23. Ese día
Tengan en cuenta la imagen de multimedia, les será de ayuda para visualizar más tarde:)♡
CAPÍTULO 23
Sábado 14 de febrero. El día de la bendita gala.
EIDER.
Te lo contaré todo, rompiendo esta cuarta pared que nos separa, porque esto es solo el comienzo de un final.
Porque hoy es el día.
Es el día donde todo cambió.
Ese sábado 14 de febrero -y sí, justamente un día de los enamorados- aunque tú y yo sabemos que eso no existe.
El amor no existe.
Solo voy a decir que te estoy contando mi historia en pasado, porque esto pasó hace mucho tiempo y aún lo recuerdo con mucha perfección.
Tal vez aquí sea todo diferente. Tal vez aquí sea todo cuestionable.
Pero...
Vayamos a ese día.
Brenda mordía sus uñas largas con esmaltado oscuro, impaciente. Acomodaba una que otras veces su largo vestido rojo de seda, el cual se amoldaba a su cuerpo curvilíneo.
Estaba hermosa.
Mientras que yo...
Bueno, Brenda tenía el don de ser ruda y bonita; yo solo tenia el don de verme horrible hasta teniendo un vestido de princesa de Disney y un cabello lleno de frizz.
He perdido la cuenta de todas las veces que me lo había alisado. Solo se que refunfuñe cansada por unos pelos que quedaban un poco más levantados que el resto.
Eider Zervas era el sinónimo de abandono en una persona.
Yo estaba abandonada.
Mis ojeras no se podían ocultar ni con corrector, porque la zona quedaba de un gris ceniza.
Era un desastre, pero uno pasable.
-Mierda, creo que la cague. -Brenda llegó a mis oídos, lo cual tuve que desviar la vista hacia ella.
Frunci el ceño, y me volví a observar en el espejo de cuerpo.
El vestido verde se amoldaba a mi cuerpo de tabla, pero fue la primera vez que me había visto un poco más pasable. Sus mangas cortas caían a los costados de mis brazos, un poco más abajo de mis hombros. Su torso se ajustaba con fuerza al mío, resaltando la línea de pechos que nunca tuve. Mientras que al llegar a las caderas, este comenzaba a bajar de una manera holgada.
-¿Por qué? -No evite preguntarle, antes de observar el pequeño reloj circular que se posaba en una de las paredes blancas de mi habitación.
Las agujas marcaban notoriamente las ocho y media de la noche.
-¿Por qué le dije que Paymon me atraía? -Llevo sus dos manos a los costados de su cara, sosteniendo su cabeza con desesperación.
-Que te encantaba. -Le corregí, recordando sus palabras.
-¡Peor! Nunca debí decirle aquello. -Se puso de pie para luego subir un poco más su escote corazón que se le ajustaba con fuerza a su torso.
Me preguntaba como hacía para que este no se le cayera, ya que no tenía ningún tipo de mangas.
Sonrei, porque rápidamente la imagen de Brenda, se me hizo muy familiar al personaje Jessica Rabbit de Looney tunes.
Su vestido rojo como su cabello con algunas ondas, se pegaba a su cuerpo y su escote corazón resaltaba sus pechos.
Solo le faltaban unos guantes morados, y era un cosplay de Jessica Rabbit.
-¿A qué le sonríes? Loca. -Me dijo, riendo un poco.
-Si tu quieres saber un chisme, eres hasta capaz de inventarte que te tiras pedos con olor a rosas. ¿Qué esperas? -Me encogí de hombros, obvia.
-Es que los chismes me pueden. Y discúlpame, pero si hablamos de chismosas, en ti se usa una palabra más elegante. Por ejemplo: -Hizo como si estuviera pensando la palabra, llevando una de sus manos a su mentón. Abrió sus ojos como si le diera mucha sorpresa haber logrado encontrar la palabra. -Ah, sí, curiosa.
Gire mis ojos.
Volví mi vista hacia el espejo de cuerpo, y no evite hacer una mueca de desagrado.
Es que cada vez que me veía al espejo, la imagen empeoraba.
-Eider, pareciera que estuvieras viendo a tu tío en ropa interior. -No evite imaginarme aquello, haciendo una mueca aún más desagradable. Brenda pareció percatarse de ello y rió. -No debías imaginarlo, tonta. Pero a lo que voy, es que estas hermosa.
-Lo dices por lastima.
-Eider, por favor. -Giro sus ojos. -En serio, estas bellísima.
No evite observarla.
Y tampoco evite compararme con ella, lo cual, me hizo sentir aún más inferior.
Ella si era un boom y yo una chispa de un encendedor sin función.
-¡Chicas! -La voz de papá llego a nuestros oídos, avisando la hora de irnos.
Me puse un poco de un perfume viejo que tenia abandonado en uno de los estantes polvorientos cerca de mi armario, y salí a toda prisa, pero antes de irme de la habitación, Brenda me agarro el antebrazo con su mano cálida.
-Amiga, ¿Debo actuar, verdad? -Me gire, frunciendo mi ceño por su pregunta extraña.
Pero entonces lo entendí, ella hablaba de esa mentirilla de su gusto por Paymon.
-No está tan mal. -Sonrei, luego de referirme a ese pelinegro con cabello de ensueño. Mi amiga me asesinó con la mirada.
Me di la vuelta antes de que esta me propine un codazo, pero entonces, me volvió a detener.
-Eider. -Me llamó, sin ese tono juguetón.
La observe, intrigada.
-Recuerda bien. -Sus ojos marrones se fundieron con los míos- Tú averiguas, yo distraigo.
Antes de ir a esa gala, recuerdo muy bien cuando entablamos aquella conversación de sospechas y confusiones con la pelirroja quien ahora me miraba con complicidad.
Su plan trataba de que yo averiguaria lo que Azael y Adelaide tramaban, mientras que ella iba a dar alguna distracción llevándose la mirada de todos.
Y para ser sincera, no sé qué haría.
Ambas no estábamos cien por ciento seguras de si Azael y Adelaide estuvieran juntos en esa gala o si era necesario un espectáculo.
En resumidas palabras, ambas no estábamos seguras de lo que iba a pasar esa noche en aquella gala. Pero algo podíamos confirmar, y era que íbamos a darlo todo.
Tal vez no para destapar lo que la morena alegre de vestimenta dark y el extrovertido chico de ojos grises tenían, pero tal vez para encontrar algún tipo de señal, algo que probara que habían asesinos entre nosotros.
Asenti, y esta me abrazo.
-Te creo, Eider. Confío en que tú eres inocente. -Me dijo, bajito.
No evite devolverle el abrazo con más fuerza, quedándome en silencio con las palabras en mi garganta.
De repente me encontraba sumida en un silencio gélido, un silencio que me recordó a uno de los Agramon.
Sí, exacto.
Adriel.
-¡Chicas! -Volvio a gritar mi padre, y entonces la pelirroja se despego de mi, para tomarme de la mano y salir de la habitación.
-Y por cierto, hueles a señora de las rosas. -Soltó, antes de bajar las escaleras como una princesa agarrando su vestido para caminar.
Estaba segura que ese perfume era tan viejo como mi abuela, pero lo que contaba, es que me había puesto algo que olía bonito.
Tome con mis manos un poco de la falda de aquel extraño vestido verde que llevaba.
Ahora que lo mencionaba, no sabía quién era su verdadero dueño. Aquel viernes donde Adelaide y Azael habían hecho presencia en casa, tuve que preguntarle a mi padre sobre si este fue quién verdaderamente me lo obsequió.
¿Saben lo que me dijo por respuesta?
Un verdadero y rotundo no que me congeló la sangre.
Si no era papá, ni mucho menos Adelaide, ¿Entonces quién?
-Si tu madre te viera. -Papá se acercó hasta el final de los escalones para esperarme con una de sus manos extendidas. Al bajar no dude en tomársela.
Observe cómo Brenda sonreía, mirando nuestra escena, mientras acomodaba el escote de su vestido.
-Ay, papá...-Le abracé sin dudar, y este, no evito ponerse gélido, como si mi acción lo hubiera tomado por sorpresa.
En realidad, creo que su reacción tenía mucho sentido. Desde la muerte de mi madre, ambos nos sumimos en nuestros mundos, olvidándonos de nosotros, aunque, papá desde que conoció a Merry, este había cambiado y dado un alto a ese hoyo obscuro de soledad.
Supongo que me había quedado sola en mi mente, repasando cosas del pasado, volando dentro de mis recuerdos extraños. Y eso fue lo que de cierta manera me dejó abandonada, pero lo que me destruyó un poco más, fue aquella maldita curiosidad.
Sentí sus brazos cálidos rodearme y cerré mis ojos, dejándome llevar por aquella sensación que no vivía hace mucho tiempo.
Respiré profundo y pude detectar aquella colonia varonil de madera que papá siempre usaba.
-Otra vez con esa colonia. -Reí, recordándole aquellas palabras de mamá.
-Ella la odiaba. -Susurro, dando a entender que mi madre odiaba su perfume.
-Aunque era la manera de saber cuando estabas presente, porque este olor es tan fuerte que medio mundo lo detecta.
Este rió y se separo de mí. Acarició mi mejilla y me dio un beso en la frente.
-Vamos, o se les hará tarde.
Asenti y ambos bajamos del todo la escalera. Tome la mano de Brenda y esta me regaló una mirada cómplice que me revolvió el estómago.
Los nervios comenzaron a hacerse presentes.
...
¿Y si te digo que la mansión de los faustinos es como un castillo? Sí, un castillo que habita en una de las colinas más altas del pueblo, donde hay hasta una gran calle exclusiva para ir a este.
Sólo sé una cosa, y es que Adelaide vive muy bien.
Papá siguió conduciendo un poco más, hasta que nos encontramos en la entrada a la casa (castillo) de los Faustinos.
Unas rejas doradas rodeaban todo el perímetro, y al lado de la entrada de estas, se encontraban unos hombres con trajes negros y gafas oscuras. Supuse que eran algo así como guardias.
Me hicieron recordar a los hombres de negro, si, de aquella película que pasaban los domingos por la tarde en un canal raro del cable.
Uno de estos se acercó a la ventanilla del lado de mi padre.
-Hola. Nombres por favor. -Asomo un poco su cabeza por la ventanilla, y pude ver que, a pesar de llevar unas gafas oscuras que cubrían su rostro, era un muchacho joven.
Mi padre observó hacia nuestro lugar y no tarde en responder: -Eider Zervas y Brenda Maicksten.
El chico calvo observó una agenda en su mano, levantando algunas que otras hojas, para luego decir: -Pueden pasar solo las señoritas.
Mi padre asintió y volvió sus ojos hacia mí. Me dio un casto beso en una de mis mejillas- Cuídate, y no llegues tan tarde.
-Esta bien, papá. Cuídate.
-Adios, señor Zervas. -Se despidió la pelirroja, chocando su puño con el de mi padre desde el asiento de atrás.
Una vez de aceptar las miradas preocuponas de papá, salimos del auto, encontrándonos una fila muy larga de carros lujosos detrás del pequeño volkswagen negro de Henrry.
Pude detectar limusinas, ferraris y uno que otro auto de los cuales solo veía en las series de narcos multimillonarios.
Brenda tomó mi mano, observando también la gran fila de coches relucientes y costosos.
-Mierda, esta gente defeca oro, Eider. -Susurro.
La mire a mi lado, esta estaba observando los autos con sus ojos oscuros llenos de asombro y una mano en su cadera con aquella postura sexy/regañadora.
-Estoy pensando en conseguirme un sugar daddy. -pronunció lo último con un excelente inglés, dejándome boquiabierta.- Tenlo por seguro que lo estoy pensando seriamente.
-¡Brenda! -La llame con los ojos bien abiertos, sin creer que ella hubiera dicho aquello.
-¿Qué? -Preguntó como si no pasara nada.
La jale del brazo, lista para llevarla a las arrastras a través de aquellas rejas doradas.
-Vamos.
La pelirroja al oír aquello, exclamó un: "Ay me duele mi manito." Pero calló cuando nos situamos frente al guardia que custodiaba las rejas de entrada.
Era un hombre alto y que sí tenía cabello. Entreabrio la reja al vernos y nos dejó el paso libre para que entremos, y sin chistar, lo hicimos.
Allí, debajo de aquel manto oscuro de la noche, nos encontrábamos sumidas en el asombro al caminar, viendo las grandes fuentes de agua, las flores coloridas y la gran casa (Castillo/mansión) humilde de Adelaide.
Estoy segura que el olor a elegancia existía y en este lugar se olía a kilómetros.
-¡Mamma mia che prelibatezza! -Rugio de repente Brenda, haciendo que me sobresalte del susto con los ojos desorbitados.
-¿Qué mierda? -La pregunta salio como un disparo de mis labios.
Esta me señaló con su cabeza a cierta parte del gran jardín, el cual estaba lleno de personas con trajes y vestidos saliendo de autos grandes y bonitos. Pero apartando todo aquello, observe hacia el lugar donde la pelirroja apuntaba.
Un muchacho alto y rubio se hizo presente en mi campo de visión. Llevaba un smoking negro y en su rostro un antifaz de seda color sangre. Dirigio una gran copa de vidrio a sus labios, dejando a relucir un reloj de plata en su muñeca pálida, mientras tomaba lentamente un sorbo de aquel líquido amarillento dentro de la copa.
Supuse que era algún tipo de champagne caro.
Pero no evite fruncir un poco el ceño al ver a este con un antifaz en su rostro.
-Ves a alguien bonito y de repente te vuelves bilingüe. -La observe, recordandole aquellas palabras en italiano que esta había dicho.
-Es que ese tipo es el verdadero ¡Mamma mia! De los italianos. -Gire los ojos, viendo como esta babeaba al hablar- Es que Eider, solo míralo. -Ordeno, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
-Ya lo vi. Solo es enigmático -Me encogí de hombros, restandole importancia.
Comencé a caminar, dejando atrás a la pelirroja devora chicos con la mirada. Escuche como esta caminaba a pasos apresurados, hasta llegar a mi y colgarse de uno de mis brazos.
-Esperameee -Solto, alargando la "e".
Clave los ojos en ella, lista para regañarla.-A ver si dejas de embobarte con cualquier...
-¡Brenda! ¡Eider! -Ambas nos giramos hacia el frente al oír la voz femenina de alguien.
A unos metros de nosotras, venía una Adelaide corriendo, mientras sostenía el escote recto de su vestido negro y apretado.
Sentí las miradas ajenas de todos aquellos ricachones enterrarse en nuestro lugar.
Unos segundos bastaron para que ella se encontrara frente a frente a nosotras con un aire agitado.
-Ay... chicas... -Jadeo sin aliento.
Se echo un poco de aire con una de sus manos ahora con uñas de un tono negro, y me dispuse a observarla de pies a cabeza.
Su vestido era apretado en todo el cuerpo y suelto en el área de las pantorrillas. En su escote recto se adornaban algunos detalles en encaje oscuro y brilloso, este no llevaba ningún tipo de tirantes para sostenerlo, era algo parecido al diseño de Brenda, aunque algunas cosas cambiaban: el color, el escote y la parte de la falda.
Llevaba un rodete muy elegante de peinado. Su mano con la que se abanico segundos antes, acomodo unos pelos rebeldes que se escapaban haciéndose visibles en su frente. Pero entonces, en un pequeño microsegundo, su otra mano se hizo visible y en estas, traía lo que pude detectar, unos antifaces.
-Lamento lo de ayer -comenzo a decir, muy apenada, y pude notarlo en sus expresiones de vergüenza- debí decirles la verdad.
-¿Y cuál es la verdad? ¿Qué sales con un chico sexy? -Brenda no tardo en responderle, lo que me sorprendió fue que esta le respondió demasiado amigable.
No evite levantar una ceja.
-¡No! ¡Shh! -Llevo un dedo a su boca, pidiendo silencio de una manera muy desesperada.
-¿Y por qué tanto silencio? -La confusión en mi voz era notable.
No entendía el porqué esta actuaba así al nombrarle algo sobre Azael, quiero decir, al nombrar lo que ellos estaban, obviamente, ocultando.
-Porque nadie debe enterarse de mi aventura con Azael Agramon. -Susurro.
Brenda chasqueo con la lengua, haciendo un sonido raro. -¿Por qué? Como si a alguien le va a interesar que él te clave la polla.
No evite darle un codazo a la pelirroja, para luego observarla con los ojos bien abiertos.
-¡Auch! Eider pareces mi mamá. -Me dijo, entre dientes.
-Sí, se que a nadie le va a interesar. Pero la realidad es que... -Brenda y yo volvimos a llevar la mirada hacia la morena, intrigadas por sus palabras. -Que si hay alguien a quien le importa.
Brenda llevo un mechón de su cabello rebelde detrás de su oreja, antes de preguntar: -¿Quién?
La respuesta no logró moverme ni un pelo.
Porque sabía muy bien que hablaba de aquel extraño tipo llamado...
-Patrick -Reveló.
-¿Patrick? ¿Y quién es Patrick?
Un devorador de brazos muy extraño. Pensé pero me callé.
-Mi novio.
Brenda se quedó unos segundos en silencio, como si esta estuviera entendiendo la teoría de el Bigbang.
-Eres infiel. -Susurro luego de unos largos segundos de silencio.
-Si...-Afirmo la morena, y no evite ver como en su rostro no pasaba ningún rastro de remordimiento. -Oh, y aquí están sus antifaces -Extendio su mano con estos, cambiando radicalmente el tema.
Brenda pareció no haber captado todo aquello, tomando un antifaz blanco de terciopelo.
-¿Antifaces? Wow, cada vez los ricos me parecen más interesantes. -La pelirroja se colocó el antifaz y la mitad de su cara quedó expuesta, revelando solo sus labios rojos y un poco de su nariz perfecta.
Observe nuevamente la mano de Adelaide. Tal vez tarde unos largos segundos en tomar el antifaz negro de terciopelo que se encontraba extendido hacia mí dirección, pero lo tomé un poco dudosa.
¿Para qué antifaces?
-Me olvide decirles que la gala era también con antifaces. -Habló de repente la morena, como si esta hubiera leído mi mente.
Observe un poco más el antifaz en mis manos y luego lleve este hasta mi rostro, atando el listón oscuro detrás de mi cabello.
Mi antifaz era idéntico al de Brenda, solo que, el de ella era de un color blanco y el mío negro. Ambas nos observamos inspeccionando como nos quedaban aquellas cosas que nos cubrían media cara.
-Estan preciosas. -Adelaide se colo en el pequeño espacio que se formaba entre medio de Brenda y yo, para luego engancharse de nuestros brazos para comenzar a caminar arrastrandonos con ella. -Es hora de entrar -Una sonrisa de oreja a oreja se formó en su rostro maquillado y bonito.
No evite dirigir mis ojos hacia mí amiga, quien miraba embobada al chico rubio el cual ahora se encontraba a unos pocos metros de su lado.
Subimos unos pequeños peldaños antes de llegar a las grandes puertas de la gran mansión de un hermoso color blanco.
Pude sentir varios ojos puestos en nosotras tres cuando la morena abrió las grandes puertas de mármol oscuro dando el paso para todos.
Fue así como al adentrarnos, pude escuchar como las personas que dejábamos atrás, también repetían nuestra acción.
Una oleada de fragancias caras, de risas encantadoras que detrás llevaban aquella frase: "Claro, ponlo a mi cuenta" , de miradas seductoras entre grandes y elegantes, de vestidos de diseñadores, de smokings bien arreglados me envolvieron. Todo llegó tan rápido que me costó procesarlo.
Me sentí en esas películas de Hollywood. No podía negar aquello, porque realmente lo sentí.
Observe a Adelaide la cual se colocaba un antifaz brilloso de color amarillo con algunas que otras plumas adornando este.
Nos hizo una seña de que no tardaba, y comenzó a alejarse de nosotras, sonriendo hacia todo el mundo mientras se acercaba a un pelirrojo de smoking gris y un moño rojo.
Supe al instante de quien se trataba, o bueno, lo confirme cuando pude ver aquellos ojos oscuros como la noche observar solo a la morena de curvas infartantes. La nombrada se colgó de uno de sus brazos y luego lo beso en la boca, siendo así, el centro de las miradas.
-¿Así qué ese es el tal Patrick? -Me preguntó Brenda, susurrando muy cerca de mi oreja. Tuve que esforzarme para oírla bien, ya que las voces ajenas eran muy fuertes y ni hablar de aquella música que me hacia dormir.
Asenti y ambas comenzamos a adentrarnos hasta el centro de la fiesta, bañandonos bajo la luz de unos elegantes candelabros de oro, siendo acompañadas por miradas ganadas por la curiosidad.
Me pregunto qué deberán estar pensando aquellas personas.
¿Acaso nuestros vestidos eran de la temporada pasada, o estábamos muy sobresalientes? ¿Detectaron que éramos las pobres del pueblo disfrazadas de ellos o que éramos uno de ellos?
Preguntas y preguntas.
Oímos cerrar las puertas de entrada, y las voces comenzaron a hacerse más fuertes.
De repente nos encontrábamos sin saber qué hacer, como si estuviéramos fuera de lugar, como si fuéramos esas nerds sin lugar entre una mesa de populares bonitos.
Un chico con camisa blanca y chaleco negro, paso por nuestro lado con una gran bandeja de plata reluciendo unas grandes copas de vidrio, como de esas que tenia el rubio de la entrada.
Sin dudar tome una silenciosamente. Su líquido que parecía pipí con gas se hizo visible ante mis ojos. Tomé un sorbo del trago y sentí el sabor amargo deslizarse desde mi lengua hasta mi garganta. Por un momento temí haber hecho una mueca de asco y que todos se hayan percatado de aquello.
Quería beber. Beber hasta olvidarme de los incómodos nervios que gobernaban mi pecho.
Pero entonces, las luces bajaron, dejando el lugar en una total oscuridad. Una luz blanca salió disparatada de no sé dónde para dar a mostrar a una mujer alta y esbelta de cabello rojo sobre una pequeña tarima.
Todos se quedaron en silencio, por lo que supuse, observándola.
Era la madre de Adelaide y lo supe por el tatuaje que se encontraba en la muñeca de su brazo derecho. Una perfecta "A" de tinta oscura relucia allí.
Acomodo un poco su vestido azul apretado, y luego comenzó a decir: -Hola... Hola. -Sonrio como una niña pequeña frente al micrófono. -Gracias a todos por venir esta noche. Una noche llena de estrellas, una noche fría para dar a reconocer el caso William y el progreso de nuestro amado pueblo Balcanes. -Tomo un poco de aire, como si estuviera juntando valor para proseguir- Sobre todo, le doy las gracias a los agentes de Fuerzas Federales de Reino Unido por dar una mano para proseguir con el extraño caso de Will...
Las puertas principales del lugar resonaron, como si alguien hubiera abierto estas para entrar.
Todos inevitablemente observamos hacia donde provino el ruido, dejándonos a todos boquiabiertos.
O bueno, solamente a mí.
De repente el silencio se transformó en Black in Black de AC/DC en mi cabeza y la cámara lenta salió de la nada misma para enfocar solo a ellos.
Una cadena, no, tal vez cinco cadenas. Creo que nunca iba a saber con exactitud cuántas cadenas de plata llevaban los Agramon ese día, solo sabía que se veían tan sexys e hipnotizantes que era inevitable no observarlos y tal vez babear al hacerlo.
Iré por partes o creo que me dará un paro cardíaco de tanta embelasadez.
Creo que esa palabra no existe, pero realmente mi sistema estaba en un gran K.O embelasante.
Azael llevaba una sudadera negra que se amoldaba a su cuerpo debajo de una chaqueta de cuero oscura con cadenas en ciertas partes de esta. Sus jeans oscuros y apretados le quedaban de maravilla, mientras que sus botas oscuras hasta sus pantorrillas resonaban, no pude evitar observar su rostro tan fresco y picaron el cual llevaba un antifaz de cuervo negro.
Él estaba tan...
Tan Azael Agramon. Tan sexy y rockero que no puedes evitar pensar <<¿Ese demonio estuvo a punto de besarme?>>
Ignorando la voz en mi cabeza, lleve mis ojos a lo que pude reconocer como Adonis Agramon. Llevaba un smoking negro que se ajustaba a su gran y ejercitada silueta y en el saco de este reposaba una pequeña cadena de plata brillosa. Llevo una de sus manos pálidas hasta su antifaz de también un cuervo, pero este a diferencia de Azael, llevaba un tono negro y a los lados unas plumas rojas como el fuego.
No sé porqué mi mente relaciono ese antifaz con él. Tal vez era porque el fuego era algo que representaría a ese hermano en específico.
Entonces, mis ojos observaron hacia el lado izquierdo de Azael, encontrándome con un escalofriante y gélido Adriel Agramon.
Vestía una remera negra que solo contenía una manga, dejando expuesto su otro brazo pálido y musculoso. Debajo llevaba unos vaqueros negros apretados y unas botas trenzadas de un color marrón oscuro.
Su antifaz era de un cuervo negro, pero este, a diferencia de los de sus otros dos hermanos, llevaba unas plumas de un hermoso y nebuloso color azul a unos costados.
Fue en ese entonces que mi cerebro los relacionó así:
Adonis: Fuego.
Adriel: Agua.
Azael: Brisa.
¿Por qué? Tal vez por la forma de ser que tenía cada uno. Adriel era reservado, callado, como si estuviera muerto en vida. Adonis era apasionado, erotico y colérico. Azael... él era una mezcla de sus dos hermanos, una combinación extraña entre el agua y el fuego; reservado, extrovertido, picaron y escalofriante.
Cuando creí que todo el panorama era encantador, fue Paymon quien apareció detrás de los hermanos, dando una gran explosión de vaginas ricachonas en el aire.
Este llevaba un smoking negro como Adonis. No llevaba cadenas pero si unos enormes anillos de platas. Su cabello azabache bien peinado caía en sus hombros y en su rostro se encontraba un antifaz negro partido a la mitad, solo un pequeño pedazo de antifaz con plumas negras cubría una parte de su rostro blanco como la nieve.
Él era aquel estallido en aquella olla hirviendo que dejaban los Agramon.
Sentí la mano de Brenda tomar la mía. Sabía que ella estaba viendo lo que yo.
-¿Alguien contrató los servicios de Sombrío?
¡Mamma mia! Exclame internamente al oír la oscura y fría voz de nada más y nada menos que Azael Agramon, el sombrío castaño de ojos grises.
...
Solo diré ¡Mamma mia!
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