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33. Lluvia oscura

¡Por fin! El momento está cada vez más cerca. La verdad roza nuestras narices.

Debo advertir que, además de que el capítulo sea extra largo, también tiene ESCENAS +18. Quiero que por favor, respeten eso, tienen todo el derecho de seguir la lectura, pero... por el bien de cada personita, mejor pónganse condón en los ojos (aunque Eider no recordó eso en este cap) porque este capítulo está que arde.

Ahora, lo que tanto han esperado...

CAPÍTULO 33

EIDER.

Habían pasado semanas eternas y lentas en las que las hojas de otoño comenzaban a caer poco a poco, dándole la bienvenida a marzo.

Las cosas seguian casi iguales, pero menos tensas que antes. De igual forma, en el pueblo seguian prófugos los hermanos antes populares y sexys, ahora asesinos terrorificos y escalofriantes.

La gente ya no temía salir a las calles, pero se continuaba alerta, incluso, puedo decir que yo era una de esas tantas personas, aunque no lograba poner un pie fuera de la casa. Y hoy era un día de esos tantos en los que tampoco iba a pisar afuera.

No tenía novedades de Brenda, su madre la había reportado como desaparecida hace más de una semana. Supongo que él jamás me mintió, al menos no en eso.

La lluvia caía con fuerza, podía verlo detrás del vidrio de la ventana que daba al patio melancólico y gris de casa. El cielo se encontraba opaco, sin colores. A leguas se notaba el frio del exterior, ese frio de marzo.

Prendí el televisor y tome asiento en el sofá. Hoy, un domingo lluvioso, me volvía a encontrar sola, como esos fin de semanas sin mis amigas, sin mi propio padre y sin mi madre. Cubri mi rostro, mis ojos me ardieron al cerrarlos. Me sentia alejada de todo, como en esos dias donde no me quedaba nada para hacer, o cuando mis propias cosas me aburrian, me encontraba en ese tipico estado "modo avion", pero lo extraño de todo era que, por primera vez, sabia la razon de este.

La cuarta temporada de mi serie favorita se oia en el televisor, pero yo no era capaz de abrir los ojos para verla, simplemente no me llamaba la atencion, mi cabeza viajaba a los sucesos de hace un mes, desde esa noche, ya no supe absolutamente de nadie, y desde esa noche, no podia sacarme los pensamientos de la mente, ni mucho menos las preguntas que me atormentaban todos los malditos dias del calendario, del año, de la existencia.

¡Estaba tan harta! Mi mente procesaba tantas cosas, pero algo mas dentro de mi pedia parar, lo imploraba, lo rogaba de mil formas. Dios, ¡lo deprecaba!

Quite las manos de mi cara y me levante en busca de agua, era lo unico que iba a ingerir en el dia porque ni siquiera las ganas de comer llamaban mi atencion. Me acerque al refrigerador y saque una jarra con agua, me servi en un vaso y bebi lentamente, saboreando el liquido como si fuera lo mas delicioso del mundo. Al terminar de beber, deposite el vaso en la mesada y lleve la jarra al refri, pero al ver la puerta de este, una imagen relucia en ella. Eran Brenda, Margarett y yo, abrazadas y sonrientes.

Deje la jarra dentro del refri y tome la foto. Me senté en una de las sillas de la mesa y me le quede observando a nuestros rostros sonrientes.

Quise llorar, pero ya no tenía fuerzas para hacerlo. ¿Era posible que una persona se quedase sin lágrimas aunque el corazón se le halle destrozado?

Parecía ayer cuando ellas venían a casa y hacíamos nuestras típicas pijamadas, lo cierto era que este era nuestro último año, y ya casi no nos veíamos, quiero decir... ellas en sus trabajos, en sus sueños, la única que estaba sola era yo, y creo que la razón era por la pérdida de mi madre la cuál me había afectado demasiado, pero quitando aquello, hace mucho tiempo me había vuelto aburrida, apagada, para ser más exacta, desde hace cuatro años.

Y tú me preguntaras... "Oh, Eider ¿ocurrió algo hace cuatro años que te hizo así de aburrida y apagada?" Lo cierto es que...

Sí.

Siempre debe de ocurrir algo, siempre. Y lo malo es que todo lo que se olvida en un pasado, regresa, así se sea de las formas más... inesperadas.

Respiré hondo, sintiendo el cansancio en mi ser, dando cada paso con lentitud en mis huesos, en mis ojos, en mis músculos, haciendo su esplendorosa presentación para que me vaya directo a mi cómoda y suave cama.

Y no me lo iba a prohibir, llevaba semanas sin dormir, las pesadillas, los pensamientos, las preguntas, la oscuridad y el frío de la soledad atormentaban mis noches. Eso era visible todos los días que me levantaba con un dolor de cabeza insoportable, cuando me observaba al espejo y podía ver mis ojos oscuros y perdidos.

Dejé la fotografía arriba de la mesada y con pasos débiles, me dirigí a la sala de estar, apagué el televisor y subí las escaleras.

El olor a tierra mojada se coló en mi nariz cuando abrí torpemente la puerta de mi habitación, cerré esta detrás de mí y caminé hasta el baño de mi cuarto y prendí la ducha, el agua caliente cayó y mi ropa le siguió.

Jamás me había sentido tan extraña al verme frente al espejo de mi baño. El vapor bañaba un poco de este, pero esto no fue un obstáculo para ver mi imagen. Mis ojeras eran oscuras y pronunciadas, mis labios estaban partidos y comidos, mi piel era la nieve en vida y mi cabello azabache se encontraba opaco, sin fuerzas.

Estaba más horrible de lo que jamás me había visto en mi corta y aburrida vida. Las lágrimas cayeron sin previo aviso.

¿Qué me había ocurrido?

Sequé las lágrimas de mis mejillas y entre en la ducha, el agua caliente empapó mi cuerpo, mi cabello se pegó a mi rostro y a mi espalda. Me encontraba parada bajo el chorro de agua, con la mirada perdida y el cuerpo exhausto.

Sabía que los pensamientos iban a volver en menos de lo que cantaba el gallo, así que sin más, comencé a bañarme para que no se me vaya el sueño que de suerte lograba reconciliar.

Cerré lentamente la perilla del agua, empapada hasta los huesos, tomé una toalla y la enrolle en mi cuerpo. No tenía fuerzas ni para secarme, asi que así salí del baño, con el cabello pegado a mi cuerpo y la toalla tapando mis partes íntimas.

Al abrir la puerta, no estaba preparada para presenciar lo que iba a ver.

Primero que nada, lo primero que vi fue sangre, mucha, mucha sangre.

Luego agua, no, no mucha agua, pero bastante como para empapar un cuerpo, y justamente en este caso, empapaba un cuerpo, un rostro y una chaqueta de cuero que yo conocía bien porque le daba estilo a alguien peculiar.

Su mano pálida apretaba una parte perdida de su abdomen, su remera blanca debajo de su chaqueta la cual cubría su torso y herida, estaba manchada completamente de aquella sustancia roja.

Cubrí rápidamente mi cuerpo aunque llevase una toalla puesta. El frío llegó a mi cuerpo gracias a la ventana abierta de mi cuarto. Las luces se encontraban apagadas y la luz grisácea del panorama de afuera, se colaba entre las cortinas danzantes por el viento.

La imagen frente a mí era como de película de terror: lluvia, oscuridad y... temor.

-¿Qué haces aquí? -fue lo único que pude preguntar.

Un quejido de dolor se escapó de sus labios rosados. -Eider... -soltó débilmente, mientras se retorcía de dolor- ayúdame.

Juro que iba a hacerlo, los pies se me movieron por si solos, mi corazón latió locamente al verlo, pero mi mente me detuvo a centímetros de él.

Mi mano quedó elevada a la altura de su rostro, muy cerca de este, quedo allí, sin tocarlo, muy temblorosa.

Abre los ojos, Eider. No puedes sentir este sentimiento de culpa, amor y odio hacia él. ¿Realmente lo amas o sólo es un deseo?

La voz dentro de mí habló por primera vez en semanas. El sentimiento familiar de temor, nerviosismo, y todo aquello que sentí con Azael, me dió cierta nostalgia. ¿Hace cuánto no lo veía? ¿Un mes? ¿Semanas?

Eso no importa, Eider. Lo que importa es que está frente a ti el asesino de tus amigas, pidiendo tu ayuda, sangrando ante tus ojos. ¿Irás tras él y caerás rendida a sus brazos o por fin te vengaras por todo aquello que él te ha hecho?

Dudosa y sumida bajó las palabras de mi voz interior la cual me sacó de aquella ensoñación, di unos pasos hacia atrás. Sus ojos grises me persiguieron confusos.

-¿Por qué debería ayudarte? -escupi con desprecio, dándole a entender que entre nosotros no existían más que esas muertes y el rencor.

Azael cerró sus ojos con fuerza, cómo si pensar y la herida le hicieran mucho daño.

Debía de admitir que verlo de aquella forma tan débil, me estrujaba el corazón, y que mis manos picaban para tocarle el rostro, y que mis labios pedían su boca, y que mis brazos se debilitaban por abrazarlo.

¿Acaso no ves a tus amigas muertas en su rostro perfecto? Porque yo sí, y las veo en agonía, sufriendo.

-Hay... -lo escuche decir, bajito, como si hablar le costase mucho- hay algo entre nosotros que no voy a dejar escapar.

Reí amargamente-¿La muerte, el rencor, la desgracia? Sí, están tan palpables en esta habitación, que puedo sentir esas palabras en mi piel. Pero sobre todo, en tu rostro.

Sus ojos grises me observaron fijamente.

-Yo tengo todo lo que tú necesitas. -término finalmente.

-¿Y qué necesito? -le pregunté con burla. Ya no iba a dejar que me hechizara con sus encantos, ya no más.

-Las respuestas que siempre has buscado.

Eso había dado en un punto exacto, un punto muy importante en mí: mi curiosidad. Él sabía que yo me movía por esta, que era difícil dejar pasar por alto algo que he deseado desde que lo vi, desde que comenzó este calvario tan sombrío y extraño.

¿Pero cómo iba a estar tan segura de que me dijera la verdad, o que luego me matase?

¿Debía confiar en él? ¿Acaso debía hacerlo?

-¿Cómo puedo estar tan segura de tu palabra? -la pregunta picó en mi lengua, hasta salir por si sola de mi boca.

Otro quejido de dolor por su parte, pero este fue más fuerte que los demás. -Porque eres la única que me puede salvar y la única que tiene mi vida en sus manos. No puedo... no puedo mentirte, Eider. Esto debe llegar a su fin.

Aquellas últimas palabras hicieron eco en mi mente. Por fin tenía a quien podía darme las respuestas, por fin veía el final frente a mí. ¿Debía ayudarlo? Era tan extraño lo que me ocurría con él. El chico nuevo y sexy de mi escuela, ahora estaba enfrentado a mí porque resultaba ser... un asesino.

Y ahora me pide ayuda luego de haber matado a los seres que más quería en mi vida.

¿Debía ayudarle?

Un grito desgarrante salio de su garganta y me aproxime rápidamente hasta llegar a su lado, el olor metálico de la sangre llegó a mi nariz cuando levante uno de sus brazos para que me rodeara el hombro. Lo senté en la silla giratoria de mi computador y le saque la chaqueta. A horcajadas, Azael pudo sacarse la sudadera blanca que cubría todo su torso.

Trague grueso cuando este quito la mano de su herida y pude ver la daga de dragón que yo tanto conocía, impregna en un lugar que se encontraba un poco más arriba de sus caderas. Su sangre estaba esparcida por todos lados, y me impresione al saber que esta era de color rojo y no negra como su alma.

-¿Quién te lo hizo? -inspeccione un poco más la herida, acercando mis dedos, sin poder tocar su piel.

-Él... el... bosque. -dijo, tiritando débilmente. Aproxime mi mano a su frente, hervía en fiebre.

-Quédate aquí, iré en busca del botiquín. -me sentí un poco estúpida al haberle dicho aquello. Estaba de las mil mierdas, ¿cómo carajos va a moverse?

Estúpida Eider.

Salí de la habitación y baje las escaleras, me aproxime al baño principal y saqué la pequeña caja blanca de madera con una cruz roja en su centro. Corrí hacia mí habitación, con cuidado de no caerme en el transcurso y entre a esta.

Azael seguía igual: acostado en la silla giratoria, tiritando de la fiebre y el dolor. Me acerqué sin dudar a él. Se veía tan pálido que me comenzó a preocupar, sabiendo lo idiota que yo era, y que no sabía ni siquiera cocinarme un maldito huevo hervido, Azael era capaz de morir en mi propia habitación si yo no hacía la curación y puntos correctos.

Respiré hondo, y cerré mis ojos.

Tú puedes Eider, ya te has visto más de mil veces las temporadas de Grey's Anatomy. Al abrir mis ojos, llevé mis manos al botiquín y separe su tapa de este.

Pude ver gasas, alcohol, antibióticos, curitas, hilo, aguja, un extraño líquido para infecciones, y alguna que otra cosa que no reconoci.

Quite el hilo y la aguja, también las gasas y el alcohol.

-No sé qué hacer... -dije, luego de pasar el hilo en la aguja.

Como un rayo, Azael se quitó la hoja metálica del abdomen, varios chorros de sangre salieron de allí y me obligué a desviar la mirada por mi bien. Sentí como una de sus manos frías tomaba la aguja con el hilo que reposaba en mi mano. Volví la vista a él, este comenzó a suturar su herida, la acompañó con varias expresiones de dolor y quejidos.

Por un momento, al verlo de aquella forma, quise abrazarlo, decirle que me gustaba, que iba a estar para él. Pero luego algo me despertaba de esa ensoñación, tal vez esa cruel realidad donde la sangre lo vestía y las ágiles mentiras lo acompañaban.

-Una cruel realidad donde tú también eres parte de mis secretos. -me observó fijamente mientras mordía el hilo que tiraba de su piel. Ya había realizado la sutura.

Su voz se había oído un poco menos débil, casi como la primera vez que lo oi: extraño, escalofriante y raspón, con aquella combinación parisina y británica.

Frunci el ceño, temí que oyera mi corazón retumbar en mi pecho como un tambor.

Yo jamás había pensado en voz alta... al menos no en este momento.

Mi piel se erizó. Lo había pensado, debo admitir que había pensado una que otras veces que él y sus hermanos no eran... humanos. Quizás por la forma tan rara y misteriosa que llevaban al hablar o expresarse, o la de mirarte. Quizás la belleza inhumana que arrastraban. O simplemente el hecho no tenía explicación.

No siempre debemos poner explicaciones para encontrar razones, para intentar coronar respuestas tras adivinanzas para saber que son certeras.

La voz en mi mente sospechaba igual que yo, muy en el fondo, nos habíamos unido por primera vez para estar de acuerdo con que él era un monstruo y no un ser humano, pero eso no era por el hecho de que sea un asesino.

Iba más profundo...

La forma de su mirada me expresaba temor puro, su aura era una neblina negra, igual de sombría que su postura demandante.

Su apariencia no era normal. Era exótica, extraña y llamativa.

Su interior era oscuro, tan oscuro que yo... yo no podía ver.

-Tú no eres humano -solté sin pensar, mirándolo directo a los ojos.-. Yo jamás creí en la fantasía, pero... ¿Eres un vampiro? ¿Un hombre lobo? ¿Un fantasma? ¿Qué eres, aparte de un asesino?

Lo había dicho tan natural, como si fuera una conversación de todos los días.

-Soy una persona común y corriente... -sonrió ladino- ¿ahora soy un ser mitológico por mentir y matar?

-A mí no me engañas, tu apariencia puede ser humana, pero tu interior... tu interior no lo es.

-Mi interior está podrido, como el tuyo. Tú tampoco te ves tan normal por dentro. -se puso de pie, acercándose hasta mí con pasos lentos.

La lluvia caía con estruendo, parecía no cesar. La luz grisácea y opaca alumbraba un poco de su rostro. La sombra de su estatura y la sangre de sus manos se proyectaban en el suelo de mi habitación.

Me iba a dar algo. Lo juro. Cada paso que daba, cada vez se veía más cerca de mí. ¿Un paro cardíaco? ¿Un ataque de pánico? ¿Qué me iba a dar primero?

Sostuve con fuerza la toalla que cubría mi cuerpo. La humedad de mi piel se sentía gracias al frío del lugar.

Cerré los ojos lentamente. Entreabri los labios para quitar el aire caliente de mis pulmones.

Cuando sentí su ser muy cerca de mí, no supe como reaccionar. Su mano hizo un ademán de acercarse a mí rostro, o eso fue lo que sintió mi piel a la suave brisa que se proyectó por su amague. -Me mentiste. No eres "A". -fue el único recurso que tuve para alejarlo.

Abrí los ojos. Me topé con su rostro burlón.

-Jamás lo fui. Te menti, ¿pero qué hay de ti? ¿Qué hay de tus mentiras, Eider? -nuevamente se acercó a pocos centímetros de mi rostro-. Siempre se trata de mí, pero yo no soy el villano, y creo que tú lo sabes muy bien...

-¿Qué quieres decir? ¿Acaso quieres invertir el rol aquí? Soy yo quien hace las preguntas. -mi voz tembló, ¿por qué?

-Quiero decir que no eres tan inocente como te pintas, como quieres aparentar -sus ojos me miraron fijamente-. Somos tan iguales. ¿Será por eso que te has enamorado de mí?

Oírlo salir de sus labios fue otra cosa... fue tan lejos de lo normal.

¿Acaso esto era real? Digo, tenía miedo de estar soñando.

-¿Por qué no me revelas tus secretos de una vez, Eider? Enséñame cómo eres en realidad, y deja tu parte humana frente a mí, esa que tanto has fingido todo este tiempo.

-¿Por qué debería hacerlo?

-Porque yo te he enseñado lo que soy detrás de mí máscara. Soy ese monstruo que te ha mentido todas esas veces, y que te ha arrebatado lo que más has querido, pero... ¿en verdad era eso lo que tanto anhelabas, Eider?

Trague en seco por primera vez en mucho tiempo. El sueño que tenia minutos antes, se fue a la mierda y jamás volvió.

Entonces, sus labios se acercaron un poco más hacia los míos. El aire cálido salió de mi boca.

Y, nuevamente, caerás en su hechizo engañoso y sangriento.

La voz en mi mente se escuchó y me obligué a cerrar fuertemente mis ojos. Debía parar. Sí, debía parar con esta maldición llamada Azael.

-Date una ducha. Al salir, me lo dirás todo o te juro que yo misma te delatare con las autoridades. -salí deprisa de aquella mini prisión en la que hizo contra la pared al arrinconarme y le di la espalda. Pude sentir sus ojos en mí espalda, pero no me atreví a mirar.

Luego de unos largos segundos de silencio, oí la puerta del baño cerrarse.

Por un momento, la sombra del arrepentimiento llegó a mi ser, dejando los suspiros de las preguntas en mi mente, haciendo eco, tanto que llegaba hasta mi corazón, dejándolo inquieto. Estaba traicionando a mis amigas. Traicionera. La palabra me quedaba corta. Mentirosa. Si ellas supieran... sí ellas acaso supieran todo lo que alguna vez fui frente a sus ojos, todo lo que oculté, todo lo que disfrace. Y ahora... ahora... estaba ayudando a su asesino. No, peor: me había enamorado de él.

¿Qué ocurria conmigo? ¿En qué momento me había convertido en un cofre de secretos? En una caja de Pandora... llena de desgracias, de errores, de sufrimiento. Azael estaba en mi baño, limpiando su herida... herida que ayude a auxiliar por temor a que este se desangrase. Debías dejarlo morir en el piso de tu cuarto, era lo mínimo que podrías haber hecho por la sonrisa tierna de Margarett y por los ojos oscuros y rebeldes de Brenda, tus mejores amigas. La voz en mi mente me escupía con furia, como si fuera un monstruo.

¿Yo era un monstruo? Sólo me había dejado llevar por un sentimiento extraño que mi corazón bombeaba cada vez que veía la mirada gris de aquel chico, eso... ¿eso era un monstruo? Si fuera asi, entonces... ¿entonces los monstruos se dejaban llevar por sus sentimientos? ¿Azael tenía sentimientos, se dejaba llevar por estos? ¿Él realmente era un ser despreciable como se pintaba al matar frente a mis ojos curiosos y acechadores desde las sombras?

Me estaba volviendo loca, debía admitirlo. Ya no podía controlar mis emociones, mis pensamientos. Todo estaba tan fuera de mis cabales desde que lo conocí, desde que revivió un pasado que estuve ocultando continuamente. ¿Era hora? ¿era hora de revelar todo lo que estuve guardando hasta que los días pasaban dolorosa y pesadamente? Mentirosa. Sí. Traicionera. Monstruo. Al final Azael Agramon no era el más podrido entre nuestras miradas, detrás de nuestras máscaras yo siempre fui la más horrible y embustera. Una farsa. Una mentira.

Las lágrimas que creí que ya no tendría en mi sistema, que se habían agotado, que habían decidido ya no aparecer, amenazaron con salir de mis ojos. Quite las manos de la toalla blanca que rodeaba mi cuerpo. Mis dedos temblaron debajo de mis ojos. Mentirosa. Embustera.

¿Qué debía hacer? ¿llamar a la policía y decirles que aquí se encontraba el asesino que tanto han buscado? O ¿seguir mis sentimientos, mi curiosidad, esa que me había metido en un agujero oscuro, sangriento y sombrío lleno de mentiras y secretos?

Estaba al borde de un colapso, mi mente, mi corazón, todo me daba vueltas. Mi ser lloraba por dentro. Sólo era una chica de dieciocho años, que, llevada por sus pensamientos inexpertos y curiosos, tocó una línea invisible, una línea extraña, irreal... donde la muerte se hallaba y el amor latente también se fundía con el temor. Era como una flor en un estanque podrido. No sabías cómo floreció allí.

¿Qué debo hacer? ¿Qué debo hacer? Repetía incesantemente en mi cabeza mareada. Como si la respuesta se encontrase ante mis ojos, Azael salió del cuarto del baño. Una toalla carmesí rodeaba su cintura, su torso totalmente expuesto. El contraste del color rojizo y su piel pálida eran engañosos, tramposos, tentadores para caer en la jaula.

Pero, aún así, me mantuve al margen, observándolo desde una distancia considerable, como una presa a su cazador, como el cazador a su presa. Pero... la verdadera pregunta era... ¿Quién era el cazador y quién era la presa?

Las lágrimas, sin previo aviso salieron disparadas, rodando a mis mejillas. Sus ojos no se quitaron de mi mirada ahora un poco borrosa. Aún en esa situación, en esa situación tan extraña, tan perdida, tan diferente a todas las escenas que me he imaginado con él, seguía viéndose igual de apuesto que siempre, no importaba la herida en su abdomen bajo, no importaba el rencor que latía menos intenso que antes, no importaba la muerte, los secretos, las mentiras, la traición.

Cuando esos malos sentimientos desaparecen, cuando un escalofrío recorre el cuerpo, cuando él corazón bombea sangre rápidamente, cuando la mente duele de pensar, tiro la bata, detengo la guerra y tiro mi espada, rendida, dejo que mi corazón controle mi cuerpo, así sea por última vez.

¿Quién es el enemigo? ¿Quién es la maldad? Cuando su mirada gris se oscurece un poco más, y camina lentamente hasta mí, pierdo consciencia en mis actos, en mí. Mentirosa. Embustera. Las voces se oían en mi mente, pero cuando Azael llegó hasta mí, estas desaparecieron, como fantasmas al ver una biblia y el agua bendita.

Tomó mi rostro, temiendo que este se vaya a romper en mil pedazos, como mí corazón que aun latía locamente en trizas por el sentimiento confuso que sentía al recibir el tacto de sus manos frías y suaves.

Sentimiento que iba cobrando forma, que ya no era tan difuso...

Su pulgar frío acarició mi mejilla húmeda. La corriente llegó hasta las puntas de mis dedos. Ya no quería pelear más. Ya no quería mentir más.

El peligro frente a mí. El temor frente a mí. Y mi corazón expuesto.

Tomé su rostro. -Me he enamorado de un monstruo, pero yo me he convertido en él. Me fusione con su corazón podrido y ahora no hay vuelta atrás porque rompió mi máscara y ya no puedo disfrazar mi debilidad frente a sus ojos. Ojos que me han quemado y sentenciado desde el primer día que los vi. -las lágrimas siguieron su recorrido.

Su voz jamás llegó. No respondió. No me importaba... debía decirlo, por más que me duela, yo lo quería, él me gustaba.

Pero... para mi sorpresa, sus palabras salieron como un secreto, como un susurro indefenso.

-Creo que... -las palabras parecieron atorarse en su garganta, su manzana de Adán quedó estacionada en su lugar- que te quiero, Eider. -sus palabras fueron un pinchazo dulce en mi corazón hecho pedazos.

Acerqué mis labios a los suyos. Era verdad. Azael tenía razón. Yo no podía deshacerme de él tan fácilmente, no podría olvidarme del temor jamás.

Sus labios resecos encontraron los míos, besándome lentamente. Las respuestas que había exigido antes de que él se perdiera en el baño, se habían olvidado cuando, por fin, desde muy dentro de mí, admiti que yo también era igual a él. Mentirosa, embustera, farsante, monstruo, podrida.

¿Cómo podría olvidar al temor cuando vi su rostro verdadero y me di cuenta que era exactamente... yo?

Su lengua se introdujo en mi boca, encontrando la mía, rígida, inexperta. Su sabor a menta y a cigarrillo no desaparecían, era tentador, también dulce.

Lleve mi mano hasta su nuca fría, suave y humeda por el baño que se había tomado minutos antes. Mis dedos viajaron hasta su cabello mojado, enterrando mis yemas en él. Dedos suaves se encontraron aún en mis mejillas frías, pero bajaron lentamente hasta mi cuello, viajando lenta y placenteramente hasta mis hombros, brazos y al finalizar, hasta el inicio de la toalla, allí donde en mi pecho, estaba sujeta débilmente.

Toalla blanca como la bandera de paz en la guerra. Su toalla roja, como la sangre derramada en la trayectoria de muertes.

Eramos... una combinación extrañamente perfecta. El monstruo y la farsante. El asesino y la cómplice. La mentira y el secreto.

Sus manos impacientes pero dulces, quitaron lentamente el pequeño nudo de mi toalla. La tela áspera de esta bajo por mis piernas como una segunda piel. La acción me lleno de escalofríos, y humedecio aquella parte baja y perdida en mí. Entreabi mis ojos. Quería ver... embriagada de tentación, de dolor, de anhelo, de que esto era verdad. La ventana aún seguía abierta, el cielo gris se veía detrás de él, la lluvia caía lentamente. El rico olor a tierra mojada que me traía recuerdos oscuros, se movía por la habitación.

Sus dedos hicieron un recorrido desde mis hombros hasta lo largo de mi cintura. Suspiré contra su boca, cerrando los ojos, dejándome llevar por su toque frío y placentero, débil, temiendo tocarme de más, como si fuera algo frágil y me deshiciera como la arena en la mano.

Deshacerme en su mano.

Lleve las yemas de mis dedos desde su nuca, hasta su mentón afilado, desde allí, tomé rumbo hasta su torso marcado, llegando lentamente a su abdomen. Con cuidado de no tocar su herida, de un tiron pesado, le quite la toalla que rodeaba toda su cadera.

No pude evitarlo. No quise. No lo iba a hacer. La tentación tomó riendas en mí. Me pegué contra su cuerpo frío, el calor del mio entibiaba aquel espacio que se fusionaba entre los dos. Nuevamente lleve mi mano a su nuca, intensificando el beso que jamás se rompió.

Él, inquieto, sin poder controlar sus brazos, me pegó más fuerte contra él. Sus manos tocando mi espalda, mi cintura.

Con pasos torpes, nos fuimos directo a la cama, quien nos esperaba hambrienta para tragarnos entre sus sábanas suaves y blancas. Ahora un poco más cómodos por el calor de mi cama que, para mi suerte era más matrimonial que individual, él quedó arriba mío. Yo abajo de él.

Rompió el beso, en busca de aire, no me molestó, yo después de todo también necesitaba aire. Su boca se veía rojiza, carnosa por el beso tan intenso que nos habíamos dado, ya no había rastro de la resequedad y opacidad en este y eso le favorecía.

Por amor a Dios, ¿qué no le favorecía a Azael Agramon? Se podía poner un segundo culo en la cara y le iba a quedar bien.

Allí, en esa posición en la que nos veíamos sumidos, se veía demandante, superior, atractivo... ni en un millón de escenarios me imagine tenerlo así...

Para mí. Para mí...

De solo nombrarlo en mi cabeza, era como un sueño.

-Te ves menos mentirosa así de toqueteada, de hecho, menos amenazante. Hermosa, presa, para mí.

Para mí. Para mí... para mí.

Su voz me estaba llevando a otro planeta. Su mano acariciando mi rostro era otra cosa.

-Quiero que seas mi presa para siempre. -soltó.

El hecho de que me haga sentir de su propiedad, de escuchar ese mi en cada palabra que me involucrase y saliera de su boca, me hacía sentir un corrientazo en el corazón.

Quería más.

Lo bese nuevamente, cerrando mis ojos, sin decir ni una sola palabra. Sin soltar ninguna sílaba.

Aquella parte perdida entre mis piernas comenzó a palpitar cuando su miembro rozó mis muslos. Su lengua encontraba la mía y cuando lo hacía, se fundía en mi boca cada vez más.

Me estaba volviendo cada vez más tentada por el placer simple. Por tenerlo encima, desnudo.

Afuera llovía lenta y dolorosamente como sus manos masajeando mis pechos. Hacía tanto calor aquí adentro, afuera permancia el frío común de otoño.

Tan irreal. Tan placentero.

Sus manos fueron rápidamente hasta mi cabello enmarañado y lo tiró suavemente hacia atrás, arqueandome.

Abrí mis párpados, sus ojos grises ahora estaban más oscuros de lo normal. Sus músculos estaban tensos y sus mejillas sonrojadas.

-Veamos si salen tantos gemidos de tu boca, como las farsas que te has inventado a lo largo de tu vida, Eider. -no pude abrir mis ojos cuando sus dedos ágiles llegaron hasta la parte latente de mi intimidad.

Un gemido apagado, reprimido, salió entre mis labios cuando introdujo un dedo dentro de mí, este se deslizó tan fácilmente por la humedad que momentos atrás me había provocado.

-Reprimes los gemidos como el miedo apasionante que me has tenido todo este tiempo-hundió más profundo. Un gemido más fuerte se escapó de mi boca-. No podré evitar por mucho tiempo el deseo de estar muy dentro de ti.

-Ni... yo. -admiti, sin penas, dejando arder mis mejillas en los mil infiernos, allí, donde me iba a pudrir como pecadora para siempre.

Llevó su rostro hasta mi pecho, su boca sonrió contra mi pezon. Su dedo aumento la rapidez allí abajo. Jamás senti un escalofrío tan placentero como en ese momento.

-Esto es una tortura para mí mismo.-sin previo aviso se alejó de mi pecho y abrió mis piernas, introdujo lentamente su miembro, resbalando este en mi interior.

Abrí mis ojos. El dolor, el placer... fueron tan... nuevos e inesperados.

-Me hubiera gustado haberte visto rogar para que yo estuviera dentro de ti. Pero... -cerro sus ojos, dejándose llevar por el placer que iba generando cada embestida que daba. Un gemido de boca cerrada se desvaneció en sus labios- no pude resistirme al verte de esa forma.

Una mano viajo hasta debajo de mi nuca y me elevó. Beso mis labios, dejándome sin respiración.

Deshacerme en su mano...

Estaba borracha de placer. Una embestida...

Otra...

Otra...

Mi mano perdida fue hasta su espalda, sus músculos se tensaron por mi tacto. Bajaba la velocidad, la subía.

No había sentido algo tan excitante como esto. Debía admitir, jamás había tenido relaciones en mi vida, pero yo no era una santa...

Nunca lo fui.

Un gemido desapareció en nuestros labios, y otro, y otro...

El momento me estaba matando. Azael Agramon, aquel muchacho atractivo y misterioso me estaba follando con tanta pasión. En mi cama, en mi casa, entre mentiras, dolor, secretos, amor.

Y así fue como estuvo conmigo, todo el día, toda la noche...

Robandome uno que otro gemido placentero. Yo escuchándolo jadear. El era mío, en ese momento, y asi lo quería...

Para siempre.

Pero todo lo bueno siempre termina. La pregunta es... ¿Azael era algo bueno?

...

Para descubrir...

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