él y lo haga zarandear a Potter hasta quitarle todo el color del cuerpo!

Están en la sala de castigo. La. Sala. De. Castigo. Draco no recuerda cuando fue la última vez que pisó este lugar junto a Pansy, solo recuerda que eran chiquillos atrapados luego de una enorme travesura y que sus cabellos olían a spaghetti y estaban bañados en jugo de naranja por haber arruinado el banquete de fin de año con una pelea de comida improvisada.

Pero eso era antes, cuando Pansy aún estaba a su lado y le cubría las espaldas ante su padre, dónde ella, pese a iniciar la mayoría de problemas, siempre tenía una excusa o una justificación para sus actos y así los podía sacar a ambos de las interminables horas frente al pizarrón con solo una advertencia por parte de las hermanas. No había forma que, con ella a su lado, su padre se llegase a enterar de que su preciado hijo estuviera comportándose como un mocoso en el internado.

Y ahora Pansy no está aquí, y Lucius se va a enterar tarde o temprano. Y Draco esta vez, maldición, esta vez no ha hecho nada para merecer esto.

Hay un reloj con forma de gato arriba de la pizarra que abarca con su anchura casi toda la pared del frente. El gato mueve la cola y sus ojos amarillos parecen estar examinándolos hasta el alma mientras los minutos pasan con ese interminable y molesto tic toc.

La maestra Raquel los mira desde el único pupitre que luce recién comprado, su mirada los escudriña como si fuesen los peores criminales que han pisado la tierra. Una regla de madera es pasada entre sus arrugadas manos y una de sus cejas se eleva cuando su atención se posa en la persona que está al lado de él.

Harry parece sentir de todo menos interés o preocupación por la situación en la que están envueltos ahora. Su vista se pasea por todos los lados posibles, observando las paredes tapadas con el papel tapiz que ha perdido su color, en las tablas de madera del suelo que lucen viejas, en las ventanas grandes que adornan el lado izquierdo del cuarto, desde donde puede ver el enorme patio de recreo, ese dónde ahora los otros niños están jugando y riendo bajo la lluvia. Después de un buen rato parece recordar dónde está porque ahora presta atención a la hermana, imitando la expresión de esta.

—¿Saben por qué están aquí?— pregunta Raquel, con ese tono que solo muestra vejez y tal vez algo de hartazgo.

—Hermana, yo...— trata de explicar el rubio; pero es interrumpido.

—Rompimos una ventana.

Draco cree que podría haberse lastimado el cuello si hubiese girado la cabeza con mayor brusquedad; pero no puede evitarlo. ¿Rompimos? Harry no parece inmutarse por haber dicho semejante mentira y solo vuelve a encoger los hombros, ignorando la gravedad de todo esto.

—¿Dónde consiguieron eso?— pregunta Raquel, masajeándose las sientes y señalando la tirachinas sobre su escritorio —Saben que está prohibido traer este tipo de artefactos.

—Oh, yo lo hice— dice Potter, casi inflando el pecho de orgullo —. Encontré algunos materiales en mi salón, ¿a que no quedó bien?

Draco quiere que se lo trague la tierra. No es justo, no es justo, que todo esto esté pasando así, se suponía que hoy solo haría las tareas de la semana y se dispondría a mirar el techo tendido sobre su cama y preguntándose qué cosa le pediría a su madre de regalo esta vez. A lo mejor y planeaba alguna venganza contra Pansy por haberse olvidado de su cumpleaños; pero no algo que amerite una sanción así.

—Hermana Raquel— llama, casi suplicando —, por favor no le diga a mi papá. Le juro que yo no tuve nada que ver.

Raquel suspira. Sus dedos ahora apretando el tabique de su nariz.

—Van a hacer muchas planas, chicos— dice, y Draco en serio no puede creer que este día pueda empeorar —, y harán algunos trabajos con las chicas en el pueblo de Hogsmeade para pagar esa ventana.

Cuando su cerebro registra el nombre, su cuerpo a duras penas logra evitar estremecerse. Hogsmeade para lo único que ha servido en el tiempo que lleva estudiando aquí es para infundir temor. Aún recuerda esas leyendas que cuentan los chicos de grados mayores, esos que hablan de las aterradoras criaturas que rondan en los bosques que cubren ese pequeño lugar que parece no haber sido tocado por el sol durante siglos. De las personas de mal vivir que pueden llegar a aprovecharse de quién no sea lo suficientemente precavido. De la comida y las condiciones incómodas para trabajar.

—Seguro— dice Harry, y Draco de verdad podría ahorcarlo ahora mismo —, ¿cuándo iremos?

Ante su sorpresa la hermana Raquel sonríe de forma sincera, encontrando divertida la forma tan calmada que tiene Potter para hablar.

—El próximo fin de semana, partirán con Neville y una muchacha llamada Luna que está en grado superior.

La campana corta la charla, su sonido estridente es suficiente para que los niños que jugaban con tanta diversión afuera comiencen a alistarse y correr con emoción a sus salones, listos para la siguiente clase.

—Vuelvan a sus salones— ordena la hermana —, y no te preocupes, joven Malfoy, su padre no va a enterarse de esto.

Draco puede sentir que por fin el aire regresa a sus pulmones antes de cerrar con delicadeza la puerta una vez se despiden, comenzando a avanzar en silencio por el pasillo sucio de esa habitación tan extraña.

—Te voy a matar— anuncia con mucho enojo, que aumenta cuando ve a Harry volver a encoger los hombros.

🌓

AAAAAAAAAAAAA YA ACTUALICÉ ESTA COSA TAMBIÉN.

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